“Fue en Londres y en la primavera de 1926.
(…)
Elegí uno [un banco en Hyde Park] orientado a
mediodía y que tenía un único ocupante abismado en la lectura de la última
edición del "Times"; murmuré un saludo anglosajón y me senté.
Pasaron cinco minutos y dos aeroplanos.
Gozaba con la quietud del ambiente y con el
gorjeo, dulcemente británico, de los pajarillos, cuando el compañero de banco
que leía el "Times" me hizo esta pregunta de Carnaval:
- Caballero… ¿No me conoce?
Alcé la vista y distinguí un rostro noble, severo
y anguloso; unos labios delgados; unas cejas de arcos bizantinos, y unos
cabellos, peinados con fijador, que blanqueaban en las sienes. Aquel hombre.
Aquel hombre era…
Le reconocí al punto.
- ¡Usted es Pacheco, el estanciero de Buenos
Aires, que…!
El otro me interrumpió, negando con la cabeza.
- ¿No? Entonces… ¡Ah, sí! Es usted Novales, aquel
teniente de navío que una noche, en Copenhague…
Nueva interrupción con una nueva negativa.
- ¡Ya caigo! –exclamé por fin–. Es usted Peporro
Lacovisa, el secretario de…
El desconocido negó otra vez moviendo la cabeza, y
con acento irritado exclamó:
- Soy Sherlock Holmes. ¿No recuerda?
Me quedé sin habla. Algo invisible recorrió mis
nervios y sentí el frío de los momentos cumbres.
- ¡Es verdad! –susurré–. Pero… ¿Usted no había
muerto ahogado en las cataratas del Niágara?
- Fue un falso rumor –dijo Holmes–. Caí, en
efecto, en las cataratas del Niágara, pero no me ahogué; no hice más que
mojarme. Me salvé a nado y, como realmente estaba ya fatigadísimo de mi oficio
y además había por el mundo algunos individuos que me las tenían juradas, me
conformé con pasar por muerto, y he vivido largos años pescando con caña en una
aldea de la Patagonia. La vida del campo y el acento argentino me han devuelto
las energías y estoy dispuesto a luchar de nuevo en mi antigua profesión. Ayer llegué
a Londres, disfrazado de perro vagabundo…
- ¡Disfrazado de perro vagabundo! –exclamé con asombro.
- Sí. Supongo que usted recordará que siempre tuve
una gran habilidad para adoptar disfraces diversos…”
Hablábamos el otro día de la continuidad de las
aventuras de Sherlock Holmes, y como podemos leer, hubo un reinicio de lo más
extraño en “la primavera de 1926” . Extraño
y no exento de problemas:
“- Decía antes que ha habido una cosa que me ha
impedido comenzar hoy mismo mis trabajos. Esta cosa es, sencillamente, que
carezco de un ayudante. ¿Quiere usted ser el ayudante que necesito?
- ¿Yo?
- Usted, sí. Es usted ágil, sabe jugar al ajedrez,
mide un metro sesenta de estatura y se llama Enrique. Necesito un ayudante que
reúna esas condiciones.
- ¿Y cómo sabe usted que…?
- Porque lo deduzco todo. Ya se irá usted
acostumbrando a mis deducciones. He deducido que se llama Enrique porque usa
usted calcetines grises.
Aunque no vi aquello muy claro, me abstuve de
hacerle nuevas preguntas a Sherlock. Reflexioné un rato. Realmente mi vida no
tenía objeto. ¿Por qué no intentar la aventura?
- ¡Vamos! ¡Rápido! ¡Decídase!... –gruñó Sherlock Holmes–.
Hemos hablado demasiado y urge hacer algo serio. Tiene usted tres minutos para
decidir.
- Ya he decidido –contesté con firmeza.
- No importa que haya usted decidido –replicó el
detective–. Yo acostumbro a conceder siempre tres minutos para decidir. Tiene
usted tres minutos… ¡Decida! El tiempo es oro.
(…)
- Han pasado los tres minutos. Es usted mi
ayudante, ¿sí o no?
- Pues bien, sí –le declaré al detective.
(…)
Eran las cinco y veinticinco y soplaba viento
noroeste.”
El nuevo ayudante de
Sherlock Holmes era Enrique Jardiel Poncela, y como un nuevo Watson, aunque
español, nos narró las aventuras que pasaron juntos. Al igual que en
Inglaterra, estas aventuras se publicaron en España en revistas semanales, en
concreto, durante el año 1928. En 1939, recogidas bajo el nombre Novísimas aventuras de Sherlock Holmes,
se publicaron dentro del volumen de narraciones breves El libro del convaleciente.
Las novísimas aventuras
constan de un prólogo (que narra el encuentro entre ambos), y de siete
aventuras: La serpientes amaestrada de
Whitechapel, El hombre de la barba
azul marino, La momia analfabeta del
Craig Museum, El anarquista
incomprendido de Picadilly Circus, La
misa negra del barrio de Soho, El frío
del Polo, y Los asesinatos incongruentes
del Castillo de Rock.
Esta última aventura fue
desarrollada al cabo de un tiempo, como novela corta, publicándose en 1936 con
el título de Los 38 asesinatos y medio del
Castillo de Hull.
El caso es que tras dicha
aventura, la relación entre Sherlock Holmes y Enrique Jardiel Poncela cesó.
Pero como podemos ver, la vinculación, de un modo u otro, entre Holmes y España
se remonta a más de 85 años.
Créditos:
Extractos del Prólogo a Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, tomados de El libro del convaleciente, de Enrique
Jardiel Poncela, según la quinta edición, de 1987, realizada por Biblioteca
Nueva (pp- 85-90)
Dibujos originales de
Enrique Jardiel Poncela, ilustrando las novísimas aventuras, tomados de la
referida edición.
Un disparate de aventura, hasta donde me acuerdo. Muy al estilo Jardiel... Me reí mucho. Recuerdo un momento en que Holmes se pone a deducir la edad de los tres hijos de alguien, estilo típico problema de Mates... ¡Para llorar de risa!
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias por la referencia a mi abuelo. Un cordial saludo.
ResponderEliminarDe nada, Enrique Gallud Jardiel.
ResponderEliminarEn realidad, muchas gracias a su abuelo, a quien, como podrá observar, solemos traer con cariño a estas páginas.
Muchas gracias por la visita y el comentario.
MGae: sí, es una característica de la obra de Jardiel Poncela la presencia del disparate que, de tan bien trabajado, lo asumimos como algo normal, resultando absurdos los personajes que presentan comportamientos y opiniones, digamos, normales.
Más cordiales saludos a ambos.
Un saludo de otro jardielista :-)
ResponderEliminarIgualmente, Diego Fdez. Sández.
ResponderEliminarGracias por la visita y el comentario.
Un saludo.