lunes, 17 de marzo de 2014

Lo que va de los 25 a los 80 años… hace 80 años

Nuestra conducta ante la consumación del desmembramiento. – Pongámonos. hipotéticamente en lo peor. ¿Qué debemos hacer si, desengañado nuestro optimismo, dos o más regiones estatutarias se declaran plenamente independientes?
[O lo que es lo mismo, lo que va de Ramón…:]
Si yo pudiera retroceder a mis veinticinco años, henchidos de patriotismo exasperado, contestaría sin vacilar: la reconquista manu militari, y cueste lo que cueste. Propondría la máxima de GRACIÁN (contra malicia, milicia). [… a Cajal:] Pero en los tiempos aciagos en que vivimos, dos guerras civiles equivaldrían a la bancarrota irremediable de España y a la consiguiente intervención extranjera. Además, una guerra suscita automáticamente nuevos conflictos bélicos. Fuerza es convenir en que la fuerza, aplicada a las pugnas intestinas de un país, no resuelve nada. Enconaría las antipatías y cerraría el paso a soluciones de cordial convivencia.
En trance de balcanización inminente – según frase de MARSILLACH – yo, si me asistiera el talento político y fuera diputado a Cortes, propondría pura y simplemente la separación de las regiones rebeldes; separación amistosa y hasta acompañada de algunas compensaciones fiscales.
[Páginas antes, había estado comentando los efectos de las políticas proteccionistas a las industrias catalanas y vascas, con el resultado de una amplia desindustrialización del resto de España. Por ello, continúa así:]
Nuestra política debería, pues, orientarse (y esto antes de consumarse la ruptura) en el sentido de industrializar a España, todo lo más rápidamente posible. Se impondría la intensificación de la producción agrícola, y la implantación de fábricas de maquinaria, rieles, vigas, cristal, producciones textiles, papel, automóviles, etc. Para ello sería necesario montar altos hornos en las minas del Rif, aprovechar los ya existentes en Santander, utilizar para toda suerte de fábricas el litoral de la Montaña, Asturias, Málaga, Murcia, Sevilla y Huelva, sin olvidar la hulla blanca que podrían proporcionarnos los ríos Ebro, Pisuerga, Tajo, Guadalquivir, Duero y Guadiana. [Resulta curiosa la elección de qué modelos serían a seguir, y cuál no:] Y para estimular las iniciativas individuales en las regiones unitarias, acaso fuera preciso dictar leyes de exención de contribuciones por un período de quince a veinte años (algo de esto se ha hecho con resultados brillantes en la construcción de la Gran Vía [se refiere, claro, a la de Madrid]). La pauta y modelo de estos empeños industriales, los encontraríamos en las muy prometedoras, aunque insuficientes fábricas instaladas en Santander, Zaragoza, Béjar, Alcoy y Sevilla. No nombro a Valencia, porque supongo que, obtenida la emancipación catalana, defendería la suya.
[¡Ah! Eso sí:] Quedarían naturalmente excluídos de las citadas iniciativas industriales los naturales y representantes de las regiones segregadas. Y el Estado debería prevenirse contra la posible inmigración de fábricas catalanas y vascas.
[Como vemos, nuestro Premio Nobel va lanzado:]
Y no me detendría la consideración moral del achicamiento de la patria. De hecho, desde ROCROY, y mayormente desde las guerras de América y de África (1898 y 1921, etc.), hemos perdido rango de nación de segundo orden. Exiguas son en población Suecia, Dinamarca, Bélgica, Suiza y Holanda y gozan del respeto y consideración de todo el mundo. Algunas de ellas, dotadas de la inestimable virtud de la previsión, han conservado importantes colonias (Holanda y Portugal). Además, como dijo SÉNECA, nadie ama a su nación por ser grande, sino por suya. ¿Por qué España, con más recursos naturales que Suiza, no habría de emular sus triunfos industriales, científicos y políticos?
Huelga consignar que durante el planeamiento y ejecución del régimen industrial susodicho, atravesaríamos una fase inevitable de confusión y de trastornos económicos. Pero, en cambio, terminados tanteos y rectificaciones, podríamos alcanzar, en lo posible, el ideal de toda nación moderna: bastarse a sí misma.
[En resumen:]
“No hay, pues, que amilanarse demasiado, si se cumple el vaticinio, harto improbable, del abandono de la meseta por las dos fértiles y prósperas regiones norteñas fronterizas de Francia, de donde importan casi todo su utillage industrial. Y voy a cerrar este fastidioso e interminable capítulo.
Cuando se tiene la desdicha de vivir demasiado, se confirma la teoría de los ciclos históricos. Mi existencia se ha encuadrado entre dos revoluciones similares, aunque algo dispares: entre las ignominias del cantonalismo de 1873 y la revolución con miras autonomistas de 1931. ¡Quiera Dios que en el intervalo de estos sesenta y un años [escribe en la primavera de 1934] haya surgido en nuestro cerebro, antaño prepotente y señero, el lóbulo del sentido político y de la prudente tolerancia! ¡Y quiera Dios también concedernos perspicacia bastante para no facilitar con nuestras locuras el cumplimiento del aciago vaticinio tan temido por Cánovas y estampado con letras de fuego en el resumen final de su libro sobre los Austrias: la separación definitiva de la España supraibérica ensoñada por Napoleón, y en siglos remotos por Carlomagno, el de la Marca hispánica.

Y hasta aquí puedo leer.

Sí, es que el capítulo se acabó; pero la Historia sigue.

Créditos:
Transcripción íntegra (salvo notas a pie de página) del apartado Nuestra conducta ante la consumación del desmembramiento, en el capítulo XII La atonía del patriotismo integral, en la parte segunda Los cambios del ambiente físico y moral, de la obra de Santiago Ramón y Cajal El mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico, tomado de la segunda edición realizada por Tipografía Artística en Madrid, en 1934 (pp. 141-145), de la biblioteca del autor.

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