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martes, 21 de junio de 2016

¿Lees, tío?

El verano es la estación en la que muchos hacen cosas que en la rutina diaria no encajan. Y así, unos cuantos aprovechan y leen.


Y unos pocos, hacen otras cosas, mientras siguen leyendo.

Créditos:
Fotografía (sin datar) de Hemingway bañándose en el mar, mientra lee, publicada en el suplemento dominical XL Semanal el 1 de marzo de 2009, de la hemeroteca del autor.

sábado, 7 de marzo de 2015

Tiempo de juegos (y libros) antiguos

El pasado verano traje a estas páginas un ejemplo de publicidad en el que se mostraba la práctica de un juego que ya no sé si se sigue practicando en algún sitio. Posiblemente, no, por aquello no tanto de las nuevas tecnologías sino, tal vez, por la sobreprotección que existe actualmente hacia los niños.

La verdad es que los juegos de los niños (excepción hecha del fútbol), han cambiado mucho de hace unos años para acá. Y no por eso han dejado de jugar. Y lo mismo puede decirse de la lectura.


Que no se conozca quién es Sandokán dice más de quienes no lo enseñan (familias, editores y colegios) que de quienes no lo leen. Porque en realidad, sí se lee mucho, más de lo que se piensa (recordemos no sólo Harry Potter sino el ejemplo de Laura Gallego y su Idhún); pero se trata ya de otros autores, otras aventuras, otros héroes, y quienes se quejan más bien recuerdan (o recordamos) el aroma de las antiguas lecturas.

Pero sí es cierto y hay que reconocer que la lectura exige una disciplina para la que no se suele educar a la infancia actual. Resulta más cómoda la disciplina de un juego de videoconsola.

Créditos:
Tira de Mafalda, de Quino, tomada de Todo Mafalda, editado por Lumen en 1992 (reimpresión de 1996), de la biblioteca del autor.

jueves, 19 de febrero de 2015

Leer te da medios…



(Pero no te quedes a medias.)

Créditos:
Fotografía del escaparate de la tienda de Calzedonia en la esquina de la Plaza del Ayuntamiento con la calle Barcelonina, en Valencia, ayer por la tarde, del autor.

lunes, 12 de enero de 2015

Ready? Reading!


Créditos:
Viñeta de JM Nieto publicada hoy en ABC, de la hemeroteca del autor, basada en la noticia publicada estos días sobre el elevado porcentaje de españoles que no leen “nunca o casi nunca”.

miércoles, 26 de marzo de 2014

... das ich lese.

Como cabe suponer, siempre me llevo algún libro para leer durante un viaje. En el caso del de Fráncfort, eché mano de las últimas compras aún sin ubicar, y junté al que estaba a punto de terminar (en una curiosa unión de finalizaciones, de libro y año, y de temática del libro), un par más.




Como puede verse, quedó todo muy victoriano.

También quedó todo bastante reducido al ámbito de los aeropuertos, donde se produjo la mayor parte de la lectura.

Pero es lo que tienen los viajes: que las salas de espera se convierten en salas de lectura.

[Nota:
Naturalmente, a pesar del título de la anotación, no llegué a atreverme aún con recientes adquisiciones.]

Créditos:
Cubiertas y sobrecubiertas de los libros en cuestión.

lunes, 10 de febrero de 2014

Moi aussi

C’est à dire:


J’aime lire.

Créditos:
Fotografía de Martine Franck, realizada por Henri Cartier-Bresson en 1967, tomada de la noticia publicada hoy en ABC acerca de la exposición que se realiza ahora enseguida en el Pompidou, en París, y que en verano llegará a la Fundación MAPFRE, en Madrid.

domingo, 5 de enero de 2014

Una buena recomendación… cazada al vuelo

Como ejemplo de que una buena recomendación se puede encontrar del modo más curioso…


… y en el momento más oportuno, como puede ser estrenando el año… camino de...

Créditos:
Fotografía de la cola del avión (donde se aprecia la matrícula del mismo), que nos llevó a Fráncfort del Meno, este pasado Primero de Año, aún en Barajas, del autor.

sábado, 17 de agosto de 2013

¡Que ruede su cabeza!

Digo…

¡Que ruede, por fin, el balón!

A partir de ahora, se acabó el leer.


(Que no, que es broma. Yo, Leo.)

Créditos:
Viñeta de Serafín, publicada en La Codorniz el 21 de octubre de 1956, tomada de “La Codorniz” declara la guerra a Inglaterra, recopilación sobre el tema publicada por EDAF en 1999 (3ª edición, de noviembre), de la biblioteca del autor.

viernes, 26 de julio de 2013

Congratulations

El pasado fin de semana me llamó la atención descubrir, nuevamente, una buena costumbre mariana: la lectura, impulsada, según la tradición, no sólo española, por su madre, Santa Ana.

Felicitémosnos por este ejemplo, y, at last but not the least, también a quienes Ana se llaman.

Créditos:
Fotografía de la imagen de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen (St. Anne teaching the Virgin to read), de principios del siglo XVI, en el exterior de la Capilla de San Jorge, en la Catedral de Exeter (Devon-Inglaterra), de julio de 2013, del autor.

martes, 11 de junio de 2013

La Feria, en el metro

Invierno. Metro de Madrid. Línea 1: Pinar de Chamartín-Valdecarros. Subo en Tirso de Molina. Mi destino es Iglesia. Es de mañana, aunque pasado ya el ajetreo de la hora punta. El vagón huele a humanidad, pero hay asientos libres. El perfil del usuario es heterogéneo (estudiantes rezagados, amas de casa con carritos de la compra, turistas de distintas nacionalidades, algunas tipologías más ambiguas), si bien no abundan los maletines de negocios ni las barbillas recién rasuradas. Se respira un ambiente tranquilo.
Echo un vistazo más atento a los viajeros. Más concretamente a sus manos. Por vicio, que no por virtud, y de igual modo que al entrar en una casa ajena lo primero que busco es la biblioteca de quien vive en ella, cuando tomo un medio de transporte observo qué lee la gente. Esta mañana de invierno, en mi vagón, hay cinco lectores. Uno, excéntrico, se aplica al disfrute de Expiación, de Ian McEwan; los otros cuatro, disciplinados con los tiempos que corren, gregarios quizá sin sentirlo, llevan en sus manos uno de los dos primeros tomos de la trilogía Millenium, de Stieg Larsson (…)
Pienso que allá fuera, en las mesas de novedades de los cientos de librerías que existen, hay miles y miles de títulos ignorados, a cuyo lado cuatro de cada cinco lectores pasan como a junto a fantasmas. Y siento que esa es un pérdida lamentable. En un artículo de homenaje a John Cheever, Ray Loriga expresó semejante paradoja mediante una fórmula impecable: es mucho más complejo vender un único ejemplar de un millón de títulos distintos, que vender un millón de ejemplares de un único título. (…)
Queda en todo caso el consuelo, no exento de misterio, de que, en cierta ocasión, y dado que los caminos del libro, como los de la Providencia, son inescrutables, a este convencido pesimista le asaltara en otro vagón de metro la maravillosa imagen de dos lectores que, codo con codo e ignorantes el uno del otro, iban devorando, ensimismados en su mundo propio, Vida y destino, de Vasili Grossman.
Era de justicia contarlos.

Créditos:
Extracto del artículo La dictadura de un solo libro, de R. Menéndez Salmón, publicado en el número 1.089 de ABC Cultural, del pasado 20 de abril de 2013, de la hemeroteca del autor.

viernes, 31 de mayo de 2013

Consejos vendo…

Nuestro colaborador D. Wenceslao Fernández Flórez nos ruega la publicación de la nota siguiente:
"Me ha maravillado la lectura de una nota del Banco de España, en la que se comenta una conferencia que pronuncié el pasado día 12 ante el micrófono de Unión Radio (…).
El Banco se queja de que haya pretendido yo hacerle víctima de mis ironías. ¿De qué ironías? Mis cuartillas se guardan en el archivo de Unión Radio. Véase en ellas si yo he aludido en ningún momento al proceder del Banco de España. No. Me he limitado a referir que un consejero –cuyo nombre no pronuncié– había asegurado ante veraces y respetables individuos de la Cámara Oficial del Libro que intervinieron en la organización de la II Feria, que él en toda su vida había comprado un libro. Esta anécdota es absolutamente exacta. Y si perjudica “al prestigio individual y colectivo del Consejo”, no soy yo, ciertamente, el que tiene la culpa."

¿Ni siquiera compró un libro… de cuentas?


Desde luego, como decía Cantinflas en una película, “debe-haber, debe haber… pero no hay”.

Créditos:
Extracto de la nota publicada en ABC el 18 de mayo de 1934, tomado de la hemeroteca del periódico en internet.
Imagen de la cabecera de una página de un libro de Cuentas corrientes.

lunes, 20 de mayo de 2013

La realidad, fruto de la lectura de la ficción

Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntese por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

Créditos:
Extracto de Elogio de la lectura y la ficción, discurso ante la Academia Sueca de Mario Vargas Llosa, con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura 2010, tomado de la edición no venal realizada por Alfaguara en enero de 2011, de la biblioteca del autor (pp. 14-15).

… y dificultad al leer

“- ABC, portada, con el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, autor de la mejor novela española del siglo XXI: «La democracia es imperfecta, pero no hay alternativa».
- ¿Cuál es la mejor novela española del siglo XXI?
- … la de Mario Vargas Llosa, ¿no?
- ¡Ah! Vale ¿Se llama así el libro?
- No, no, no, no.
- Una novela de Mario Vargas Llosa… pero ¿cuál, en concreto?
- No sé, ¿a ti cuál te gusta más, Luis?
- Hombre, a mí, de Mario Vargas Llosa, mi favorita es Conversación en La Catedral, me parece un monumento, ¡pero no es del siglo XXI!
- Bueno, bueno. Yo, la verdad, es que tampoco estoy de acuerdo en que sea la mejor novela, pero bueno, así lo califica el ABC.

Naturalmente, no hay que decir que ABC, en su portada, no menciona Conversación en La Catedral, sino que lo que pone, junto sobre la fotografía de Mario Vargas Llosa, es la relación de las cinco novelas más votadas, donde figura La fiesta del chivo, mencionándola, además, expresamente justo debajo del titular leído.

Pero, claro, para ver eso no hay sino que mirar la portada y leer, y no sólo mirar con ganas de criticar al periódico con independencia de lo que se muestre en la portada.

(A partir del minuto 2:09 ayer domingo en Sin complejos, diálogo entre Nuria Richart y Luis del Pino, subdirectora y director, respectivamente, del programa.)

Créditos:
Portada del ABC de ayer, de la hemeroteca del autor.

viernes, 30 de noviembre de 2012

¡Jo, qué día!

Era una agradable y limpia mañana de otoño –de octubre, me atrevería a decir– y yo estaba en la cocina sacándoles el corazón a unas manzanas para hacer una salsa. (…)
Recuerdo que me disponía a recoger la leña cuando escuché el chirrido de las ruedas del carro en el portal. Uno de los caballos blancos más veloces que hubiera visto nunca tiraba de un extraño carruaje  que tenía forma de vagón. (…)
Estaba pintado [el carruaje] de un color azul pálido, como el de los huevos del petirrojo, y a un costado se leía en grandes letras escarlatas:
PARNASO AMBULANTE
DEL SEÑOR MIFFLIN
LOS MEJORES LIBROS A LA VENTA:
SHAKESPEARE, CHARLES LAMB, STEVENSON,
HAZLITT Y TODOS LOS DEMÁS
(…)
Mientras hablaba [el hombrecillo] soltó un gancho de alguna parte y uno de los costados se levantó como una tapa. Una especie de mecanismo hizo clic, la tapa se convirtió en un tejadillo y entonces no hubo sino libros y más libros en filas.
Aquel costado del vagón no era otra cosa que una gran librería. Estanterías sobre estanterías, y todas repletas de libros, viejos y nuevos.

Este último viernes de noviembre se celebra en España, conforme a una larga tradición, una nueva edición del Día de las Librerías, en concreto, la segunda.

Día que se une al Día del Libro, el Día del Libro Infantil, las diversas Ferias del Libro (nuevos o antiguos), las otras Ferias del día en un idioma u otro,…

Me parece todo muy bien en relación con el libro. Pero para que un libro funcione, necesita lectores: coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges, en la Argentina este año ya se celebró por primera vez el Día del Lector.

Creo que no hace falta aclarar que yo no necesito Día del Lector para leer, al igual no necesito Día del Libro para comprarlos, ni Día de las Librerías para visitarlas (y hacerles algún hueco en sus estanterías). Pero si estas iniciativas sirven para darle un pequeño empujoncito a alguien, bienvenidas sean.

Créditos:
Extractos de los capítulos 2 de La librería ambulante, de Christopher Morley, según traducción de Juan Sebastián Cárdenas, cuya primera edición de enero de 2012 se ha publicado como número 42 de la colección Largo recorrido, por la editorial Periférica (pp. 18-20).
Fotografía de la estatua de una niña leyendo, de Esteve Edo, que se encuentra en las Alameditas de Serranos, en Valencia, de agosto de 2012, del autor.

miércoles, 8 de agosto de 2012

(L)librelector

Créditos:
Anuncio de las librerías de El Corte Inglés, tomado de ABC Cultural, de su número del pasado 28 de julio de 2012.
Juego de palabras en el título, entre llibre (en valenciano, libro) y libre.

sábado, 4 de agosto de 2012

Una entrevista de trabajo… de libro

Cuando hube terminado mi sumaria exposición, el almirante [contralmirante Frank Watkins, jefe de la Flota Submarina del Atlántico], en un tono que indicaba claramente que la entrevista había terminado, me dijo:
- Bien. Va a venir alguien de la base con quien deseo que tenga usted una entrevista. ¿Dónde se le puede llamar por teléfono esta noche?
- Estaré en mi casa –le respondí.
(…)
Después de cenar me llamó el almirante y me dijo:
- Siento comunicarle que el programa de visitas de la persona de quien le hablé está sobrecargado, por lo que la entrevista queda aplazada.
- Bien, señor –le contesté.
Seguramente el almirante adivinó mi natural curiosidad, porque añadió misteriosamente:
- No hable de esto absolutamente con nadie. La persona de quien se trata es el almirante Rickover. Hay una importante misión a realizar y se ha pensado en usted, entre otros oficiales, para llevarla a cabo.
(…)
Después de colgar el teléfono me desplomé en una silla completamente aturdido.
En aquel tiempo, por supuesto, todo el mundo sabía directa o indirectamente, que el contralmirante Rickover era el «padre del submarino atómico». El Nautilus, cuyo lanzamiento se efectuó en el mes de enero de 1954, llevaba ya navegando cerca de un año. (…)
Unas semanas después me llegó la orden de que el siguiente sábado a las ocho de la mañana debía estar en el despacho del almirante Rickover. (…)
En la Marina, las entrevistas con el almirante Rickover eran famosoas, o, mejor dicho, tenían muy mala fama. Lo más imprevisto podía sucederle a uno. Algunas veces, por ejemplo, el almirante hacía sentar a su visitante en una silla especial para los interrogatorios, la cual tenía la particularidad de que las patas delanteras era algo más cortas que las traseras y estaba colocada de tal modo que con sólo un pequeño movimiento de una persiana podía hacer que la luz del sol diera directamente en los ojos del visitante. (…)
El interrogatorio podía referirse al tema más imprevisto. (…)
Yo sabía que las estrambóticas preguntas del almirante Rickover no estaban destinadas únicamente a aturdir o desmoralizar al presunto candidato a determinado destino, sino que su objeto era separar los oficiales de inteligencia gris y ordenancista de los que poseyeran imaginación e ingenio, los cuales eran los que el almirante deseaba tener a su alrededor; y, sobre todo, le servían para deshacerse de los que demostrasen ligereza en sus juicios y falta de rectitud moral.
Desde luego, yo no podía ni soñar en ser más ingenioso que el almirante, pero sí estaba firmemente decidido a hacer todo lo posible para causar la mejor impresión.
(…)
A una seña del almirante me senté, un tanto aliviado al pensar que había sobrevivido los primeros treinta segundos.
(…)
El almirante me miró fijamente a los ojos y sin más preámbulos me preguntó:
- ¿Dónde fue usted a la escuela?
(…)
Pero al final me planteó la temida cuestión:
- Anderson, enumere usted todos los libros y sus autores que haya leído en los dos últimos años. No mencione los que haya leído el mes anterior; éstos no cuentan, puesto que usted sabía que vendría a verme.
(…) Aunque no soy un lector infatigable, creo que he leído más de lo corriente. (…) Ahora, sin embargo, no sabía qué contestar. Inexplicablemente, no conseguía acordarme de un solo título ni de ningún autor.
(…) Me acordé del título de un libro, pero no podía recordar su autor.
Al cabo de un rato, el almirante, frunciendo el entrecejo, me dijo:
- Vaya usted con Dios, Anderson.

Así es como se terminó una entrevista de trabajo con todo un almirante.

Y así es como continuó:
Cuando estuve de regreso en casa, Bonny [su esposa] adivinó inmediatamente que la entrevista no se había desarrollado muy bien. Le confirmé su intuición:
- ¡Vaya situación! El almirante preguntándome las obras y autores que he leído en estos últimos dos años, y yo sin poder acordarme de un solo título ni nombre. Ignoro lo que deseaba de mí, pero será mejor olvidarlo.
Luego me dirigí instintivamente a la biblioteca y me puse a repasar los títulos de los libros. Al verlos fui recordando los que había leído a bordo del Wahoo, y con el auxilio de Bonny compuse una lista de más de dos docenas de libros, que representaba aproximadamente el noventa por ciento de todos los que había leído en los dos años precedentes.
- Bien –dije a Bonny–. Quizá sea anormal el precedimiento, y presuntuoso por mi parte, pero no quiero que el almirante crea que los oficiales de submarinos somos imbéciles. Le voy a escribir mandándole esta lista.
Aquella misma noche redacté la carta, que pasé trabajosamente a máquina. A la mañana siguiente, y no sin cierta aprensión, la eché al correo.
Aunque el almirante jamás me ha hablado personalmente de este asunto, más tarde me enteré de que mi carta fue decisiva. Antes de recibirla, parece que el almirante Rickover me había descartado, comentando que yo le había parecido excesivamente premioso y cachazudo. Pero después de recibir mi carta cambió al parecer de idea, y poco después recibí con asombro el aviso de que debía presentarme de nuevo al almirante Rickover. Pero mi exacta «misión» no se me aclaró ni sería aclarada en varios meses.

Lo que no especifica el comandante Anderson, aunque supongo que figurará en algún expediente debidamente guardado en los archivos de la Marina de los Estados Unidos, es la “lista de más de dos docenas de libros” que le remitió.

Y no deja de excitar la curiosidad qué libros fueron los que permitieron, con el tiempo, que el Comandante Anderson capitaneara el Nautilus bajo el hielo del Polo Norte.

Créditos:
Fotografía de un marinero de la dotación del Nautilus, hoejando un libro en una de las tres bibliotecas del buque, y extracto del capítulo II Una entrevista difícil, del libro Nautilus 90º Norte, memorias del Comandante del buque, Capitán de Fragata William R. Anderson (con la colaboración de Clay Blair, jr.), según traducción del Capitán de Corbeta Miguel Coll Montaña, tomados de la primera edición, de abril de 1959, de Editorial Juventud (pp.16-24 y 24-25).

viernes, 27 de julio de 2012

¡Uf, menos mal!

¡Figúrate, sólo falta haber leído una novela!

Créditos:
Viñeta de Antonio Mingote, publicada en ABC el 16 de septiembre de 2007, de la hemeroteca del autor.

martes, 17 de julio de 2012

Máquina total (casi)


La viñeta de Antonio Mingote (sin fecha) nos acerca con humor a un mundo en el que las actividades propiamente humanas dejen de estar realizadas por humanos.

Aunque, de momento, sólo nos expendan los libros escritos por personas para que los lean personas.

Créditos:
Viñeta de Antonio Mingote, recogida en Antonio Mingote. Antología ABC.

jueves, 28 de junio de 2012

Llamas de amor… a los libros

Hace cuatro semanas asistí a lo que era la tercera sesión del Club de Lectura de Casa del Libro, en el Centro Comercial El Saler, de Valencia; el libro para comentar, Fahrenheit 451.

Se empezó con una breve pero interesante presentación del libro a cargo de Flo, quien apuntó varios auto-precedentes de temas o escenas de la novela en otros relatos de Bradbury, tales como Usher II, recogido en Crónicas marcianas (1950); Los exiliados, en El hombre ilustrado (1951); o El peatón, en Las doradas manzanas al sol (1953).

Se recordó, asimismo, que la novela se publicó por entregas en la revista Playboy (por poco, no lo hizo en el primer número). Tras esta curiosidad, se entró en un debate entre quienes estábamos, muy curioso, ya que, como buena novela de ciencia-ficción, se hicieron continuas referencias a la actualidad.

Así, se habló de que en la censura totalitaria, simplemente cambian los medios, ajustándose a lo propio del momento. En este sentido, se expuso el temor al ‘peligro’ digital frente al soporte físico del libro: la facilidad de publicación y difusión en internet, ante lo limitado de la publicación ‘clásica’; y por el contrario, la posibilidad de impedir el acceso a internet, y consiguientemente, el acceso a todo lo publicado, frente a la necesidad de ir ejemplar por ejemplar en el caso del libro físico. Naturalmente, el tema quedó abierto.

Hubo, lógicamente, su concreción personal: ¿qué libro memorizaría yo?; cuestión a la que yo me permití añadir la que se plantea al final de la película La máquina del tiempo: ¿qué tres libros utilizaría para hacer renacer una civilización? Como en el caso anterior, el tema no sólo quedó abierto, sino que apenas quedó contestado (empezando por mí mismo).

En relación con el desarrollo de la novela, se comentó que el desencadenante en la actitud de Montag, el protagonista, es el suicidio a lo bonzo que realiza un bibliófilo. De un modo similar, se podría ver la circunstancia de una sociedad en general sumisa (como la de la novela), hasta que un detalle, no necesariamente importante, falla, arrastrando con él la estructura del régimen totalitario.

Un enfoque cuestionado en la novela es que al final (aunque no se trate de desentrañar una novela que está a punto de cumplir 60 años), se salvan (lo que quiera decir eso), precisamente los que están apartados de la sociedad.

Se finalizó hablando del origen de la actitud que da pie a la novela: el planteamiento de que la gente no es feliz leyendo, enterándose de otras cosas, y en particular, de la verdad, de la cual, «unos pocos sorbos intoxican el cerebro».

Por mi parte, yo me presenté sin haber leído el libro recientemente, recordando sólo la lectura que hice hace más de treinta años, y algunas escenas de la película. Eso sí, me llevé mi ejemplar de la novela, de 1976 (que causó sensación -«antes de que yo naciera», dijo uno de los presentes-), aunque lo compré en marzo de 1979, lo que permitió apuntar el problema de la explosión de títulos publicados y de su limitada presencia, no ya en las mesas de novedades, claro, sino en los mismos anaqueles y almacenes de las librerías.

En resumen, muy interesante la sesión, de la que hay una breve reseña en las páginas de la librería.

Actualización del 29 de junio:
Al hilo del triste fallecímiento de Ray Bradbury, Jorge Vilches publica un artículo en el suplemento Libros, de Libertad Digital.

Créditos:
Portada de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, de la edición de Plaz&Janés en su colección Rotativa (número 86), del año 1976.
Carátula de la edición en DVD de la película Fahrenheit 451, dirigida en 1966 por François Truffaut.

domingo, 10 de junio de 2012

Tampoco se libran de la crisis

A estas horas está previsto que cierre el real de la Feria, y, hoy, con él, la edición número 71 de la Feria del Libro de Madrid.

Una de las grandes incógnitas de esta Feria (y en general, de todas) es precisamente ése: ¿cuántos reales vamos a recoger?

Cuestión clave para ello es el tirón que haya en la especialización de los libros: los destinados al público infantil siempre están, aunque resulte difícil evaluarlo; la presencia renovada de (más o menos) clásicos atrae la atención; incluso, aunque vaya a modas, los adolescentes.

Lo cierto es que en cada nueva edición de una Feria del Libro las noticias se abren con las palabras ‘crisis’ y más ‘crisis’. Y es que, aun estando el bolsillo, no está para mucho el bolsillo. No obstante, resulta curiosa la diferencia en el comportamiento entre Ferias como la reciente de Valencia, o la de ahora mismo en Madrid, y, en ésta, entre librerías.

Cuál sea la explicación, yo no la sé. Los libreros tal vez sí tengan datos para saberlo, aunque, como he comentado en otras ocasiones, en prácticamente imposible saber en España las ventas de un libro.

Bueno, los horarios también ayudan.

Créditos:
Fotografía de la Feria de Valencia, aún cerrada, a las 10:38, del pasado sábado 5 de mayo, del autor.