“Nuestra conducta ante la
consumación del desmembramiento. –
Pongámonos. hipotéticamente en lo peor. ¿Qué debemos hacer si, desengañado
nuestro optimismo, dos o más regiones estatutarias se declaran plenamente independientes?
[O lo que es lo mismo, lo
que va de Ramón…:]
Si yo pudiera retroceder a mis veinticinco años, henchidos
de patriotismo exasperado, contestaría sin vacilar: la reconquista manu militari,
y cueste lo que cueste. Propondría la máxima de GRACIÁN (contra malicia, milicia). [… a Cajal:] Pero en los tiempos aciagos en que vivimos, dos guerras civiles
equivaldrían a la bancarrota irremediable de España y a la consiguiente
intervención extranjera. Además, una guerra suscita automáticamente nuevos
conflictos bélicos. Fuerza es convenir en que la fuerza, aplicada a las pugnas
intestinas de un país, no resuelve nada. Enconaría las antipatías y cerraría el
paso a soluciones de cordial convivencia.
En trance de balcanización inminente – según frase
de MARSILLACH – yo, si me asistiera el talento político y fuera diputado a
Cortes, propondría pura y simplemente la separación de las regiones rebeldes;
separación amistosa y hasta acompañada de algunas compensaciones fiscales.
[Páginas antes, había
estado comentando los efectos de las políticas proteccionistas a las industrias
catalanas y vascas, con el resultado de una amplia desindustrialización del
resto de España. Por ello, continúa así:]
Nuestra política debería, pues, orientarse (y esto
antes de consumarse la ruptura) en el sentido de industrializar a España, todo
lo más rápidamente posible. Se impondría la intensificación de la producción
agrícola, y la implantación de fábricas de maquinaria, rieles, vigas, cristal,
producciones textiles, papel, automóviles, etc. Para ello sería necesario
montar altos hornos en las minas del Rif, aprovechar los ya existentes en
Santander, utilizar para toda suerte de fábricas el litoral de la Montaña,
Asturias, Málaga, Murcia, Sevilla y Huelva, sin olvidar la hulla blanca que
podrían proporcionarnos los ríos Ebro, Pisuerga, Tajo, Guadalquivir, Duero y Guadiana.
[Resulta curiosa la elección de qué
modelos serían a seguir, y cuál no:] Y
para estimular las iniciativas individuales en las regiones unitarias, acaso
fuera preciso dictar leyes de exención de contribuciones por un período de
quince a veinte años (algo de esto se ha hecho con resultados brillantes en la
construcción de la Gran Vía [se refiere, claro, a la de Madrid]). La pauta y modelo de estos empeños
industriales, los encontraríamos en las muy prometedoras, aunque insuficientes
fábricas instaladas en Santander, Zaragoza, Béjar, Alcoy y Sevilla. No nombro a
Valencia, porque supongo que, obtenida la emancipación catalana, defendería la
suya.
[¡Ah! Eso sí:] Quedarían naturalmente excluídos de las
citadas iniciativas industriales los naturales y representantes de las regiones
segregadas. Y el Estado debería prevenirse contra la posible inmigración de
fábricas catalanas y vascas.
[Como vemos, nuestro
Premio Nobel va lanzado:]
Y no me detendría la consideración moral del
achicamiento de la patria. De hecho, desde ROCROY, y mayormente desde las
guerras de América y de África (1898 y 1921, etc.), hemos perdido rango de
nación de segundo orden. Exiguas son en población Suecia, Dinamarca, Bélgica,
Suiza y Holanda y gozan del respeto y consideración de todo el mundo. Algunas
de ellas, dotadas de la inestimable virtud de la previsión, han conservado importantes
colonias (Holanda y Portugal). Además, como dijo SÉNECA, nadie ama a su nación
por ser grande, sino por suya. ¿Por qué España, con más recursos naturales que
Suiza, no habría de emular sus triunfos industriales, científicos y políticos?
Huelga consignar que durante el planeamiento y ejecución
del régimen industrial susodicho, atravesaríamos una fase inevitable de
confusión y de trastornos económicos. Pero, en cambio, terminados tanteos y
rectificaciones, podríamos alcanzar, en lo posible, el ideal de toda nación
moderna: bastarse a sí misma.
[En resumen:]
“No hay, pues, que amilanarse demasiado, si se cumple
el vaticinio, harto improbable, del abandono de la meseta por las dos fértiles
y prósperas regiones norteñas fronterizas de Francia, de donde importan casi todo
su utillage industrial. Y voy a cerrar este fastidioso e interminable capítulo.
Cuando se tiene la desdicha de vivir demasiado, se
confirma la teoría de los ciclos históricos. Mi existencia se ha encuadrado
entre dos revoluciones similares, aunque algo dispares: entre las ignominias
del cantonalismo de 1873 y la revolución con miras autonomistas de 1931. ¡Quiera
Dios que en el intervalo de estos sesenta y un años [escribe en la primavera de 1934] haya surgido en nuestro cerebro, antaño prepotente y señero, el lóbulo
del sentido político y de la prudente tolerancia! ¡Y quiera Dios también
concedernos perspicacia bastante para no facilitar con nuestras locuras el
cumplimiento del aciago vaticinio tan temido por Cánovas y estampado con letras
de fuego en el resumen final de su libro sobre los Austrias: la separación definitiva
de la España supraibérica ensoñada por Napoleón, y en siglos remotos por
Carlomagno, el de la Marca hispánica.”
Y hasta aquí puedo leer.
Sí, es que el capítulo se acabó;
pero la Historia sigue.
Créditos:
Transcripción íntegra
(salvo notas a pie de página) del apartado Nuestra
conducta ante la consumación del desmembramiento, en el capítulo XII La atonía del patriotismo integral, en
la parte segunda Los cambios del ambiente
físico y moral, de la obra de Santiago Ramón y Cajal El mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico,
tomado de la segunda edición realizada por Tipografía Artística en Madrid, en
1934 (pp. 141-145), de la biblioteca del autor.
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