Como cabe suponer,
siempre me llevo algún libro para leer durante un viaje. En el caso
del de Fráncfort, eché mano de las últimas compras aún sin ubicar, y junté al
que estaba a punto de terminar (en una curiosa unión de finalizaciones, de
libro y año, y de temática del libro), un par más.
También quedó todo
bastante reducido al ámbito de los aeropuertos, donde se produjo la mayor parte
de la lectura.
Pero es lo que tienen los
viajes: que las salas de espera se convierten en salas de lectura.
[Nota:
Naturalmente, a pesar del
título de la anotación, no llegué a atreverme aún con recientes adquisiciones.]
Créditos:
Cubiertas y
sobrecubiertas de los libros en cuestión.
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