La editorial Acantilado está realizando una importante labor de recuperación de la literatura europea de entreguerras. Y, como no podía faltar, de numerosos autores y obras de Centroeuropa, especialmente protagonistas, a su pesar, en ese primer tercio de siglo.
Uno de estos autores es Joseph Roth, quien, como muchos otros, sin moverse de su casa, acabó siendo ciudadano de tres, cuatro, cinco,… países, hasta que, también como muchos otros, afortunados ellos (él en París en 1939), pudieron morir en el exilio.
Este pasado fin de semana he leído su novelita Jefe de estación Fallmerayer, en la colección Cuadernos del Acantilado (como ejemplo de lo expresado más arriba, es el número 32 de la colección, y está precedido por otros tres del mismo autor más otro de Stefan Zweig). La traducción es de Berta Vias Mahou, se entiende que expresamente para esta primera edición de noviembre de 2008.
Como se reseña en la solapa de la cubierta “la amarga experiencia del derrumbamiento del mundo de los Habsburgo y sus consecuencias psicológicas, así como la obligada emigración de los judíos de Europa central hacia Occidente, fueron desde el inicio los temas centrales en su obra”. Lamentablemente, no se expresa la fecha de redacción de la novelita, la cual seguro que reforzaría lo reseñado.
El recuerdo del mundo de los Habsburgo, como mezcla de orden y costumbres, con una estructura social finamente ajustada y equilibrada entre las distintas clases sociales, con sus derechos y deberes, y con sus ilusiones, triviales… o no; este mundo se puede ver delicadamente descrito, por ejemplo, en este párrafo al principio de la novelita:
“Un día de marzo del año 1914, Adam Fallmerayer se encontraba sentado, como de costumbre, en su despacho. (…)
Llovía, y el aire era templado. El jefe de estación Fallmerayer nunca había presenciado una llegada tan temprana de la primavera. Los trenes expreso que se dirigían hacia el sur, a Merano, a Trieste, a Italia, no paraban jamás en su minúscula estación. Pasaban a una velocidad desenfrenada por delante de Fallmerayer, quien, dos veces al día, saludando con su resplandeciente gorra de color rojo, se apostaba en el andén. Casi degradaban al jefe de estación a la categoría de guardavías. Los semblantes de los pasajeros en las amplias ventanillas se desvanecían en una papilla de color blanco grisáceo. El jefe de estación Fallmerayer jamás había podido ver el rostro de un pasajero de viaje hacia el sur. Y el sur era para el jefe de estación algo más que simplemente una indicación geográfica. El sur era el mar, un mar hecho de sol, libertad y dicha.”
Pero, al poco,…
“La mujer y las niñas regresaron [de unas vacaciones]. El mes de julio llegó a su fin.
Entonces se produjo la movilización general.”
No llegó, simplemente, una guerra más: se trataba de la Gran Guerra. Y no sólo.
Uno de estos autores es Joseph Roth, quien, como muchos otros, sin moverse de su casa, acabó siendo ciudadano de tres, cuatro, cinco,… países, hasta que, también como muchos otros, afortunados ellos (él en París en 1939), pudieron morir en el exilio.
Este pasado fin de semana he leído su novelita Jefe de estación Fallmerayer, en la colección Cuadernos del Acantilado (como ejemplo de lo expresado más arriba, es el número 32 de la colección, y está precedido por otros tres del mismo autor más otro de Stefan Zweig). La traducción es de Berta Vias Mahou, se entiende que expresamente para esta primera edición de noviembre de 2008.
Como se reseña en la solapa de la cubierta “la amarga experiencia del derrumbamiento del mundo de los Habsburgo y sus consecuencias psicológicas, así como la obligada emigración de los judíos de Europa central hacia Occidente, fueron desde el inicio los temas centrales en su obra”. Lamentablemente, no se expresa la fecha de redacción de la novelita, la cual seguro que reforzaría lo reseñado.
El recuerdo del mundo de los Habsburgo, como mezcla de orden y costumbres, con una estructura social finamente ajustada y equilibrada entre las distintas clases sociales, con sus derechos y deberes, y con sus ilusiones, triviales… o no; este mundo se puede ver delicadamente descrito, por ejemplo, en este párrafo al principio de la novelita:
“Un día de marzo del año 1914, Adam Fallmerayer se encontraba sentado, como de costumbre, en su despacho. (…)
Llovía, y el aire era templado. El jefe de estación Fallmerayer nunca había presenciado una llegada tan temprana de la primavera. Los trenes expreso que se dirigían hacia el sur, a Merano, a Trieste, a Italia, no paraban jamás en su minúscula estación. Pasaban a una velocidad desenfrenada por delante de Fallmerayer, quien, dos veces al día, saludando con su resplandeciente gorra de color rojo, se apostaba en el andén. Casi degradaban al jefe de estación a la categoría de guardavías. Los semblantes de los pasajeros en las amplias ventanillas se desvanecían en una papilla de color blanco grisáceo. El jefe de estación Fallmerayer jamás había podido ver el rostro de un pasajero de viaje hacia el sur. Y el sur era para el jefe de estación algo más que simplemente una indicación geográfica. El sur era el mar, un mar hecho de sol, libertad y dicha.”
Pero, al poco,…
“La mujer y las niñas regresaron [de unas vacaciones]. El mes de julio llegó a su fin.
Entonces se produjo la movilización general.”
No llegó, simplemente, una guerra más: se trataba de la Gran Guerra. Y no sólo.
La editorial El Acantilado, está realizando una meritoria labor de rescate de grandes escritores centroeuropeos del período de entreguerras. Uno, no deja de sorprenderse la ignorancia que existe en torno a ellos. Por ejemplo, sales ahora a la calle y preguntas a las cien primeras personas que te encuentres si han leído algo, o siquiera conocen, a Joseph Roth, y no creo que el porcentaje de respuestas positivas llegaran al 15 %. Supongo que esto explica muchas otras cosas.
ResponderEliminarSaludos