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domingo, 19 de enero de 2014

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Es que ni con ayuda

En estos dos últimos meses, se han acumulado en casa regalos de cumpleaños, Navidad y Reyes.





Me parece que encontrar hueco para ellos se está convirtiendo en algo ‘homérico’.

Vamos, que ni los dioses del Olimpo,…









… ni conjuros mágicos,…










… ni lógicos raciocinios,…










… ni toda la anchura de Castilla, ni expulsión alguna, lo conseguirán,








Créditos:
Cubiertas y sobrecubiertas de los libros en cuestión.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Donde él coja fuerzas para el nuevo curso

Y en este otro caso, para mi hijo.









Aunque él ya tenía formado un pequeño atasco.

Créditos:
Cubiertas y sobrecubiertas de los libros en cuestión.

sábado, 10 de agosto de 2013

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Pues en su habitación, ¿no?

Hace diez días fue la festividad de San Ignacio de Loyola, por lo que, aunque en dos tandas en esta ocasión, hubo la correspondiente celebración de la onomástica de mi hijo.




Con libros, claro.

Incluso alguno, patrocinado desde las antípodas.

Y no podía faltar, naturalmente, un recuerdo del reciente viaje.



Créditos:
Cubiertas y sobrecubiertas de los libros en cuestión.

jueves, 27 de junio de 2013

Y ahora, ¿dónde los pongo?: ¿Para preparar algún viaje?

El caso es que el viaje no creo que vaya a ser tan largo ni lejano.








Ni creo que vaya a durar tanto como para precisar una máquina del tiempo.








Ni una máquina excavadora.










¡Qué intriga! ¿Verdad?

Créditos:
Cubiertas de los libros en cuestión.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Y ahora, ¿dónde los pone él?

Hoy, quien tiene el problema es mi hijo, que para eso ha celebrado su cumpleaños.

¡Hala!

(Aunque creo que se ha puesto a temblar sólo de pensarlo.)

Créditos:
Imágenes de las cubiertas y sobrecubiertas de los libros en cuestión.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Y ahora, ¿dónde los pongo?: All those old friends

Con motivo de mi viaje a Londres hace seis años, tuve conocimiento de dos librerías, una anticuaria, y otra, digamos, normal, aunque mucho más antigua. El resultado es que en la anticuaria conseguí (aunque ya estaba comprobado antes por internet), una vida de Nelson en dos volúmenes, de 1814, y un Oliver Twist de 1846 (primera edición en un solo volumen). En la normal, pero en su sección anticuaria dedicada a Churchill, una recopilación de sus discursos en una fecha tan temprana como 1941, y que en plena guerra no podía titularse sino Blood, Sweet and Tears.



En esta ocasión, se repitió parte de la agenda.




Ya tenía controlado un libro en Peter Harrington (en Fulham Road, Chelsea), y como estaba suficientemente cerca del hotel, nos acercamos a poco de llegar. El libro estaba disponible, y es éste: una primera edición de The Wisdom of Father Brown, de G.K. Chesterton.

Días después, andando por Piccadilly, no pudimos sino entrar en Hatchard’s, proveedor de la Casa Real, y, más modestamente, mío.


Esta vez no me llamó la atención nada sobre Churchill, y me quedé con las novedades: una guía de Londres, con la referencia de las calles y los lugares con presencia, en un relato u otro, de Sherlock Holmes, ilustrándolo con grabados y fotografías de la época; y por otro ladouna novela, desarrollada también en Londres, e identificada como la primera novela de detectives propiamente dicha (según se desarrolla en la introducción, cuestión que no voy a discutir ni aquí ni ahora).

Como cosa curiosa, veo en su página de internet que esta librería ofrece un servicio alternativo a las clásicas Listas de Bodas, como librería. Tal vez sea sociológicamente interesante ver el uso de dicho servicio y la lista de libros implicados en él.

Y este viaje es lo que ha tenido con estos old friends.

(Bueno, hubo más cosas en estas librerías, pero ya tendrán su momento.)

Créditos:
Imágenes de la tarjeta comercial de Peter Harrington, y de un marcapáginas de Hatchard’s.
Imágenes de los libros en cuestión.

viernes, 7 de septiembre de 2012

A celebrarlo

Como ya hemos comentado, hoy día 7 se estrena la última película de José Luis Garci, cuyo protagonista es Sherlock Holmes.

Al margen de los cines, está claro dónde, aquí en Valencia, tal vez podría celebrarse, ¿no?

Créditos:
Fotografía de la entrada al ‘pub’ Sherlock Holmes, en la calle Serranos de Valencia, en agosto de 2012, del autor.

Holmes se escribe con hache

Fue en Londres y en la primavera de 1926.
(…)
Elegí uno [un banco en Hyde Park] orientado a mediodía y que tenía un único ocupante abismado en la lectura de la última edición del "Times"; murmuré un saludo anglosajón y me senté.
Pasaron cinco minutos y dos aeroplanos.
Gozaba con la quietud del ambiente y con el gorjeo, dulcemente británico, de los pajarillos, cuando el compañero de banco que leía el "Times" me hizo esta pregunta de Carnaval:
- Caballero… ¿No me conoce?
Alcé la vista y distinguí un rostro noble, severo y anguloso; unos labios delgados; unas cejas de arcos bizantinos, y unos cabellos, peinados con fijador, que blanqueaban en las sienes. Aquel hombre. Aquel hombre era…
Le reconocí al punto.
- ¡Usted es Pacheco, el estanciero de Buenos Aires, que…!
El otro me interrumpió, negando con la cabeza.
- ¿No? Entonces… ¡Ah, sí! Es usted Novales, aquel teniente de navío que una noche, en Copenhague…
Nueva interrupción con una nueva negativa.
- ¡Ya caigo! –exclamé por fin–. Es usted Peporro Lacovisa, el secretario de…
El desconocido negó otra vez moviendo la cabeza, y con acento irritado exclamó:
- Soy Sherlock Holmes. ¿No recuerda?
Me quedé sin habla. Algo invisible recorrió mis nervios y sentí el frío de los momentos cumbres.
- ¡Es verdad! –susurré–. Pero… ¿Usted no había muerto ahogado en las cataratas del Niágara?
- Fue un falso rumor –dijo Holmes–. Caí, en efecto, en las cataratas del Niágara, pero no me ahogué; no hice más que mojarme. Me salvé a nado y, como realmente estaba ya fatigadísimo de mi oficio y además había por el mundo algunos individuos que me las tenían juradas, me conformé con pasar por muerto, y he vivido largos años pescando con caña en una aldea de la Patagonia. La vida del campo y el acento argentino me han devuelto las energías y estoy dispuesto a luchar de nuevo en mi antigua profesión. Ayer llegué a Londres, disfrazado de perro vagabundo…
- ¡Disfrazado de perro vagabundo! –exclamé con asombro.
- Sí. Supongo que usted recordará que siempre tuve una gran habilidad para adoptar disfraces diversos…”

Hablábamos el otro día de la continuidad de las aventuras de Sherlock Holmes, y como podemos leer, hubo un reinicio de lo más extraño en “la primavera de 1926”. Extraño y no exento de problemas:
“- Decía antes que ha habido una cosa que me ha impedido comenzar hoy mismo mis trabajos. Esta cosa es, sencillamente, que carezco de un ayudante. ¿Quiere usted ser el ayudante que necesito?
- ¿Yo?
- Usted, sí. Es usted ágil, sabe jugar al ajedrez, mide un metro sesenta de estatura y se llama Enrique. Necesito un ayudante que reúna esas condiciones.
- ¿Y cómo sabe usted que…?
- Porque lo deduzco todo. Ya se irá usted acostumbrando a mis deducciones. He deducido que se llama Enrique porque usa usted calcetines grises.
Aunque no vi aquello muy claro, me abstuve de hacerle nuevas preguntas a Sherlock. Reflexioné un rato. Realmente mi vida no tenía objeto. ¿Por qué no intentar la aventura?
- ¡Vamos! ¡Rápido! ¡Decídase!... –gruñó Sherlock Holmes–. Hemos hablado demasiado y urge hacer algo serio. Tiene usted tres minutos para decidir.
- Ya he decidido –contesté con firmeza.
- No importa que haya usted decidido –replicó el detective–. Yo acostumbro a conceder siempre tres minutos para decidir. Tiene usted tres minutos… ¡Decida! El tiempo es oro.
(…)
- Han pasado los tres minutos. Es usted mi ayudante, ¿sí o no?
- Pues bien, sí –le declaré al detective.
(…)
Eran las cinco y veinticinco y soplaba viento noroeste.

El nuevo ayudante de Sherlock Holmes era Enrique Jardiel Poncela, y como un nuevo Watson, aunque español, nos narró las aventuras que pasaron juntos. Al igual que en Inglaterra, estas aventuras se publicaron en España en revistas semanales, en concreto, durante el año 1928. En 1939, recogidas bajo el nombre Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, se publicaron dentro del volumen de narraciones breves El libro del convaleciente.

Las novísimas aventuras constan de un prólogo (que narra el encuentro entre ambos), y de siete aventuras: La serpientes amaestrada de Whitechapel, El hombre de la barba azul marino, La momia analfabeta del Craig Museum, El anarquista incomprendido de Picadilly Circus, La misa negra del barrio de Soho, El frío del Polo, y Los asesinatos incongruentes del Castillo de Rock.

Esta última aventura fue desarrollada al cabo de un tiempo, como novela corta, publicándose en 1936 con el título de Los 38 asesinatos y medio del Castillo de Hull.

El caso es que tras dicha aventura, la relación entre Sherlock Holmes y Enrique Jardiel Poncela cesó. Pero como podemos ver, la vinculación, de un modo u otro, entre Holmes y España se remonta a más de 85 años.

Créditos:
Extractos del Prólogo a Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, tomados de El libro del convaleciente, de Enrique Jardiel Poncela, según la quinta edición, de 1987, realizada por Biblioteca Nueva (pp- 85-90)
Dibujos originales de Enrique Jardiel Poncela, ilustrando las novísimas aventuras, tomados de la referida edición.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Elemental: es algo complejo

Cuando un relato se titula El problema final, y dos de los personajes principales se acercan mucho al borde de un precipio, especialmente si éste se abre sobre las Cataratas de Reichenbach, está claro que algo finaliza.

Ésta era la intención de Arthur Conan Doyle en relación con su ¿personaje? de Sherlock Holmes, aunque acabó rindiéndose ante el clamor popular, y recuperó las narraciones del famoso detective. Eso sí, la cesión tardó en llegar (1901), y además, lo hizo con una historia anterior al emocionante viaje a Suiza: El perro de los Baskerville.

La fama del binomio Conan Doyle-Holmes ha acabado mostrándose de varias maneras:

- Arthur Conan Doyle llegó a actuar como su propio detective en un caso real de una persona cuya condena en juicio no le convenció, y no paró hasta conseguir reabrir el caso y revisar, satisfactoriamente, la condena, como nos narró Julian Barnes (2005).

- En un guiño humorístico, como médico, ha sido el equivalente del doctor Watson en unas obras de Gyles Brandreth (2007) en las que Sherlock Holmes es Oscar Wilde.

- Por su parte, se ve Sherlock Holmes tuvo algún problema con el pasaporte (bueno, o de derechos de autor), de modo que actuó un par de ocasiones en Francia, aunque bajo el nombre de Herlock Sholmes, como nos narró Maurice Leblanc (1908).

- Una afición de Holmes que nos mostró Raymond Smullyan (1979) es el ajedrez, aunque jugado de una manera un tanto extraña.

- Un personaje, en principio secundario, es el ama de llaves, la señora Hudson, la cual se convierte en el ‘detective’ que principalmente resuelve el misterio de los espíritus, según nos relató Martin Davies (2004).

- Ya en España, recientemente ha sido protagonista de un par de novelas, bien directamente, en casos en que lo imposible es eliminar y descartar lo imposible, recuperados para nosotros por Rodolfo Martínez (1996); o bien, en curioso cierre del círculo, regresando a Suiza, acompañado en esta ocasión por un irregular, un tal Charles Chaplin, como se relata en un manuscrito encontrado por Rafael Marín (2005).

Por tanto, con esta vida tan ajetreada, no es de extrañar que en algún momento acabara recalando en Madrid, aunque eso será el próximo viernes día 7.

Créditos:
Cubiertas de varios de los libros mencionados.

lunes, 20 de agosto de 2012

Sobre el fumar… literario

Pasé, pues, el día en mi club, y no regresé a Baker Street hasta la noche. Eran casi las nueve cuando me vi de nuevo en nuestra sala.
Mi primera impresión fue que allí se había declarado un incendio, porque había tanto humo que apenas se distinguía la luz de la lámpara situada encima de la mesa. Sin embargo, mis temores se disiparon muy pronto, porque el escozor que sentí en la garganta y que me hizo toser se debía al humo acre de un tabaco muy fuerte y áspero. A través de la neblina, tuve una vaga visión de Holmes en batín, hecho un ovillo en un sillón y con su negra pipa de arcilla entre los labios.

En su novela El Club Dumas, Arturo Pérez Reverte comenta, a través del protagonista, cómo, en relación con grandes obras de la literatura universal (en concreto, se trataba de Los tres mosqueteros), estamos influidos no tanto por ellas sino por versiones de las mismas.

A principios de año leí El perro de los Baskerville, en la edición ilustrada por Javier Olivares realizada por Nórdica Libros, donde me encontré con una sensación parecida.

La escena arriba transcrita es la clásica de Holmes, en cuanto que está fumando en una pipa (cómo sea ésta es otra influencia cinematográfica que no viene al caso), y así es como se refleja en la ilustración que acompaña el párrafo.

Sin embargo… no siempre Holmes fuma en pipa.

- Watson, de veras se está usted superando a sí mismo –dijo Holmes, mientras empujaba la silla hacia atrás y encendía un cigarrillo– (…)
Ahora Holmes me cogió el bastón de las manos y lo examinó unos instantes a simple vista. Después, con una expresión que reflejaba su interés, dejó el cigarrillo, se aproximó a la ventana y observó de nuevo el bastón con una lente convexa.

Cuando el doctor Mortimer terminó de leer aquella extraña historia, se levantó las gafas hasta la frente y clavó la mirada en Sherlock Holmes, que bostezó y arrojó al fuego la colilla de su cigarrillo.

Y el problema de las influencias estriba en que la ilustración en cuestión está nada más empezar la novela, en la página 11, cuando aún no se nos ha dicho nada de una pipa, sino de unos cigarrillos.

(Todo esto sin perjuicio de la originalidad en el estilo de las ilustraciones del relato, con trazos firmes y cortantes en la definición de lo representado, en medio de tonalidades de verdes.)

Créditos:
Ilustración de Javier Olivares y extractos según traducción de Esther Tusquets, tomados de El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle, de la edición de noviembre de 2011 de Nórdica Libros, en su colección Ilustrados (pp. 31, 10 y 20).

sábado, 18 de febrero de 2012

Emelental, queridos míos

- Va a haber tormenta –dijo Manuel Vicent afinando en la voz el timbre que suelen utilizar los hombres del tiempo cuando dan a conocer un pronóstico negativo–. ¡Y será de aúpa!
- ¿Cómo lo sabes? –preguntó Irene.
- ¡Por el mar! ¡Me apuesto lo que quieras a que es por el mar! –exclamó Jaime.
- ¿Por el mar? –objetó Vicent–. ¡Nooo! ¡Ya me gustaría a mí saber leer sus designios, pero son inescrutables! ¡Como los de todos los dioses!
- ¿Entonces por qué lo sabes? –indagó Irene.
- Por la televisión –respondió el escritor disculpándose con un gesto de los hombros por dar una contestación tan poco literaria–. Lo he oído en las noticias mientras me recortaba la perilla.

El establecimiento de Sherlock Holmes como prototipo de persona muy observadora gracias a lo cual consigue deducir gran cantidad de información dio pie a que estas cualidades fueran objeto de caricatura y humor.

No sé si Luis Herrero será aún el último en haberlo hecho, pero desde luego, no ha sido el primero.

El primero fue… ¡elemental, mis queridos lectores!: el propio Arthur Conan Doyle.

Y qué mejor momento de hacerlo que en el regreso literario del personaje.

Recordemos que en diciembre de 1893 nos enteramos, como se nos narró en El problema final, de que Holmes y Moriarty caen ambos por la catarata de Reichenbach. A todos los efectos literarios, Sherlock Holmes había fallecido. A los efectos vitales, no: continuó, a través de sus seguidores, presente en la vida de Conan Doyle, quien, finalmente, cedió, y en agosto de 1901 inició la publicación por entregas de una nueva novela, El perro de los Baskerville… aunque cedió poco, ya que esta aventura se sitúa en el tiempo antes del famoso viaje a Suiza.

Y así fue el regreso literario:
El señor Sherlock Holmes, que por lo general se levantaba muy tarde, excepto en las frecuentes ocasiones en que pasaba en vela toda la noche, estaba sentado a la mesa del desayuno. Yo me hallaba de pie junto a la chimenea y recogí el bastón que nuestro visitante había olvidado la noche anterior. Era sólido, de madera de buena calidad, con la cabeza en forma de bulbo, del tipo conocido como «bastón de Penang». Justo debajo del puño había una ancha placa de plata, de casi una pulgada, con la inscripción «A James Mortimer, M.R.C.S., de sus amigos del C.C.H.», y una fecha «1884». Era el clásico bastón que solían llevar los médicos de cabecera chapados a la antigua: digno, sólido y tranquilizador.
- Bien, Watson, ¿qué me dice usted de él?
Holmes estaba sentado de espaldas a mí, y yo no había dado indicios de lo que me ocupaba.
- ¿Cómo sabe lo que estoy haciendo? A veces parece que tenga usted ojos en la nuca.
- Lo que tengo es una cafetera plateada y bien bruñida delante de mí – dijo.

Créditos:
Inicio del capítulo XVII El preludio de la tormenta, de la obra de Luis Herrero Los días entre el mar y la muerte, editada por La esfera de los libros.
Inicio del capítulo I El señor Sherlock Holmes, de la obra El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle, según traducción de Esther Tusquets, editado por Nórdica Libros en su colección Nórdica Ilustrados.

martes, 29 de marzo de 2011

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Pasaba por aquí

Este lunes he tenido una reunión en el colegio con el tutor de mi hija. Al salir, regresaba por una calle como podía haberlo hecho por otra, y… acabé con tres libros más para mi biblioteca.



Sí ya sé que lo de “Vale la pena tener un Sopena” era para los diccionarios, pero si alguien sabe dónde conseguir el tomo II de La revolución francesa. Historia de los girondinos, le quedaré agradecido.

Por cierto, la librería donde conseguí los libros es la de la foto (ya sin ‘mis’ libros, claro).

Créditos:
Portadas de los libros en cuestión.
Fotografía de un montón de libros, junto a un contenedor de papel, ayer, en Valencia, del autor.