martes, 30 de junio de 2009

Se vende... lo verde.

Recientemente he conseguido encontrar tiempo para ver (en casa, en DVD) la película La tienda de los horrores, en su versión musical de mediados de los años ochenta del pasado siglo.



Little Shop of Horrors fue dirigida por Frank Oz en 1986, y cuenta en sus papeles principales con Rick Moranis, Ellen Greene, Vincent Gardenia y Steve Martin. Al tratarse de un musical, procede hablar de “letra y música”, que son, respectivamente, de Howard Ashman y Alan Menken (sí, premio a los que se hayan dado cuenta de que son los mismos del “renacer” de Disney con La sirenita).

En nuestra ya conocida The Time Out Film Guide. The definitive A-Z directory of over 10,000 films, Steven Goldman dice de la película que “it’s hard to pinpoint just what makes this surreal saga such a delight”. Y es que hay muchos elementos para esta delicia.

There’s the music, a wonderful doowop score from the off-Broadway hit based on Corman’s 1960 cult classic”. Por ejemplo, la canción de los títulos de crédito iniciales, cantada por un trío que, recordando los grupos de Phil Spector de los años 60, se llaman Ronette, Crystal y Chiffon.

There’s the antics of Second City veteran comedians (Murria, Candy, Belushi [James])”. Y, desde luego, “there’s Steve Martin as ‘The dentist’, Audrey’s biker-boyfriend, a happy-go-lucky sadist who nearly steals the show”.

La película se desarrolla en unos suburbios, en donde se encuentra una floristería abocada al cierre. Sin embargo, tras una serie de acontecimientos, que se inician con un extraño hallazgo por parte del dependiente de la tienda, el negocio florece de nuevo con gran éxito.

Es conocido el gran trabajo que, en general, en Estados Unidos hacen a la hora de definir el reparto de una película, para encajar en cada papel al actor más adecuado. En esta ocasión lo bordaron: el actor que interpreta al dueño de la floristería se llama Gardenia, y la actriz que encarna a la dependienta, Greene. A ver quién supera esto.

Bueno, “and finally there’s the plant”, Audrey II.

(En) Hacienda somos todos (unos angelitos)

Con este final del mes de junio se derrama una gran alegría en España, y es que finaliza el plazo para presentar la declaración de la renta.

Como persona responsable, en mi caso, no he esperado hasta el último día. Lo hice ayer.

En su día llamé a la Agencia Tributaria, también conocida por sus iniciales, que no son A.T. sino A.E.A.T., pues el nombre real y completo es Agencia Estatal de la Administración Tributaria. Pero ya que no ahorramos en impuestos, al menos ahorremos en palabras.

El motivo de la llamada era corregir el borrador que me habían remitido de la declaración, y poco después, eficaz y eficientemente, me lo hicieron llegar. Eso fue a mediados de abril. Desde entonces.

Como digo, al final me decidí hacerlo. Pues venga, y con las nuevas tecnologías: aproveché la opción que me daba mi entidad financiera (alias, banco) y a través de su página de Internet, confirmé el borrador facilitado por Hacienda.

Me tocaba pagar un poquito, y el banco, también eficaz, eficiente, y virtualmente, me hizo el cargo en cuenta del primer pago. Pero…

Pero resulta que esto se le tenía que comunicar a Hacienda mediante un código llamado NRC, el cual desconocía y para averiguarlo tuve que llamar por teléfono al banco. Y para comunicarlo a Hacienda, "vía telemática", se necesita el certificado digital o algo parecido, el cual yo no tengo. Así que…

Así que me tuve que presentar en Hacienda, en concreto en la Delegación Provincial, con mi papelito en el que tenía apuntado el NRC, y preguntando: “Señores de Hacienda, ¿cómo les digo este código que tengo aquí apuntado?”

En resumen, acabé en una oficina de mi banco, anulando el pago anterior, y presentando la declaración en papel, como antes, en el banco, para que fuera él quien informara a Hacienda de que yo ya había cumplido.

Y es que en Hacienda, somos todos… unos angelitos, sí, de verdad, aunque hay que buscarlos, existen angelitos en Hacienda, al menos, en la Delegación Provincial de Valencia.

Como ya comenté en su día, estoy pensando seriamente en pasarme al té.

Unas frescas notas musicales. Introducción

Hace unos días, en una de las oficinas de información turística de Valencia (tal vez la del Teatro Principal, en Poeta Querol), me hice con un folleto informativo sobre unos conciertos del Ensemble de Violines. Obtuve el mismo resultado que en otras ocasiones, como ya comenté en su momento.




Este domingo, 28 de junio, por desajustes en la coordinación, no coincidí con mi hermano en el histórico edificio del Estudio General, más conocido éste como Universidad de Valencia (ahora) o Universidad Literaria (antes), y todavía conocido el edificio como el Rectorado (de la antedicha Universidad); ahora Centre Cultural La Nau de la Universitat de València (el nombre del centro es simplemente porque la calle de la Nave, o Carrer de la Nau, es la dirección de referencia del edificio - la puerta que se abría sobre la calle, sí, de la Universidad, en su momento era casi anecdótica, aunque esta vez era por donde se entraba)

La excusa para haber coincidido era un concierto de la Orquestra Filharmònica de la Universitat de València, dentro del ciclo 09 Serenates musicals.

En el folleto se dice que la Orquesta se creó en 1995, y tiene “una plantilla de 80 joves alumnes, majoritàriament universitaris” (creo que no es preciso traducir), con una edad media de 20 años (lo que tiene que suponer que los universitarios son, además, muy mayoritariamente, de los primeros cursos). En 1998 obtuvo el primer premio en la categoría de orquestas sinfónicas en el XXVII Concurso Internacional de Jóvenes Orquestas, en Viena. Sin embargo, podría decirse que el principal premio que está obteniendo es que más de quinientos jóvenes músicos han formado parte de ella, y muchos de ellos ocupan actualmente “places en orquestres professionals espanyoles i europees”.

Su director titular es, desde su creación, Cristóbal Soler, quien la dirigía cuando se ganó el premio en 1998 y también lo hizo en el concierto que nos ocupa. En el folleto se nos informa de que entre las orquestas que ha dirigido “destaquen les següents”, y se entra en una amplia relación que ocupa nueve líneas (y tres puntos suspensivos) de las dieciocho y un poco del párrafo a él dedicado (pero esto no es demérito suyo, sino del “universitario” que lo ha redactado).

El programa estaba dispuesto en dos partes, la I y la II (supongo que se habrán usado números romanos, por las letras,… porque era la “Universidad Literaria”).

Mensaje en una botella

Esta pasada primavera Telepizza lanzó, al menos en Valencia, una promoción, junto con Coca-Cola, claro, supongo, recordando la botella “tipo Hutchinson, réplica del primer tipo de botella que se utilizó para embotellar Coca-Cola” según se dice en la caja que la alberga.

La gracia consistía en que, con ciertas condiciones del pedido o comanda en el establecimiento, por 2 euros más tenías una de las botellas en cuestión, disponible en tres colores. En su momento, me hice con dos botellas, la roja y la verde, dejando “pendiente” la azul.

Esta botella fue “utilizada entre 1899 y 1902”. También se dice en la caja que “las botellas Hutchinson originales son muy valiosas y buscadas por los coleccionistas.

Durante un tiempo, permanecieron en sus respectivas cajas, al no tener claro qué uso les podía dar. Finalmente decidí lo lógico: alojarían en su interior el agua para beber en casa, del grifo, y en la nevera, fresquita, incluso en invierno.

Prudentemente, procedí a una primera limpieza en el lavavajillas. Imprudentemente, no leí la letra pequeña de la caja, en la cual, puedo leer ahora, se dice que el envase es “apto para microondas y lavavajillas”. ¡Uf!

Ahora tengo las dos botellas, en pleno uso, producción y rendimiento en su función asignada. Podemos verlas en la foto adjunta, junto a sus embalajes originales.

Ya, yo también me dí cuenta al sacarlas del lavavajillas. El color no es del vidrio sino del celofán que las recubría, en pretérito. Pero todo tiene sus ventajas. Así se aprecia mejor qué botella es la que está medio llena, y cuál la que está medio vacía. (no, no vale decir que en realidad hay una que está llena, que es la de la izquierda, pero que la de la derecha, aviesa y pérfidamente, le ha quitado parte lo que tenía, pues a ésta no le correspondía tener nada).

En resumen, a pesar del color, la botella es bonita, sirve para lo que la estoy usando,… y sí, tenéis razón, no la usaré en el microondas.

sábado, 27 de junio de 2009

¡mmmm!

Esta foto del Mercado de San Miguel la hice el día de Santa Elena del año 2007. Desde entonces, cada vez que pasaba junto a él, lo encontraba de obras, de rehabilitación, se supone.

Hasta que en la madrugada de la festividad de la Santísima Trinidad de este año 2009, tras cenar en Casa Ciriaco, como ya ha quedado reseñado, descubrimos que no solo ya estaban finalizadas las obras, sino que, incluso, y todo apuntaba a que muy recientemente, estaba inaugurado, y además, hasta en funcionamiento.

Como se puede observar en las fotos (además de los detalles de la obra), no éramos los únicos que aparecimos por el Mercado, cuya función tradicional, como es tradición en estos casos, se había visto bastante resentida.



No obstante, en muchos de los puestos pueden adquirirse los productos que están disponibles para su consumo inmediato, aunque sean tradicionales de otras tradiciones.

Al cabo de unas horas, a mediodía, poco antes de comer, volvimos de nuevo, y pudimos apreciar que la afluencia era mucho mayor que en las primeras horas de esa madrugada de domingo en que por primera vez pudimos conocer sin obras y por dentro el Mercado de San Miguel.



Se ha creado una especie de logo, como el que se recoge en la portilla, que es simplemente un enlazamiento de las ‘emes’ de ‘Mercado’ y ‘Miguel’; lo de ‘San’ se lo han dejado olvidado, o al menos, yo he sido incapaz de encontrar la ‘ese’.

Salvo, claro, la secuencia de ‘emes’ sea la onomatopeya expresiva del buen sabor, de la buena calidad, tanto del establecimiento como de los productos en él ofrecidos.

El domingo por la noche ya estábamos de regreso a Valencia, por lo que no pudimos aparecer por el Mercado. Sin embargo, quien nos tomó el relevo, según ha dejado expresado en su blog, fue Marta Rivera de la Cruz. Y también le gustó.

Así que tal vez, la secuencia de ‘emes’ sea también la secuencia de Madrid-Mercado-Miguel-Marta (ampliando, además, las referencias de la onomatopeya de aprobación).

No ha sido sólo un bis

A principios de 2005 Planeta DeAgostini lanzó a través de los kioscos una colección de DVD bajo el nombre La gran ópera, de la cual adquirí algunos títulos. El tercero en adquirir, y sexto de la colección, fue Rigoletto.

Esta grabación se correspondía con la representación que tuvo lugar en la Arena de Verona, el 21 de julio de 2001. El Duque de Mantua era interpretado por Aquiles Machado y Gilda por Inva Mula.

Un día, hablando con un compañero del trabajo sobre esta ópera, le comenté que la fama la tenía ‘La donna è mobile’, aunque yo prefería ‘Bella figlia dell’amore’ (aunque no era propiamente un aria), ambas en el tercer acto. Sin embargo, sobre esta grabación, le comenté que me había llamado la atención que se produjera un bis, no sobre estas melodías más populares (como también el ‘Caro nome’) sino sobre el dúo de la escena final del segundo Acto, el ‘Vendetta, tremenda vendetta’.

Poco antes de entrar a la representación de Die Walküre, mi hermano me comentó que dos días atrás se había producido un bis en el Teatro Real, en la representación de Rigoletto, lo que me recordó lo que acabo de comentar.

Además del hecho histórico de tratarse del primer bis en el Teatro Real de Madrid (como se recoge en la noticia de Aurora Intxausti en El País), resulta curioso que ambos bises en Rigoletto se produzcan en un dúo, y en una escena cuya melodía no es especialmente conocida por el llamado “gran público”. Para quien no la conozca, enlazo el vídeo (también de El País, al igual que la foto de Cristóbal Manuel) del bis en cuestión.

Aunque siempre queda la duda sobre si las ovaciones ante estas escenas no estarán catalizadas, además de por la grandísima calidad de la interpretación, por la identificación de una gran parte del público, si no toda, ante lo que se canta.

Es fácil hablar del ansia de libertad ante el coro de esclavos de Nabucco con su ‘Va pensiero, sul ali dorati’: ni los esclavos ni el público van a hacer nada que preocupe al tirano.

Pero cuando ante el tirano, ante el déspota, alguien clama ‘Vendetta, tremenda vendetta’ y el público le ovaciona, a pesar de saber, como sabe, que el mismo ejecutor de la venganza va a resultar perjudicado por ella,… entonces, se puede quedar uno pensando sobre qué es en realidad lo que ese público (o parte de él) ovaciona: la interpretación, la acción del protagonista contra un déspota (aunque sea mediante un acto equivocado), ¿o una acción que aplauden en otros al ser incapaces de realizarla ellos mismos, por mucho que lo deseen?

Prohibida la obra de teatro de Víctor Hugo, con problemas también de censura los libretos iniciales de Piave, Le roi s’amuse/Rigoletto forman parte de esas grandes obras que, en su momento, veinte años después, o casi dos siglos más tarde, son continuamente actuales porque las personas, a pesar de los déspotas que malgobiernan, son seres humanos. Y, egoístas o altruistas, con acciones equivocadas o no, más tarde que temprano, eso sí, acaban actuando.

Por cierto, el barítono, Rigoletto, en ambos casos ha sido Leo Nucci, y a eso me refería, que han sido dos, que no ha sido sólo un bis, ¿no?

El sueño de una tarde de San Juan

Hace dos semanas, me acerqué por la sección de discos de El Corte Inglés, en su centro de la Avenida de Francia para que mi hija buscara un disco como regalo de cumpleaños para una amiga.

Estando allí, una de las muchachas de la sección (somos viejos conocidos desde que abrieron el centro hace cinco años) me ofreció dos invitaciones para asistir al Palau de les Arts a ver la representación en directo de Die Walküre, aunque en pantalla gigante, en el Auditorio del edificio.

Algo antes de las siete de la tarde del pasado día 24, ya estaba yo brujuleando junto al Palau de les Arts, aprovechando la luz de este día de San Juan, para hacer algunas fotos que no se pueden hacer en otros momentos. Sea de la “proa” del propio edificio (en su día, durante las obras, antes de que se le colocara la cubierta, era conocido como “el barco”, por la forma que adoptaba), sea de los visitantes al edificio a la ópera (incluso fotografiándose a uno mismo), o sea del Hemisferic, edificio vecino, al otro lado del puente, impasible ante los peatones del puente o ante las gaviotas que sobre él esperan el crepúsculo.



Al cabo de un rato, tras un breve viaje en ascensor (lo único breve en el conjunto de la velada), mi hermano y yo entrábamos en el Auditorio del Palau de les Arts, yo, por primera vez. Y en los entreactos, mientras nosotros y el público en general salíamos a las terrazas exteriores, aprovechando el momento, el sol, casi solsticiero, entraba en el Auditorio.



El primer acto de la ópera, tampoco revelamos nada especial para quien no conozca su trama, empieza una noche de tormenta, y durante él, tiene un cierto papel un fresno, alrededor del cual se ha construido la cabaña en la que el protagonista busca refugio de la tormenta.

Por nuestra parte, en los entreactos, también buscamos refugio: en el primero de ellos, en la terraza exterior, donde no había ningún fresno, pero sí cipreses y palmeras; y en el segundo, además de en la terraza, también en la cafetería vecina, donde sí pudimos apreciar el efecto de otras lluvias y tormentas sobre la cubierta de cristal.



Pero bueno, silencio, que empieza la representación.

Reposar la comida. Serie 2. III: Casa Ciriaco

Tras salir de la ópera, nuevamente nos encontramos en la ruta de los restaurantes centenarios. En este caso, y dada la hora, optamos por uno cercano al Teatro Real, y de esta forma, nos presentamos en la calle Mayor, donde, cerca de su final, se encuentra Casa Ciriaco.

En nuestro famoso folleto se dice del establecimiento que se trata de un “típico local castellano de cocina casera donde hacen que te sientas como en tu casa”. El local se abrió en 1887, y lógicamente, “aquí sirven platos con más de 100 años de tradición.

Como puede apreciarse en el tique, siguen aplicándose las cuatro reglas (en particular, la suma), según el procedimiento clásico. Lo que se dice, un local tradicional.

El folleto concluye diciendo que “comer es una necesidad, saber comer es un arte”. Así, pues, no cabe añadir mucho más, por muy cierto que sea que cuanto más azúcar, más dulce.

jueves, 25 de junio de 2009

Unas aventuras... de libro

Aunque hace mucho tiempo, cuando era pequeño, no sólo existían ya los libros sino que hasta se compraban y regalaban a los niños. En aquella época, existían los tebeos y lo que entonces se llamaban ‘álbumes’ que eran la edición encuadernada de las aventuras o historietas de ciertos personajes de los tebeos. Y libros a modo de pequeñas enciclopedias para que los tiernos infantes fueran aprendiendo de una manera agradable y divertida (‘lúdicamente’ se dice ahora).

Pero también estaban los libros que adaptaban las obras de los ‘mayores’ y de esta manera, el niño iba poco a poco internándose en el mundo de la ‘gran’ literatura. Entre estos libros, figuraban por méritos propios los que publicados por la desaparecida pero siempre inmortal Editorial Bruguera en su Colección Historias Selección (que es la que yo conocí). Esta colección, en realidad era una especie de extracto de la Colección Historias, bastantes años anterior.

Estos libros recogían una determinada traducción/adaptación de la obra en cuestión, y también, una adaptación en forma de tebeo de dicha obra. Se exponían ambas adaptaciones de forma paralela, el tebeo en las páginas de la derecha (una de cada dos), y el resto, lo ocupaba la adaptación “literaria”.

Por ejemplo, Viajes de Gulliver de Jonathan Swift, en una traducción de Ricardo Acedo Lobatón, con las ilustraciones interiores Pedro Alférez González, y con la sobrecubierta de Vicente Roso. Todo de 1958 (es decir, de la Colección Historias), pero en edición de Historias Selección, y en concreto, la primera edición, de mayo… de 1967.



Aunque hace tiempo que quería recordar estas ediciones, lo hago aprovechando unos párrafos de La importancia de las cosas, libro del que ya hemos hablado aquí, y que ilustra todo lo anterior pues es obra de una autora que aún no había nacido cuando me regalaron la edición de Viajes de Gulliver en cuestión.

También le sorprendía que los mismos jóvenes que habían acogido la novela con verdadero entusiamo no hubiesen leído jamás a Julio Verne, Herman Melville o Mark Twain.
Él sí lo había hecho. R.L. Stevenson. Fenimore Cooper. Karl May. Emilio Salgari… Recordaba las tardes de invierno pasadas en el sillón de su casa, hundiendo la nariz en aquellos libros polvorientos que sacaba de las estanterías del despacho de su padre. A veces, antes de emprender la lectura, descubría que la polilla había empezado a hacer estragos en las páginas de papel barato, y entonces intentaba pasar las páginas del libro con un cuidado impropio de un chaval de siete años. Trataba los libros con tanto mimo que –pensaba su madre– cuando estaba leyendo parecía un viejo, un misterioso anciano menguado por una maldición o milagrosamente rejuvenecido por algún hechizo, que conservaba sin embargo las maneras de la edad y era capaz de tocar los libros con la delicadeza que hubiese empleado un entomólogo para rozar las alas de una mariposa perteneciente a alguna especia rara. Menkell leía aquellas historias desarrolladas en tierras desconocidas, protagonizadas por una raza singular de hombres audaces, y lo hacía convencido de que todo lo que contaban qquellas novelas había sucedido alguna vez, en otro lugar, en un tiempo distinto, en unas coordenadas diferentes. Cuando era niño, Menkell ni siquiera se había planteado la existencia del fértil territorio de la imaginación. Estaba convencido de que las historias, igual que las cosas, vienen todas de alguna parte. Por eso pensaba que en el Londres victoriano había habido un caballero empeñado en dar la vuelta al mundo en ochenta días, y en las orillas del Misisipi de los esclavos había nacido la amistad entre un niño blanco y otro negro, y que un hombre con una particular forma de cordura había buscado durante años un duelo a muerte con la gran ballena blanca. Mario no había dudado nunca de la existencia del capitán Nemo, de Sandokán o del mismísimo Sherlock Holmes, y cuando alguien –quizá un maestro del colegio, quizá su propia madre– le sacó de su error y le dijo que todos aquellos personajes habían nacido del privilegiado cerebro de hombres y mujeres dotados para la escritura, se sintió doblemente admirado y, por primera vez en su vida, limitado y torpe.
” (pp-165-166)

Esto viene también a cuento, aunque tardío, porque a finales de 2007, Ediciones Zeta re-lanzó estas veteranas colecciones, reconociendo en la portada la autoría de Bruguera mediante el gatito que identificaba a ésta. Sin embargo, como puede observarse en la relación de títulos del ISBN del Ministerio de Cultura, el empeño no ha ido mucho más allá (13 volúmenes, cuando Viajes de Gulliver ya era el vigésimo de la colección).

Sin embargo, en marzo de este año, sí hicieron un lanzamiento a través de kioscos. Aunque no sé si se consiguió algo más que la desesperación de los kioskeros a la hora de organizar todo el género.

Una pesada carga a la espalda

Hace mucho tiempo leí que una figura importante en la obra de Verdi era la del padre. No lo he vuelto a leer más ni he estudiado el tema, por lo que no sé hasta dónde era algo personal, más allá de lo dramático.

Entre los padres, se destacaban al padre de Aída (Aída), y al padre de Alfredo (La Traviata). Padre uno de una hija, y el otro de un hijo, sí tienen ambos una cosa en común: con independencia de la importancia de su intervención en el desarrollo del drama, ninguno es protagonista en él.

El tercer padre no sólo es protagonista del drama, sino que lo es tanto, que hace cambiar el enfoque de la obra literaria en que se basa la ópera, y le da su propio nombre. Estamos hablando de Rigoletto.

Considerada pronto una obra maestra que abría nuevos caminos al género lírico, el principal valor de Rigoletto es que en ella la música alcanza una fusión perfecta con el drama, al mismo tiempo que logra traducir con acierto los recovecos psicológicos de unos personajes que son creíbles, no ya marionetas de cartón-piedra como muchos de los héroes románticos de ópera anteriores. La tesitura vocal, las melodías, el tipo de canto, la instrumentación que los acompaña, ilustran a la perfección esos mismos caracteres, la volubilidad un tanto cínica del duque (tenor), la rabia y el amor paterno del bufón (barítono), o la fragilidad de Gilda (soprano), sin por ello perder un ápice de lirismo.

Con estas palabras inicia Juan Carlos Moreno el capítulo Comentario musical. Música para una maldición, del volumen libro-CD con que se abría la colección Grandes óperas, editada por RBA coleccionables en 2007, y distribuida por el diario ABC.

La producción presentada en el Teatro Real es una adaptación de la elaborada originalmente por De Nederlandse Opera de Ámsterdam. En el libro editado por el Teatro Real figura una entrevista que Rafael Banús realiza a Monique Wagemakers, directora de escena. En relación con la propia escenografía, podemos leer:
- Su producción tiene un decorado abstracto, minimalista. Visualmente posee mucha fuerza, pero pienso que no ayuda mucho a los cantantes.
- La imagen es muy limpia, y creo que los cantantes se desenvuelven muy bien en él. El escenario refleja la atmósfera opresiva, sofocante, de una corte: una comunidad muy exclusiva, formada únicamente por hombres. Un caldo de cultivo ideal para la conspiración. Un mundo de poder, decadencia, rivalidad y vendetta. Cada escena tiene su propia y poderosa imagen y está marcada por el sentido de la prisión. Todos los lugares están cerrados. Nunca vemos a nadie entrar o salir del escenario.
- El coro va vestido de época. ¿Es un homenaje a la escena isabelina o shakesperiana?
- El tiempo y el lugar no están definidos en esta producción (…). Sandy Powell es una diseñadora fantástica (…). Todos los cortesanos van vestidos exactamente igual. Llevan largas túnicas y ajustados corsés. Buscan la protección del grupo, con sus reglas y rituales. (…)
- ¿Cuál es el papel del coro en esta producción?
- El coro desempeña un papel muy importante. (…) Los cortesanos están consagrados al Duque y se arrastran a sus pies. Los cortesanos están consagrados al Duque y se arrastran a sus pies. Son prisioneros del mundo del Duque. Esta producción habla del poder contra los indefensos. Sobre el encarcelamiento y lo que el miedo puede hacer con un ser humano. La identidad es una palabra clave en este montaje: nadie es quien pretende ser, la identidad no existe en esta corte. No ser visto significa seguridad.


Tras leer esto último viene a la memoria que la ópera fue el resultado de un encargo del teatro veneciano de La Fenice para ser estrenada en 1851, precisamente durante el carnaval. Sin embargo, el carnaval no evitó que también sufriera los efectos de la censura, aunque menos que la obra en que se basa (El rey se divierte). En este caso se resolvió, aparte de con algunas variaciones en el texto, degradando (más aún) al Rey: se convierte en Duque.

Los intérpretes de la representación a la que asistimos fueron los mismos que en el estreno, por lo que, dado además el escaso tiempo transcurrido desde éste, sólo dos días, son totalmente pertinentes las críticas publicadas en prensa, ABC y El País.

Un componente esencial de la escenografía minimalista es el uso del color, tanto en la iluminación como en el vestuario. Dada la prohibición de realizar fotos durante la representación, que se auto-relaja en los aplausos, sólo puedo trasladar una tímida aproximación a ello con estas dos fotos de los saludos finales.





Patrizia Ciofi volvió a ser la triunfadora de la noche, y de hecho fue la que más aplausos generó cuando nos cruzamos con el elenco en su veloz camino desde la escena hasta la terraza del Teatro para saludar al público del exterior.

Volviendo al principio de esta anotación, y enlazando con la crítica de ABC, tal vez no sea casual que la primera vez que se pronuncia la palabra “padre” en la ópera es al final del cuadro I del primer Acto, dirigiéndose precisamente un padre (Monterone) a otro (Rigoletto):
tu che d’un padre ridi al dolore,
sii maledetto!