Mostrando entradas con la etiqueta Gyles Brandreth. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gyles Brandreth. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de septiembre de 2012

Elemental: es algo complejo

Cuando un relato se titula El problema final, y dos de los personajes principales se acercan mucho al borde de un precipio, especialmente si éste se abre sobre las Cataratas de Reichenbach, está claro que algo finaliza.

Ésta era la intención de Arthur Conan Doyle en relación con su ¿personaje? de Sherlock Holmes, aunque acabó rindiéndose ante el clamor popular, y recuperó las narraciones del famoso detective. Eso sí, la cesión tardó en llegar (1901), y además, lo hizo con una historia anterior al emocionante viaje a Suiza: El perro de los Baskerville.

La fama del binomio Conan Doyle-Holmes ha acabado mostrándose de varias maneras:

- Arthur Conan Doyle llegó a actuar como su propio detective en un caso real de una persona cuya condena en juicio no le convenció, y no paró hasta conseguir reabrir el caso y revisar, satisfactoriamente, la condena, como nos narró Julian Barnes (2005).

- En un guiño humorístico, como médico, ha sido el equivalente del doctor Watson en unas obras de Gyles Brandreth (2007) en las que Sherlock Holmes es Oscar Wilde.

- Por su parte, se ve Sherlock Holmes tuvo algún problema con el pasaporte (bueno, o de derechos de autor), de modo que actuó un par de ocasiones en Francia, aunque bajo el nombre de Herlock Sholmes, como nos narró Maurice Leblanc (1908).

- Una afición de Holmes que nos mostró Raymond Smullyan (1979) es el ajedrez, aunque jugado de una manera un tanto extraña.

- Un personaje, en principio secundario, es el ama de llaves, la señora Hudson, la cual se convierte en el ‘detective’ que principalmente resuelve el misterio de los espíritus, según nos relató Martin Davies (2004).

- Ya en España, recientemente ha sido protagonista de un par de novelas, bien directamente, en casos en que lo imposible es eliminar y descartar lo imposible, recuperados para nosotros por Rodolfo Martínez (1996); o bien, en curioso cierre del círculo, regresando a Suiza, acompañado en esta ocasión por un irregular, un tal Charles Chaplin, como se relata en un manuscrito encontrado por Rafael Marín (2005).

Por tanto, con esta vida tan ajetreada, no es de extrañar que en algún momento acabara recalando en Madrid, aunque eso será el próximo viernes día 7.

Créditos:
Cubiertas de varios de los libros mencionados.

jueves, 1 de octubre de 2009

Olvido histórico

En su momento, comenté que había iniciado la lectura de la novela Oscar Wilde y una muerte sin importancia. Hace casi tres meses de su lectura, y aún tengo pendiente una reseña al respecto.

No obstante, ello no me ha impedido hacer uso de diversas escenas de la novela, y hoy sigo con ello.

En la página 95, podemos leer el siguiente inicio de un párrafo:

Su padre, nacido el año de la batalla de Trafalgar,…

Y ya está.

Podría decirse que esas referencias no sólo históricas, sino profundamente inculcadas en el conocimiento popular, eran las propias del momento en que se desarrolla la novela (es decir, a finales del XIX, con la Reina Victoria). Me permito dudarlo, porque no sé hasta qué punto esa cultura popular puede estar documentada suficientemente para su uso por un escritor un siglo después. Más bien creo que esas referencias son propias del escritor, quien además, “sabe” que no desentonaban en esa época victoriana.

Y seamos sinceros, con el inri de que Trafalgar es un cabo de la costa española, no inglesa, cerca de Cádiz, y no de Dover, por ejemplo; de memoria, sin consultarlo, ¿cuál fue el año de la batalla de Trafalgar?

Todos a la vez, no, por favor.

Lo que me trae a la memoria que este mes de octubre se cumplen, al menos, dos grandes sucesos históricos.

Aunque no se recuerden.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Scripta manent

Hace cerca de treinta años consiguió un gran éxito (que todavía perdura, al ser recordada) la canción de Adriano Celentano, Parole, parole, cantada por Mina.

El efecto subliminal de la canción, en el vídeo enlazado, es tal que está lleno de palabras (que se trate de los créditos finales del programa de televisión de la RAI es mera anécdota).

El juego que dan las palabras es evidente, no hay más que leer. Pero sin entrar en el contenido, mensaje o significado, se pueden establecer otros juegos, esta vez, ya en el ámbito textual o de las “palabras”: un caso, puede ser la longitud del texto en cuestión.

En La importancia de las cosas, novela ya conocida aquí, Mario Menkell, el protagonista, profesor de escritura creativa, empieza así un día su clase en la universidad:

– Buenos días. Como les dije ayer, esta semana vamos a trabajar el microrrelato. Ya hemos hablado de Augusto Monterroso, y supongo que todos han leído el cuento del dinosaurio… a no ser, claro, que no hayan tenido tiempo de hacerlo.” (pág. 256)

Por otro lado, podemos encontrar relatos condicionados a una longitud determinada, pero no como límite sino más bien como referencia a una cierta extensión y desarrollo. En la también referida por aquí Oscar Wilde y una muerte sin importancia, se puede leer:

Oscar rasgó el tercer sobre.
– No –dijo, leyendo por encima el contenido del cable– Éste es de Stoddart, mi editor norteamericano. Quiere que le escriba cien mil palabras… ¡para noviembre! Qué absurdo. No existen cien mil palabras hermosas en la lengua inglesa.
” (pág. 109)

Otro juego, en cambio, es usar la longitud del relato precisamente como un límite matemático. Sobre este juego publicó hace poco S. Cid una anotación en su diario, contando su experiencia en relatos de intriga bajo esta premisa:

La cuestión es que me lo he pasado bomba haciendo de…, digamos, Hércules Poirot, que todavía no estoy dispuesta a ser Miss Marple… Claro que puestos a elegir entre la edad de ésta y el bigotito de aquél… Dejémoslo en sabuesa. Decía que me he divertido mucho sabueseando hasta que lograba cuadrar todos los detalles, ¡y eso en mil palabras! Tarea ardua, pero muy, muy entretenida.

El relato de Monterroso no sé qué título tiene; el de Oscar Wilde acabó siendo El retrato de Dorian Gray; el de S.Cid, Destino inexorable. La intriga reside en cuándo podremos leerlo.

martes, 1 de septiembre de 2009

¿A qué santo nos quedamos?

Estamos a primero de mes, a uno de septiembre, para ser más exactos o, según la señora lo entiende, el día de… –en este punto Oscar se volvió hacia la señora, que de inmediato masculló las palabras «san Gil» antes de volver a ejecutar una reverencia–, su primer día en su nuevo trabajo, de ahí el sombrero, su mejor sombrero.

Estas palabras las podemos leer en la página 33 de Oscar Wilde y una muerte sin importancia, novela a la que ya he hecho referencia, y de la que tengo pendiente algo más que referencias al vuelo.

En esta ocasión el motivo de la referencia no es el acierto en el día, sino en el santo. Hay festividades grandemente conocidas, otras bastantes conocidas, y siempre hay otras totalmente desconocidas. El caso de San Gil se encuentra en un punto intermedio entre el conocimiento (más bien histórico) y el desconocimiento (más bien en la actualidad).

Por eso me llamó la atención que anoche Juan Pablo Colmenarejo se despidiera mencionando para este día no sé qué festividad, en vez de la más conocida, al menos para mí, para Oscar Wilde y para la buena señora de la novela, de San Gil.

Y claro, cuando no sabes a qué santo quedarte, lo que se te queda es una cara de g…

viernes, 10 de julio de 2009

La elegancia de un gentleman

Estoy leyendo ahora la novela Oscar Wilde y una muerte sin importancia, de Gyles Brandreth, según la traducción de Alejandro Palomas publicada por Ediciones Plata.

La novela cuenta como protagonista, sí, a Oscar Wilde, y también a Arthur Conan Doyle, a quien ya conocemos en estas páginas. La originalidad de la novela estriba en presentar a Wilde como un portento en la deducción… frente a Conan Doyle. Si a eso, añadimos los propios toques de la personal personalidad de Wilde, la novela promete.

El autor “entre 1992 y 1997 fue Miembro del Parlamento británico” según se nos informa en la solapa de la cubierta.

Tal vez eso le haya ayudado para este breve diálogo que encontramos en la página 31:
Conan Doyle preguntó:
– ¿Cowley Street… es una calle respetable?
– No lo sé –respondió Oscar con una sonrisa–. Está muy cerca del Parlamento


Como dicen en las películas, cualquier relación entre esta anotación y la anterior, es pura coincidencia.

Ya, pero eso quiere decir que hay relación, ¿no?

– No lo sé –respondió Oscar con una sonrisa.