viernes, 10 de diciembre de 2010

Cosecha del 39. VI: ¡Hala, alas!

En Barranca, “puerto de arribo de los barcos plataneros sudamericanos”, y no claramente situado en el mapa, tiene su base de operaciones la Barranca Airways.

Se trata de una compañía aeronáutica entre cuyas actividades se encuentra el transporte del correo en la zona. El propietario de la misma es John Holandés van Reiter, quien tiene también otros negocios en la ciudad, como bien enumera uno de los personajes al presentarlo: “Jefe de Correos, y el principal banquero de Barranca (…) dueño de ese almacén que está a tu derecha, propietario del bar que está a tu izquierda, y cocinero jefe y friegaplatos del lujoso hotel y restorán que está un poco más arriba”.

Aunque sea él el propietario, quien dirige sin embargo la compañía es Geoff Carter, cuya personalidad se nos va mostrando poco a poco, con pinceladas rápidas y precisas, en unas pocas escenas al principio de la película. Por ejemplo, la misma noche en que da comienzo la historia, tiene lugar, en malas condiciones meteorológicas, uno de los vuelos de la compañía, y presenciando el despegue, se desarrolla este diálogo:
- Es lo más maravilloso que he visto jamás.
- Sí, parece un pájaro, enorme y magnífico, ¿verdad’
- No, es algo más. Por eso tan bonito. Parece un ser humano que vuela.
- Tiene razón, un pájaro no es tan estúpido como para volar con este tiempo.


Quien aporta el contrapunto positivo es Bonnie Lee, artista (al menos, pianista) que se encuentra temporalmente en Barranca, entreteniendo la espera correspondiente a la escala que hace el barco en el que viaja para cargar, se supone, plátanos.

La primera pincelada sobre Carter es el intento que hace, como galán, de acompañar a Bonnie Lee durante la ausencia de Joe Souther, piloto precisamente del vuelo cuyo despegue hemos presenciado, y con quien había quedado para cenar.

Presentación, por cierto, tanto de éste como de otro piloto (Les Peters), ante Bonnie Lee, en las atestadas calles de Barranca, muy curiosa:
- ¿Sois americanos?
- ¡Claro!
- Me pareció que erais un par de frescos.


Estas muestras humorísticas son más frecuentes en este inicio de la película. Por ejemplo, tras la presentación del Holandés a Bonnie Lee por ambos pilotos, en el bar, se asesoran para la comanda:
- ¿Qué tal es el whisky de aquí?
- Aquí sólo servimos el mejor, ¿verdad, muchachos?
- ¿Sí? Pues dame coñac.


Y ya a la mesa:
- ¿Por qué me miráis así? ¿Es que tengo algo raro en la cara?
- No, nada… Bueno, sí. Los ojos que tienes.
- Oye idiota, eres un copión. Eso me lo oíste a mí hace dos semanas.


Sin embargo, la tragedia aparece en seguida: Joe Souther tiene un accidente mortal aterrizando al regresar tras la cancelación del vuelo por el temporal. Este hecho nos muestra varias cosas de Carter:
- el espíritu práctico:
Mike, saca el camión y llévate algo por si hay que cortar los hierros para sacarle. Les, recoge el correo. Baldy, espera, llama a la policía, y que limpien el campo inmediatamente.

- una forma de adornar la realidad para no ‘sufrirla’:
- Geoff, ¿ha llegado Joe Souther?
- Se lo ha impedido un árbol que sobresalía demasiado.


- una forma de mentir para esconder su generosidad (aunque no es el único):
- Joe tenía una hermana en Estados Unidos, ¿no?
- Sí.
- Yo le debía cien dólares. Toma, mándaselos.
- No le debías ningún dinero.
- ¿Qué sabes tú?
- Porque debiéndole yo la paga de dos meses, ¿cómo te iba a pedir dinero a ti?
- Mentiroso holandés.


Además de todo esto, participa de la actitud del conjunto de pilotos y compañeros, ante estas tragedias:
- ¿No tiene usted sentimientos? ¿No se da cuenta de que ha muerto?
- ¿Quién ha muerto?
- Sí, ¿quién ha muerto?
- ¡Joe!
- ¿Quién es Joe?
- ¿Quién conoce a Joe?
- ¿Pero qué les pasa a todos? Estaba sentado aquí con nosotros charlando y riendo hace pocos minutos, y ahora está…
- ¡Me gusta estar borracho cuando bebo ron!
- ¡Usted…!
- Espere un momento. ¿Por qué no es más inteligente? Vamos, basta ya.
- No sé cómo pueden ser ustedes así… Ese pobre acaba de…
- Sí, sí, ha muerto.
- Ha muerto.
- Lo sé. Ha muerto hace veinte minutos, y todas las lágrimas del mundo no hará que esté menos muerto dentro de veinte años. ¿Cómo cree que estamos nosotros, Bonnie?


Eso sí, ejerce como jefe, no sólo en la organización, sino en el riesgo:
- Hábleme de su jefe. ¿También vuela?
- Solamente cuando cree que se arriesga la vida de otro.


Bonnie Lee, tras una conversación con Sparks, uno del equipo, consigue entenderlo, se incorpora a las canciones relajantes…




e incluso se adhiere a la filosofía del recuerdo olvidado:
- ¿Quién es Joe?
- No tengo ni idea.


Porque, lo quieran reconocer o no, no se pueden olvidar de sus compañeros; ni de sus efectos personales:
- Esto es todo lo que me entregaron. Les di la ropa a los hombres del campo.
- La verdad es que no tenía gran cosa. Llévate lo que quieras.
- Yo tengo un cajón de recuerdos así.
(…)
- ¿Ves algo que te gustaría tener?
- No necesito nada para que no se me olvide.


Como es de esperar, la presencia de Bonnie Lee se mantiene. Decide dejar que el barco parta, y se queda con los pilotos, o mejor dicho, se queda para intentar una relación sentimental con Geoff Carter. Sin embargo, éste no se deja:
- Deben haberle tratado muy mal en alguna ocasión. (…) Dígame, ¿cómo era ella?
- ¿Quién?
- La chica que le volvió tan amargado.
- Se parecía mucho a usted. Casi tan lista y así de bonita.
- Todavía se acuerda de ella, ¿verdad? (…)
- ¿Conoce a una sola mujer que no sea capaz de hacer planes, que no tenga todo preparado,… establecido? Bueno, no se lo reprocho, no tienen más remedio… si quieren llevar adelante una casa y tener hijos.
- Y supone que eso es más fácil y menos arriesgado que volar.
- No lo sé, no lo he probado.


Esta primera noche, si no ha supuesto ningún cambio en Carter, sí lo ha supuesto en Lee:
La chica que bajó de ese barco es una desconocida para mí. No sé…, no sé si soy yo o si es otra persona. En realidad, Bonnie Lee debería estar durmiendo en ese barco en alta mar.

La compañía aérea, como hemos dicho al principio, desarrolla diversas actividades. También el traslado de un médico para atender a un herido en una mina (con Shakespeare incluido):
“(Geoff, a MacPherson) - Va a llevar a un médico a un sitio donde es muy difícil la entrada, pero peor aún la salida.
- ¿Tiene un mapa?

(Sparky) - Pase usted, doctor. Aquí esta, Geoff.
- Hola, doctor. Sparky, explícale al doctor la misión que tenemos que hacer y que no vaya si no quiere.
- ¡Dice que es muy peligroso y que no vaya usted si no quiere!

(El doctor, a Geoff)
- ¿Qué se imaginan ustedes? Yo digo como Shakespeare.

Por mi vida no me importa,
Que a Dios le debí el nacer.
No hay nada que a mí me espante
Y cumplo con lo que allá escrito esté.
El destino sea el que sea
Sólo se muere una vez.

(Geoff, si hacerle caso) - Sí, sí.
- Yo voy.
- ¿Qué?
- Me voy a preparar y voy.
(Vase)
- Además de sordo está loco.
(Sparky) - Debían haberle escuchado.
- ¿Por qué?
- Esa frase es de Shakespeare, de
Enrique IV.

Un hombre solamente muere una vez
Le debemos la muerte a Dios.
Si se la pagamos hoy
No se la debemos mañana.


A pesar de lo que hemos comentado sobre los intentos de ‘apartar’ lo sucedido, el pasado irrumpe en la trama: por un lado, un accidente trágico que afectó al hermano de Kid, el mejor amigo de Carter; por otro, Judy, el anterior amor que más marcó a Carter.

- Sigues igual, ¿verdad, Geoff?
- ¿En qué? ¿Te refieres a…? No, sólo se ha detenido unos días, entre barco y barco.
- A invitación tuya
- ¿A invitación mía? Oye, yo no le pediría…
- … a ninguna mujer que hiciera nada. Ya he oído eso antes. No, Geoff. Así no podrás seguir eternamente. Encontrarás a alguien alguna vez y tendrás que pedírselo.
- Hasta ahora no lo he hecho.


Y claro, se plantea un posible duelo. Aunque Bonnie se lo niegue a Kid:
- Oye, ¿es ésa la mujer de quien estuvo enamorado?
- Bonnie, cuando llueve, cada tercera gota cae encima de una de las otras.
-
(Sonriendo) Seguramente tienes razón, sobre todo si llueve mucho. (Ríen) Habrá que esperar a que escampe.
- Síí
- Bueno, no irás a creer que a mí me importe. ¡Pues no!, ¿sabes? Sólo quisiera poder decirle lo que opino de él.


Las dos líneas del pasado confluyen: Judy resulta ser la mujer del piloto que, abandonando el avión, se salvó del trágico accidente, en su momento, con el apellido Kilgallon, ahora, MacPherson. Y nuevo piloto de la empresa, aunque bajo unas duras condiciones como le expresa claramente Carter:
- Limítese a obedecerme.
- Tendré que hacer lo que sea demasiado difícil para los demás, ¿no?
- Sí. Más o menos. Mire, muchacho. Aquí estoy rodeado de amigos. Usted es el único al que podré mandar a volar con cualquier clase de tiempo sin tener que preocuparme más que del aparato.


Esta situación tensa se ve aliviada precisamente por Kid, quien, por cuestiones de salud debe dejar de volar:
- No, él no pensaba sólo en mí. Pensaba en lo que tú sentirías dejándome en tierra.
- Has terminado de volar, Kid.
- Después de veintidós años. Han sido muchas horas de vuelo. Necesitarás a Kilgallon.
- Puede.
- Pues siendo así, olvídate de lo que yo sienta hacia él.
- Gracias, Kid.


Esta amistad es reconocida también por Bonnie, incluso cuando ella se declara a Carter:
- Ya no debes tener miedo de mí. No trato de sujetarte. No haré planes, ni miraré al futuro. No quiero que cambie nada en ti. Te quiero, Geoff. Te quiero y no puedo remediarlo. Ya lo sabes: te quiero. Pienso de ti igual que Kid. Que todo lo que tú hagas está bien.
- ¿Kid?
- Sí. No te pide nada, ni se interpone en tu camino: no te molesta.


Este sentimiento de amistad se contagia, incluso, a Carter, aunque es un poco brusco al mostrárselo a Judy, en relación con el pasado de su marido, que ella ignora:
- ¿Sabes lo que me dijo? Que no tenía que ver con nosotros. Así que todo ha terminado. C’est fini.
- Vas a dejar que él cargue con todo, ¿verdad?
- Ajá.
- ¿Has oído la palabra ‘confianza’?
- Una vez, pero la he olvidado.
- No le reprocho que no te lo diga. Quizá quiso saber antes qué le darías tú. No vales nada, Judy. Nunca has valido. Anda, dame eso, vas a terminar cortándote la mano. Siempre me he preguntado si hice bien cuando rompimos. Ya no tengo que preguntármelo más.
- ¿Qué he hecho yo?
- No sabes de lo que te estoy hablando, ¿verdad? Pues prepárate, esto hará que no se te escape ni una palabra.
- Déjame. Quieto, quieto. Me haces daño.
- Vamos, te sentará bien.
¿Qué te importa a ti lo que hizo? ¿Por qué te interesa saberlo? Anda, ve. ¡Límpiate.!
Si no se atreve a decírtelo a ti,cómo se sentirá. ¿Por qué no te pones en su lugar? Eres igual que todas, no sabes lo que es la constancia. Anda, suénate la nariz. Y vete a la cama.


Aunque por otro momento, del que Bonnie es testigo, ésta le dice:
Yo sabía que tú dirigías todo lo de por aquí, pero ignoraba que tuvieras también consultorio sentimental.

Por un accidente, Carter queda herido y no puede probar, ayudado por Kid, si con un nuevo trimotor se puede sobrevolar la cordillera, evitando tenerla que cruzar por un paso peligroso, donde está destacado Tex, como vigía que informa por radio de si el estado meteorológico permite o no los vuelos.

Finalmente, la prueba la pilota MacPherson. Y resulta un desastre. No consiguen alcanzar la altura necesaria y se ven obligados a cruzar por el paso, teniendo una colisión con un cóndor así como el incendio en dos de los tres motores.


En esta ocasión, MacPherson no abandona, y consiguen llegar a tierra (más que aterrizar), resultando ambos heridos. Aunque Kid, como le dice por radio Carter a Tex: “Emprendió su último vuelo hace unos minutos.

Nuevamente, tenemos el momento de los efectos personales del fallecido, entre los que se encuentra una moneda con la que Kid siempre ganaba las apuestas que hacía (gracias a que tenía dos caras):
- Es todo lo que tenía.
- Coge lo que quieras.
- No, no quiero nada.
- Esto es lo que queda después de veintidós años.


A pesar de todas sus declaraciones, Bonnie no se ve capaz de superar los temores ante los vuelos de Carter, y decide irse, pues esa noche ha arribado nuevamente el barco con el que llegó:
- Adiós, Sparky.
- ¿Te vas, Bonnie?
- Nadie me ha dicho que me quede. Me han pasado tantas cosas en los últimos días que ya ni yo misma sé dónde estoy.
- ¿Por qué no te despides de él? Deberías hacerlo.
- ¿Tú crees?
- El querría que lo hicieras
- ¿Seguro?
- Hará como que no le gusta… pero estoy seguro.
- Entonces, ¿tú crees que debo ir?
- Yo creo que sí.
- No tengo inconveniente si tú lo dices.
- Sí, yo lo digo.
- ¿Tú?
- Sí.
- Pues… entonces será mejor que vaya.


Aunque hace un último intento:
- Geoff, ¿tú quieres que me quede contigo?
- Mira, Bonnie…
- ¡Llamando a Barranca! ¡Llamando a Barranca! ¿Qué os pasa por ahí abajo? (…) Ha salido la luna. La estoy contemplando: brilla más que el mismo sol. (…)
- Adiós, Bonnie. Volveré a tiempo para desayunar.
- No estaré aquí. Me voy en el barco.
- ¿Sí?
- Nadie me ha pedido que me quede.
- ¿Nadie?
- No, tú no le pedirías a ninguna mujer que lo hiciera.
- Cierto. Mira. Vamos a echarlos a suertes: cruz, te vas; cara, te quedas. Cara, ¿qué te parece?
- Geoff, así no me quedaré.
- ¿Ah, no?





En la famosa cosecha de 1939, Sólo los ángeles tienen alas fue propuesta a dos premios: mejor fotografía en blanco y negro (obra de Joseph Walter), y, en su primera convocatoria, mejores efectos especiales (trabajo de Roy Davidson y Edwin C. Hahn), aunque no resultó premiada en ninguno de ellos.

Sin embargo, el premio que consiguió tal vez sea el de presentar técnica, emocional y humanamente los esfuerzos por levantar el vuelo en esos difíciles años de la aviación:

- Esto de la aviación es nuevo para mí.
- Han de tomar la vida de esta manera para poder continuar.
- ¿Ocurren estas cosas con mucha frecuencia?
- Eso depende del tiempo y de la suerte. Dos veces ha ocurrido en los últimos tres meses, sin contar ésta.
- Supongo que mañana volverán a volar.
- Esta noche, si aclara.
- Hay que estar enamorado de volar, claro.


- Quiere saber por qué les gusta volar.
- Llevo volando veintidós años. No podría dar una respuesta razonable.


- Ya te he dicho que Joe no valía lo suficiente. De no haber sido esta noche, se hubiera matado en cualquier otro vuelo.
- Entonces fue una locura dejarle volar.
- ¿Qué querías, que se quedara en tierra? Joe era un piloto, no lo olvides.


Créditos:
Carátula y fotogramas de la película Sólo los ángeles tienen alas.

5 comentarios:

  1. Dentro todavía de la octava, consigo volcar esta anotación, como pequeño homenaje a la aviación, con la fecha de su patrona, Nuestra Señora de Loreto. Felicidades.

    ResponderEliminar
  2. Hace años que no veo esta película, en la que veo que sale Thomas Mitchell, que este año, 1939, intervino en Lo que el viento se llevó y La diligencia, por la que consiguió el Oscar al mejor actor secundario por su papel de doctor borrachín.

    ResponderEliminar
  3. Qué gran película ¡¡ Lástima que la tenga grabada en vídeo y ya no tenga reproductor del mismo. Voy a ver si un día de estos la encuentro en el FNAC o El Corte Inglés.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  4. En efecto, caragüevo. Ese aspecto ya lo comenté en la primera anotación de esta serie, la dedicada a La diligencia.
    Guido: yo la localicé en El Corte Inglés, pues tampoco la tenía, y debía documentarme para las anotaciones de esta serie, que mal o peor, y tarde o nunca, voy publicando.
    Lo que tengo pendiente ahora es completar las Buenas noticias, je, je.

    ResponderEliminar