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domingo, 1 de julio de 2012

Primus circumdedisti me


Qué menos para animar que la bandera de España que enarbolaba en popa el Juan Sebastián Elcano en Valencia el 26 de junio de 2007 (fotografía del autor).

martes, 1 de noviembre de 2011

Quien busca, algo encuentra

Una de las prestaciones que ofrece Blogger es cómo llega la gente a las páginas de un blog.

Hace unos días comenté entre amigos, que me había llamado la atención, sobre este particular, que en varias ocasiones el origen era la búsqueda en Google con las palabras “Santísima Trinidad”, y decía que era extraño que con tan pocas palabras alguien hubiera tenido la paciencia de buscar hasta la página tropecientos, en la que saldría la referencia a este blog.

Hoy he visto que nuevamente ha sido visitado este diario con el mismo motivo, aunque la búsqueda era más precisa: “Santísima Trinidad navío” (aunque sin tildes).

Y, comprobándolo, he visto que el resultado obtenido podría haber sido la imagen de la bandera de España que ondeaba en el navío Santísima Trinidad durante el combate de Trafalgar, imagen que forma parte de la anotación No es cuestión de trapos, de hace dos años.


Esta referencia aparecía en la quinta página de resultados, es decir, aún puede encontrarse… que es lo que parece haber sucedido.

Pues nada. Espero que, a quien fuera, le resultara interesante y útil.

Créditos:
Imagen de la maqueta del navío Santísima Trinidad, mandada realizar por el Marqués de la Ensenada en el siglo XVIII, tomada del primer fascículo de una colección de kiosco de hace cuatro años.

viernes, 21 de octubre de 2011

206 años después… seguimos igual

No es justo cargar sólo a temas económicos y políticos todos los males acaecidos a la Armada española desde la llegada al Trono de la Casa de Borbón. Los desastres navales que se prodigan a partir de 1700 no fueron producto del azar. (…)
Y es que existen unos factores que han jugado un papel fundamental en este asunto, y que nos han llevado a adoptar posturas defensivas chocantes con las actitudes anteriores al advenimiento a la Casa de Borbón, que siempre fueron de total agresividad.
(…)
Las primeras Ordenanzas borbónicas que tuvo la Real Armada fueron las tan celebradas de Patiño. El gran Intendente las firmó en Cádiz en junio de 1717. (…)
Patiño, indudablemente, nos legó un código militar con la perdurabilidad de principios que debe caracterizarlo, pero sin el espíritu agresivo que tenían, por ejemplo, las Ordenanzas del Almirante de Aragón, Cabrera, que después de regresar de vencer a todo el Mediterráneo del siglo XIV –y traducida al inglés– fue adoptada en la Marina de Jacobo II cuatro siglos más tarde.
Decía Cabrera: que un "Capitán de Galera aragonesa atacará a dos enemigos; dos a tres; tres a cinco…" Aquí hay más que un artículo de una Ordenanza; hay un espíritu agresivo que hemos perdido en nuestra Marina. De este espíritu no hay nada en Patiño, sólo organización rudimentaria copiada de Colbert. El nuevo credo de Patiño fue un virus afrancesado que se introdujo en las sucesivas Ordenanzas. (…)
Y esta falta de actividad ofensiva fue creadora de un mal ambiente, nacido de la postración y poco adiestramiento por carencia de navegar. Decía Escaño: "práctica y más práctica de mar es lo que necesita el oficial de Marina"; pero en la Marina española del siglo XVIII se navegaba muy poco. Esta falta de estar en la mar y normalmente en época de guerra sufriendo bloqueos, provocó en multitud de ocasiones falta de instrucción y adiestramiento tanto de los oficiales como de las tripulaciones de nuestros buques de guerra, que es como decir que iban sin tener preparación para combatir.
Muchas más cosas se derivaron de esta falta de agresividad, de la que sobresale la poca moral y falta de confianza de los mandos y dotaciones, al saberse vencidos de antemano. (…)
Estas situaciones concretas están previstas en sendos artículos de nuestras Ordenanzas, que como otros muchos, fomentaron y crearon una mentalidad defensiva, que fue lo mismo que no llevar la iniciativa.
Lo grave ha sido que ese espíritu defensivo ha perdurado hasta nuestros días, salvo en contadas ocasiones en que resurgió la agresividad. Ejemplos claros los tenemos con las actitudes ofensivas llevadas a cabo por la Escuadra del Pacífico (1862-1866) y, recientemente entre 1936-39 por la Flota Nacional, donde ambas Flotas llevaron la iniciativa y, por tanto tuvieron todas las ventajas tácticas y estratégicas que se derivan de ella.
Hay que reconocer, por tanto, que desde el momento en que se inicia la Campaña naval de 1805, la Armada española juega con desventaja manifiesta respecto a los enemigos, al adoptar actitudes defensivas que indefectiblemente conducen al fracaso en bastantes coyunturas y, al final en Trafalgar ocurrió lo previsto.


No deja de llamar la atención que el aniversario del combate de Trafalgar, y esta visión sobre él, destacando el ambiente general de falta de agresividad ante el enemigo, y un mal ambiente y “poca moral y falta de confianza de mandos y dotaciones” en quienes tiene que combatirlo, derivado todo ello de decisiones políticas de Gobierno, coincida en esta ocasión con un ‘más de lo mismo’ en relación con la ETA.

Es decir, se “juega con desventaja manifiesta respecto a los enemigos, al adoptar actitudes defensivas que indefectiblemente conducen al fracaso”.

Créditos:
Extracto del Capítulo I Consideraciones preliminares, de la obra La razón de Trafalgar. La campaña naval de 1805. Un análisis crítico, de Hermenegildo Franco Castañón, Capitán de Navío, publicada por AF Editores en 2005 (pp. 26-31
Imagen del Combate de Trafalgar. Vista de la acción entre el «Santa Ana» y el «Royal Sovereign», óleo de Ángel Cortellini Sánchez existente en el Museo Naval de Madrid, tomada de la referida obra.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Marcha alla turca

El duque de Osuna (en concreto, el III Duque, D. Pedro Téllez-Girón y Fernández de Velasco) es conocido, algo, tampoco mucho, en España, no precisamente por la Historia, sino por el circunstancial hecho de que tuviera a su servicio a D. Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez de Villegas; es decir, que se le “estudia” en las clases de literatura.

Y claro, poco más allá de que cayó en desgracia ante Felipe III, arrastrando a Quevedo, nada más se suele saber por el común de los españoles, y en este común, también me incluyo yo. Sin embargo, el III Duque de Osuna ofreció grandes trabajos a su nación, la cual, fiel a su costumbre, le recompensó con la calumnia, la prisión y el posterior olvido.

Siendo Virrey de Sicilia (a la que sacó de la más absoluta ruina, pero esto es otro tema), consiguió organizar a costa de su propio peculio, una armada de galeras y galeones con la que mantuvo a raya los esporádicos intentos que todavía realizaban en el Mediterráneo los turcos y berberiscos. Incluso, con autorización regia, armó naves corsarias con el mismo propósito, y, claro está, repartirse los botines conseguidos.

Entre las acciones más destacadas que ordenó fue el ataque preventivo (diríase ahora) contra la flota que los berberiscos estaban preparando para atacar a la Flota de Indias procedente de América, es decir, tonterías… pocas. Osuna “envió sus galeras al puerto tunecino e incendió en plena noche los barcos que los corsarios norteafricanos tenían listos para el ataque, y luego repitió la hazaña en La Goleta”.

Menos de cincuenta años después de que con Felipe II tuviera lugar la mayor ocasión que vieron los siglos. Otros cincuenta años después de que con Carlos I se consiguiera frenar el avance turco ante las murallas de Viena.

Y algo más de sesenta años antes de que, nuevamente, se consiguiera frenar el avance turco, también frente a Viena.

Y es que en España, por supuesto, y en general, en Europa Occidental, se había vivido muy feliz tras la suficiente tranquilidad posterior a Lepanto. Y nadie es consciente de que en fechas tan posteriores como en el año 1683, en pleno esplendor de, por ejemplo, Luis XIV, el Rey Sol, el destino de Europa hubiera podido ser muy diferente.

Ese verano, la artillería otomana ponía a prueba las murallas de Viena, última línea de resistencia que se encontraban, aunque, como hicieron dos siglos antes en Constantinopla, también intentaban salvarlas minándolas mediante numerosos túneles. Como entonces, era cuestión de tiempo.

Sin embargo, en esta ocasión, las súplicas del Papa, Alejandro VIII, tuvieron eco, no en Europa Occidental, sino en la Central y Oriental: el rey polaco Juan III Sobieski llegó a tiempo. Al amanecer del 12 de septiembre de 1683, el ejército polaco se lanzó sobre el confiado Gran Visir Kara Mustafá, y tras un caos que duró sus buenas quince horas, una postrera carga de la caballería polaca consiguió poner definitivamente en fuga los restos del ejército otomano, abandonando entre decenas de miles de cadáveres, armas, joyas y alimentos. En una recreación de Julio César, el católico rey polaco comunicó al Papa: “Llegué, ví y Dios venció”.

El dominio turco quedó limitado en territorio europeo a los Balcanes, viéndose más reducido aún poco después, tras la batalla de Zenta, donde, no el 12, sino un 11 de septiembre de 1697, el Príncipe Eugenio de Saboya, pudo recordar la alegría que había vivido, siendo un joven de 19 años, pocos años antes, ante los muros de Viena.

Del éxito ante las murallas de Viena podemos disfrutar ahora en la actualidad, aunque la gente lo ignore, tenga a gala despreciar su conocimiento, o incluso, lamente su origen.

Uno de los ‘recuerdos’ es gracias a las mercancías abandonadas por los turcos. Entre ellas se encontraba un gran acopio de café. Sin embargo, el café turco resultaba demasiado amargo para los gustos vieneses, por lo que, siguiendo las sugerencias del representante papal en la defensa de Viena, el monje Marco d’Aviano, se endulzó con leche y miel. En honor al monje y a la orden en la que profesaba, esta bebida es llamada, desde entonces, capuchino.

El otro recuerdo también es gastronómico, y también vinculado, de ordinario, al café. Es una creación de los pasteleros vieneses en conmemoración de la victoria, llamada en su momento Kipfel, en alemán, claro, pero popularizada tras su introducción en la corte francesa por María Antonieta, como croissant. No hace falta decir a qué debe esta creación su nombre y forma.

Otro resultado de esta victoria, aunque, por todo lo dicho, mucho menos consciente esta sociedad de ello, es que nos permitió, unos ochenta años después, que fuese tal como la conocemos la vida de un niño llamado Wolfgang Amadeus Mozart, cuyo contacto con la cultura turca ya pudo ser, simplemente, lúdica.

Sea al piano…







o con toda la orquesta.







Créditos:
Retrato de Pedro Téllez-Girón, III Duque de Osuna, de pintor anónimo del siglo XVII, tomado de la Wikipedia.
Juan III Podieski en la batalla de Viena, obra de Jerzy Siemiginowski-Eleuter (1686), tomado de la Wikipedia.
Datos y alguna transcripción de texto, tomados de La guerra del turco. España contra el Imperio Otomano. El choque de dos gigantes, de Fernando Martínez-Laínez, editado por EDAF, en junio de 2010.
Referencia histórica a la batalla de Viena, y datos al respecto, gracias a Great Stories from History for Every Day, de W.B. Marsh y Bruce Carrick.

viernes, 30 de abril de 2010

Luengas leguas

Hacía poco que estaba en Nueva York cuando varias personas me dispensaron el honor de consultarme acerca del fenómeno marino. En Francia había publicado yo una obra en dos volúmenes titulada «Misterio en las profundidades submarinas», lo que hizo que se me considerase como un especialista de esta parte de la Historia Natural. Mientras pude negué la realidad del hecho pero asediado por todas partes hube de explicarme categóricamente. Y ved cómo el ‘honorable Pedro Aronnax, profesor del Museo de París’, se halló apremiado por el New York Herald para exponer su opinición. Me decidí, pues. Discutí la cuestión desde todos los puntos de vista en un artículo aparecido el 30 de abril [de 1867].
«Si damos por supuesto que todas las especies vivientes nos son conocidas, es necesario que busquemos al animal en cuestión entre los seres marinos catalogados. En tal caso, debemos creer en la existencia de un narval gigantesco.
(…)
Creo que se trata de un unicornio marino, armado de un verdadero espolón. De esta forma podría explicarse el rarísimo fenómeno, a menos que todo haya sido ilusión, a pesar de lo dicho y lo visto. ¡Podría ser así!»
Confieso que las últimas frases eran una cobardía; mas no quería exponerme a las burlas de los americanos. En el fondo admitía la existencia del monstruo.


Ahora todos sabemos que el eminente profesor no estuvo esa vez en lo cierto. Y desde luego, él nunca hubiera imaginado que casi un año después:
El 20 de abril [de 1868], la tierra que teníamos más cerca era el archipiélago de las Lucayas, diseminadas como montones de piedras por la superficie del mar. Elevábanse allí enormes acantilados submarinos, murallones verticales de pedruscos superpuestos, formando anchas hileras, entre las que se abrían oscuras cuevas cuyo fondo no alcanzaban a iluminar los rayos de nuestro reflector eléctrico.
(…)
Serían aproximadamente las once cuando el candiense me hizo reparar en un formidable hormigueo entre la exhuberante vegetación.
Ned Land corrió hacia la claraboya.
- ¡Qué animal tan espantoso! –exclamó.
Miré a mi vez y no pude reprimir un movimiento de repulsión. Ante mis ojos se agitaba un monstruo digno de figurar en las leyendas teratológicas.
Era un calamar de unos ochos metros de longitud y marchaba reculando con extraordinaria velocidad en dirección al buque, clavando en él sus grandes ojos de tinte verdoso. Sus ocho brazos, o mejor dicho, sus ochos pies, implantados en la cabeza, que han valido a estos animales el calificativo de cefalópodos, tenían un desarrollo doble de su cuerpo y se retorcían como la cabellera de las Furias. Veíanse distintamente las doscientas cincuenta ventosas distribuidas en la cara interna de los tentáculos en forma de cápsulas esféricas. A veces, dichas ventosas se aplicaban al cristal de la claraboya, produciendo el vacío. (…) Su inconstante color variaba con extraordinaria rapidez, según el estado de irritación del molusco, pasando sucesivamente del gris al pardo rojizo.
¿Qué exasperaría al animal? Probablemente, la presencia del submarino, más formidable que él y en el que no podían succionar sus brazos ni hacer presa sus mandíbulas. Sin embargo, ¡qué vitalidad ha dado el Creador a esos monstruosos pulpos, qué vigor en sus movimientos, ya que poseen tres corazones!
Me sobrepuse al horror que me inspiraba su aspecto y, tomando un lápiz, empecé a diseñarlo.
Poco después aparecieron otros pulpos a la banda de estribor. Pude contar hasta siete. Todos escoltaban al ‘Nautilus’, oyéndose rechinar sus picos al resbalar sobre el blindaje de acero.
De pronto se detuvo el submarino. Un fuerte topetazo hizo trepidar su trabazón.
(…)
Yo me adelanté al capitán.
- Curiosa colección de pulpos –le dije.
- En efecto, señor profesor. Y vamos a combatirlos cuerpo a cuerpo.
Miré al capitán, creyendo no haberle comprendido.
(…)
Su intención era remontarse a la superficie y exterminarlos. Ahora bien, como las balas eléctricas resultarían ineficaces contra aquellas carnes fofas, serían atacados a hachazos, y también a arponazos, para lo cual se ofreció el canadiense, siendo aceptada su ayuda.


Más de 140 años después, las aventuras, novelas y películas también están al alcance de la gente.

Este pasado fin de semana atracó en el puerto de Valencia el submarino de la Armada española Tramontana (S-74), habiéndose organizado un periodo de visitas, como se anunciaba, por ejemplo en la página del Ayuntamiento de Valencia.

En ella, se podía leer que el acceso sería por la puerta de Nazaret, ante lo cual me dije que si la entrada tradicional al puerto se encuentra en el Grao, la de Nazaret debe ser la otra, que además no resulta alejada de dicho barrio. Bien, pues no: la de Nazaret es la del Grao, vamos, la de siempre.

Tras perder en ello más de media hora, conseguimos llegar al punto donde la Policía Local ponía orden y control, por lo que me detuve junto a un agente.
“Póngase aquí al lado –se dirigió al vehículo que venía detrás de mí– y así sólo lo cuento una vez –en un ejemplar acto de ahorro de energía, hermanando la salida de la crisis con la ecología– Miren, la visita al submarino la pueden hacer unas cincuenta personas por hora, tengo ahí –haciendo un gesto con el que nos indicó algo así como ‘ahí’– unas cuatrocientas personas,… y queda una hora y diez minutos para que finalicen las visitas. Fotos del exterior no se pueden hacer por motivos de seguridad. Si quieren pueden ir a la Marina Real, o …”

En resumen, que finalmente llegamos a buen puerto: a casa.

Nota: Al día siguiente, salió una noticia en prensa, ante cuyo titular no pude dejar de pensar la suerte que había tenido al no coincidir dentro de un submarino con visitantes con esta capacidad de síntesis.

Créditos:
Portada y transcripción, según traducción de Heliodoro Lillo Lutteroth, de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, en edición de Círculo de Lectores de julio de 1969, con ilustraciones de portada e interiores de Ballestar (pp. 8-9 y 203-205).