martes, 25 de marzo de 2014

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El Comité de Fugas tenía que tomar una decisión urgente. Tratar de escapar en una noche que no fuera de luna nueva era una locura, pero sólo quedaban dos semanas para la siguiente fase de luna nueva, que caía en los días 23, 24 y 25 de marzo. Era bastante improbable que el frío polar hubiera mejorado para entonces. (…) Pero algunos miembros del Comité de Fugas se preguntaban si los que se aventuraban a ir a pie tendrían alguna oportunidad realista en un tiempo tan frío. Sin embargo, Ker-Ramsay y los demás ingenieros del túnel eran de la firme opinión de que no se debía abandonar Harry durante un mes más. Si mejoraba el tiempo, la nieve se derretiría y no había forma de saber cómo afectaría eso al túnel. Algunos de ellos presagiaban que toda la estructura podía venirse abajo e inundarse el túnel de agua. (…) Otro factor era el elemento sorpresa. La razón por la que los prisioneros se habían dado tanta prisa en acabar el túnel era para poder salir antes de que los alemanes reforzaran sus medidas de seguridad con la llegada de la primavera, la tradicional estación de las fugas.
Bushell estuvo de acuerdo y se decidió que el viernes siguiente por la noche, el 24 de marzo, sería la fecha provisional para la evasión. La noche anterior, el jueves, no era todavía luna nueva del todo. y huir el sábado por la noche dejaría a los fugitivos que cogieran el tren a merced de los impredecibles horarios de los servicios mínimos de los domingos. El viernes por la noche era siempre un buen momento para viajar en la Alemania de la guerra (o en cualquier país en guerra, de hecho). Los trenes iban abarrotados de soldados de permiso de fin de semana, que sólo tenían en mente llegar lo antes posible a casa para reunirse con sus familias o sus novias, y no ponerse a buscar a prisioneros de guerra evadidos. (…)
La fecha quedó fijada. Sin embargo, se acordó que no se tomaría una decisión definitiva hasta las 11.30 horas del 24 de marzo, por si surgía cualquier imprevisto que pudiera poner en peligro la evasión. (…)
El plan siempre había contemplado la idea de que salieran 200 hombres, pero nunca hubo una esperanza realista de que se pudiera lograr dicho objetivo. En las noches sin luna que esperaban, el sol se ponía alrededor de las 21.00 horas y amanecía hacia las 05.30 horas. Esto les dejaba un margen de ocho horas y media de oscuridad, es decir, 510 minutos. La experiencia pasada había demostrado que podía salir un hombre del túnel cada dos o tres minutos. Eso significaba que podían aspirar a que salieran entre 170 y 255 hombres, aunque eso sólo podía alcanzarse en circunstancias ideales.
El Comité de Fugas tenía que tomar en consideración retrasos y complicaciones imprevistas. Muchos de los que iban a fugarse no habían estado nunca en un túnel. Algunos podrían sufrir ataques de pánico y claustrofobia. Muchos portarían maletas y otros intrincados bártulos y seguramente tardarían un poco más. Podría darse algún desprendimiento que obligara a perder tiempo apuntalándolo. Si se atenían a una cifra realista de un hombre cada cuatro o cinco minutos, tendrían la oportunidad de salir entre 102 y 128 hombres. De todas formas, Bushell decidió que 200 hombres tenían que estar preparados y a punto para salir, todos ellos con los disfraces, la documentación y las raciones extra. Siempre cabía la posibilidad de que las cosas fueran más fluidas de lo que ninguno de ellos hubiera pronosticado.

Al despuntar el alba del 23 de marzo, el recinto amaneció cubierto por un espeso manto de nieve. El Comité de Fugas se reunió y pospuso la decisión un día más. Alguien a tener en cuenta a la hora de tomar la decisión final era Len Hall, miembro del servicio meteorológico de la RAF. Informó al comité de que los días siguientes iban a ser extremadamente fríos, pero que la densa capa de nubes haría que oscureciera mucho más temprano.(…)
(…)Aquella tarde, [Bushell] se paseó por el recinto en compañía de Wings Day. Al ir acercándose, por fin, el momento de la fuga, se había puesto a darle vueltas a la cabeza a todo lo que podría pasarles a los oficiales no británicos si les volvían a coger y a las posibilidades de supervivencia de los que huirían a pie. «Tenemos que salir mañana -dijo Bushell-, pero odio tener que tomar esta decisión, porque muy pocos de los que lo van a intentar a pie lo conseguirán.» «No tendrían muchas posibilidades de todas formas -contestó Day-. Una entre mil, en el mejor de los casos.» Day agregó que estaba claro que ninguno se moriría de frío. Siempre podían entregarse si la situación se hacía realmente insoportable.
«Entonces, ¿cree que deberíamos salir mañana?»
«Ésta es una guerra operacional, Roger. No se trata sólo de conseguir que un puñado de hombres llegue a casa, porque muy pocos lo conseguirán. Es igual de importante causar problemas a los alemanes, y aunque sólo consigamos sacar a la mitad de los que planeamos, no hay duda de que se los vamos a dar.»
Aquella noche cayó una gran nevada mientras se llevaba a cabo el ensayo general de Pigmalión en el teatro. El teniente de vuelo Ian Digger McIntosh, actor suplente de Bushell, prestó especial atención aquel día. A la mañana siguiente, el Comité de Fugas se reunió a las 11.30 horas y tomó la decisión definitiva. Tim Walenn corrió a estampar la fecha en todos los documentos falsos. Crump Ker-Ramsay bajó al túnel a dar los últimos toques. Poco después, en el Recinto Sur, Bub Clark recibió el mensaje de que Bushell le esperaba al otro lado de la alambrada para hablar con él. Cuando Clark llegó, Bushell se paseaba en círculos sobre la nieve. No se anduvo con rodeos: «Nos vamos esta noche -le dijo-. Por favor, no hagan nada que nos eche a perder el plan.» Clark aseguró a Bushell que los estadounidenses no tenían ningún plan de fuga previsto para esa noche que pudiera entorpecer el suyo y que se estarían quietecitos. Después, le deseó buena suerte.
«Aquélla fue la última vez que vi a Roger Bushell-recordaría Bub Clark, con los ojos humedecidos-. Y a algunos de los mejores hombres que he conocido en toda mi vida.»

El Barracón 104 era ahora un hervidero de gente, todos ataviados con una gran variedad de extraños disfraces. (…) La atmósfera era cada vez más agobiante dado que habían tenido que apiñarse más de 200 hombres en un espacio que estaba previsto sólo para 100. Había tanta gente hacinada en el barracón que los que estaban fuera haciendo guardia se empezaron a alarmar al ver pequeñas nubes de vapor saliendo por las ventanas y empezaron a especular sobre cuánto tardarían los alemanes en percatarse del extraño fenómeno.(…)
(…)
Mientras los fugitivos esperaban en el Barracón 104, Ker-Ramsay y su equipo de excavadores habían bajado a Harry y se habían pasado horas ultimando los preparativos para la evasión. Una de las mejoras de última hora era que habían colocado unas «cortinas» hechas con mantas y las habían colgado en el túnel, poco antes del pozo de salida, para evitar que se filtraran la luz y los ruidos al exterior. El túnel estaría atestado de fugitivos subiendo y bajando sin parar y deslizándose de un lado a otro sobre las vagonetas, en una sucesión sin fin. Ker-Ramsay había instalado más luces para aplacar cualquier sensación de claustrofobia que pudieran sufrir algunos de los que nunca habían bajado antes al túnel. También se colocaron mantas a lo largo y ancho del túnel para amortiguar el sonido y para que la ropa se manchara lo menos posible. La salida se abriría a las 21.30 horas en punto. Las manecillas de los relojes de muñeca de los oficiales del Barracón 104 parecían moverse con demasiada lentitud hacia el momento de su cita con el destino.
Aquella noche, Bub Clark se acostó como siempre en el Recinto Sur, pero le costó conciliar el sueño. Después de haber estado íntimamente involucrado en cada fase de los planes de fuga sabía que en aquel momento el Barracón 104 estaría atestado de gente, con 200 hombres prácticamente incapaces de contener su agitación ante la perspectiva de la aventura que les esperaba y de lograr al fin la libertad. Se permitió esbozar una sonrisa al pensar en la diversidad de disfraces que llevarían puestos. Podía imaginarse lo que pasaba bajo tierra mientras los ingenieros jefes daban los últimos toques a las vagonetas y a los sistemas de ventilación y abrían una salida a través del suelo. Sabía que, si todo salía de acuerdo con el plan, el pozo desembocaría en el bosque, lo suficientemente arropado por los árboles para quedar fuera del alcance visual de las torres de vigilancia. Sabía que, para todos y cada uno de los hombres, cada minuto de espera sería una agonía y que en el momento de escapar se sentirían embargados por una euforia repentina mezclada con el extraño estremecimiento que acompaña siempre al peligro inminente. Recostado en su litera en las primeras horas de la madrugada, Clark no podía evitar esperar que de un momento a otro sonara un disparo que anunciara el descubrimiento del túnel, pero cruzó los dedos con la esperanza de que no ocurriera.

Créditos:
En el título, inicio de la segunda parte del lema de la Royal Air Force británica.
Extractos de La gran evasión, de Tim Carroll, según traducción de Daniel Cortés Corona y Soledad Alférez Ródenas, tomados de la edición en rústica realizada en abril de 2007 por Inédita Editores (pp. 206-208, 216-218 y 221-223), de la biblioteca del autor.

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