“Durante los últimos meses de 1941, los alemanes habían estado
construyendo un campo más grande y complejo en el corazón de Silesia. Su
construcción se realizó bajo las órdenes directas de Hermann Göring y de
acuerdo con la consigna específica de que resultara «a prueba de fugas». La
mayoría de los presos de Barth serían trasladados allí enseguida. Pero, como
muy pronto descubrirían los alemanes, el término «a prueba de fugas» no existía
en el vocabulario inglés.”
“El Stalag Luft III se construyó por orden expresa de Göring para acoger
al creciente número de aviadores abatidos sobre los territorios ocupados por
Alemania. Con la entrada de Estados Unidos en el conflicto, la cantidad de
prisioneros de guerra aumentaba de día en día, y con ello las dificultades para
mantenerlos a buen recaudo. El Stalag Luft III era el mayor de los seis
campamentos construidos por los alemanes. Se construyó con la idea de que fuera
el campo de concentración perfecto: tan protegido como para que fuera imposible
escapar de él y a la vez suficientemente confortable como para que los reclusos
se convencieran, tal vez, de que no valía la pena intentar fugarse.”
“El Stalag Luft III se creó específicamente para alojar a todos los
prisioneros de las fuerzas aéreas. Por desgracia, el número de aviadores
aliados derribados en pleno vuelo siempre superaba el que preveía el Alto Mando
Alemán. (En efecto, se llegaron a abatir cerca de 90.000 aviadores aliados en
los cielos europeos, de los que sólo sobrevivieron la mitad para convertirse en
prisioneros de guerra. El Mando de Bombarderos perdió 58.000 hombres.) En
consecuencia, se tuvieron que construir (o reabrir, como en el caso de Barth)
otros campamentos para aviadores. No obstante, el Stalag Luft III seguiría
siendo el campo de concentración principal para oficiales de las fuerzas aéreas
británicas y estadounidenses hasta el fin de la guerra. En un principio estaba
constituido por dos recintos preparados para albergar unos 2.500 oficiales y
suboficiales, pero se amplió rápidamente hasta constar de seis recintos que
alojaban a más de 10.000 oficiales y a sus ordenanzas. El Stalag Luft III acabó
estando tan masificado que finalmente se decidió trasladar a los suboficiales a
un campamento sólo para ellos. En su parte más larga, la verja que cercaba el
Stalag Luft III tenía más de ocho kilómetros de longitud.”
“Para cuando se abrió el Stalag Luft III, en abril de 1942, los alemanes
habían tomado nota de errores pasados y habían incorporado multitud de nuevas
medidas de seguridad. Con ellas, la Luftwaffe confiaba en hacer de él un campo
totalmente «a prueba de fugas». Para empezar, todos los barracones estaban
edificados sobre pilotes, y las únicas «partes ocultas» que descendían hasta el
suelo eran unos pilares de hormigón que soportaban la pequeña área dedicada a
la cocina y los servicios. Los «hurones» y sus perros tenían bien a la vista lo
que sucedía debajo de cada edificio, de modo que, si los prisioneros planeaban
escapar por un túnel, tenían que excavarlo a través del hormigón.(…)
Cada barracón se encontraba a una distancia
considerable de su vecino, con lo que se reducían las posibilidades de que el
campo se llenara de noche de sombras transitando de un lado a otro intentando
disimular actividades furtivas. Además, el campamento podía quedar inundado por
la luz de las torres de vigilancia que rodeaban cada recinto y que se alzaban a
4,5 metros del
suelo, a intervalos de unos 100 metros . En
Sagan, los barracones más periféricos estaban a 30 metros de
distancia como mínimo de la alambrada y a 60 metros de la
linde del bosque que se había hecho talar parcialmente a propósito para dejar
alrededor de los recintos un amplio espacio despejado. Para que un túnel
pudiera desembocar al abrigo del bosque, debía tener al menos 90 metros de largo
y estar a la profundidad necesaria para eludir los nuevos sismógrafos que
cercaban el campamento, en alerta permanentemente ante cualquier ruido
subterráneo.
Los recintos propiamente dichos estaban rodeados
por dos alambradas de tres metros de alto, rematadas por alambre de cuchillas.
El espacio que distaba entre ambas alambradas, de unos dos metros, estaba
cubierto por más espirales de alambre de cuchillas apiladas en capas. Las
garitas de los «animales», guarnecidas permanentemente por guardias con
ametralladoras y potentes focos, se alzaban a intervalos regulares por toda la
alambrada exterior, por donde patrullaban perros guardianes. Además, había un
«alambre de disparo» de poca altura (45 cm ), a nueve metros de distancia de la primera
alambrada, que los prisioneros tenían prohibido cruzar sin permiso.
Además de incorporar estas nuevas medidas de
seguridad físicas, los alemanes habían perfeccionado sus sistemas de
vigilancia. Los «hurones» ya conocían bien su trabajo e iban equipados
adecuadamente. Era frecuente verles aparecer de improviso por parejas para
pillar desprevenidos a los prisioneros. Otros «hurones» patrullaban entre las
sombras de los bosques, vigilando con prismáticos las actividades de los
prisioneros parapetados detrás de «vallas de hurones». El Stalag Luft III era
tan «a prueba de fugas» como podía serlo en aquella época. No obstante, el
campo no tuvo el efecto desalentador sobre los nuevos reclusos que los alemanes
habían esperado. Como reflexionaría el indómito evasor Jimmy James, ningún
campo de concentración puede ser verdaderamente a prueba de fugas. Pesa más el
ingenio humano (y las limitaciones humanas) que los obstáculos físicos, cuya
superación ha conformado la evolución humana.”
Y es que, además de la
superación de obstáculos, estaba el deber:
“Ian Cross había comentado el asunto con Jimmy James. «El Convenio de
Ginebra reconoce claramente que la misión de un oficial es tratar de escapar, y
los prisioneros de guerra evadidos son una especie protegida en tanto en cuanto
no quebranten las leyes del suelo en que se encuentren -dijo James-. En caso de
ser detenidos, debemos rendimos de forma pacífica y se nos conducirá de nuevo a
nuestro campo de prisioneros.» Muchos de los prisioneros estaban de acuerdo con
Des Plunkett, que resolvió que la confusión que ocasionarían a los alemanes
valía mucho más que el posible tiro que pudieran recibir por la espalda. Las
advertencias de Von Lindeiner no caían en oídos sordos. Estaban siendo
cuidadosamente sopesadas por militares de gran experiencia, algunos de los
cuales habían llegado al borde de la locura debido al encarcelamiento, que se
tomaban sus responsabilidades de combatientes totalmente en serio.”
Sin embargo:
“No todos deseaban escapar, como recuerda Bub Clark: «Un tercio de los
hombres preferían esperar sentados a que terminara la guerra y finalizar sus
estudios. Habían dedicado muchos esfuerzos a su educación y algunos de ellos
hasta eran titulados. Cerca de otro tercio de ellos no querían hacer nada más
que leer, hacer pesas, gimnasia o sentarse a cotillear. El tercio restante
estaban entregados a la evasión. En cualquier caso, prácticamente todo el mundo
en el campamento estaba dispuesto a ayudar de una forma u otra a cualquiera que
planeara fugarse. Yo diría que un 60 o un 70 por ciento del campamento
participaba de algún modo en los intentos de fuga».”
Porque, desde luego,
intentos de fuga hubo. Y también una organización para ellos, casi desde antes
de que llegaran los prisioneros:
“Los nuevos prisioneros empezaron a llegar entre marzo y abril [de
1942], procedentes de campos de toda
Alemania [de Spangenberg, o del Oflag VIB de Warburg, por ejemplo] (…)
No obstante, era de Barth de donde procedían la
mayor parte de los nuevos reclusos, entre ellos Wings Day y Johnny Dodge, Jimmy
Buckley y Mike Casey, Peter Fanshawe y Cookie Long, Jimmy James, Johnny
MarshalI y Muckle Muir, todos ellos veteranos artistas de la evasión que
acabarían constituyendo el núcleo de la organización de fugas del Stalag Luft
III.”
“Wings Day conservó el acostumbrado puesto de oficial superior británico
y se instaló en el despacho que los alemanes le proporcionaron para él y su
personal. No obstante, si Von Lindeiner se figuraba que Day utilizaría estas
instalaciones limpias y relativamente bien equipadas para limitarse a presidir
la eficaz administración de los prisioneros británicos, andaba muy equivocado.
Pocas horas después de haber llegado, Day colocó a Jimmy Buckley al frente de
la Organización X.”
Pero ya no iba a ser como
antes:
“El traslado a Sagan coincidió con un período de reflexión para Wings,
durante el cual formuló un nuevo estilo de evasión. Hasta aquel momento, se
había tomado las fugas como la mayoría de los demás hombres, casi como un
deporte en el que la Cruz Roja ejercía el papel de árbitro. Ahora, en cambio,
comunicó a sus hombres que había llegado el momento de «poner más carne en el
asador». Los prisioneros de guerra debían dejar de considerarse a sí mismos
como semineutrales por el mero hecho de que habían visto la muerte de cerca y
caído en manos enemigas, explicó, y debían convertirse en una extensión del
esfuerzo bélico aliado. Su frente de batalla serían los afilados alambres de
espino que les rodeaban por los cuatro costados. Antes de llegar a Sagan, Day
veía las fugas como una forma de mantener el orgullo y elevar la moral de los
prisioneros, pero ahora los intentos de evasión tendrían como objetivo
principal obstaculizar el esfuerzo bélico alemán, por lo que el efecto sobre la
moral de los hombres pasaría a tener una importancia secundaria. La idea de
llevar el frente de batalla a Sagan tendría consecuencias profundas para sus hombres,
y Wings no tomó esta decisión a la ligera. En el pasado había mantenido la
política de aconsejar prudencia a hombres como Death Shore, que proponía
intentos de escapada que eran claramente suicidas. En el campo de batalla, por
el contrario, las decisiones operacionales no se calibraban en función de si
podían terminar causando muertes o no, ni del grado de turbación que
provocarían en los combatientes. De hecho, en general se aceptaba que era
inevitable causar muertes. Lo principal era descargar un golpe contra el
enemigo que fuera lo más fuerte posible. Así pues, en adelante sería así como
se tomarían las decisiones en el campo de batalla de Sagan.
Las huidas se planificarían con más cuidado.
Buckley dividió el Comité de Fugas en tres secciones operacionales que
coordinaban tres tipos diferentes de evasión: por debajo (por túneles), por
encima (por la alambrada) y a través (por las puertas). Aunque se llevaran a
cabo intentos de evasión de los tres tipos con resultados diversos, los túneles
siguieron siendo la forma de evasión más popular. La huida por túnel
garantizaba una ventaja de salida de al menos ocho horas y era la forma de
evasión que más problemas causaba a los alemanes. En Barth se habían construido
100 túneles y se construirían otros tantos en Sagan hasta que el más famoso de
todos pondría punto final a la excavación de túneles.
Buckley puso en marcha el reclutamiento de otros
veteranos de la fraternidad de evasión, mayoritariamente entre los artistas de
la evasión y los agitadores procedentes de Barth. Además, la constante
afluencia de nuevas adquisiciones procedentes de otros campos resultaba muy
provechosa para el Comité de Fugas, ya que aportaban la experiencia de sus
propios intentos de fuga y contribuían con sus excepcionales habilidades a la
organización. Los alemanes habían aprendido de sus errores, pero los
prisioneros también habían tomado buena cuenta de los suyos. Muchos de ellos se
habían convertido en expertos de las artes de falsificación, cartografía y
confección. Otros habían aplicado todo su ingenio en la invención de toda clase
de artilugios, mecánicos y de otro tipo, que se emplearían en las fugas.
Además, el material de evasión ya no se produciría de cualquier manera ni
improvisadamente. La Organización X, reagrupada en el Stalag Luft III
supervisaría el advenimiento de una nueva forma de producción en masa a escala
industrial.”
Créditos:
En el título, primera
parte del lema de la Royal Air Force británica.
Extractos de La gran evasión, de Tim Carroll, según
traducción de Daniel Cortés Corona y Soledad Alférez Ródenas, tomados de la
edición en rústica realizada en abril de 2007 por Inédita Editores (pp. 76, 77,
84, 79-80, 202, 87, 83, 85 y 85-86), de la biblioteca del autor.
No soy muy aficionada a las películas de guerra, pero La Gran Evasión es un clásico que hay que ver sí o sí... :-)
ResponderEliminarSaludos.
En efecto, María Gaetana, aunque no deja de tratarse de una adaptación bastante adaptada.
ResponderEliminarUn saludo.