“Los apaches aullaban como perros enjaulados.”
Corre, pero, ¿hacia dónde corre?
No era la primera vez que hacían una cosa así y no sería la última. (…) Los apaches se las habían llevado. Otra de sus incomprensibles costumbres tras la batalla: llevarse con ellos parte del enemigo. La parte más débil y jugosa del enemigo. La más difícil de defender y la más dócil a la hora de empujarla hacia las montañas: las niñas. (…) Los apaches tomaban una, dos, tres niñas, las que pudieran, y se las llevaban consigo.
“¿Qué era lo lógico? Que los apaches corrieran a ocultarse en las montañas. ¿Qué sucedería si lo lograban antes de que les dieran alcance? Que a las niñas (…) no las volverían a ver jamás.
De modo que espolearon los caballos.”
Como sea y, sobre todo, rápido. Si tenían alguna oportunidad de salir con éxito de aquella, era actuando rápido y por sorpresa. Echándose encima de los apaches, penetrando en su columna, rogando a Dios que hallaran pronto a las niñas y recuperándolas sin dilación.”
“La suerte les había acompañado.
- ¡Las niñas! (…) ¡Cogedlas y larguémonos de aquí!
Antes de que fuera tarde. Porque puedes ser un tipo con suerte y puedes penetrar en una horda apache sin que nada te suceda. (…) Tú vas a galope tendido y confías en que la sorpresa los mantenga a raya durante un par de minutos. Confías en que Dios se apiade de ti y de tu causa justa y te permita enviar al infierno al hijo de la gran puta que pretendía convertir en esclavas a aquellas dos pobres niñas. Un trofeo de batalla. Un regalo, quizás, para alguien verdaderamente importante en la tribu. Quién sabe. Pero tú descabalgas y le hundes el filo de tu sable en el estómago. Adiós a todos tus planes, maldito salvaje.
Pero hasta aquí. Hasta aquí llega la suerte de los osados. A partir de ahora, hay que salir al galope porque ya no te queda ni una sola oportunidad más. Ni una sola.
- ¡Vamos! – gritó (…) volviendo a montar su caballo - ¡Vamos!
Un instante después volvían a cabalagar entre los apaches, pero esta vez rumbo a casa.”
Estas descripciones se corresponden con infinidad de narraciones que conocemos, como muchas otras cosas, por las películas. En este caso, películas del oeste, de indios y vaqueros, o western, todo un género. Los protagonistas, como en el caso de Centauros del desierto, se llaman Ethan Edwards, Martin Pawley, Laurie Jorgensen, Mose Harper o Capitán Reverendo Samuel Johnson Clayton, luchan contra los comanches, empezando todo en Tejas en 1868. La película estaba basada en la novela The Searchers (título original de la película), de Alan Le May.
Sin embargo, lo que por aquí está totalmente olvidado es que un siglo antes, en la frontera norte de Nueva España (ahora en Arizona), la lucha era contra los apaches, y los protagonistas, en este caso, también un relato, se llaman Sargento Sosa, Juan de Dios Marrujo o Capellán Fray Gabriel.
Y es que cuando se decide olvidar la Historia, hay que recurrir a la literatura.
Créditos:
Textos tomados del capítulo 1 1 de mayo de 1782, de la obra Resiste Tucson, de Alber Vázquez, publicado por Inédita Editores en julio de 2010.
Fotogramas de la película Centauros del desierto.
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