viernes, 30 de abril de 2010

Luengas leguas

Hacía poco que estaba en Nueva York cuando varias personas me dispensaron el honor de consultarme acerca del fenómeno marino. En Francia había publicado yo una obra en dos volúmenes titulada «Misterio en las profundidades submarinas», lo que hizo que se me considerase como un especialista de esta parte de la Historia Natural. Mientras pude negué la realidad del hecho pero asediado por todas partes hube de explicarme categóricamente. Y ved cómo el ‘honorable Pedro Aronnax, profesor del Museo de París’, se halló apremiado por el New York Herald para exponer su opinición. Me decidí, pues. Discutí la cuestión desde todos los puntos de vista en un artículo aparecido el 30 de abril [de 1867].
«Si damos por supuesto que todas las especies vivientes nos son conocidas, es necesario que busquemos al animal en cuestión entre los seres marinos catalogados. En tal caso, debemos creer en la existencia de un narval gigantesco.
(…)
Creo que se trata de un unicornio marino, armado de un verdadero espolón. De esta forma podría explicarse el rarísimo fenómeno, a menos que todo haya sido ilusión, a pesar de lo dicho y lo visto. ¡Podría ser así!»
Confieso que las últimas frases eran una cobardía; mas no quería exponerme a las burlas de los americanos. En el fondo admitía la existencia del monstruo.


Ahora todos sabemos que el eminente profesor no estuvo esa vez en lo cierto. Y desde luego, él nunca hubiera imaginado que casi un año después:
El 20 de abril [de 1868], la tierra que teníamos más cerca era el archipiélago de las Lucayas, diseminadas como montones de piedras por la superficie del mar. Elevábanse allí enormes acantilados submarinos, murallones verticales de pedruscos superpuestos, formando anchas hileras, entre las que se abrían oscuras cuevas cuyo fondo no alcanzaban a iluminar los rayos de nuestro reflector eléctrico.
(…)
Serían aproximadamente las once cuando el candiense me hizo reparar en un formidable hormigueo entre la exhuberante vegetación.
Ned Land corrió hacia la claraboya.
- ¡Qué animal tan espantoso! –exclamó.
Miré a mi vez y no pude reprimir un movimiento de repulsión. Ante mis ojos se agitaba un monstruo digno de figurar en las leyendas teratológicas.
Era un calamar de unos ochos metros de longitud y marchaba reculando con extraordinaria velocidad en dirección al buque, clavando en él sus grandes ojos de tinte verdoso. Sus ocho brazos, o mejor dicho, sus ochos pies, implantados en la cabeza, que han valido a estos animales el calificativo de cefalópodos, tenían un desarrollo doble de su cuerpo y se retorcían como la cabellera de las Furias. Veíanse distintamente las doscientas cincuenta ventosas distribuidas en la cara interna de los tentáculos en forma de cápsulas esféricas. A veces, dichas ventosas se aplicaban al cristal de la claraboya, produciendo el vacío. (…) Su inconstante color variaba con extraordinaria rapidez, según el estado de irritación del molusco, pasando sucesivamente del gris al pardo rojizo.
¿Qué exasperaría al animal? Probablemente, la presencia del submarino, más formidable que él y en el que no podían succionar sus brazos ni hacer presa sus mandíbulas. Sin embargo, ¡qué vitalidad ha dado el Creador a esos monstruosos pulpos, qué vigor en sus movimientos, ya que poseen tres corazones!
Me sobrepuse al horror que me inspiraba su aspecto y, tomando un lápiz, empecé a diseñarlo.
Poco después aparecieron otros pulpos a la banda de estribor. Pude contar hasta siete. Todos escoltaban al ‘Nautilus’, oyéndose rechinar sus picos al resbalar sobre el blindaje de acero.
De pronto se detuvo el submarino. Un fuerte topetazo hizo trepidar su trabazón.
(…)
Yo me adelanté al capitán.
- Curiosa colección de pulpos –le dije.
- En efecto, señor profesor. Y vamos a combatirlos cuerpo a cuerpo.
Miré al capitán, creyendo no haberle comprendido.
(…)
Su intención era remontarse a la superficie y exterminarlos. Ahora bien, como las balas eléctricas resultarían ineficaces contra aquellas carnes fofas, serían atacados a hachazos, y también a arponazos, para lo cual se ofreció el canadiense, siendo aceptada su ayuda.


Más de 140 años después, las aventuras, novelas y películas también están al alcance de la gente.

Este pasado fin de semana atracó en el puerto de Valencia el submarino de la Armada española Tramontana (S-74), habiéndose organizado un periodo de visitas, como se anunciaba, por ejemplo en la página del Ayuntamiento de Valencia.

En ella, se podía leer que el acceso sería por la puerta de Nazaret, ante lo cual me dije que si la entrada tradicional al puerto se encuentra en el Grao, la de Nazaret debe ser la otra, que además no resulta alejada de dicho barrio. Bien, pues no: la de Nazaret es la del Grao, vamos, la de siempre.

Tras perder en ello más de media hora, conseguimos llegar al punto donde la Policía Local ponía orden y control, por lo que me detuve junto a un agente.
“Póngase aquí al lado –se dirigió al vehículo que venía detrás de mí– y así sólo lo cuento una vez –en un ejemplar acto de ahorro de energía, hermanando la salida de la crisis con la ecología– Miren, la visita al submarino la pueden hacer unas cincuenta personas por hora, tengo ahí –haciendo un gesto con el que nos indicó algo así como ‘ahí’– unas cuatrocientas personas,… y queda una hora y diez minutos para que finalicen las visitas. Fotos del exterior no se pueden hacer por motivos de seguridad. Si quieren pueden ir a la Marina Real, o …”

En resumen, que finalmente llegamos a buen puerto: a casa.

Nota: Al día siguiente, salió una noticia en prensa, ante cuyo titular no pude dejar de pensar la suerte que había tenido al no coincidir dentro de un submarino con visitantes con esta capacidad de síntesis.

Créditos:
Portada y transcripción, según traducción de Heliodoro Lillo Lutteroth, de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, en edición de Círculo de Lectores de julio de 1969, con ilustraciones de portada e interiores de Ballestar (pp. 8-9 y 203-205).

1 comentario:

  1. O sea que un viaje echao pa na, ¿no?

    A mí me gustaría ver un submarino por fuera y por dentro, pero 50 personas por hora y con una cola de 400..., me salen 8 horas. Eso sin contar, claro, que ya sólo quedaba hora y pico para darle el bote al personal.

    A Posodo no se le podrá encontrar en el yellow submarine, y a la Ministra pacifista donde no se la encontrará es en una iglesia. Ha prohibido las misas en el ejército, ¿no?

    Ay... (suspiro)

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