martes, 25 de marzo de 2014

… o, per aspera…

El Comité de Fugas se vio inundado inmediatamente con propuestas de fuga por túnel, pero desde el principio se decidió que sólo se autorizaría un número reducido de ellas, al considerarse que, si se concentraban los recursos en tres túneles profundos (para evitar que los detectaran los sismógrafos) que partieran de tres barracones distintos, los hombres tendrían más posibilidades de tener éxito teniendo en cuenta las difíciles circunstancias a las que se enfrentaban en ese momento. No obstante, pronto se hizo difícil hacer cumplir esta restricción. Los prisioneros que iban llegando al Stalag Luft III se sentían excluidos de las oportunidades de escapar. Cuando se descubrió uno de los tres túneles profundos, la organización cambió drásticamente de estrategia. Llegó a la conclusión de que, cuantos más túneles hubiera, más probable era que al menos uno llegara a terminarse. Cuesta creer que, durante el verano de 1942, se empezaran unos 30 o 40 túneles en los barracones del Recinto Este. Por desgracia, todos estos intentos de fuga fracasaron menos uno.

Con las ansias de evasión de los oficiales intactos claramente intactas, la Luftwaffe enseguida se dio cuenta de que tal vez no había sido tan buena idea meter a todas las manzanas podridas en el mismo saco. En consecuencia, decidió enviar a otro campo de concentración a algunos de los prisioneros. En noviembre de 1942 se envió una remesa de oficiales al Oflag XXI B, un campamento militar en Szubin, en el nordeste de Polonia. Entre los hombres seleccionados había algunos de los evasores más recalcitrantes: Jimmy Buckley, Dick ChurchilI y Peter Fanshawe, entre otros. Jimmy James estaba también incluido y aceptó la orden con su acostumbrada serenidad, razonando que un cambio de aires le sentaría tan bien como un descanso. Wings Day no estaba en la lista pero pidió ir con el grupo porque muchos de los hombres eran amigos suyos. Johnny Dodge también estaba en el tren que llevaba a los prisioneros al este, y aprovechó un momento de tranquilidad para apearse ilícitamente. Por desgracia, no tardó en ser escoltado de vuelta con sus compañeros. «No se pierde nada intentándolo», se excusó, mientras los guardias alemanes le llevaban a empujones hacia el tren.

Jimmy James y Charles Bonnington fueron de los primeros que expresaron su decisión de abrir un túnel en Szubin. El túnel partía de las apestosas inmediaciones de las letrinas, y excavarlo fue una labor ingrata. Mientras tanto, se empezó a trabajar en varios túneles más. El de Jimmy James tuvo que abandonarse al cabo de un tiempo, y en su lugar se empezó un túnel desde otras letrinas que dio sus frutos. La entrada se encontraba en uno de los retretes (pues los prisioneros supusieron, acertadamente, que los alemanes se lo pensarían antes de inspeccionar un lugar así) que conducía a una trampilla situada en una pared de ladrillo. Al otro lado se hallaba uno de los túneles más sofisticados que se habían construido hasta el momento, con entablado, ventilación y una zona de trabajo. Se tardó la mayor parte del invierno en terminarlo. Acabó teniendo unos 45 metros de largo y alcanzó una profundidad de más de cinco metros para eludir los sismógrafos.
En febrero de 1943, los prisioneros oyeron el rumor de que el contingente de aviadores iba a ser trasladado de vuelta a Sagan. Como no querían ver malgastados sus esfuerzos, decidieron que la fuga coincidiría con la primera noche sin luna, que sería en marzo. La tarde señalada, los prisioneros que iban a fugarse descendieron al túnel, donde tendrían que pasar horas esperando entre el Appell de las 17.00 horas y el cierre de las 21.00 horas. Se calculó que en el túnel podían permanecer 33 personas durante aquel espacio de tiempo sin asfixiarse, pero la experiencia fue horrenda para los que fueron designados. Tuvieron que pasar horas respirando el aire de los demás, siendo su única ventilación la que procedía de la bomba que absorbía el aire de las letrinas. Entre ellos se encontraban Jimmy Buckley, Wings Day, Anthony Barber, Robert Kee y Danny Krol. Poco después de las 21.00 horas, el túnel desembocó la superficie y, uno a uno, los hombres salieron en silencio. Curiosamente, el túnel no fue descubierto el día siguiente como los hombres creían que ocurriría. En total se escaparon 34 hombres, ya que un sudafricano que no formaba parte de los 33 previstos decidió probar suerte al ver que los alemanes todavía no habían descubierto el túnel.
Los cuerpos de seguridad de Szubin se sintieron ultrajados. Los alemanes emplearon a más de 300.000 hombres para que se dedicaran exclusivamente a buscar a los fugados durante más de dos semanas. Uno a uno terminaron regresando excepto Buckley, que desapareció sin dejar rastro tras unirse a un oficial naval danés que trataba de escapar de Copenhague a Suecia en un pequeño bote. El cadáver del danés fue recuperado en las costas de Copenhague pero no el de Buckley. Se especuló con que el bote había sido arrollado por un buque más grande.
Este intento de fuga, que acabó siendo precursor de la Gran Evasión, resultó muy embarazoso para los alemanes. Fue el primero que atrajo la persistente atención del Sicherheitsdienst (SD), la sección de inteligencia de la Gestapo. Muchos de los oficiales de la Wehrmacht fueron sometidos a un consejo de guerra. Los alemanes decidieron que había llegado el momento de poner fin al paréntesis polaco de los prisioneros. En abril de 1943, la totalidad de los 800 prisioneros de las fuerzas aéreas que estaban en el Oflag XXI B fueron evacuados al Stalag Luft IlI.

Cuando volvieron al Stalag.Luft III, los prisioneros de guerra se sorprendieron al ver cuánto había crecido el campamento en tan poco tiempo. Durante su ausencia, habían llegado a Sagan decenas y decenas de prisioneros, muchos de ellos estadounidenses. Los Kriegies que acababan de volver descubrieron que las habitaciones alojaban al doble de prisioneros de su capacidad teórica. Los alemanes estaban inmersos en la tarea de construir otro recinto en el extremo opuesto a la Kommandantur para alojar al excedente de prisioneros. En marzo de 1943 se terminó de edificar el Recinto Norte, como se llamó al nuevo espacio. Con cerca de 1,5 km de circunferencia, era más grande que los recintos Este y Central juntos y también era considerablemente más cómodo. Los barracones no sólo contaban con cocina, sino también con ducha y retretes con cisterna.

Por aquel entonces, la Luftwaffe ya había decidido que el Stalag Luft III sería un campo de prisioneros sólo para oficiales. En consecuencia, los suboficiales fueron trasladados aquella primavera al campo que se había reservado para ellos. El coronel Von Lindeiner creía que, si procuraba que el nuevo Recinto Norte fuera lo más cómodo posible, los prisioneros se conformarían y aguardarían a que acabara la guerra sin meterse en líos. Por consiguiente, les consentía hasta un punto que sus superiores en Berlín llegaron a considerar irritante pero que muchos de los aliados agradecieron. En efecto, muchos se referirían posteriormente a la apertura del Recinto Norte como el principio de «la era dorada» en la historia del Stalag Luft III. Había más espacio, más comida y más actividades recreativas y atléticas que nunca (…)
Además de por la benevolencia natural de Von Lindeiner, su generosidad venía motivada también porque le habían inducido a creer que los prisioneros habían decidido abandonar sus planes de fuga. Esta impresión se había creado en parte gracias a que Roger Bushell [llegado en julio de 1942], siguiendo el consejo de Wings Day, había limitado las actividades evasoras durante los últimos meses de 1942 y los primeros de 1943. El Kommandant estaba tan convencido de la buena voluntad de los prisioneros que permitió que los trasladaran al nuevo campamento meses antes de que terminara de construirse. El resultado fue que los prisioneros dispusieron de tiempo de sobra para asegurarse de que el material de fuga más diverso pudiera trasladarse al nuevo recinto. También tuvieron tiempo para planificar y llevar a cabo el desmontaje de la radio que habían fabricado a partir de válvulas, cable y baterías robadas, y para planear su siguiente fuga. Los prisioneros empezaron a llegar poco a poco al nuevo recinto a finales de marzo.

Y con el nuevo recinto se repitió lo de un año antes, en el nuevo campo:
Antes incluso de instalarse, los prisioneros ya estaban elaborando planes para una evasión en masa del Recinto Norte. Antes de que Jimmy Buckley hubiera sido transferido a Szubin junto con Wings Day, el oficial superior británico de aquel entonces nombró a Roger Bushell «Gran X» o presidente del Comité de Fugas. (…) Se puede decir sin temor a exagerar que Bushell estaba empeñado en causar a los alemanes la mayor cantidad posible de problemas. «Tenía ideas muy radicales sobre las fugas. Su sueño era llevar a cabo una evasión en masa. Le daba lo mismo si llegaban todos a casa o no. Lo principal era desbaratar al máximo el esfuerzo bélico de los alemanes.»

El nombramiento de Bushell marcó un nuevo principio para la Organización X. (…); a partir de entonces, la cuestión de las fugas sería tratada de forma profesional, de manera que cada plan sería evaluado con detenimiento y se ejecutaría minuciosamente, prestando atención al más mínimo detalle. Desde aquel momento, el Comité de Fugas pasaría a estar dominado por los llamados «Cuatro Grandes», que supervisarían los aspectos principales de las fugas. Bushell estaba al mando general de la planificación y la estrategia. Peter Fanshawe era responsable de la pesada tarea de dispersar los cientos de toneladas de arena. Wally Floody estaba a cargo de las excavaciones. Por último, Bub Clark era el «Gran S», encargado de crear un sistema de seguridad infalible, capaz de mantener todas estas actividades en secreto.
Bajo la dirección de Bushell, el Comité de Fugas pronto tomó tres decisiones importantes que regirían las futuras escapadas. En primer lugar, toda fuga se sometería a la supervisión del comité. Anteriormente, el comité se había limitado a consentir y autorizar los distintos planes de fuga para que no coincidieran unos con otros y a ofrecer a los implicados cualquier tipo de ayuda y asesoramiento posibles. A partir de entonces nadie podría hacer planes por su cuenta; el comité daría el visto bueno, autorizaría y controlaría todas las fugas.
En segundo lugar, se decidió que la actividad evasora se centraría principalmente en los túneles, y que éstos serían tan largos y complejos como fuera posible. En el pasado muchos túneles se habían visto comprometidos por la mala calidad del trabajo o se habían abandonado por falta de seguridad. De hecho, un barracón llegó a hundirse sobre sus cimientos porque había demasiados túneles pasando por debajo de él. En adelante, el sistema de seguridad sería infalible y la Organización X sería dirigida con eficacia militar. La dispersión de arena, que anteriormente había delatado a menudo la actividad excavadora y había provocado que los «animales» realizaran registros exhaustivos, sería ahora una operación controlada meticulosamente.
La organización de fugas se estrenaría construyendo tres túneles que constituirían en sí pequeñas obras maestras de ingeniería. Según el plan, los túneles tendrían 7,5 metros de profundidad para eludir el anillo de sismógrafos que los «hurones» habían instalado alrededor del recinto. Se excavarían siguiendo el modelo de los pozos de minas industriales, con tuberías de ventilación, bombas de aire, vagonetas y electricidad desviada de la red eléctrica del recinto. A Bushell no le preocupaba que los alemanes llegaran a descubrir alguno de los túneles. Quedarían tan impresionados por el hallazgo que no se les pasaría por la cabeza que pudieran existir otras estructuras similares al mismo tiempo.
En tercer lugar, se decidiría a priori la dirección que tomaría cada túnel. Los prisioneros no tenían muchas opciones respecto a esto. La Kommandantur estaba situada directamente al este del Recinto Norte (detrás de la tupida masa de árboles que Von Lindeiner había accedido amablemente a conservar) y más allá se encontraban el Recinto Central y el Recinto Este. (…) Ir hacia el sur planteaba un problema similar. El Recinto Sur todavía estaba por construir, pero allí ya había un campo de deporte y el bosque estaba también varios cientos de metros más allá. Los túneles deberían orientarse al oeste y al norte. El Comité de Fugas optó por tomar ambas direcciones. Dos túneles irían al oeste, la vía de salida del campo más directa. Uno partiría del Barracón 123, cerca de la alambrada, y el otro del Barracón 122, contiguo al 123 y un poco más cerca del centro del Recinto Norte. El tercer túnel saldría del Barracón 104 para ir directamente al norte, pasando bajo el almacén de paquetes y la «nevera». Para que ninguna mención a la palabra «túnel» alertara a los alemanes, se dio un nombre a cada uno: Tom, Dick y Harry respectivamente. (…)
Se dio la paradoja de que la preocupación de Von Lindeiner por la comodidad de sus custodiados creó las circunstancias que permitieron a los prisioneros ocultar las entradas de los túneles. El nuevo campamento era verdaderamente de lujo en comparación con el anterior. En el Recinto Este, los prisioneros tenían que ir caminando a las duchas comunes ya los barracones de letrinas, hiciera frío o calor. En el Recinto Norte, cada barracón estaba dotado con sus propias instalaciones de letrinas, aseos y una cocina básica. Al igual que en el recinto anterior, cada barracón se erigía por encima del suelo sobre pilares. Sin embargo, los nuevos barracones contaban al menos con una pequeña sección de albañilería de ladrillo macizo y hormigón debajo de las nuevas instalaciones de uso doméstico. Por mucho que los «hurones» y sus perros husmearan a su antojo por debajo de los barracones, nunca podrían ver lo que ocurría detrás del hormigón y el cemento. Probablemente los alemanes pensaran que sería imposible ocultar la entrada de un túnel en el suelo liso de cemento de las duchas o bajo las estufas. Estaban muy equivocados.

Créditos:
En el título, variante de la primera parte del lema de la Royal Air Force británica.
Extractos de La gran evasión, de Tim Carroll, según traducción de Daniel Cortés Corona y Soledad Alférez Ródenas, tomados de la edición en rústica realizada en abril de 2007 por Inédita Editores (pp. 87, 111, 115-114, 117, 120-121, 121-122 y 122-124), de la biblioteca del autor.

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