viernes, 29 de octubre de 2010

No solo la zona, sino también la Historia se queda árida


Los apaches aullaban como perros enjaulados.




Cae rendido el caballo, pero el apache salta como una serpiente para que su pierna no quede atrapada en la caída de la cabalgadura. Salta, se yergue y continúa corriendo como si para otra cosa distinta no hubiera nacido.
Corre, pero, ¿hacia dónde corre?
Corre, no lo dudes jamás, siempre hacia ti. Te matará si puede, violará a tus mujeres y robará tu ganado. Prenderá fuego a tu casa y pisoteará tu sembrado incluso cuando sepa que nadie quedará atrás para servirse de él. El apache destruye porque de la destrucción se alimenta. Bestia infernal.


- ¡Mis hijas! (…) ¡Esos diablos se las han llevado!
No era la primera vez que hacían una cosa así y no sería la última. (…) Los apaches se las habían llevado. Otra de sus incomprensibles costumbres tras la batalla: llevarse con ellos parte del enemigo. La parte más débil y jugosa del enemigo. La más difícil de defender y la más dócil a la hora de empujarla hacia las montañas: las niñas. (…) Los apaches tomaban una, dos, tres niñas, las que pudieran, y se las llevaban consigo. ¿Qué sucedía después con ellas? Lo que nadie querría nunca sufrir en sus propias carnes. El castigo más horrible que sólo hombres que, como los apaches, carecían de alma, podían infligir sin que les temblara el pulso. Esclavas. Convertían a las niñas en esclavas. En sirvientas para todo lo propio y necesario en un hombre. Para todo.


- ¡Conmigo! (…) ¡Nos vamos tras los salvajes! (…) ¡Cada uno sobre un caballo! (…) Los indios se han llevado a las niñas de un colono. Y vamos a traerlas de regreso.
¿Qué era lo lógico? Que los apaches corrieran a ocultarse en las montañas. ¿Qué sucedería si lo lograban antes de que les dieran alcance? Que a las niñas (…) no las volverían a ver jamás.
De modo que espolearon los caballos.


- Lo haremos como sea. (…)
Como sea y, sobre todo, rápido. Si tenían alguna oportunidad de salir con éxito de aquella, era actuando rápido y por sorpresa. Echándose encima de los apaches, penetrando en su columna, rogando a Dios que hallaran pronto a las niñas y recuperándolas sin dilación.

La suerte les había acompañado.
- ¡Las niñas! (…) ¡Cogedlas y larguémonos de aquí!
Antes de que fuera tarde. Porque puedes ser un tipo con suerte y puedes penetrar en una horda apache sin que nada te suceda. (…) Tú vas a galope tendido y confías en que la sorpresa los mantenga a raya durante un par de minutos. Confías en que Dios se apiade de ti y de tu causa justa y te permita enviar al infierno al hijo de la gran puta que pretendía convertir en esclavas a aquellas dos pobres niñas. Un trofeo de batalla. Un regalo, quizás, para alguien verdaderamente importante en la tribu. Quién sabe. Pero tú descabalgas y le hundes el filo de tu sable en el estómago. Adiós a todos tus planes, maldito salvaje.
Pero hasta aquí. Hasta aquí llega la suerte de los osados. A partir de ahora, hay que salir al galope porque ya no te queda ni una sola oportunidad más. Ni una sola.
(…) Cada uno asió con fuerza a una de las niñas y ya no las soltaron más.
- ¡Vamos! – gritó (…) volviendo a montar su caballo - ¡Vamos!
Un instante después volvían a cabalagar entre los apaches, pero esta vez rumbo a casa.


Estas descripciones se corresponden con infinidad de narraciones que conocemos, como muchas otras cosas, por las películas. En este caso, películas del oeste, de indios y vaqueros, o western, todo un género. Los protagonistas, como en el caso de Centauros del desierto, se llaman Ethan Edwards, Martin Pawley, Laurie Jorgensen, Mose Harper o Capitán Reverendo Samuel Johnson Clayton, luchan contra los comanches, empezando todo en Tejas en 1868. La película estaba basada en la novela The Searchers (título original de la película), de Alan Le May.

Sin embargo, lo que por aquí está totalmente olvidado es que un siglo antes, en la frontera norte de Nueva España (ahora en Arizona), la lucha era contra los apaches, y los protagonistas, en este caso, también un relato, se llaman Sargento Sosa, Juan de Dios Marrujo o Capellán Fray Gabriel.

Y es que cuando se decide olvidar la Historia, hay que recurrir a la literatura.

Créditos:
Textos tomados del capítulo 1 1 de mayo de 1782, de la obra Resiste Tucson, de Alber Vázquez, publicado por Inédita Editores en julio de 2010.
Fotogramas de la película Centauros del desierto.

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