martes, 28 de abril de 2009

Hacer un siete

Esta madrugada he recibido un correo electrónico de mi hermana informándome de que le ha llegado correctamente un libro que le remití la semana pasada (más en concreto, lo había dejado en la estafeta el 21 por la tarde).

El período de tiempo transcurrido es normal teniendo que ella reside en Nuestra Señora de los Ángeles, en la Alta California, a orillas del Mar del Sur, en el Virreinato de Nueva España (ahora, simplemente, Los Ángeles).

Estos escasos cinco días para tal peregrinaje me han tenido un poco en vilo, inquieto ante el buen fin de la aventura. Pues es el caso de que en la dirección a remitir, figuraba un “siete”, y cuando en el mostrador de la estafeta de Correos ya lo había escrito, me vino a la memoria lo que se cuenta en Las aventuras prodigiosas, obra de Carlos Semprún Maura ya conocida por aquí.

– Te lo enviaré, no te preocupes.
Pero ¿cómo se lo va a enviar si no conoce su dirección? Nicole Andreotti, Enghien-les-Bains, ¿bastaría? Seguro que no, hoy, seguro que no, eso hubiera bastado en el siglo XIX cuando los carteros llevaban las cartas como fuera, como si se tratara de una cuestión de vida o muerte, hoy los carteros se han convertido en cajeros automáticos, si falta una coma, no distribuyen las cartas. Recuerda cómo hace años se carteaba con una señora de Nueva York, que quería traducir alguna de sus obras, y muchas de sus cartas se perdieron, o se devolvieron, sencillamente porque escribía la cifra siete a la europea: 7, con la rayita en la tripa, y que la administración postal yanqui sólo aceptaba el 7. Le costó una fortuna telefónica resolver ese problema existencial. Pero no por ello le montaron la obra traducida, allá, en Nueva York.


[transcrito de la ya referida edición de Seix Barral, colección Biblioteca Breve, primera edición, octubre de 2004 (página 212)]

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