Siguiendo con el reciente viaje a Madrid, aunque no sean horas, ahora “toca” hablar de una costumbre de estos viajes: madrugar. Y sus logros y consecuencias.
Por ejemplo, el sábado, cuando bajamos a la cafetería del hotel a desayunar, aún estaba cerrada. Resuelto este pequeño imprevisto, salimos a la calle.
Una ventaja de ser turista es que no te hacen poner las calles, por muy temprano que sea. Y pudimos ir con tranquilidad hacia el Museo del Prado que era el primer objetivo de la mañana.
En el recorrido por la Gran Vía, poco después de las ocho de la mañana, pudimos apreciar algunos encuadres en los que normalmente nunca se fija nadie en ellos: los turistas porque no suelen estar en la calle a esas horas, y los propios del lugar porque tienen prisa en llegar al trabajo, y no están para otras cosas (los que están cerrando todavía la noche, posiblemente “ciegos”, no están, tampoco, para ver nada).
En viajes anteriores ya habíamos podido disfrutar de la calle de Alcalá (en agosto) y de la Estación de Atocha (más fácil, en noviembre).
Esta vez, como he apuntado, le tocó el turno a la Gran Vía, y, desde la Red de San Luis, a Caballero de Gracia, en directo, y reflejado en el cristal de un famoso establecimiento de comida rápida.
Y tras esto, rápido pero sin prisas, al Prado.
Por ejemplo, el sábado, cuando bajamos a la cafetería del hotel a desayunar, aún estaba cerrada. Resuelto este pequeño imprevisto, salimos a la calle.
Una ventaja de ser turista es que no te hacen poner las calles, por muy temprano que sea. Y pudimos ir con tranquilidad hacia el Museo del Prado que era el primer objetivo de la mañana.
En el recorrido por la Gran Vía, poco después de las ocho de la mañana, pudimos apreciar algunos encuadres en los que normalmente nunca se fija nadie en ellos: los turistas porque no suelen estar en la calle a esas horas, y los propios del lugar porque tienen prisa en llegar al trabajo, y no están para otras cosas (los que están cerrando todavía la noche, posiblemente “ciegos”, no están, tampoco, para ver nada).
En viajes anteriores ya habíamos podido disfrutar de la calle de Alcalá (en agosto) y de la Estación de Atocha (más fácil, en noviembre).
Esta vez, como he apuntado, le tocó el turno a la Gran Vía, y, desde la Red de San Luis, a Caballero de Gracia, en directo, y reflejado en el cristal de un famoso establecimiento de comida rápida.
Y tras esto, rápido pero sin prisas, al Prado.
Tuvimos la oportunidad de ver con tranquilidad el macrocartel de la última y fallida película de Pedro Almodóvar, Los abrazos rotos. Un estupendo cartel a lo Warhol del que no he podido averiguar el autor.
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