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«Anda, despierta. Y asómate a ver el río. Mira qué riada más grande viene…»
La mañana del 14 de octubre, para miles de valencianos, fue la del estupor, la de preguntarse qué le había pasado a su ciudad. Cuando los mandaron a casa, ningún chaval se atrevió a pensar que aquello iba a suponer casi dos meses de vacaciones. (…)
En su deambular por la ciudad, [el reportero de Radio Valencia Alejandro] García Planas enfila finalmente la calle de Navellos y se enfrenta al río:
«El espectáculo del río, señores, es realmente impresionante y merecería las cámaras fotográficas o la presencia de un documental cinematográfico. ¡El río de Valencia va completamente de punta a punta! Las aguas impresionan al paso tumultuoso por su cauce y el público se agolpa, se arracima en torno a los macizos que circundan el río Turia.» (…)
Hacia la una de la tarde, en Gobierno Civil y en el Ayuntamiento, no había duda alguna: la nueva inundación, mayor que la primera, llamaba a la puerta. A partir de mediodía la confirmaron todos los puntos de referencia situados en el cauce del río, desde Pedralba a Vilamarxant. En este último pueblo, poco antes de la una de la tarde, el río iba mucho más alto que en la noche anterior. Los técnicos, semanas después, hicieron las cuentas minuciosas: el caudal era de 3.500 metros cúbicos por segundo, casi mil metros cúbicos más que en la noche del domingo al lunes. La ola de la inundación tardó unas dos horas en recorrer esos treinta kilómetros finales hacia el mar.
Desde primera hora, García Planas no las tenía todas consigo. De vez en cuando miraba al cielo y le dejaba a los oyentes, por lo que pudiera pasar, una frase meteorológica inquietante:
«Desde luego la impresión que da hoy Valencia, señoras y señores oyentes, es penosa. Para contribuir todavía más a esta circunstancia de tristeza, en estos momentos, a mediodía, el sol está completamente entoldado y en el ambiente hay oscuros nubarrones que hacen presagiar y temer por una nueva tormenta, por un nuevo diluvio que viniera a agravar más el panorama que está viviendo nuestra ciudad en el día de hoy.
El vehículo del informador iba por donde podía. Pero entró en lugares donde todavía no había llegado nadie a preguntar por el dolor de unas familias que tampoco sabían que minutos después todo iba a ser aún peor. (…)
En la calle del Beato Nicolás Factor [errata por, posiblemente, Beato Gaspar Bono], conocida por todos los vecinos como la calle de los Gitanos, se habían dado cita muchos estudiantes sin clase. Trataban de acercarse pasito a pasito hasta la fiera del río, que se vislumbraba al final de las casas de los Jesuitas y la tapia del Botánico. Lo que más les tentaba era ver una trapa del alcantarillado abierta, que daba muy mala espina. Y fue por ella por donde todos tuvieron la sensación de un imediato peligro: sobre la una de la tarde empezó a manar agua marrón por el agujero y los muchachos desaparecieron como por encanto.
(…) Comenzó a tronar sobre la ciudad, el cielo presagiaba nuevas lluvias. (…)
«En nuestra casa, nosotras lo medimos, la altura fue de ochenta centímeros dentro del Salón de Reparto. Pero era tremendo ver con qué fuerza el agua batió las puertas.»
La hermana María del Carmen Faulí Gramontell tenía 27 años y era una de las quince monjas carmelitas que trabajaban en la Gran Asociación de Beneficencia de Nuestra Señora de los Desamparados; una casa con fachada a Blanquerías y entrada por Padre Huérfanos, número 9 (…) Las monjas empezaban a limpiar la casa (…) La hermana María del Carmen Faulí, hoy en día, dice que las hermanas jóvenes se asomaron a la calle movidas por una natural curiosidad:
Era, decía, la segunda inundación. En el Salón de Reparto de la calle de Blanquerías, el agua alcanzó esta vez 1,90 metros de altura.
«Subimos al primer piso. Decíamos que si el agua seguía subiendo ya no nos quedaba más recurso que el gallinero. Entonces es cuando comenzó a diluviar. Dios mío: ¡No se veía nada!»
(…) A las dos y veinticinco de la tarde el periodista [García Planas] menciona en su grabación que el agua ha llegado a la esquina de la calle de Taquígrafo Martí. Y describe los remolinos que se forman en la avenida [de José Antonio], al llegar desde allí el caudal que recibe de Conde Altea y de la Gran Vía de Marqués del Turia. Todo el ensanche estaba ya inundado. Y el ambiente presagia que las cosas van a ponerse peor.
(…) Poco después comenzaba a diluviar sobre la ciudad como pocas veces se había visto. Cincuenta, ochenta, más de cien litros por metro cuadrado en apenas media hora. En la calle Turia no se podía ver una fachada desde la contraria: el agua avanzó y avanzó (…) El vecino río Turia, que da nombre a la calle, alcanzaba su máximo nivel de crecida y apuntillaba a la ciudad entera.
Llovió hasta que se cansó. Llovió con furia, espesamente. Y a las tres, a las tres y media de la tarde, el río se ensanchó tanto cuanto le fue dado, para acabar de castigar a la ciudad. La mayor parte de los muertos los había causado en la primera avenida. Pero en esta segunda hizo el daño mayor, tanto por la fuerza inaudita de las aguas como por la altura que alcanzó, metro y medio superior a la de la noche.
Ahora cedieron los cimientos, castigados ya durante muchas horas. En esta ocasión cayeron casas, cayeron puentes. El río amplió sus marcas y se abrió paso por una rambla que según los estudiosos más antiguos había usado veinte siglos atrás. El Carmen, la plaza de Sant Jaume, la Bolsería, el Mercado y la calle de las Barcas. Es, oscuramente, el curso secundario que terminaba de abrazar la isla donde se asentaron los fundadores romanos. (…)
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(…) Todos los valencianos aprendieron aquel día que los puentes que resistieron sin inmutarse las dos grandes avenidas del Turia fueron los cinco clásicos: San José, Serranos, Trinidad, del Real y del Mar. Apenas algún sillar de sus barandas se conmovió.
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La pasarela de Campanar, que comunicaba con el caserío del Patronato, desapareció ya durante la primera avenida como ocurrió con la pasarela llamada Puente de Madera, cuya falta asombraba a García Planas por la mañana. (…)
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(…)
A media tarde del lunes, el agua, en cientos de sótanos, había atrapado bienes y esperanzas. Hotel Metropol, Hotel Royal, Banco Hispano, Banco Central, Banco de Valencia. Las cajas fuertes más poderosas y herméticas eras violadas por el agua y el barro. Y los billetes de banco flotaban. (…)
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(…) María Pomer y su hija, de 17 años, pasaron la primera noche de la inundación en el tejado del vestuario de la Ciudad de los Muchachos, en Nazaret. (…) Por la mañana, cuando el nivel menguó, María y su hija se atrevieron a pasar al tejado de un horno de la misma barriada. Desde allí, horrorizadas, pudieron ver, durante la segunda inundación, el derrumbamiento de la construcción que por la noche les había salvado. (…)
La familia de Francisco Estors vivía en el número 1 de la calle Mayor de Nazaret, en una casa que mandó construir el padre. (…)
(…) Juan Castaño evoca ahora las primeras horas de la tarde del día 14, cuando la segunda riada llegó a su barrio.
«Allí estábamos, viendo desde el balcón el diluvio universal y la inundación. Era terrible. Caían casas a la vista de todos y sentías el peligro. Los troncos, grandes troncos de la Guinea almacenados en el solar donde ahora está el edificio Katanga, junto al puente, flotaban por las calles a la deriva, impulsados por la corriente. E igual golpeaban una puerta que una pared. Destrozaron algunas casas de poca consistencia.»
(…) Familias enteras tuvieron que salvar cuatro metros de hueco para pasar de una a otra casa y ponerse en lugar menos inseguro. Con cuerdas y un cañizo se tendió un atrevidísimo puente de casa a casa, para salvar el vacío. La vivienda donde se habían refugiado primero y que querían abandonar por su escasa seguridad, era la del alcalde pedáneo. Y se cayó pocos minutos después de ser abandonada por los que huían.
(…) Al atardecer del lunes 14 de octubre comenzó al recuento y el auxilio. El palacio arzobispal abrió sus puertas. Allí, y en el claustro del viejo seminario, pasaron la primera noche docenas de valencianos que habían visto desaparecer su casa bajo las aguas en el Carmen o en la Volta del Rosinyol. Los párrocos, en la medida en que la iglesia o su casa habían quedado en seco, daban también albergue a familias de damnificados. (…)
También el Ejército abrió sus puertas a los que lo habían perdido todo. Los cuarteles de la ciudad habían sido a su vez invadidos por el agua; pero la base aérea de Manises y los cuarteles de Paterna dieron cobijo. (…)
Créditos:
Textos y mapa del alcance de las inundaciones, tomados de Hasta aquí llegó la riada, de Francisco Pérez Puche con fotografías de Francisco Pérez Aparisi, editado en 1997, con motivo del cuadragésimo aniversario de la riada de Valencia de 1957.
Fotografías de Francisco Pérez Aparisi, tomadas de dicha obra:
-Curiosos viendo el cauce del río Turia, desde la margen derecha (mañana del lunes 14 de octubre de 1957).
-Puente de Campanar cubierto por las aguas (mañana del 14 de octubre de 1957).
-Puente del Ángel Custodio recibiendo el embate del agua (mañana del 14 de octubre de 1957).
-Estado de la Pasarela de la Exposición, derruida tras la segunda riada (octubre de 1957).
-Calle Pintor Sorolla inundándose mientras suben las aguas (tarde del 14 de octubre de 1957).
Fotografías del autor:
Frente de las Escuelas Pías, en la calle Carniceros (abril de 2009)
Calle Jovellanos, con letrero del local (marzo de 2010)
Plaza del Portal Nou, con placa recordando el nivel alcanzado por la riada.
Placa en la fachada de lo que fue Capitanía General, en la Plaza de Tetuán (agosto de 2007)
Estación de ferrocarril de Nazaret, actualmente abandonada (octubre de 2010).
Plaza de la Virgen: a la derecha, la Catedral; a la izquierda, la Basílica de la Virgen, con toldo y tapiz de flores, tras la celebración de la festividad de la Virgen de los Desamparados (mayo de 2007).
"Aún hay valencianos que recuerdan que se cantó, en lo peor de aquellos atardeceres, la más trágica Salve que nunca nos será dado oír.”
ResponderEliminarEmocionante