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martes, 16 de diciembre de 2014

Y luego dicen que el correo es lento

Después de ver esta fotografía, cualquier argumento que se pueda dar para explicar por qué aún tenía pendiente desde antes del verano realizar unos envíos de correo...


... sonará a cuentos.

(Por eso no digo nada.)

Créditos:
Fotografía de un cartero recogiendo el correo de un buzón en Old Kent Road, en Londres, en septiembre de 1940, entre las ruinas ocasionadas por los bombardeos alemanes en la II Guerra Mundial, utilizada en la promoción editorial del periódico El Mundo para conmemorar los 70 años del inicio de la II Guerra Mundial, publicada el 23 de agosto de 2009, de la hemeroteca del autor.

domingo, 12 de enero de 2014

Ten amigos…

En mi última visita al Museo del Prado, finalmente, me hice ‘amigo’ del Museo; en definitiva, me uní a una asociación (o fundación, en este caso) para dar un cierto apoyo económico (y moral) al Museo.


Al cabo de un tiempo, recibí una carta con dos sorpresas:
La primera, que a pesar de estar la fundación en Madrid, el sobre había sido franqueado en la provincia de Barcelona, o, al menos, esa era la dirección del gestor postal que lo había hecho.

La segunda, que la dirección de marras era en la calle… ¡Pablo Iglesias!

Salvo esto, todo lo demás, muy bien.

Créditos:
Imagen del logotipo de la Fundación Amigos del Museo del Prado, que figura en el sobre en cuestión.

lunes, 8 de octubre de 2012

Cuando los buzones eran los de correos

Hace unos meses S.Cid nos contó el origen del sello de correos, y gracias a Dickens, sabíamos que, aun sin sello, sí existían en Londres los buzones de correos.

En este reciente viaje a Londres me he dado cuenta de que los buzones en cuestión, además de poder ser distintos entre sí (quiero decir, con una boca o dos para el correo, porque de color, todos son rojos), tienen una identificación peculiar: una especie de logotipo correspondiente, entiendo, al monarca reinante en el momento en que se instaló el buzón.

Así, remontándonos al principio, tenemos el que entiendo que corresponde a la Reina Victoria, que pude ver cerca de la Torre de Londres (como toca), con la floritura de las iniciales VR, es decir, Victoria Regina (en latín, claro).

Si seguimos con la cronología de los monarcas britanos, tras una larga espera, llegó Eduardo VII. Y con él, la floritura ER (Edward Rex), identificado con el VII, también en latín, digo, romano. En este caso fotografíado (si no estoy equivocado, en Fleet Street), puede apreciarse el detalle de respetar el color dorado para la floritura y la corona, pues no siempre sucede.

Tras un breve reinado, llegó Jorge V (de quien no me encontré ningún buzón), y, tras el episodio fugaz de Eduardo VIII (menos aún, lógicamente), Jorge VI, es decir, GR (George Rex). En este ejemplo, fotografiado cerca del Monumento, vemos también respetado el color de la floritura y la corona.

Y ahora, reinando Isabel II, hija de Jorge VI y tataranieta de la Reina Victoria, está ER (Elizabeth Regina). Más actual, es también el más común, por ejemplo, éste de Earls Court Road. El signo de los tiempos se manifiesta en que la floritura ha desaparecido, quedando algo más estándar, sin adornos ni ribetes. Comparte con la otra Regina que la pintura roja del buzón también se ha extendido sobre la floritura.

Resulta curioso que en todos los casos que he podido ver, figura una corona, salvo, precisamente, en el caso de la Reina Victoria… que es con quien se constituyó el Imperio Británico.

Nota:
A todo esto, se cumplen hoy tres meses desde que envié cierta carta, y aún no he recibido respuesta alguna. Se ve que la corona, en el correo, se reserva para ponerla sobre la cornamusa.

Créditos:
Fotografía de la imagen decorativa de un Black Penny, primer sello de correos inglés, en el vestíbulo del hotel Savoy, en Londres, en septiembre de 2012, del autor (Aprovechamos para agradecer la gentileza del hotel por permitirnos hacer fotografías en el vestíbulo del mismo).
Fotografías de las distintas identificaciones del monarca reinante en diveros buzones de correos en Londres, en septiembre de 2012, del autor.

domingo, 26 de agosto de 2012

Esta vez el ausente… es el envío,… o no


En la película Arabesco, un documento importante se envía por correo para así evitar su robo.

Si bien el otro día traje por aquí tres casos de robos de obras de arte en museos, ahora la noticia del pasado jueves es un extravío. Pero no en un museo, sino en el servicio noruego de correos.

Salvo que, claro, no sea un extravío.

sábado, 28 de julio de 2012

Para envíos urgentes

Créditos:
Fotografía del emblema de Correos, en la fachada del edificio principal, en Toledo, la noche del pasado sábado 21 de julio, del autor.

domingo, 8 de julio de 2012

Carta abierta

«S. M. DON JUAN CARLOS I, REY DE ESPAÑA
Palacio de la Zarzuela
MADRID

Valencia, 7 de julio de 2012

Señor:
Acabo de tener conocimiento a través de internet de la noticia publicada en La Gaceta en el sentido de que en el Ayuntamiento de La Carolina “se acaba de recibir una carta en respuesta a la invitación cursada hace dos años a la Casa Real.
En ella se confirma que no habrá representación de esta en los actos conmemorativos” del octavo centenario de la batalla de las Navas de Tolosa.

Señor:
Siempre he recordado esa parte del discurso que en 1976, sí, hace ya muchos años, otro alcalde, el de Requena, le dirigió, diciéndole, más o menos, que a un Rey no se le piden cosas, sino que a un Rey se le pide dignidad.

A pesar del ambiente general, que S. M. bien conocerá, esa frase, perfecta acreedora de la Historia de España, junto con ésta, ayudaba a considerarle como Rey de España. Hoy veo que, por voluntad propia o ajena, es, simplemente, Jefe de Estado de Este País.

Le deseo, pues, que lleve con dignidad el desempeño de las funciones propias de una Jefatura, en este caso, de Estado.

Dios le guarde muchos años.

¡Viva el Jefe del Estado!

¡Viva España!»
Créditos:
Imagen del sobre, con el sello conmemorativo de la batalla de las Navas de Tolosa, que desde ayer por la tarde está en el correo conteniendo la carta transcrita.

domingo, 1 de julio de 2012

Sellos… catedralicios

Junto con el sello dedicado a Antonio Mingote, me encontré que estaban expuestos otros dos, correspondientes a una reciente serie sobre Catedrales españolas.

Casualidad, coincidencia o vaya usted a saber, las Catedrales en cuestión eran las de Toledo y Sevilla.

(Lo que, dicho sea de paso, me reafirma en mi impresión de que la Catedral de Sevilla es un tanto chica… pues sólo le dedican un sello.)

Créditos:
Imágenes de las hojas filatélicas con los sellos referidos.

sábado, 30 de junio de 2012

¿Tendré carta para este cartero?

Hace un mes se puso en circulación un sello de Correos dedicado a Antonio Mingote, recordando su condición de Cartero Honorario.

El sello lo conseguí hace diez días, aunque desde hace más tiempo tengo preparado otro, distinto, claro, para el franqueo correspondiente a una carta, cuyo contenido no hay manera de que encuentre,... de lo bien guardado que lo puse hace año y medio, entiendo, porque otra explicación, como el desorden, que podría plantear alguien, no cabe en esta realidad.

El caso es que me encuentro en una situación justo opuesta a la de principios de año, por lo que, aplicando la lógica de aquella otra, tendré que resolverla, por ejemplo, enviando un sobre vacío,… para en cuanto lo haga, encontrar lo que busco.

¿Alguna otra idea para conseguir que este Cartero Honorario pueda hacer su trabajo?

Créditos
Imagen de un sello, y de la portada del folleto correspondiente a su emisión, dedicado a Antonio Mingote.

martes, 28 de febrero de 2012

Quien avisa… es avisador

Esta tarde, cuando he llegado a casa, me he encontrado en el buzón con un aviso de Correos.


No sé qué podrá ser, pues la señora de la carta famosa ya me había escrito este mes (y dos veces, a falta de una), así que…

En el papel dice ‘Ordinario’ pero supongo que será conforme la séptima acepción, porque me barrunto que en ningún caso le será de aplicación ni la tercera ni la cuarta.

Y hasta aquí puedo leer (o escribir, mejor dicho).

Créditos:
Imagen del aviso recibido hoy de Correos.

sábado, 14 de enero de 2012

¿Llegar a buen puerto… franco?

Los lectores de cierta edad recordarán el sello cuya imagen acompaña estas líneas. Su abundante presencia en aquella época no fue, como podrían pensar algunos, el motivo de que se llamara ‘franqueo’ a poner los sellos oportunos en el correo, por mucho que diga la Real Academia Española que ‘franquear’ procede, efectivamente, de ‘franco’.

El otro día tuve que acercarme a un estanco para comprar un sello, pues el que tenía ya acopiado en casa no conseguía encontrarlo. Me percaté de que el valor facial del mismo estaba sustituido por una ‘A’, en lo que parecía un pequeño homenaje a la Puerta de Alcalá, motivo del sello. Pero no era así: según me dijeron en el estanco, se trata de una alternativa ya que tras la reciente revisión de tarifas, aún no se habían publicado los nuevos sellos. Esta versión me la han confirmado esta tarde en Correos, tras enseñar, casi a modo de disculpa, el sello ya adherido al sobre.

Y es que esta tarde he tenido la oportunidad de acercarme a Correos, no a recoger una carta de amor, sino para convertirme yo en remitente (y hasta aquí puedo escribir).

Curiosamente, preparando uno de los envíos, mientras dejaba pasar a un chico con mucha prisa y agobio, me entero de que, al menos en esa Estafeta, no tenían sellos, no les habían llegado.

El problema para el mozo es que los necesitaba, no para enviar en ese mismo momento unas tarjetas postales, sino más tarde, por lo que la alternativa de marcarlas como franqueadas no era válida, tenía que ir a un estanco.

Poco más tarde, llegando a la planta baja, desde las escaleras mecánicas (la estafeta se encuentra en un centro de El Corte Inglés), veo pasar al chico. Consigo localizarlo y le acompaño al estanco, donde hago de intermediario (sin comisión) entre él y la estanquera.

Muchas gracias y todo eso, y hasta otra.

La casualidad es que tenían el coche parado… a la puerta del estanco.

Y el origen del jaleo es que él es un marinero ruso, a bordo de un barco cuyo capitán es polaco, y el asunto postal era un encargo de éste. Las prisas, supongo, se debían a que lo mismo se quedaba en tierra.

Espero que lleguen bien todos los envíos, los míos (a la Comunidad de Madrid), y los del capitán (u otros), a Polonia.

Nota final:
Prácticamente lo primero que he visto al regresar a casa, ha sido el sello extraviado. Que ya no me vale él sólo, claro.

Créditos:
Imagen de un sello de una peseta, de la serie básica de aquel entonces (Francisco Franco), aún adherido a una carta propiedad del autor.
Imagen de un sello sin valor facial (aunque costó 0,36 euros), comprado el otro día.

sábado, 20 de agosto de 2011

Escribir con cartas marcadas

Entró decididamente en la tienda y compró papel de cartas con canto dorado y una pluma fina que no abriera sus patas al apoyarla sobre el papel. (…)
- ¿Puede serirme mientras tanto un vaso de aguardiente que no pase de los nueve peniques y prestarme un tintero?
(…)
Dobló después el papel de un modo muy intrincado y escribió unas señas con letra torpe y apretada: «Para entregar a Mary, doncella en casa de míster Nupkins, magistrado de Ispwich, Suffolk». Una vez que Sam se hubo guardado la carta en el bolsillo, el anciano Weller empezó a plantear los asuntos que le habían hecho llamar a su hijo.
(…)
Estando ya próxima la hora convenida, padre e hijo emprendieron el camino de Brick Lane, durante el cual pasaron por el buzón de correos para que Sam pudiera enviar su carta.
” (pp. 504, 509 y 511)

Como podemos leer en lo extractado, Sam consigue escribir un carta y depositarla en el buzón de correos. Hemos leído cómo se pertrecha de papel y útil de escritura en una tienda, cómo solicita un tintero en una taberna. Sin embargo, no vemos cómo consigue el sobre y el sello de correos.

Por cómo nos narra la escena míster Dickens, casi cabe deducir que no hubo necesidad de sobre: simplemente el papel de cartas fue plegado sobre sí mismo (aunque lo fuera “de un modo muy intrincado”), y escritas las señas sobre el resultado, dada la inmediatez en la exposición de los hechos, una vez, o previamente, asegurados los pliegues de algún modo que no se nos dice.

El problema de cómo consiguió el sello de correos presenta una solución más sencilla.

Si tenemos en cuenta que la novela se empezó a publicar en marzo de 1836, y que narra sucesos acaecidos, éstos en concreto, en febrero de 1827, es fácil de comprobar que, dado el hecho histórico de que fue en 1840 cuando se estableció una reforma del servicio postal inglés por la cual, a través de la creación del sello, era el remitente quien pagaba el servicio y no el destinatario, hubiera resultado asaz difícil incluso para alguien con capacidad de recursos e ingenio como Sam Weller, conseguir un sello para su carta, y más aún, que el cartero en cuyas manos recayera el servicio a prestar, supiera de la novedosa función del pequeño trozo de papel adherido a la carta.

La señora Craddock llamó a Sam durante la mañana que siguió al memorable día.
- Llegó esta carta para usted, míster Weller.
- Sí que es un hecho raro -consideró Sam apoderándose del sobre-; algo muy importante tiene que ser, pues no consigo recordar a ningún amigo o pariente que sea capaz de atreverse a escribirme.
(…)
Sam se movió entre sus dudas como cualquier humano mortal: miró el sello
[¡Pero entonces, ¿qué hay de lo anterior?!], el sobre por uno y uno lado, luego al trasluz, todo ello para terminar abriéndolo simplemente como camino más directo para aclarar aquella intriga.
- Me escriben con papel de canto dorado -observó Sam desplegando la carta-, y lo han sellado con cera
[¡Aaah!] y el mango de una llave.” (pág. 583)

Este invento del sello llegó a España sólo tres años más tarde, aunque necesitó de otros siete más para ser efectivamente implantado. La efemérides nos la recordó Pedro García Luaces el pasado miércoles en las páginas de Libertad Digital, en feliz satisfacción a mi extrañeza y curiosidad tras leer la primera de las escenas transcritas justo la noche anterior.

Créditos:
Extracto de los capítulos XXXIII y XXXVII, de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera, como número 119 de su colección Libro Clásico.
Imagen de un sello español de una serie sobre el Museo Postal y Telegráfico de Madrid, y del matasellos con que fue inutilizado.

martes, 28 de abril de 2009

Hacer un siete

Esta madrugada he recibido un correo electrónico de mi hermana informándome de que le ha llegado correctamente un libro que le remití la semana pasada (más en concreto, lo había dejado en la estafeta el 21 por la tarde).

El período de tiempo transcurrido es normal teniendo que ella reside en Nuestra Señora de los Ángeles, en la Alta California, a orillas del Mar del Sur, en el Virreinato de Nueva España (ahora, simplemente, Los Ángeles).

Estos escasos cinco días para tal peregrinaje me han tenido un poco en vilo, inquieto ante el buen fin de la aventura. Pues es el caso de que en la dirección a remitir, figuraba un “siete”, y cuando en el mostrador de la estafeta de Correos ya lo había escrito, me vino a la memoria lo que se cuenta en Las aventuras prodigiosas, obra de Carlos Semprún Maura ya conocida por aquí.

– Te lo enviaré, no te preocupes.
Pero ¿cómo se lo va a enviar si no conoce su dirección? Nicole Andreotti, Enghien-les-Bains, ¿bastaría? Seguro que no, hoy, seguro que no, eso hubiera bastado en el siglo XIX cuando los carteros llevaban las cartas como fuera, como si se tratara de una cuestión de vida o muerte, hoy los carteros se han convertido en cajeros automáticos, si falta una coma, no distribuyen las cartas. Recuerda cómo hace años se carteaba con una señora de Nueva York, que quería traducir alguna de sus obras, y muchas de sus cartas se perdieron, o se devolvieron, sencillamente porque escribía la cifra siete a la europea: 7, con la rayita en la tripa, y que la administración postal yanqui sólo aceptaba el 7. Le costó una fortuna telefónica resolver ese problema existencial. Pero no por ello le montaron la obra traducida, allá, en Nueva York.


[transcrito de la ya referida edición de Seix Barral, colección Biblioteca Breve, primera edición, octubre de 2004 (página 212)]