domingo, 22 de noviembre de 2009

Ni lo pienses

El último relato recogido en Las paradojas de Mr. Pond, titulado “Un asunto de altura”, versa sobre un asunto de espionaje de una potencia extranjera, o mejor, dicho, de contraespionaje, pues de identificar y capturar a unos espías se trata.

El relato se desarrolla durante la Gran Guerra, y se centra en lo que podríamos llamar el espionaje activo, es decir, aquel en que los agentes se muestran activos para localizar información y robar documentos, por ejemplo. Sin embargo, durante la guerra hay otro tipo de espionaje más pasivo, por así decirlo, un espionaje “descuidero”: los agentes, gracias a los descuidos de la gente que habla y dice cosas sin especial transcendencia, las van ensamblando y finalmente dar forma a una información importante.

Buscando por la red gracias al señor Google, he localizado una página donde figuran diversos carteles que se editaron durante la II Guerra Mundial avisando sobre este peligro, recomendando, por tanto, la discreción y no hablar de nada que pueda ser útil al enemigo.



Aunque en general el enemigo no está identificado (se refleja en una sombra, como en el cartel alemán, o en alguien embozado u ocultado por un periódico, como el italiano), en este cartel británico no es así, y el enemigo sí es fácilmente identificable.

En España, durante la última Guerra Civil, no fue diferente, aunque sí distinto. Por ejemplo, se editó este cartel por la CNT-FAI cuya identificación del enemigo es muy “identificadora”.

Lo triste de todo esto es la guerra que había.

Ayer sábado, en ABC un dibujo de Martinmorales recordaba estas publicaciones de hace décadas. Lo triste de ello es que, se supone, no hay guerra.





Lo que no deja de hacer peligrosamente actual este otro cartel alemán, editado por un régimen nacionalsocialista, sobre el que el comentario de la página en cuestión, incide en la útil duplicidad del mensaje, tanto respecto a los espías, como respecto del gobierno: “lo que no quieras que se sepa, ni lo pienses”.

Así de histórica es la actualidad española.

Tócala otra vez, Ángel

Hoy se cumplen cinco años y cinco meses del momento en que, durante el curso de los trabajos de restauración de la cúpula del ábside de la Catedral de Valencia, “a través del agujero dejado por el soporte de una pieza móvil, se pudieron ver los primeros de los 10 grandes ángeles que rodeaban a la desaparecida clave con la imagen de madera de la Asunción de la Virgen, tocando instrumentos musicales y de una belleza que asombraba tanto como el buen estado de conservación en el que estaban”.

Estos ángeles fueron el resultado del impulso generado por el obispo de Valencia, el valenciano Rodrigo de Borja (futuro Papa Alejandro VI), quien “deseando que su catedral brillase con el esplendor del nuevo arte que estaba renaciendo en Italia, trajo consigo a los pintores Francisco Pagano, natural de Nápoles, y a Pablo de San Leocadio, natural de Reggio en Lombardía, y apenas llegados firmaron el contrato con el Cardenal y el Cabildo el 26 de julio de 1472.

A principios del año 2007 quedaron finalmente restaurados los, desde entonces, llamados “ángeles músicos”, tomándose la decisión de dejarlos al descubierto, sin rehacer la bóveda barroca que hasta ese día de 2004 los mantenía ocultos, lo que nos permitió disfrutarlos con total tranquilidad poco después, en agosto, aprovechando el tiempo libre de que se dispone durante unos días de vacaciones.



Esta ‘celebración’ se cumple, precisamente, hoy, festividad de Santa Cecilia, patrona de la música, lo que, naturalmente, es una casualidad,… o no.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

No es cuestión de trapos

El oficial no responde. Sigue atento al palo, como echando allí algo de menos.
–La bandera –dice de pronto.
Marrajo mira hacia arriba igual que los otros, desconcertado, hasta que comprende. La andanada casacona ha cortado la driza de la bandera, izada en el palo mayor al caer el de mesana. Ahora el trapo rojigualda cuelga sobre los destrozados cabilleros del propao, en cubierta.
–Un cuarto de hora más –murmura el oficial, como para sí mismo.
El alférez de navío Grandall duda un instante y quiere decir algo, pero lo piensa mejor. Saluda y desaparece bajo la toldilla, de vuelta a su batería. Don Ricardo Maqua se vuelve a mirar fijamente al guardiamarina Falcó, y Marrajo observa cómo el muchacho, que se había puesto pálido bajo la mugre de la cara, enrojece de pronto mientras afirma con la cabeza. No puede ser, piensa el barbateño. No me creo que, por quince cochinos minutos y un pedazo de tela, don Ricardo mande a este chinorri a jugársela de esa manera. Si tantas ganas tiene, que vaya él. O ese otro de una sola charretera. Ellos y todos los que nos metieron aquí. Y además lo manda sin decírselo, espilfarrándose varios pueblos, como si se lavara los dátiles en plan Pilatos. Mala congestión le dé. Que este chico tendrá madre, digo yo. (…)
El caso es que Marrajo todavía está pensando todo eso, a medio camino entre la indignación y el desconcierto, cuando ve al guardiamarina santiguarse y luego apretar los dientes, agachar la cabeza y salir disparado por la cubierta, saltando por encima de los escombros y los destrozos, en dirección al palo mayor. Con más agallas que una tintorera. Y lo que son las cosas chungas de la vida. Acto seguido, sin tiempo a reflexionar, empujado por un impulso extraño que lo estremece de la cabeza a los pies, el propio Marrajo levanta el rostro al cielo y se caga en don Ricardo Maqua y en Dios, por ese orden, en voz alta y clara, y luego sale despendolado detrás del chico, a toda leche, sin saber muy bien por qué. Tal vez porque le conmueve verlo allí solo, corriendo por la cubierta devastada, hacia la puta bandera de colores. (…)
Y así, agazapado al pie del palo, oyendo volar hierro por todas partes, de rodillas sobre la tablazón rota de la cubierta que se estremece a cada nuevo impacto (me van a poner de plomo como al lagarto de Jaén, se dice), Nicolás Marrajo ayuda con dedos nerviosos al joven Falcó en su intento por ayustar la driza. La bandera, observa (nunca había visto una tan de cerca), tiene una corona, un castillo a la izquierda, y a la derecha un león de pie y con un palmo de lengua fuera, el hijoputa. Tan asfixiao como ellos. (…) Antes de que pueda articular una sílaba, el guardiamarina agarra la bandera, se la ata a la cintura, se pone en pie y sube de un salto a la mesa de guarnición, por fuera de la borda destrozada. El jodío. Sin darse cuenta de lo que él mismo hace, Marrajo se incorpora tras el joven para sujetarlo por el faldón de la casaca e impedirle seguir, y en ese momento, descubiertos ambos como liebres en un prado, los tiradores de las cofas del tres puentes inglés, situado a pocas brazas por el través de estribor, se frotan las manos, claro, y empiezan a dispararles mosquetería, crac, crac, pam, pam, pam, y los abejorros de plomo silban por todas partes, chascando contra la regala, en los tablones rotos. Chac, hacen. Chac, chac, chac. Sin achantarse, emperrado en lo suyo, el joven intenta liberar el faldón de la casaca, pone un pie en los flechantes y luego el otro, trepa un poco, y en ésas llega una bala cabrona y le pega en una pierna con un crujido al romper el hueso, crac, hace (Marrajo lo oye partirse como si fuera una rama), y el guardiamarina emite un quejido ahogado antes de soltarse y caer de espaldas mientras Marrajo tira de él desesperadamente, ven aquí, joder, y sólo gracias a tenerlo cogido por el faldón logra atraerlo hasta la cubierta, evitando que se vaya al mar.
Entonces (cosas de la vida) el barbateño se vuelve loco. Pero loco de atar, o sea. Absolutamente majareta. Mientras el chico se arrastra por la cubierta dejando un reguero de sangre y rompiendo como puede tiras de su camisa para hacerse un torniquete en el muslo, Marrajo se inclina sobre él, le quita en dos manotazos la bandera de la cintura, se pone en pie, y encaramándose por los tablones rotos de la regala a la mesa de guarnición, importándole ya todo un huevo, agita el paño a gualdrapazos en dirección al tres puentes inglés. Perroshijosdelagrandísimaputa, aúlla hasta que parece a punto de rompérsele la garganta. Mecagoenvuestrosmuertoscabronesyenlaputaqueosechóalmundo, joder todo ya. Por mis dos huevos. Por tós mis muertos. Por Cristo y la Virgen que lo parió.
–¿Y sabéis lo que os digo?…¿Sabéis lo que os digo, casaconesjodíosporculo?... ¿Queréis saberlo?... ¡¡¡Puesquemevaisachuparelcipoteeeeee!!!
Y luego, ronco de gritar, sordo de sus propias voces, oyendo como un rumor confuso, lejano, los estampidos de los disparos, los cañonazos, el ziaaang, ziaaang de las balas que buscan su cuerpo, Nicolás Marrajo Sánchez, natural de la ensenada de Barbate, provincia de Cádiz, hijo de madre poco clara, sin trabajo ni profesión conocida salvo la de pícaro, contrabandista, rufián y buscavidas, escoria de las Españas, reclutado forzoso por un piquete de leva en la taberna La Gallinita de Cai, se envuelve la bandera roja y amarilla en torno a la cintura, remetiéndosela por la faja, y se pone a trepar como puede por los obenques, tropezando, resbalando en los balanceos y sujetándose de milagro, mientras todos los ingleses del mundo y la perra que los trajo apuntan con sus mosquetes y le disparan, pam, pam, pam , y él sigue trepando y trepando ajeno a todo, entre docenas de plomazos que pasan zumbando, ziaaang, ziaaang, y él sube y sube y requetesube, una mano, un pie, otra mano, otro pie, entecortado el aliento , los pulmones en carne viva, y los ojos desorbitados por el esfuerzo, blasfemando y jiñándose a gritos en cuanto albergan el cielo y la tierra, cagoendiezycagoentodo, sin mirar abajo, ni al mar, ni al paisaje desolador de la batalla, ni al tres puentes inglés cuyos tiradores, poco a poco, sorprendidos sin duda por esa solitaria figura que trepa al palo del barco moribundo con una bandera sujeta a la cintura, van dejando de disparar, y lo observan y hasta algunos empiezan a animarlo con gritos burlones al principio y admirados luego, hasta que el fuego de mosquetería cesa por completo,. Y cuando por fin Marrajo llega a la boca de lobo de la cofa, y allí, las manos temblando, con uñas y dientes, como puede, anuda la bandera y ésta se despliega en la brisa (el puto león con la lengua fuera), desde el navío inglés llega el clamor de los enemigos que lo vitorean.


Extracto de Cabo Trafalgar, novela de Arturo Pérez-Reverte, cuya primera edición, hecha por Alfaguara, es de octubre de 2004.

El navío Santísima Trinidad, un cuatro puentes que armaba 136 cañones, y con ello resultaba ser el mayor buque de línea en mucho tiempo sobre los mares, fue desarbolado, apresado y hundido en el curso de la batalla de Trafalgar. Enarbolaba, naturalmente, la bandera de España, la cual ahora figura como trofeo de la Royal Navy, restaurada en su momento para la conmemoración del segundo centenario de la batalla (según foto tomada del suplemento cultural del diario ABC).

A finales de junio de 2007 fondeó en Valencia el buque-escuela de la Armada Española Juan Sebastián de Elcano, por lo que pudimos visitarlo. Lamento no recordar ahora el motivo por el que la bandera ondeaba a media asta.






Ahora, estos días, no hay duda. Aunque no lo haga,… y en ciertos buques, ni exista.

domingo, 15 de noviembre de 2009

¿Paradójicamente actual?

En el relato “El crimen del capitán Gahagan”, integrante de la obra Las paradojas de Mr. Pond, puede leerse:
Parece usted una pizca excitado –dijo Mr. Pond –. ¿Ha probado a leer La vanidad de los deseos humanos de Samuel Johnson? Es muy sosegante. Créame, son muy interesantes esos escritores del siglo XVIII que yo desearía citarles ¿Ha leído la obra teatral de Addison sobre Catón?”. Cabe señalar que “para Pond este periodo histórico [el siglo XVIII] constituía una pasión”, según podemos leer en “El hombre indecible”.

Pues bien, una vez finalizada la lectura de Las paradojas de Mr. Pond, he decidido seguir sus consejos (Samuel Johnson), aunque en parte (La historia de Rassalas, Príncipe de Abisinia, obra que tenía esperando desde principio de año).

Editada por Berenice, María Luisa Pascual Garrido es la autora de la traducción, así como de la edición de la obra, que incluye una introducción. En la primera parte de la introducción (“Realidad y leyenda”) se puede leer (parcialmente recogido en la contraportada):

Pese al general desconocimiento del lector español, Samuel Johnson es, después de William Shakespeare, el autor más citado en lengua inglesa, de modo que sus aforismos han sobrepasado los umbrales de lo académico y constituyen hoy en día parte esencial del acervo común. Se le atribuyen citas sobre todos los temas que genuinamente afectan al ser humano: la felicidad, la ambición, la desidia, el matrimonio, la vida, la muerte…, inquietudes universales de naturaleza atemporal que trascienden barreras culturales y lingüísticas.

Gracias a la introducción (parte titulada “Vida y obra de Johnson”) me entero de que, por esas cosas de la vida, este año se ha celebrado el tercer centenario de su nacimiento.

Y sin embargo, qué actual resulta. Algunos aforismos que, a vuela pluma picoteados de la famosa Wikipedia (así como su retrato) en tanto los pueda localizar directamente en su obra, ofrezco a los lectores de estas líneas, así lo muestran:
"Podré ser conquistado, pero no capitularé"
"A las personas más habitualmente hay que recordarles que informarles"
"Los ejemplos tienen más fuerza que los preceptos"

Y sobre todo, en cuanto a actualidad:
"Tenga lo que tenga, gaste menos"

Curiosamente, o no, el ejemplar finaliza, a continuación de la indicación de cuándo y dónde se imprimió, con una cita de Samuel Johnson:
"La gente no lee, en general, si tiene otra cosa con qué distraerse"

Tras lo cual, queda establecida la polémica y se abre la discusión.

Es lógico, no intentes entenderlo

Y yo sabía que también en Mr. Pond había monstruos: monstruos mentales que emergían sólo un instante a la superficie y luego retornaban a las profundidades. Se presentaban en forma de comentarios monstruosos en medio de su charla razonable e inofensiva. Algunos interlocutores pensaban que a la mitad de una conversación harto juiciosa se volvía loco de improviso. Pero asimismo no tenían más remedio que admitir que de inmediato regresaba a la cordura.

Esto se puede leer a poco de empezar el relato “Los tres jinetes del Apocalipsis”, incluido en la obra póstuma de Gilbert Keith Chesterton titulada Las paradojas de Mr. Pond, según la traducción de Fernando Jadraque y María Trouillhet publicada por Valdemar como volumen centésimo primero de su colección El Club Diógenes.




La obra comprende ocho relatos, cuyo desarrollo es una muestra del ingenio de G. K. Chesterton, pues arrancan con uno de esos ‘monstruos mentales’, por mejor nombre, paradojas, y concluyen mostrando la absoluta lógica que se encierra en cada caso de ‘locura’ de Mr. Pond.

Todo fracasó porque la disciplina era excelente. Los soldados de Grock lo obedecieron demasiado bien; por eso no logró lo que se propuso.” (“Los tres jinetes del Apocalipsis”)

Todas aportan testimonios que lo contradicen o que, cuando menos, muestran que él se contradijo. Pero todas yerran. (…) Usted afirma que el capitán dijo tres cosas diferentes. Yo sostengo que les dijo lo mismo a las tres mujeres. Alteró el orden de los términos pero no dejó de ser una misma cosa.” (“El crimen del capitán Cahagan”)

Una vez conocí a dos hombres que llegaron a estar tan completamente de acuerdo que lógicamente uno mató al otro.” (“Cuando los médicos están de acuerdo”)

Lo que he dicho es que relativamente era un lápiz rojo o que se asemejaba a un lápiz rojo, en contra de la inclinación de Wotton a verlo como un lápiz azul; y precisamente por eso hacía trazos tan negros.” (“Pond el Pantaleón”)

Recuerdo un ejemplo bastante singular en el que cierto gobierno hubo de considerar la deportación de un extranjero deseable (…) y halló que eran de todo punto insalvables las dificultades.” (“El hombre indecible”)

Nuestro amigo Cahagan aquí presente es hombre veracísimo porque dice mentiras desmesuradas e imprudentes.” (“Anillo de enamorados”)

«En la naturaleza hay que buscar en un nivel muy inferior para encontrar cosas que lleguen a un nivel tan superior»” (“El terrible trovador”)

Éste era demasiado pequeño para ser notado; ése era demasiado alto para ser visto.” (“Un asunto de altura”)

Hoy he terminado de leer esta obra, en un ejemplar en el que, haciendo honor a su título y contenido, se puede leer:
1ª edición: Octubre de 1998
2ª edición: Septiembre de 1998


¡Diógenes, ¿dónde has dejado el candil?!

Cómo hemos cambiado

Hace poco más de un año, publiqué una anotación sobre ciertos recuerdos que me trajeron a la memoria unos párrafos de C.S. Lewis en su obra Cartas del diablo a su sobrino.

Este fin de semana no es que me vea obligado a modificar lo ahí expuesto: simplemente, añado una foto más (obtenida gracias a Libertad Digital).



Más que nada, para que todos queden debidamente retratados.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Más pedagogía, general

Cuando G*** llegó a mi puesto de mando salí para recibirle. Bajó rápidamente de su coche.
- Lamento llegar tarde, Bradley – dijo – me he detenido en un hospital cerca de la carretera. He encontrado allí a unos cuantos derrotistas. He abofeteado a uno de ellos para hacerle entrar en razón e imbuirle de nuevo el espíritu de lucha.
Habló de ello con suma indiferencia, sin remordimiento de ninguna clase y convencido de que había procedido bien. Seguramente hubiera olvidado aquel incidente si no me lo hubiesen recordado dos días más tarde.
(…)
- Se trata de un informe que debería usted conocer, general.
(…)
Aquel informe comprendía un testimonio ocular que posteriormente llegó a ser conocido como el «incidente del abofeteamiento».
(...)
Según el comandante, G*** se había presentado sin anunciarse en la sala de recepción del 93 Hospital de guerra. Allí comenzó a caminar de una litera a otra, charlando con los heridos y felicitándolos por la magnífica labor que habían llevado a cabo en el frente.
(…)
Otro paciente estaba sentado cerca de él, estremeciéndose bajo sus convulsiones.
- ¿Y qué te ha sucedido a ti? – le preguntó ***
- Se trata de mis nervios, señor – replicó el soldado con lágrimas en los ojos.
(…)
- ¡Tus nervios, diablos! – gritó -, ¡lo que sucede es que eres un maldito cobarde!
El soldado lloró y G*** le abofeteó.
- ¡Cállate! – le gritó *** - ¡No quiero que estos valientes que han sido heridos vean cómo llora un cobarde!
G*** volvió a abofetear al hombre. El casco le cayó de la cabeza.
(…)
Al estudiar el incidente, podemos comprender el punto de vista de *** sin por ello darle nuestro asentimiento. Para G*** la guerra representaba el cumplimiento de un destino al cual entregaba su vida. Consideraba la guerra como una enfermedad crónica de los seres humanos, destinada a perseguir a la civilización hasta su tumba.
Puesto que el conflicto armado era inevitable al ser humano, G*** razonaba que los hombres debían inclinarse ante el mismo y admitirlo como una competición viril. Le resultaba inconcebible que hubiese hombres, aparte de los cobardes, que no diesen su aprobación a la guerra. Al mismo tiempo no podía comprender que hubiese hombres que pudiesen claudicar por desfallecimiento mental como resultado de los esfuerzos que entraña toda guerra. Para él era axiomático que aquellos que no deseaban luchar eran unos cobardes.
No puedo creer que G*** se mostró intencionadamente brutal con el soldado que él calificó de cobarde. Lo que quiso era purgar su «cobardía» a aquel soldado avergonzándolo ante los demás.
Sólo porque este incidente tuvo una importancia tan grande en la futura carrera de *** lo he reseñado aquí con todo detalle. Durante toda su vida *** fue perseguido por aquel error; hoy en día ya no le puede afectar. La admiración que sentimos por el *** que actuó en Europa es demasiado viva para que pueda ser menguada por este incidente.


Este texto es un extracto del Capítulo X de la obra Memorias, de Omar N. Bradley, en su edición de la Editorial AHR, colección Libros que hacen Historia, en dos volúmenes, en el año 1956, según traducción de Víctor Scholz, obra que ya conocemos, así como al protagonista del incidente relatado, George Smith Patton jr.



Si por este incidente (la imagen de más arriba es de la dramatización del mismo desarrollada en la película “Patton”) fue apartado temporalmente en su carrera militar (siendo “adelantado” por dos compañeros graduados después de él, como su amigo Bradley y su comandante supremo en Europa, Eisenhower, entre quienes aparece en la foto de archivo de ABC), más lo fue por mostrar sus opiniones sobre el comunismo.

Teniendo en cuenta mi última anotación, me pregunto si a pesar de su energía, George Smith Patton jr., estos días y en este país, daría abasto repartiendo bofetones.

Hace un año lo recordamos por ser su cumpleaños, y hace casi medio, con motivo de la celebración del Memorial Day en Estados Unidos.

Al ser nuevamente su cumpleaños, lo traigo a estas páginas con la excusa de que George S. Patton jr. se graduó en West Point hace un siglo, formando parte del “curso de 1909”.


[Aprovechemos la anotación para resolver el problema planteado hace un año, y aún sin contestación por nadie, sobre las estrellas que luce la enoooorme bandera. La pregunta ahora es ¿qué dos estrellas marcan la diferencia?]

La Gran (mentira de la) Guerra

Sin perjuicio de las omisiones (dudo que olvidos) en un brindis o en un protocolo, debo reconocer que la Ministra de Defensa, señora Chacón, se esfuerza en la labor pedagógica de mostrarnos la realidad tal y como es, sin falsos prejuicios.



Así, por ejemplo, el último 19 de septiembre, en la base de Getafe, dijo a los que regresaban de Kosovo: “No fuisteis a trazar fronteras, sino a socorrer a gente”, y también a “dar estabilidad” a la zona.

O bien, poco después, el 28 de octubre en el Congreso de los Diputados, manifestó, en relación con Afganistán, que las tropas trabajan en “un entorno de violencia y riesgo innegables”, con el objetivo de “culminar cuanto antes nuestra misión de estabilización, desarrollo y reconstrucción. Pero eso sólo podrá ocurrir cuando los propios afganos tengan la capacidad de hacerse cargo del país”; en resumen, ‘operaciones de paz en escenarios de guerra’.

Esta labor pedagógica poco a poco va consiguiendo ciertos éxitos, aunque, como en todos los sitios, haya alumnos reacios; por ejemplo, yo mismo, hace un año.

Y es que hoy se cumplen 90+1 años de una decisión que acabó dando forma al más conocido actualmente de los tratados que llevan por nombre el de la población palaciega de la corte francesa del XVIII, c’est à dire, Versalles, es decir, el Tratado de Versalles de 1919.




La expectación durante ese mes de junio del 19 (según foto de archivo de ABC – hay otra más ‘curiosa’ pero no consigo localizarla) tenía su razón de ser, aunque triste, según la visión de la contemporánea ministra.

Porque esa decisión de hace 90+1 años supuso el final de la “estabilidad” absoluta que se había conseguido en el trazado de las trincheras, que no fronteras; y la conclusión de misiones humanitarias, en “entornos de violencia y riesgo”, de estabilización y desarrollo, como las realizadas en el Somme, el Marne o en Verdún.

Los pueblos de Francia, Gran Bretaña o Alemania, por ejemplo, vieron frustados sus esfuerzos de colaboración, ayuda y solidaridad con los pueblos alemán o francés, por ejemplo, pues las ‘operaciones de paz en escenarios de guerra’ finalizaron sin saber con certeza si estos pueblos tenían la capacidad de hacerse cargo de su propio país (por lo que, como primera providencia, se decidió variar las fronteras, para evitar estas dudas y confusiones).

En resumen, la consecución del armisticio del 11 del 11 a las 11 y 11 (hora de París) no fue sino un triste momento, desde la perspectiva actual, pues obligó a la interrupción de las misiones humanitarias y operaciones de paz que con gran esfuerzo se estaban llevando a cabo.

Aunque hubiera quien a todo eso llamara no guerra, sino Gran Guerra.

martes, 10 de noviembre de 2009

40

Hace un año publiqué una anotación celebrando el aniversario de una serie de televisión, educativa como se entendía antes, es decir, educativa.

La serie, naturalmente, es “Barrio Sésamo”, aquí en España, y “Sesame Street” en el original.

Estos días pasados ha sido Google quien se ha encargado de ir recordándonos el aniversario (en esta ocasión, el cuadragésimo). Cada día, nos mostraba entre sus famosas letras, diversos personajes de la serie,…







hasta que ha llegado el día del aniversario, en que han aparecido todos.



Así pues, bienvenidos al club, jóvenes cuarentones.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Dura lex,...

Por la radio he oído unas declaraciones de la Vicepresidente del Gobierno del Reino de España acerca del pesquero “Alakrana”. Ha venido a decir lo habitual en estos casos, por lo que no entraré en ello, aunque sí quiero centrarme en una frase.

Se podrá estar o no de acuerdo con lo que ha dicho, pues al fin y al cabo, no deja de ser un asunto actualmente tan irrelevante en España como si es verdad o mentira, o si es cuestión de matices: como muestra, la frase que, de una manera u otra es la que genera los titulares de, por ejemplo, ABC (“De la Vega, en Argentina: «Estar aquí no significa abandonar a las familias»”) o Libertad Digital (“«No he abandonado ni un solo instante mi dedicación a las familias»”).

Sin embargo, sí hay una frase que en mi opinión va más allá de la verdad o la mentira: es pura y directamente ideología, naturalmente, ideología totalitaria, que, recordemos, no es sólo autoritaria, sino que busca introducirse en la mentalidad y pensamiento de la gente.

Esta mujer, flamante campeona del famoso “cuarto turno” judicial, por lo que se le supone el conocimiento y entendimiento de lo que es la ley, el derecho y la justicia, y cuáles son los campos de aplicación de cada uno de estos conceptos, ha dicho sobre las familias, y según transcripción de Libertad Digital: "Es absolutamente lógico y legítimo que se encuentren desconsoladas y hacemos todo lo que está en nuestras manos para acompañarlas, apoyarlas y estar con ellas en estos momentos difíciles".

La parrafada, en mi opinión, está muy bien (me refiero a que no dice nada realmente útil y comprometido), si no fuera porque, también en mi opinión, sobra una palabra, cuyo uso en este caso es lo que revela el carácter totalitario de esta persona.

La palabra es “legítimo”: ¿qué diablos tiene que ver el desconsuelo con las leyes? Efectivamente, sólo hay relación desde una perspectiva ideológica totalitaria, mediante la que se determina qué puede y qué no puede hacer una persona, qué puede y qué no puede pensar una persona, y qué puede y qué no puede sentir una persona.

Tal vez se trate de una impresión mía algo exagerada y, desde luego, tengo claro que como la presencia de la palabra “legítimo” no supone mayor coste económico, en ningún caso el Partido Popular se fijará en ella. Sin embargo, después de más de un mes de este lamentable espectáculo que nos ofrece el Gobierno del Reino de España, lo triste y “exagerado” es recordar con añoranza un tebeo.

En la aventura “Los laureles del César”, Astérix y Obélix se encuentran en Roma con un objetivo muy concreto, que no desvelaré por si alguien no es conocedor de la aventura. A pesar de recorrer Roma de arriba abajo, e incluso residir durante un tiempo en el mismo Palacio del César, no consiguen encontrarse con él, ausente de Palacio, porque… estaba haciendo su trabajo: había emprendido una campaña contra los piratas.



Un tebeo nos recuerda la Historia, y cómo resolver las cosas. Pero, claro, es que tal vez no sea esto precisamente lo que les interese, sino “su” ley.

Pues como hubiera podido decir Justiniano, sobre este caso concreto:

Dura lex,… dura facies

miércoles, 4 de noviembre de 2009

¿Y cuál es su gracia?

La pregunta con que se titula esta anotación, hace años (muchos, sí) se utilizaba como equivalente de la más directa “¿Y cuál es su nombre?”. Y es que, en su undécima acepción, gracia es “nombre de pila”. Sin embargo, según el avance de la vigésima tercera edición del diccionario de la Real Academia Española, esta acepción pasa a ser la decimotercera.

Lo que no me extraña, viendo el actual panorama español de la gracia, o humor.

Hace poco más de dos meses traje a estas páginas una viñeta (“humorística” la calificaba) de Ortifus, al hilo de la nueva temporada de radio.

Del autor de la viñeta decía: “Sinceramente, yo a este hombre le he encontrado la gracia en contadísimas ocasiones (de hecho, ahora no recuerdo ninguna, pero haberlas, haylas, supongo). Publica casi diariamente, en un periódico de Valencia (Levante) así como en el Magazine de La Vanguardia, que aquí distribuye también Levante.

Ayer se publicó una nueva viñeta, que me ratifica en lo reflejado en el párrafo anterior. Aprovecho, pues, para poner en común algunas de sus “perlas” (al menos, en mi opinión) que he ido recolectando durante este año.

Naturalmente, entre las “perlas” figuran “gracias” directamente gracias a la manipulación del hecho que le sirve de excusa: el 24 de enero, sobre las famosas declaraciones que, como casi siempre, hizo Aznar facilitando su manipulación; y el 26 de mayo, con la oportuna manipulación de las estadísticas.



En ésta, del 26 de junio, tengo dudas sobre si el tema es económico, filosófico-religioso, o directamente racista.

Y desde luego, las hay clara y beligerantemente antirreligiosas, como éstas, del 13 de julio (ilustrando una expresión filosófica, con el gorro de papel de los locos, para que no haya duda), y la de ayer, muy actual,… de tan rancio anticlericalismo.



En resumen, que si alguien quiere ver viñetas con humor y gracia, es decir, con inteligencia, que lea a don Antonio Mingote.