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domingo, 18 de enero de 2015

¿Habrá una nueva alameda?

In the year of our Lord, 1836, Texas, which has known many flags, was then under the colours of Mexico.
Though its inhabitants were made up of settlers from far countries and all parts of the United States, they were Mexican citizens all.

Esto se lee en el cartel con que se inicia la película El Álamo. Un segundo cartel tras éste finaliza con la siguiente disyuntiva «soportar la opresión o rebelarse», y es este enfoque el que el Coronel Travis plantea a David Crocket, para conseguir su ayuda y la de sus hombres, argumentando “las muchas injusticias y penalidades que se ve obligado a sufrir el pueblo, sometido al tiránico gobierno de ese General Santa Anna.

La conversación, en la película, alcanza este punto:
“Crockett - ¿Pensaba usted decir a mis voluntarios que un grupo de hombres, muy honorables todos ellos, había ideado un plan para mitigar los sufrimientos de este pueblo, o iba a explicarles que Stephen Austin, Houston y otros, y también usted, Travis, pretendían proclamar la independencia, es decir, la república de Texas? ¿Es eso lo que iba a exponerles?
Travis - No creía que eso fuera ya del dominio público.


No es objeto de esta anotación hablar de la independencia de Tejas, sino de una circunstancia en su génesis muy actual, y que es justo la que refleja el cartel con el que se inicia la película.

Y es la existencia en aquella provincia mejicana de numerosos grupos de población que, aunque mejicanos oficialmente, no eran nacidos allí, y tampoco querían identificarse como tales (de hecho, llevaban, el que más, escasos veinte años).

Así, identificados por Travis como el ‘pueblo’, reclamaron su derecho a la libertad. Lo que estaba muy bien salvo por el hecho de que cuando ganó Houston no se preocupó lo más mínimo por la libertad del también ‘pueblo’ mejicano, por ejemplo, del Yucatán, porque, como bien señalaba Crockett, lo que en realidad buscaban era la independencia.

Y la consiguieron, para, al poco, unirse a los Estados Unidos, de donde muchos procedían.

Luego, por esto, ya vino la guerra entre Estados Unidos y Méjico, la derrota mejicana y con ella toda la anexión estadounidense del famoso lejano oeste. Y una parte importante en toda la posterior mitología es la batalla de El Álamo.

Y lo que no se menciona en esa mitología, y se ha olvidado en general, es que todo empezó por un problema con inmigrantes no integrados.

Créditos:
Texto del cartel, transcripción de diálogo, y fotograma del momento en que las tropas meicanas piden la rendición de los rebeldes antes de la batalla, tomados de la película El Álamo, producida y dirigida por John Wayne en 1960, de la hemeroteca del autor.

sábado, 26 de mayo de 2012

Feo, fuerte y formal


Hace cinco años se conmemoró el primer centenario del nacimiento de Marion Robert/Mitchell Morrison, o sea, El Duque.

sábado, 17 de marzo de 2012

viernes, 29 de octubre de 2010

No solo la zona, sino también la Historia se queda árida


Los apaches aullaban como perros enjaulados.




Cae rendido el caballo, pero el apache salta como una serpiente para que su pierna no quede atrapada en la caída de la cabalgadura. Salta, se yergue y continúa corriendo como si para otra cosa distinta no hubiera nacido.
Corre, pero, ¿hacia dónde corre?
Corre, no lo dudes jamás, siempre hacia ti. Te matará si puede, violará a tus mujeres y robará tu ganado. Prenderá fuego a tu casa y pisoteará tu sembrado incluso cuando sepa que nadie quedará atrás para servirse de él. El apache destruye porque de la destrucción se alimenta. Bestia infernal.


- ¡Mis hijas! (…) ¡Esos diablos se las han llevado!
No era la primera vez que hacían una cosa así y no sería la última. (…) Los apaches se las habían llevado. Otra de sus incomprensibles costumbres tras la batalla: llevarse con ellos parte del enemigo. La parte más débil y jugosa del enemigo. La más difícil de defender y la más dócil a la hora de empujarla hacia las montañas: las niñas. (…) Los apaches tomaban una, dos, tres niñas, las que pudieran, y se las llevaban consigo. ¿Qué sucedía después con ellas? Lo que nadie querría nunca sufrir en sus propias carnes. El castigo más horrible que sólo hombres que, como los apaches, carecían de alma, podían infligir sin que les temblara el pulso. Esclavas. Convertían a las niñas en esclavas. En sirvientas para todo lo propio y necesario en un hombre. Para todo.


- ¡Conmigo! (…) ¡Nos vamos tras los salvajes! (…) ¡Cada uno sobre un caballo! (…) Los indios se han llevado a las niñas de un colono. Y vamos a traerlas de regreso.
¿Qué era lo lógico? Que los apaches corrieran a ocultarse en las montañas. ¿Qué sucedería si lo lograban antes de que les dieran alcance? Que a las niñas (…) no las volverían a ver jamás.
De modo que espolearon los caballos.


- Lo haremos como sea. (…)
Como sea y, sobre todo, rápido. Si tenían alguna oportunidad de salir con éxito de aquella, era actuando rápido y por sorpresa. Echándose encima de los apaches, penetrando en su columna, rogando a Dios que hallaran pronto a las niñas y recuperándolas sin dilación.

La suerte les había acompañado.
- ¡Las niñas! (…) ¡Cogedlas y larguémonos de aquí!
Antes de que fuera tarde. Porque puedes ser un tipo con suerte y puedes penetrar en una horda apache sin que nada te suceda. (…) Tú vas a galope tendido y confías en que la sorpresa los mantenga a raya durante un par de minutos. Confías en que Dios se apiade de ti y de tu causa justa y te permita enviar al infierno al hijo de la gran puta que pretendía convertir en esclavas a aquellas dos pobres niñas. Un trofeo de batalla. Un regalo, quizás, para alguien verdaderamente importante en la tribu. Quién sabe. Pero tú descabalgas y le hundes el filo de tu sable en el estómago. Adiós a todos tus planes, maldito salvaje.
Pero hasta aquí. Hasta aquí llega la suerte de los osados. A partir de ahora, hay que salir al galope porque ya no te queda ni una sola oportunidad más. Ni una sola.
(…) Cada uno asió con fuerza a una de las niñas y ya no las soltaron más.
- ¡Vamos! – gritó (…) volviendo a montar su caballo - ¡Vamos!
Un instante después volvían a cabalagar entre los apaches, pero esta vez rumbo a casa.


Estas descripciones se corresponden con infinidad de narraciones que conocemos, como muchas otras cosas, por las películas. En este caso, películas del oeste, de indios y vaqueros, o western, todo un género. Los protagonistas, como en el caso de Centauros del desierto, se llaman Ethan Edwards, Martin Pawley, Laurie Jorgensen, Mose Harper o Capitán Reverendo Samuel Johnson Clayton, luchan contra los comanches, empezando todo en Tejas en 1868. La película estaba basada en la novela The Searchers (título original de la película), de Alan Le May.

Sin embargo, lo que por aquí está totalmente olvidado es que un siglo antes, en la frontera norte de Nueva España (ahora en Arizona), la lucha era contra los apaches, y los protagonistas, en este caso, también un relato, se llaman Sargento Sosa, Juan de Dios Marrujo o Capellán Fray Gabriel.

Y es que cuando se decide olvidar la Historia, hay que recurrir a la literatura.

Créditos:
Textos tomados del capítulo 1 1 de mayo de 1782, de la obra Resiste Tucson, de Alber Vázquez, publicado por Inédita Editores en julio de 2010.
Fotogramas de la película Centauros del desierto.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Cosecha del 39. I: Viajeros con destino al buen cine

Hace ya tiempo publiqué una anotación con la que buscaba anunciar una serie en la que hablaría de algunas películas que se estrenaron en el mítico año de 1939. En particular, a varias de ellas, según propias declaraciones, José Luis Garci votó como mejores películas para la convocatoria 2009 de los premios de la Academia (vamos, los recientes Oscar).

Empezamos por la primera que fue estrenada de las que voy a comentar. Un 15 de febrero (de 1939, claro), se estrenaba Stagecoach, aquí conocida como La diligencia.

No voy a comentar nada de los aspectos cinematográficos, ni, por supuesto, del argumento (basado en una obra de Ernest Haycox), por si acaso hay alguien que lea estas líneas y no conozca la película (salvo un detalle, sí, casi al final de la película, pero ya llegará).

La película es de esas que llaman “coral”, es decir, con muchos personajes cuya presencia es significativa en el desarrollo de la trama, y no meramente presencial. Por supuesto hay protagonistas, dos en concreto, chico y chica, pero también formando parte de ese coro.

La película comienza en un puesto de la Caballería, como no podía ser menos, donde tenemos noticia de un par de hechos que marcan la trama de la obra. En seguida, se nos presenta el gran protagonista de la película: el espacio vital cerrado que es la diligencia.

A un pequeño pueblo en Arizona, Bryfork, llega la diligencia de la Overland Stage Lines. Viene con tres pasajeros, de los cuáles dos prosiguen viaje, a los que se añaden poco a poco varios pasajeros más, cada uno impulsado a viajar por unas razones o sinrazones. La presentación de Buck, mayoral o conductor de la diligencia, es inmediata, y la de los pasajeros se realiza sucesivamente con unas breves pinceladas sumamente eficaces, tanto visuales como en los diálogos.

Mrs. Mallory: ¿Quién es ese caballero?
Amiga: No es un caballero
Esposo de la amiga: Claro que no. Es un jugador profesional




Gatewood (Banquero), a los que le traen la nómina: Lo que es bueno para los bancos es bueno para el país





Josiah Boone, M.D. (Doc) a Dallas, mientras son expulsados del pueblo: Debes mostrarte ufana de ser escoria como yo





Hatfield (Caballero de la Confederación): Tú no lo entenderías, vaquero. Nunca has visto un ángel, ni una noble dama,… ni una gran señora.




Sheriff Curley, al Teniente de Caballería: La diligencia irá a Lordsburg. Si considera que es peligroso acompañarnos, supongo que podremos llegar hasta allí sin sus soldados



Doc Boone a Mr. Peacock (viajante de whisky, de Kansas City, Kansas), cuando les informan de la presencia de apaches: Es usted un hombre, reverendo. Por cien millones de diablos, demuéstrelo. (mientras custodia el maletín con las muestras del viajante)

Gatewood, al incorporarse a la diligencia ya en marcha: Recibí un telegrama y tuve que hacer la maleta.





Henry Ringo Kid, al ser recogido por la diligencia: No, se me murió el caballo. Bien, creo que tienen ustedes otro pasajero. (…) Tal vez me necesiten a mí y a este rifle. Anoche ví arder la cabaña de un rancho.

La dinámica de la película es tal que, en 19 minutos, todos los personajes han sido presentados.



Más tarde, en la parada de postas de Dry Fork.

Curley, cuando se enteran de que no van a disponer de escolta en el resto del viaje: Le diré cómo arreglarlo: echándolo a votos.





Curley: Bueno, ¿quiere usted volver o no?
Doc Boone: ¡No! Lo que quiero es otro trago.






Ringo a Dallas, ofreciéndole asiento para la comida: Siéntese, señorita









Tras otros 15 minutos, ya se encuentran solos, en ese cerrado espacio desplazándose en las ilimitadas llanuras de Arizona que es la diligencia, cara a cara con lo que resulte.




En la siguiente parada de la diligencia (Apache Wells), a la que llegan tras siete horas de viaje que en la película son sólo diez minutos, Mrs. Mallory da a luz a una niña con la ayuda de Dallas y… Doc Boone (“¡Café! ¡Denme Café! ¡Mucho café! ¡Cargado!”, “Tiene que tomar lo menos cuatro tazas. Hasta que se le salga por las orejas”). Y esa misma noche:
Ringo: Puede que me esté haciendo ilusiones, pero… (…) En fin, tengo un rancho al otro lado de la frontera, es un lugar bonito, bonito de verdad, con árboles, hierba, agua… y una casa a medio construir. Yo podría vivir allí, con una mujer… ¿Quiere usted ir?
Dallas: (…) ¿Qué sabe usted de mí?
Ringo: Sé todo lo que quiero saber. ¿Irá usted?

Y a la mañana siguiente:
Ringo: Mire esos cerros.
Curley: Apaches.
Ringo: Humo de guerra.



Tras conseguir pasar El Vado, atacado por los apaches, y contentos de estar ya cerca de Lordsburg:
Buck: Tendré que cobrar a la niña de la señora Mallory medio billete.

Peacock: Dentro de todo, el viaje ha sido sumamente interesante y provechoso.

Justo a continuación es cuando se produce, ¡por fin!, el ataque de los apaches,…



que se resuelve por el procedimiento clásico.
Mrs. Mallory: ¿Han oído? ¿Han oído? ¡Es la trompeta!

Luego ya llega el tramo final de La diligencia, que dejo como deber de ver.

Resulta curiosa la presencia de los clásicos en obras de John Ford que, en principio, no darían ocasión a ello. Si en Pasión de los fuertes, Doc Holliday es capaz de tomar el relevo del actor que representa Hamlet, aquí, otro médico es quien cita a Homero cuando es despedido de la pensión.

Entre otros aspectos que no creo que figuren en las sesudas críticas de la película se encuentran:
- el pronóstico meteorológico sobre una buena helada que hace el mayoral
- el nombre del hotel que esté enfrente de la parada de la diligencia
- cómo quitan el polvo (sí, el polvo) justo cuando vuelve a subir Mrs. Mallory, ¡a los radios de una rueda de la diligencia!
- cómo se recuerda que las señoras viajan en el sentido de la marcha
- cómo el mayoral se conoce el nombre de cada una de los caballos o yeguas del tiro (son seis y se los cambian en cada parada)
- cómo los emigrantes mejicanos se traen a sus parientes (“el abuelo”) sin aparentes problemas
- la habitual discusión sobre la Guerra de Secesión (contra los rebeldes / contra la Confederación)
- por qué motivos, dos de los pasajeros se guardan balas a pesar de quedarse sin munición durante el ataque de los apaches
- la mano que tiene Luke Plummer cuando le informan de la llegada de Ringo a Lordsburg es una doble pareja de ases y ochos, y es objeto de un encuadre específico para ella. Si algún aficionado al póker sabe si ésta es la famosa “mano del muerto”, puede comentarlo; si no se trata de esto, no sé el motivo del encuadre.
- qué es lo primero que se pone a resguardo en el bar ante la pelea que se avecina.
- cómo, siendo uno de los pasajeros viajante de whisky, uno de los anuncios que hay en el bar de Lordsburg es de Old Tom Gin, otro de un ron.
- no sé en qué año sucede la acción, pero hay una Convención Republicana en Chicago, que no merece los honores de portada en el periódico de Lordsburg.
- por qué se quita la estrella el Sherif

Por otro lado, lo triste es que quien se queje de los impuestos y de la deuda nacional, por ejemplo, tenga que ser el banquero. Pero bueno, la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su… banquero.

Un comentario al margen: en la edición de que dispongo, se dice, a poco de llegar a Lordsburg: “¿No se le ocurrió pensar que arreglarían el telégrafo?”, mientras que en los subtítulos figura “¿No se le ocurrió pensar que alegrarían el telégrafo?”, lo que no sé si es más apropiado (recordemos que los indios llamaban al telégrafo “el hilo que canta”)

La película fue propuesta para premio en siete categorías, consiguiéndolo en dos de ellas. Una, la banda sonora, basada en canciones populares americanas, adaptadas por Richard Hageman, Franke Harling, Louis Gruenberg, John Leipold y Leo Shuken, siendo el sonido responsabilidad de Frank Maher; la otra, el actor secundario, Thomas Mitchell, por su trabajo como Josiah Boone, Doctor en Medicina.

Las cinco categorías restantes fueron: película, director (John Ford), fotografía en blanco y negro (Bert Glennon), decoración (Alexander Toluboff) y montaje (Otho Lovering y Dorothy Spencer).

Otra cosa curiosa en torno a la película es que Thomas Mitchell no es tan conocido por este papel, premiado, como por el realizado, sin premio, en otra película, también, de 1939.

Pero esto será ya otra anotación.






Créditos:

Carátula de la edición en DVD como número 2 de la colección de kiosco “Clásicos del Oeste

Cartel de la película y fotogramas de la misma, de dicha edición