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viernes, 15 de junio de 2012

Años no, futuro

Oh, mirar al futuro es más hermoso que soñar con nostalgia en el pasado. También se sueña al adentrarse mentalmente en el futuro. ¿No hay algo maravilloso en todo esto? ¿No sería acaso más inteligente por parte de la gente sensible dedicar su entusiasmo y sus intuiciones a los días que vendrán más que a los ya pasados? Los tiempos venideros son para nosotros como niños, que necesitan de nuestra atención más que las tumbas de los fallecidos, que quizá adornamos con un cariño algo exagerado: ¡los tiempos pasados! El pintor hará bien en diseñar ahora vestidos para hombres lejanos que sabrán llevarlos con decoro y libertad; el poeta sueña con virtudes para gente fuerte, no corroída por nostalgias de ningún tipo; el arquitecto inventa, como mejor puede, formas que den impulsos cada vez más fascinantes a la piedra y a la construcción: se encamina al bosque y observa con qué altura y nobleza se alzan los pinos desde el suelo para tomarlos como modelo en futuras construcciones, y el hombre en general, presintiendo el futuro, echa por la borda muchas cosas vulgares, innobles e inservibles, y cuando su esposa le tiende la boca para recibir un beso, él le susurra al oído lo que piensa, tal y como sabe hacerlo, y la mujer sonríe.

Felicidades en cada cumpleaños, porque los sueños del futuro están más cerca.

Créditos:
Extracto de la obra de Robert Walser, Los hermanos Tanner, según traducción de Juan José del Solar (Siruela, 2000), tomado de la primera edición de marzo de 2012 en DeBols!llo (pp. 255-256).

sábado, 2 de junio de 2012

Más lente que festina

El cielo era azul claro. Simon lo miró: sí, ahí también tenía un cielo. A este respecto era más bien absurdo vivir tan prendado del campo en detrimento de la ciudad. Se propuso no pensar más en el campo de momento, sino habituarse a su nuevo mundo. Vio cómo los transeúntes caminaban por delante mucho más rápido que él, pues en el campo se había acostumbrado a un paso tardón y mesurado, como si temiera avanzar demasiado deprisa. Aquel día quiso mantener aún su paso campestre; a partir del día siguiente ya adoptaría otro. Observaba a la gente con cariño y sin timidez alguna; les miraba los ojos, las piernas, para ver cómo las movían, los sombreros, para constatar los progresos de la moda y la ropa, para encontrar la suya bastante buena todavía en comparación con el gran número de trajes feos que examinaba solícitamente. ¡Qué rápido caminaba aquella gente! Le hubiera gustado parar a uno de esos transeúntes y decirle: ¿adónde va con tanta prisa? Pero no tenía valor para hacer algo tan absurdo. Se sentía bien, aunque un poco tenso y cansado. Cierta tristeza imposible de ocultar lo tenía prisionero, pero armonizaba con aquel cielo ligero, feliz y un tanto encapotado. También armonizaba con la ciudad, donde es casi una impertinencia poner una cara excesivamente radiante. Simon hubo de confesarse que iba caminando sin buscar absolutamente nada, pero juzgó oportuno poner, como todos los otros, cara de ir buscando algo ansiosamente y con premura, a fin de no tener que parecer el típico recién llegado sin ocupación.

Nota: el título está inspirado en la frase latina Festina lente.

Créditos:
Extracto del capítulo undécimo de la obra de Robert Walser Los hermanos Tanner, según traducción de Juan José del Solar, publicada por Ediciones Siruela en el sello DeBols!llo Contemporánea (pág. 150).
Fotografía del atardecer sobre Valencia, hoy día 2, del autor.

lunes, 21 de mayo de 2012

Tuvo tiempo y ganas de hacerlo

Un anciano de cabellos canos se sentó en el puesto libre que había a su lado. El rostro del anciano tenía una palidez grisácea (…) El hombre pidió un plato de patatas hervidas, nada más, y se las comió con una fruición ceremoniosa después de esparcir una pizca de sal sobre ellas con la punta del cuchillo. Pero antes juntó sus dos manos para elevar una plegaria al Señor su Dios. (…)
- ¿Por qué reza antes de comer? –le preguntó Simon con sencillez.
- Rezo porque lo necesito –respondió el viejo.
- Pues me alegra haberlo visto rezar. Me interesaba saber solamente qué sentimiento podía impulsarle a ello.
- Aquí entran en juego muchos sentimientos, mi estimado joven. Usted, por ejemplo, seguro que no reza. Los jóvenes de hoy ya no tienen tiempo ni ganas de hacerlo. Lo comprendo. Al rezar yo no hago más que mantener una costumbre, porque me he habituado a ella y me sirve de consuelo.
- ¿Siempre ha sido usted pobre?
- Siempre.

Este párrafo de la novela Los hermanos Tanner, escrita por Robert Walser en 1907, y que se desarrolla en lugares no especificados de Suiza, me recordó, cuando lo leí el pasado domingo, algo del sábado, y que no sé si alguien ha comentado.

Me ha recordado lo primero que hizo Didier Drogba nada más convertirse en campeón de Europa, al convertir el tiro desde el punto de penalti.

En efecto: al menos un par de veces, se santiguó.

Créditos:
Extracto de la obra de Robert Walser, Los hermanos Tanner, según traducción de Juan José del Solar (Siruela, 2000), tomado de la primera edición de marzo de 2012 en DeBols!llo (pp-57-58).