martes, 30 de agosto de 2011

En el ascensor

El pasado sábado, se pudo leer en Libertad Digital el siguiente titular:
En toda la península
Las temperaturas vuelven a subir tras "el frío" del vierne
s


Leído en otros lugares de España, no sé, pero en Valencia sonaba un poco a cachondeo lo del «frío del viernes».

Y es que ese viernes habíamos tenido por aquí alerta amarilla por temperaturas consecuencia del viento de poniente. Como ya dije hace un año, la ventaja (para mí) de este viento es su sequedad (de hecho, el viernes se pasó de un 80% sobre las siete de la mañana, a poco más del 10% sobre las cinco de la tarde).

Tras lo del «frío», quedaba la incertidumbre de qué se entendería por «las temperaturas vuelven a subir». El gráfico de la temperatura obtenido de la página del Ayuntamiento de Valencia nos lo muestra: si se descuidan, la máxima del sábado es menor que la mínima del jueves.

La noticia también traía avances para esta semana:
“"En cuanto al comienzo de la próxima semana se registrarán pocas nubes al principio de forma general, y si acaso alguna tormenta en el este, pero será de carácter débil porque hay flujo de componente noreste."

La previsión que había ayer era la reflejada en la imagen adjunta. Está claro que ese “si acaso” es difícil de concretar en las previsiones genéricas, y por eso están los porcentajes. En concreto, el de lluvia para el tramo de las 18 a las 24 horas era del 0%.

El resultado fue que, al menos en una parte amplia de Valencia, poco después de las 21 horas, se puso a llover con cierta intensidad, aunque no duró más allá de media hora.

Eso sí, para no desmerecer a las previsiones, la lluvia registrada, según la página del Ayuntamiento, una vez comprobado que esta mañana aún quedaban charcos en diversas zonas de la ciudad, resultó ser de cero (0) mm.

Y aún habrá quien siga diciendo que Asimov era un exagerado en la cita que traje a estas páginas hace casi dos años y medio.

Créditos:
Imágenes de las previsiones de riesgos y meteorológica de AEMET para los días 26 y 29 de agosto de 2011, respectivamente, tomadas de su página de internet.
Gráficas de la evolución de la temperatura (semana del 22 al 28 de agosto de 2011) y de la lluvia registrada (del 31 de julio al 30 de agosto de 2011), tomadas de la página de internet del Ayuntamiento de Valencia.

domingo, 28 de agosto de 2011

Aunque ya es bastante premio...

El pasado miércoles, en la audiencia general, Su Santidad Benedicto XVI hacía un resumen de la reciente Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid, y la calificaba como “Un don que da esperanza al futuro de la Iglesia”.

La celebración de esta Jornada, y lo que ello ha manifestado como pujanza cristiana, ya ha supuesto un importante premio para el común de los mortales.

No obstante, nunca sobra un reconocimiento más ‘oficial’: se ha publicado que ha sido propuesta la JMJ al premio Príncipe de Asturias de la Concordia.


Modelo de carta:
«FUNDACIÓN PRÍNCIPE DE ASTURIAS
C/ General Yagüe, nº 2
33004 - OVIEDO

Muy Sres. míos:

He tenido conocimiento de la presentación de la candidatura al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 (JMJ), por parte de Dña. Catalina Luca de Tena, Presidenta-Editora de ABC.

Quiero transmitirles mi adhesión y apoyo expreso a dicha candidatura en atención a los importantes méritos que concurren en este evento: entre el 16 y el 21 de agosto de 2011, la juventud, la solidaridad y la convivencia pacífica que han inundado las calles de Madrid y del resto de España han devuelto la esperanza y el optimismo ante el futuro a la todos los estamentos de la sociedad. No sólo en nuestro país, sino en el mundo entero –una audiencia potencial de 600 millones de espectadores en los cinco continentes–, la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 ha sido el símbolo de convivencia y encuentro entre más de un millón de jóvenes de 193 países. Ante la crisis de valores que afecta a Occidente, y que ha aflorado en los últimos años en forma de crisis económica, este testimonio representa un importante modelo de referencia o ejemplo, a nivel global, para los jóvenes –creyentes y no creyentes- de un gran número de países en todas las regiones del mundo.

Finalmente, quiero dejar constancia de que el calado social y la organización de la JMJ Madrid 2011, en la que han trabajado de la mano los poderes legislativos, económicos, civiles y eclesiales, además de 30.000 voluntarios españoles y extranjeros, al proyectarse internacionalmente, se erige en un verdadero ejemplo que bien merecería el reconocimiento de ese prestigiosísimo galardón, cuya concesión serviría de acicate para redoblar esfuerzos y dar un mensaje de esperanza al mundo entero.

Atentamente,

Nombre
Cargo
DNI
»

La carta debe remitirse a la dirección de correo direccionejecutiva@jmj2011madrid.com.

Lo que no entiendo son las prisas para remitir las cartas antes del 29 de agosto habiéndose dado la noticia este mismo fin de semana.

Más libros… o no

Hablando de colecciones de quisco, tal día como hoy, pero de hace cuatro años, salía la Biblioteca César Vidal.

Lo digo para que, si alguien se perdió los primeros números, aún llegue a los últimos, pues supongo que, siendo los cienes y cienes que son, todavía deberá de estar vigente la colección.

Eso sí, estaba publicada por Planeta, esa editorial catalana a la que aún César Vidal no ha encontrado tiempo para darle la independencia.

Créditos:
Imagen del anuncio publicado en El Mundo el 28 de agosto de 2011.

viernes, 26 de agosto de 2011

Cuatro por cuatro, apenas nada

A las doce y cuarenta y siete, el caballero se levantó de la mesa y se dirigió hacia el gran salón, una pieza suntuosa ornamentada con cuadros lujosamente enmarcados. Allí un criado le entregó el Times sin cortar, y Phileas Fogg se entregó a un laborioso despliegue con una destreza que denotaba una gran experiencia en la difícil operación. La lectura de aquel periódico entretuvo a Phileas Fogg justo hasta las tres y cuarenta y cinco, y la del Standard -que le sucedió- duró hasta la cena. Esta comida se efectuó en las mismas condiciones que el almuerzo, salvo la adición de una royal british sauce. A las seis menos veinte el caballero reapareció en el gran salón y se absorbió en la lectura del Morning Chronicle.

Mi amigo, que es del PP, está sonriente, relajado y feliz. Así que antes de que se vaya le he disparado la pregunta a bote pronto.
- Oya, ¿tú sabes algo de Rajoy?
- No. O sea, sí: está de vacaciones, como casi todo el mundo. En su tierra, creo. ¿Va a ir a Navarra, no?
- Sí, y ha hecho una aparición fugaz, como forzosa, en Pontevedra. ¿Pero tú crees que un candidato puede andar de vacaciones, tal como anda el patio?
- ¿Y por qué no? Total, algunos piensan que estamos todo el año de holganza, y hemos ganado las municipales. Además, ya está el Gobierno para buscarse solo los problemas. (…) ¿No se nos ataca por crispar? Pues a ver si este verano estamos crispando algo; lo que queda claro es que no somos nosotros los crrispadores. (…)
- Hombre, pero una cosa es no crispar y otra desaparecer del mapa.
- (…) Si te mueves lo justo, si no apareces más que los estrictamente necesario, la incompetencia del que manda resalta más y a ti no te salpica. (…) El problema de Mariano es que hay mucha gente que se ha dejado convencer por la intoxicación de que es un negativista…
- Pero yo lo que percibo en la derecha social es cierta perplejidad por su absentismo.
- Ahora es prioritario no quemarse. Que se quemen ellos, que son los que tienen la responsabilidad de gobernar, y no pueden con ella.
- Eso equivale casi a renunciar las elecciones y esperar que Zapatero las pierda…
- Es que puede suceder. De hecho, es lo más probable, y en esa tesitura conviene no cometer errores. Ni ahora, ni a partir de septiembre. El principal sería movilizar a la izquierda.
- O sea que vais de perfil bajo.
- De perfil, diría yo. Ya sabes que Mariano tiene esa forma peculiar de entender el liderazgo…


Movido por este tentador propósito, [Sam] empezó a dirigirse a la cantina, donde obtuvo su cerveza y se hizo, además, con un periódico de cuatro fechas atrás, luego se llegó al patio, escogió un banco soleado y tranquilo, y se dispuso a disfrutar de aquellos pequeños y tan apreciables tesoros.
Bebió ante todo un refrescante trago de cerveza, cayendo sus ojos, al levantar el vaso, sobre la figura de una joven que estaba pelando patatas apoyada en el alféizar de una ventana; consideró descortés dejar de guiñarle amistosamente un ojo, tras lo cual dispuso el plegado del periódico de forma que le quedara bien a la vista la sección política, operación que se reveló un tanto complicada con el viento contrario que le embestía. El esfuerzo requirió otro trago de cerveza, motivo de un nuevo guiño a la laboriosa moza.


Phileas Fogg dedicaba cerca de tres horas (y eso que sabía inglés) a la lectura, completa, se supone, del Times, del día, “sin cortar”; mientras, Sam consigue un ejemplar de un periódico cuyo nombre no nos ha trascendido, aunque con un retraso de cuatro días, dedicando su atención a la sección de política. En ambos caso, resulta trabajoso conseguir desplegar adecuadamente el periódico para poder leerlo.

Como puede verse, Sam considera de mayor importancia conocer, aun cuando sea con un retraso de cuatro días, las noticias de política en la Inglaterra del primer tercio del siglo XIX.

El párrafo transcrito en medio, es un extracto de la columna de Ignacio Camacho publicada en ABC el pasado 16 de agosto… de 2007.

Como también puede verse, salvo pequeños detalles circunstanciales, la diferencia entre leer un periódico español de hace cuatro días, o de hace cuatro años, tampoco son tantas.

La duda es cuántas diferencias habrá entre los periódicos de marzo de 2008 y los de noviembre de 2011. Y eso, confiando en que las haya. Y que aún nos resulte posible leer los periódicos.

Créditos
Extracto del Capítulo III de La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, según traducción de Javier Torrente Malvido, en edición de Anaya de octubre de 2005 (pp. 20-22).
Extracto del capítulo XLV, de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera, como número 119 de su colección Libro Clásico (pp. 710-711).

jueves, 25 de agosto de 2011

Coleccionando historia… al vuelo

Hace unos catorce meses, contestanto a una pregunta suya, anticipé a S.Cid que publicaría una anotación sobre cierto tema. Pues bien, ya ha llegado el día.

El origen de todo estaba en las trazas de color rojo que asoman por la derecha de la fotografía con que ilustro mi perfil en este diario: en efecto, se trata de los extremos de las alas derechas del Fokker Dr. I Dreidecker, lógicamente en su versión de juguete, modelo de avión conocido, únicamente, por ser el que pilotaba, al final de su vida, Manfred von Richthofen, más conocido como el Barón Rojo por el color con que identificaba su avión.

Este avioncito, así como el otro que aparece en la foto, y dos más, es decir, una escuadrilla de cuatro aparatos, forma parte de una colección de quiosco de aviones históricos. Creo recordar que acompañaba al aparato un fascículo (obviamente no se trataba de su manual de instrucciones), aunque ahora no sé por qué rincón de la casa se encontrarán.

Naturalmente, el primero que salió a la venta fue el Fokker Dr. I para excitar el celo coleccionista de la gente, cosa que, parcialmente, se consiguió en mi caso. Otro que conseguí fue el Autogiro de La Cierva, y de los otros dos ahora no recuerdo el fabricante.

El caso es que me iba a plantar en cuanto saliera el Plus Ultra, y sucedió algo parecido, pero al revés: fué él quien me dio plantón. Al quiosco dejaron de llegarle nuevos ejemplares de la colección.

Al poco, sabiendo cómo se las gastan en estas colecciones, llamé al teléfono de la editorial para preguntar. Y me contestaron, muy amablemente, y muy extrañados, que se trataba de una colección de hacía unos años que ya no se distribuía, por lo que no entendían cómo habían llegado esos ejemplares al quiosco.

Les dije que el quiosco no era ‘cualquiera’ sino el de uno de los centros de El Corte Inglés, aquí en Valencia, con lo que su extrañeza aumentó, si bien ello no supuso ningún incremento en la nula esperanza que me había dado acerca de conseguir el Plus Ultra. De este modo, devolví la razón a Hércules, y repuse el Non en el lema.

Y hasta aquí la anécdota. Tal vez fuera mejor así, porque uno empieza con una pieza de una colección, sigue con otra, y al final uno ya no sabe cómo acaba: si como algunos lectores de Libertad Digital, o si como cierto personaje de una novela.

¡Ah, que no se me olvide! Ya han empezado a llegar las nuevas colecciones de quiosco de esta temporada: aparte de libros (hay una de policíacos), hay, de momento, de abanicos (cara al invierno, claro), y la maqueta de un Citroën 2CV Charleston.

Créditos:
Fotografía de la maqueta de un Fokker Dr. I en el aeropuerto de Tegel, Berlín, en enero de 2010, del autor.
Fotografía de los aviones históricos de colección que tengo.

κίνηματος: Ritter in the sky

Es difícil encontrar la mejor manera de despedirse de un camarada como Boelcke. Sólo puedo decirles estas palabras: más antigua que el ejército, más antigua que el propio Imperio, la Guerra es Rey de todos y Padre de todos; a veces, grande como un dios, (…); algunas, han hecho esclavos, otras, en cambio…

El estallido de la Gran Guerra, luego I Guerra Mundial, paradójicamente, introdujo, al inicio, además de la ilusión de que sería breve, la esperanza, incluso el convencimiento de que sería la última, ‘la guerra que acabaría con todas las guerras’. Y así lo expresa uno de los protagonistas:
- ¿Cómo diablos has llegado aquí? Creí que estabas en la escuela…
- Estaba. Hasta que uno de mis profesores dijo que ésta sería la última.
- ¿La última qué?
- La última guerra, por supuesto. Comprenderás que tenía que venir. Creo que seremos los últimos soldados; los que vengan después, nos envidiarán.


Sin embargo, como bien (o mejor dicho, mal) sabemos, no fue así. En cambio, sí fue la última en la que aún encontró, mínimamente al menos, su sitio algo curioso de ver en una guerra: la caballerosidad.

Claro que eso sólo fue posible en el ámbito en el que las personas seguían siendo individuos. Y en una tradición de siglos, esa circunstancia (salvo los duelos singulares ante los muros de Troya, y algún otro episodio posterior), sólo podía presentarse fuera de la tradición, en algo novedoso, tan novedoso que no contaba aún con diez años de vida: la aviación.

- ¿Qué quiere decir eso de pintarlos? ¿Como se puede esconder un avión? ¿Está Usted loco?
- Yo no, Capitán. Me dieron esta orden. Dice «¡Píntelos!». Mire.
- ¿Se escondería un hombre de sus enemigos?
- Eso depende, mi Capitán.
- ¿Se escondería un caballero de sus enemigos?
- No, capitán, No lo haría.


Y es que era en el combate aéreo donde los soldados aún tenían opción, no ya a su individualidad, sino a su personalidad. Se trataba del piloto en su avión, como antes, del jnete y su caballo. Y lo que consiguiera, dejara de lograr, o le acaeciera era claramente visible. Era un combate de uno contra uno, aunque por las características entonces del armamento, más cabría decir que era una caza (de ahí el nombre de los aviones): quien mejor resultado de la iniciativa obtenía, comenzaba la caza, mientras que el otro, sólo podía recurrir a su inteligencia y pericia para evitar ser cazado, forzar un error del cazador, y cambiar las tornas.
- Von Richthofen, empezó Usted la guerra como oficial de Caballería, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Qué siente ahora, al volar, al combatir en el aire?
- Simplemente, que he cambiado el caballo por un avión.
- Comprendo. Entonces, ¿el volar es sólo un medio para un fin?
- Volar es maravilloso. Pero es la caza lo que más me satisface. El acecho, la persecución, y finalmente, la muerte: el clímax.
- De manera que disfruta con ello.
- ¿Qué puedo decirle? La guerra es el padre de las naciones, las hace esclavas o las hace libres. La victoria trae consigo el clímax, la culminación.
- Pero, ¿y el peligro? Cada día, cada minuto que pasa en el aire.
- Nunca pienso en él. No me preocupa. Siempre está ahí. Cuando uno caza piensa sólo en lo que está cazando, ¿no cree?


Y así son las recomendaciones que Boelcke, el Jefe de la Escuadrilla da a von Richthofen a poco de incorporarse:
No vuele nunca a la misma altura y rumbo que el enemigo más de treinta segundos; si lo hace, se convertirá en un blanco fácil para él. No deje de vigilar en torno suyo, con la cabeza en giro constante; cuando vea al enemigo, instintivamente hará la maniobra para elevarse en ‘loop’ con la única condición de no perder jamás su cola. Acérquese, acérquese rápido, prepare el ‘loop’ y cierre; colóquese detrás de él, acérquesele lo más que pueda, debe situarse muy cerca y a un poco más de altura. Cuidado con cualquier signo de debilidad del enemigo: podría ser una trampa en la que pasaría usted a ser el cazado en vez del cazador. Luche sólo cuando todas las ventajas estén a su favor, y procure acertar al primer intento. No pierda tiempo. Salga del sol. No ponga así la mano para protegerse del sol, ponga el dedo pulgar así, verá bien y no se deslumbrará.

La identificabilidad del piloto permitía, ante el enemigo, que éste te reconociera, y si eras un as de la aviación, te temiera, facilitando, incluso causándole, un error. El aspecto ‘caballeroso’ es la otra acepciónde la palabra: el reconocimiento.
- Un brindis por un distinguido y joven enemigo, por el Capitán Barón Von Richthofen.
- Por Von Richthofen.


Este momento de la película permite introducir al elemento, al actor, extraño, un recién llegado que se niega a brindar, lo que le es recriminado:
Creemos, Teniente Brown, que los hombres pueden ser enemigos sin convertirse en bestias. Los que sobrevivan a este conflicto todavía tendrán necesidad de las tradiciones que separan a los caballeros de los salvajes.

A lo que el Teniente Brown, el extraño, responde:
Guardaré mi vino para el próximo camarada que ese caballero alemán mate en el aire.

Nada más incorporarse a la escuadrilla, el Teniente Brown conoce a Hawker,uno de los ases británicos:
- Oiga, ¿ésa es la Cruz de la Victoria, verdad?
- Sí, lo es.
- Es difícil conseguirla. Creía que todos los que la habían conseguido estaban…
- ¡…muertos!
- Sí.


Sí: el vino que había reservado Brown resulta brindado, precisamente, en honor de Hawker.

El ambiente caballeresco, en la película, empieza a cambiar cuando un piloto alemán (que no consigo identificar) continúa con la caza de un piloto inglés, aun cuando éste ya ha aterrizado, hasta el final.
- ¿Crees que la próxima generación le envidiará?
- No había necesidad de hacer eso. Ya no podía hacerles ningún daño.
- Claro que podía. Si hubiera salido con vida, podría haber estado volando mañana.


Lo que queda ratificado por el siguiente diálogo entre Brown y su Coronel Jefe de Escuadrilla:
- No importa, permaneceré alejados de ellos mientras sigan brindando por von Richthofen y su banda.
- Dudo mucho que vuelvan a brindar por los alemanes. Estará Usted satisfecho…
- No busco satisfacción, señor.
- Lanoe Hawker y yo creíamos en las mismas cosas. Pertenecíamos a ese otro mundo que para Usted no significa nada. Ahora me pregunto quién nos ayudará.
- Hombres, no caballeros. Los Thompson, los Murphy, los May, los Brown,… Tiene que ser así, señor. No hay otro camino.
- Creo que por eso le desprecio un poco, señor Brown.
- ¿Por qué, señor?
- Porque desgraciadamente me veo obligado a darle la razón.


Y empiezan a cambiar algunos comportamientos en el campo inglés:
- Me gustaría saber lo que están pensando.
- Es un plan fantástico, señor.
- ¿Quieren atacar por sorpresa el aeródromo alemán?
- Alrededor de las seis de la tarde, señor.
- Hacia la hora de cenar, supongo.
- Sí, señor. Más o menos. Poco después del té.
- ¿Qué le parece, señor?
- Debo pensarlo, caballeros. Me pregunto a dónde puede conducir eso.


El ataque al aeródromo alemán conduce a lo único que podía conducr:
-¿Está herido?
- No lo sé… Dios mío, mire mi pierna… ¡Es como si me mordiera una fiera!
- Esto es el infierno. Han destrozado todos los aviones, ninguno ha podido despegar. Es igual que en las trincheras.
- Ellos han traído… las trincheras hasta nosotros.


Y aunque algunos muestren indignados sus escrúpulos,…
- Teniente, ¿tiene idea del número de aviones destruidos?
- Entre quince y veinte, todos los que estaban en el campo.
- ¿Bajas de personal?
- ¿Cómo dice?
- Pregunta cuántos alemanes liquidamos. Muchos, les pillamos en el comedor. Pensamos que si atacábamos a la hora de cenar, aquella sería… ¡su última cena!
- Han destruido el arsenal y el comedor de los oficiales. ¿Algunas instalaciones más?
- ¡Eh! Tú ametrallaste el barracón grande.
- Le di dos pasadas. Creo que era el barracón de oficiales.
- No,… Debía de ser el hospital.
- ¡¿Pero es posible que mis pilotos hayan ametrallado un hospital?!
- ¿Vio el distintivo de la Cruz Roja frente al barracón, o pintado en el tejado del mismo?
- Había… tanto humo, que no podía ver… nada.
- Entonces no era un hospital,… ¿verdad?
- Un momento, Mayor. ¿La colocación de un distintivo señala un hospital?
- La Convención de La Haya aclara que la ausencia de tales distintivos…
- La presencia de heridos, médicos y enfermeras, ¿tendría que ver con su… clasificación?
- Esencialmente, no. Coronel, temo que la caballerosidad del aire ha terminado. Pronto recibirá órdenes detalladas de ataques aéreos para destruir determinadas instalaciones y aniquilar determinado personal, incluidos los médicos.
- ¿Se han dejado algunos límites, Mayor?
- Nosotros no iniciamos este ‘acabar con las normas’. Tenemos que ponernos a su nivel. No hay otra alternativa, Coronel.


… esa guerra ya no es lo que era:
- Creo que le das demasiadas vueltas. Después de todo, no hablamos de filosofía. La guerra es… un problema de física aplicada, ¿no es eso?
- Sí, un problema de física.


En el desarrollo de la película, la reincorporación de von Richthofen coincide con el momento en que pueden “devolver” la acción:
- ¡Dios, Dios mío! Creía que los habíamos barrido.
- No, cometimos un error, una equivocación de cálculo, como en física.


Y también hay problemas en el bando alemán, consecuencia del cambio en esa guerra, mostrado en la disputa dramatizada entre von Richthofen y Goering:
- ¡Goering, Teniente Goering!
- ¿Señor?
- Abandonó la formación sobre el aérodromo británico. Se le vio ametrallar a personal sanitario.
- Creo que cumplí con mi deber, mi Capitán. En mi opinión…
- No me interesa su opinión.
- Yo no hago como Usted, que se dedica a coleccionar trofeos de plata mientras perdemos la guerra. ¡A ver, dígame! ¿Qué sentido tiene conceder tregua al enemigo? Mañana volverán a atacarnos. Si yo tuviera el mando, los machacaría, los aniquilaría, les lanzaría gases…
- ¡Cállese! ¿Qué diablos haría Usted si tuviera el mando? Habla como un criminal, no es un soldado, es un asesino.
- Los soldados están perdiendo. Yo hago la guerra para ganar. No importa cómo.
- Se puede llegar a eso… pero no empezará en mi escuadrilla. ¡Apártese de mi vista! … Y Goering
- ¿Señor?
- Vuelva a hacer algo como lo que ha hecho hoy, y no tendrá que pensar más en el mando, porque iré a ver al emperador ¡para que lo fusilen!


Naturalmente, en la película se nos muestra el origen del apodo de von Richthofen. Una vez que ha quedado, como hemos visto, que un caballero no se esconde:
- Id a Mayordomía y traed toda la pintura que podáis encontrar. Y muchas brochas.
- ¿Qué colores?
- Todos los del arco iris.


Aunque siempre hay quien no lo ve claro, y, peor que un arresto, es el destino en las trincheras:
Van a enviarnos a todos a Infantería. Me tendrán asando ratas en el Somme.

Pero los pilotos no tienen temores, aunque sí una duda:
- Cuando el Alto Mando vea esto…
- Bien. ¿De qué color pintamos el mío?
.
.
.
¿Qué te parece?
- Ha quedado estupendo. Pero… te verán a treinta kilómetros de distancia.


Y, exigiendo incluso al Emperador, son bautizados:
- … Y que se pinten policromados, para hacerlos menos visibles.
- Han cumplido la orden al pie de la letra. Dios sabe que están policromados. Y sea cual sea su tipo, todos quedan igual de… extraños.
- Pero esto es disparatado. Todo el mundo en la aviación sabe que utilizamos rombos marrón y gris para el camuflaje.
- Espero que lo comprenda, Coronel. Somos águilas alemanas, no gorriones ingleses. El Emperador puede enviarnos a la muerte,… pero nadie tiene derecho a ordenar que nos escondamos.
- Caballeros, naturalmente yo… yo apruebo sus sentimientos. Pero esta exhibición es… es fantástica, es…
- Es un circo, Coronel. Un circo volante.


Manfred von Richthofen es, a pesar de todo, herido, aunque consigue aterrizar, si bien en pleno frente, en tierra de nadie. Tras un escarceo entre los soldados de ambos lados, los alemanes consiguen llegar a él, y, amargamente, rescatarlo:
- ¡Es el Barón von Richthofen!
- Nos ha costado a Reiner y Powell.


El final de la convalecencia lo pasa en su casa paterna. Habla con su madre como su hijo:
- Dios mío, ¿Cómo es posible? ¿Cómo puedes acordarte?
- Recuerdo todo lo que tiene que ver con mis hijos. Todo lo suyo me ha interesado siempre.
- ¿Pero qué te interesa a ti, madre? ¿Qué te preocupa, realmente?
- Mis hijos.


Y con su padre, como su heredero, más familiar que político-económico:
- ¿Te sientes mejor, hijo?
- Lo suficiente como para volver.
- Bien, muy bien. Nos queda mucho por hacer: terminar esta guerra…
- Lo estoy deseando, padre.
- Cuando esto haya terminado, tendremos que poner las cosas en orden. El ejército se ocupará en acabar con la chusma socialista.
- ¿Eso es ordenar las cosas, padre? ¿De veras lo crees?
- Obreros revolucionarios, partidos de trabajadores, campesinos que pretenden hacer política,… Las cosas serán diferentes cuando la guerra haya terminado.
- Eso sí es seguro, padre.
(…)
- Anoche estuve leyendo la historia de Federico el Grande y su hijo Manfred, un caballero auténtico.
- Un gran héroe.
- Tú llevas su nombre, hijo.
- Pero quizá él pudo disfrutar del sol.
- En Italia luchó con enemigos muy superiores.
- Murió y fue enterrado en el campo de batalla.
- Para vivir para siempre.
- Para ser desenterrado por sus enemigos que dejaron sus huesos blanquearse al sol en la orilla del río.
- El pueblo alemán no olvida nada.
- Excepto el nombre de su caballo favorito, y la ciudad donde vivía su amante.
(…)
- Quisiera que te hubieras casado o…
- No había tiempo.
- ¿Cuánto tiempo necesita un hombre para…?
- ¿Conocerse a sï mismo? No tanto como para amar.
- Desde luego. Me gustaría saber lo que nos reserva el destino.
- Creo que en realidad, eso te importa poco, padre.
- Después de la guerra pondremos las cosas en orden. Todo volverá a ser… como era antes.


Sin embargo, como hemos dicho, esa guerra ya no sería como antes. Por un lado, siempre está presente el factor suerte (como que el desgarro de la tela del avión aguante o no):
- Por cierto, Richthofen, ¿cuál es la velocidad de descenso de su avión?
- No lo sé, señor
- ¿Y cuál la resistencia del material de las alas de su avión?
- No lo sé, señor.
- Recogí esto que saltó del ala de su aparato mientras usted se dedicaba a perseguir al francés. ¡De no ser por la Providencia, él estaría ahora bebiendo con sus camaradas y usted estaría muerto!


O en la aplicación de las tácticas de la caza, como reconoce Hawker:
- El número 10, averiado. Los alemanes han perdido dos; los nuestros regresan todos.
- Bien, bien. ¿No eran superiores en número?
- Sí lo eran, pero hoy la suerte estuvo de nuestro lado.


Y en ese ambiente, el fatalismo va haciendo mella poco a poco, sea alemán:
- ¿Le ha impresionado su excursión, Barón?
- Eh, sí, señor.
- ¿Logró encontrar a su presa?
- Todo lo que ha quedado de él.
- ¿Quiere tener un recuerdo de su primer muerto?
- Sí, quiero tenerlo de todos. Para eso es la victoria, ¿no?
- He de admitir que no sé… para qué es la victoria, Richthofen. En cuanto a recordar a los hombres que ha matado, no tiene que preocuparse por eso.


- ¡Díos mío! ¡Voss, Boelcke! ¿Quién será el siguiente?
- Todos somos el siguiente, Lothar.


o británico:
- ¿Suerte o puntería? Ni un fallo.
- Suerte. No me acosaba ningún enemigo. En el aire ya no es lo mismo. Ya puedes empezar a practicar.
- Dios mío, ¿cuánto durará esto?
- El tiempo que tarden en matarnos.


- Teniente Brown. Los lectores del Toronto Star desean saber algo sobre el nuevo as canadiense.
- Hay poco que contar. Sólo soy un técnico: cambio las cosas.
- ¿Cambia las cosas?
- Voy detrás de un avión que pilota un hombre,… y los cambio en una ruina y un cadáver.
- ¡Ah! ¿Le gusta Francia?
- Sí, es un hermoso país. Muchos de mis amigos se quedarán en él después de la guerra.
- ¿Qué tipo de mujeres le gustan, Teniente?
- Con brazos y piernas.
- ¿Son peligrosos los aviones alemanes?
- Los alemanes son peligrosos, y sus aviones también lo son. Matan tantos alemanes como nosotros. Igual que los nuestros.
- Pero ahora que superamos a los alemanes en número, ¿vamos a ganar, no?
- ¿Cómo quiere Usted que lo sepa? Salgo por la mañana e intento permanecer vivo hasta que se me acaba el combustible. Un día al volver, me dicen que soy un as.
- ¿Derribó Usted ocho aviones alemanes?
- ¿Ocho? Yo creía que habían sido cien. Voy derribándolos pero vuelven a estar allí arriba por la mañana. Una mañana cualquiera…
- Una mañana cualquiera… todo habrá terminado.
- ¿Y cómo terminará? Aún quedamos algunos. Ellos no lo terminarán mientras uno de nosotros quede con vida.


- ¡Ánimo, amigo! Esto ya está casi terminado. Antes de que llegue el otoño…
- Nunca terminará. Cambiarán el sistema de medir el tiempo: AC significará Antes del Combate; DC, Después del Combate.
- ¡Oh! No te atormentes. No nos matarán a todos.
- Eso no importa. Estamos ya muertos.


No sólo las personas en la guerra, también las naciones y sus relaciones estaban cambiando:
- ¡Eh, muchachos! ¡Ahí están los yanquis!
- ¡Mírenlos, ya no podemos perder!
- ¿Qué quiere decir?
- ¡Piezas de recambio para los aviones! ¡Cien millones de piezas! Aplastaremos a los malditos boches.


Especialmente, en Alemania, todavía durante la guerra:
- Evidentemente, la escuadrilla necesita un nuevo jefe. (…)
- Para ser sinceros, señor, prefiero a Goering… me gusta su manera de pensar, pero no creo que sirva,… no es popular entre sus compañeros; además, está demasiado metido en política, es un hombre para Berlín.


y más acentuadamente, hacia el final de la misma:
- Von Richthofen, hemos venido para hablar con Usted sobre el futuro, el de Alemania y el suyo. La situación, según el Servicio de Información, es sombría. Coronel Trackl, su informe.
- Dentro de seis meses dará comienzo una ofensiva general aliada, reforzada por varias divisiones americanas. Es evidente que será una ofensiva final. En la primera fase, nos rechazarán hasta el Rin; y en la segunda, seremos invadidos.
- Espero que comprenderá, von Richthofen, por qué le apartamos del servicio activo.
- ¿Quiere decir que la escuadrilla va a ser disuelta?
- Pues no. De hecho, se asignará a su escuadrilla un servicio mucho más peligroso.
- ¿Van a apartarme del servicio activo a mí solo?
- Comprenda que tenemos nuestras razones para hacerlo. Tenemos que trazar planes para el futuro.
- Debemos organizarnos ahora. Así, la próxima vez, los judíos, los comunistas y los traficantes no podrán apuñalarnos por la espalda.
- Si acepta, podría Usted ser jefe de los pilotos de pruebas de mi compañia. Proyectaríamos aparatos susceptibles de modificación para uso militar. Los perfeccionaríamos constantemente, ¿comprende?
- Bien, von Richthofen, ¿qué dice Usted?
- Digo que están Ustedes locos.
- Recapacite, Richthofen. Vamos a perder esta guerra, pero nadie de los de arriba está dispuesto a admitirlo. Si ha de haber una Alemania futura alguien debe prepararla.
- Me importa un rábano sus futuros planes y su próxima guerra.
- Capitán, le estamos hablando como a un igual.
- No soy su igual. Soy un soldado. Tengo treinta hombres luchando por sus vidas. No pienso abandonarlos.
- Yo le hice subir. Yo le convertí en el mejor piloto de la nación. Ahora sólo espero que el enemigo le despedace.
- No tiene que preocuparse, General. Lo hará.


Y lo hizo.

La película finaliza mostrando que la caballerosidad, mostrada en los honores que se rinden a von Richthofen por las tropas británicas, es sustituida por una nueva actitud.



Por la escuadrilla de Richthofen,… y por su nuevo Comandante.

Es decir, Hermann Goering.

Como es lógico, la película recoge numerosas escenas aéreas que no desmerecen en su presentación ajustada y coreográfica, mostrando que, en el combate aéreo vencía la muerte, pero quedaba reservado a la tierra el caos de la guerra.



La película se centra en dramatizar las personalidades, actitudes, comportamientos y ambientes de von Richthofen y Brown (en su momento, piloto a quien se atribuyó el derribo del Barón Rojo, siendo, paradójicamente, el único británico que no muestra alegría por ello). Por ese motivo, la fidelidad histórica es poco rigurosa, en beneficio del drama. Y por eso, he destacado de la película las escenas que muestran más el cambio que supuso la Gran Guerra, y por lo que resulta interesante la película.


Créditos:
Carátula, fotogramas y extractos de los diálogos de la película El Barón Rojo, producción de 1971, dirigida por Roger Corman, según guión de Joyce Hooper Corrington y John William Corrington (“essentially fictionalised”), y protagonizada en su principales papeles por John Phillip Law (Manfred von Richthofen) y Don Stroud (Roy Brown).

miércoles, 24 de agosto de 2011

Visto al pasar: Nadie entre que no sepa… ¿educación?

Poco después de encontrarme con la mesa “con tornillos”, pasé por delante del Instituto de Enseñanza Secundaria Barrio del Carmen, en la esquina de las calles Beneficiencia y Na Jordana.

Me percaté de la pintada que había en uno de los cristales de la entrada, cuya fotografía, con permiso de los lectores, dispongo al lado.

El problema no es sólo que haya un descerebrado que se crea muy ocurrente e innovador escribiendo lo que se ha visto; el problema es que estoy convencido de que por parte del centro no se le habrá dado (o dará) mayor importancia. Y si la borran, será porque harán limpieza general para el inicio del curso, pero no por otra cosa, tales como la decencia, los principios, la autoridad, el ejemplo, la educación, y similares fruslerías.

Créditos:
Fotografía de la pintada en cuestión, el 21 de agosto de 2011, del autor.

Leyendo películas: Cuestión de cambiar de ritmo

Hoy, 22 de enero [de 1933], los nazis hicieron una manifestación en la Büllowplatz, ante la casa de Kart Liebknecht. En el curso de la semana pasada, los comunistas habían intentado que la manifestación se prohibiese: alegaban que no pasaba de ser una provocación; y, por supuesto, tenían razón. Fui a presenciarlo todo en compañía de Frank, corresponsal de prensa.
Como Frank mismo dijo posteriormente, no era una manifestación nazi en absoluto, sino una manifestación de la policía: había por lo menos dos policías por cada nazi presente. Quizá el general Schleicher permitió que se celebrara el desfile únicamente para demostrar quiénes son los auténticos amos de Berlín. Todo el mundo dice que va a proclamar una dictadura militar.
Pero los verdaderos amos de Berlín no son la policía ni el ejército, ni tampoco los nazis, ciertamente. Los dueños de la ciudad son los trabajadores. A pesar de toda la propaganda que he oído y leído y de todas las manifestaciones a que he asistido hasta hoy no me he percatado de este hecho. Entre los cientos de personas que rodeaban la Büllowplatz, pocas podían haber sido comunistas organizados, y sin embargo daba la impresión de que cada individuo estaba unido con los otros en contra de la marcha. Alguien empezó a cantar la «Internacional», y un instante después todos la entonaban, incluso las mujeres con bebés que se habían asomado a las ventanas de los pisos más altos. Los nazis pasaron por delante, desfilando tan aprisa como saben hacerlo, entre una doble hilera de protección. La mayoría no apartaba los ojos del suelo o miraba perdidamente al frente; unos cuantos ensayaban sonrisas forzadas, muecas furtivas. Cuando la procesión hubo pasado, un viejecillo gordo de las SA, que por una u otra razón se había rezagado, recorrió jadeante la doble hilera, muerto de miedo por haberse quedado solo y tratando en vano de alcanzar al resto. La muchedumbre entera se rio de él.


Con música de John Kander, canciones de Fred Ebb, y libreto de Joe Masteroff, se estrenaba en Broadway, en la temporada de 1966, el musical Cabaret, cuyo éxito (más de 1.100 representaciones, varios e importantes premios Tony, y un Grammy para su grabación en disco) culminó en 1972 adaptado por Jay Allen en forma de película bajo la dirección de Bob Fosse. Tanto ésta como aquél tienen su inspiración y referencia en la obra de Christopher Isherwood Adiós a Berlín.

Hace casi tres años traje a estas páginas una anotación en la que comentaba una escena de la película Cabaret: un joven muchacho inicia un himno de estilo patriótico en la terraza de albergue rural, ante una amplia y variada clientela. El muchacho, integrante de las juventudes del Partido Obrero Nacional Socialista, consigue que práctica totalidad de la clientela se incorpore al fervor patriótico (y político) de la canción.



Como puede verse, la coincidencia entre la obra literaria y la musical y cinematográfica no puede decirse que sea exacta.

Sólo ha transcurrido una semana desde que escribí lo que antecede. Schleicher ha dimitido. Los monóculos hicieron lo que debían. Hitler ha formado un gabinete con Hugenberg. Nadie cree que pueda durar hasta la primavera.

Mañana me voy a Inglaterra. Volveré dentro de unas semanas, pero solamente para recoger mis cosas antes de abandonar Berlín definitivamente.
La pobre Fräulein Schroeder está inconsolable.
- Nunca volveré a encontrar un caballero como usted, Herr Issyvoo… Siempre tan puntual con el alquiler… No acierto a comprender lo que le impulsa a marcharse de Berlín así, tan de repente…
No serviría de nada explicárselo o hablar de política. Ya se está adaptando a mi partida del mismo modo que se adaptará a todo nuevo régimen. Incluso esta mañana la he oído hablar del «Führer» reverentemente con la mujer del portero. Si alguien le recordara que en las pasadas elecciones de noviembre votó a los comunistas, probablemente lo negaría ardientemente y con la mayor buena fe. Se limita a aclimatarse, de acuerdo con una ley natural, como un animal que cambia de piel en invierno. Miles de personas como Fräulein Schroeder se están asimismo aclimatando. Después de todo, sea el que sea el gobierno que detente el poder, están condenados a vivir en esta ciudad.
Hoy brilla un sol resplandeciente; el tiempo es benigno y cálido. Salgo sin abrigo ni sombrero a dar mi último paseo matutino. El sol brilla y Hitler es el dueño de la ciudad.


Exacta no, pero era cuestión de esperar unos meses.

Créditos:
Extractos del capítulo Un diario de Berlín (Invierno de 1932-33), último de Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, según la traducción de Jaime Zulaika, publicada por Argos-Vergara en 1981 (pp. 216-217,218 y 221-222).

martes, 23 de agosto de 2011

Desde la barrera

Recuerdo una anécdota que nos contó hace mucho tiempo un sacerdote amigo de la familia, formado y con inicio de la práctica del sacramento en los tiempos preconciliares, podría decirse.

El caso es que, encontrándose no sé dónde, coincidió con otro sacerdote, de vete tú a saber qué país europeo (supongo), con quien no podía conversar en español ni en el idioma materno del otro, circunstancias recíprocamente presentes en el compañero. Naturalmente, a pesar del resultado de Babel, no se arredraron, y sin necesidad de de que nadie les indicara nada, ni de que ninguna comisión resolviera lo mejor para ellos, su propio y libre albedrío les encaminó al entenderse sin mayores problemas. Para eso estaba la lengua franca del Imperio, y por extensión, de Europa: el latín.

Con el tiempo, es sabido, el latín se ha perdido, y donde aún quedaba, en la liturgia católica, también se perdió. Y con él, la música.

Nuestro amigo Bate lo ha expresado en diversas ocasiones. Al final, alguien le ha oído, y se ha atrevido también a quejarse. Este pasado mes de abril Joseph Cullen, director de música coral en la Orquesta Sinfónica de Londres, escribió un artículo lamentando la dejadez que tras el Concilio Vaticano II se había producido en la música litúrgica católica.

En la recientemente celebrada Jornada Mundial de la Juventud, en las celebraciones litúrgicas ha habido música, orquesta y coros que, en lo que he oído, han hecho una muy meritoria labor, especialmente al tratarse de ámbitos al aire libre. Sin embargo…

Sin embargo, creo que la inmensa mayoría de la inmensa multitud presente, desconocía los cánticos, precisamente porque su juventud sólo les habrá permitido apreciarlos o participar en ellos, en contadas ocasiones, con lo que, sí, es música, y claro, les suena, pero no la conocen. Y supongo que por muy mal que se module la voz, un cántico interpretado el domingo por dos millones de persones, conociéndoselo, habría puesto, como se dice, los pelos como escarpias. Y hubiera sido una muestra, otra más, de la unidad, voluntad y fuerza del catolicismo.

Pero eso sólo hubiera sido posible de haberlo conocido desde casa,… y en latín.

Y, un suponer, ¡qué distinta hubiera sido la Puerta del Sol si, como una sola voz, los peregrinos presentes hubieran podido reaccionar gloriando a Dios en el Cielo!

lunes, 22 de agosto de 2011

¿(H)echo en falta? Yo, no

El pasado día uno de agosto se cumplieron cuatro años del inicio de las obras del nuevo campo de fútbol (es en lo que se quedó, ni siquiera estadio, más genérico), del Valencia Club de Fútbol (sí, el mismo de las ‘ingeniosas’ campañas publicitarias).

No sé cuánto tiempo lleva la obra en el estado en que puede apreciarse en la fotografía, pero es bastante. En román paladino, las obras están paradas… por falta de dinero.

Pero tampoco parece que suponga un especial problema, o al menos no urge: este año ya veremos cuándo empieza la Liga.

¿Alguien echó en falta el fútbol este pasado fin de semana? Yo, al menos, no.

Aunque tampoco es que estuviera oyendo durante la tarde ((esRadio, pues me dediqué a hacer como que ordenaba el trastero.

Eso sí, este agosto, me parece que alguien ha hecho en falta la programación de la emisora, al menos durante la noche del gran ausente: no sólo han acabando hablando de la JMJ, sino que dedican ¡casi una hora!... ¡a los deportes!

Y encima, según se dice, esta nueva temporada, ¡habrá programa nocturno de deportes, a medianoche!

¡Ah, y sin Javi Pérez Sala!

Esto es… esto es… esDelocos.

Créditos:
Fotografía de las obras del nuevo campo del Valencia CF, tomada hoy, del autor.

Visto al pasar: ¿Aún los hay con tornillos?

Ayer, durante un paseo que di a mediodía por el Barrio de El Carmen de Valencia, me encontré con esta curiosidad: junto a un contendor de la basura, alguien, resultándole ya innecesaria, había dejado, debidamente desmontada, una mesa de comedor.

Se había preocupado de colocarla muy bien dispuesta, y, además, con una nota pegada, en la que, no en la foto, pero sí en directo, se podía leer:
“Mesa comedor. Completa (con tornillos)”

Me quedé con la duda de la naturaleza de la mesa, ya que descarté que se tratara de una auténticamente española, pues en tal caso, ¡ya habría perdido más de un tornillo!

Créditos:
Fotografía de la mesa, de ayer día 21 de agosto de 2011, del autor.

domingo, 21 de agosto de 2011

¿Por qué volvió?


Créditos:
Viñeta de MartínMorales publicada en ABC el lunes 6 de agosto de 2007.

sábado, 20 de agosto de 2011

Cuando en verano, llegó el otoño a la primavera

Con el derrocamiento del presidente Novotny -sustituido en la jefatura del país por el general Svoboda- desapareció el último residuo de la vieja guardia staliniana en Praga. La peligrosa evolución política de Checoslovaquia, dirigida por el grupo neomarxista de Dubcek, se orientaba decididamente hacia una línea de mayor flexibilidad y liberalización en numerosos aspectos, tales como los que apuntaban a la spresión de la censura, promulgación de una ley de asociaciones y establecimiento de un tribunal de garantías constitucionales. Mo era menos significativo el hecho de la revisión de las funciones del partido comunista, a propósito de la cual, José Sabota, uno de sus dirigentes, no tuvo inconveniente en manifestar que «es el Gobierno el que tiene que gobernar, no el Partido, toda vez que éste no representa a todos los ciudadanos». Otros signos de liberalización eran ofrecidos por la crítica de las directrices de la política exterior; por la apertura a la palestra política de los seis partidos que, «de jure», existen en el país; por la mutación de la economía de Estado por otra, basada en la individualización de la responsabilidad empresarial y por la suavización del clima religioso, expresada por las voces que piden el regreso del Cardenal Beran. Ante todos estos acontecimientos y toma de posiciones, la Unión Sovi´detica estimó que no podía permanecer con los brazos cruzados. Ya en la última decena de junio de 1968 las fuerzas militares del Pacto de Varsovia desarrollaron en territorio checoslovaco espectaculares maniobras, como una amenza larvada contra el nuevo espíritu checo. No obstante, a fines de julio, dichos contingentes armados abandonaron el país. Sería por muy poco tiempo. La cauta política soviética aconsejaba la adopción, por el momento, de una postura más flexible hacia el heterodoxo Dubcek. El 29 de julio llegó a reunirse en Cherna una delegación del Politburó de la U.R.S.S. y otra del Presidium checoslovaco, preludio de la «declaración de Bratislava», suscrita el 3-VIII-68, en virtud de la cual se reconocía implícitamente el derecho de Praga a elegir su manera particular de aplicar a las necesidades nacionales los postulados de la ideología comunista. Dubcek, el nuevo delfín, apoyado incluso por los partidos comunistas de Francias e Italia, representados por Rochet y Pajetta, parecía dominar el panorama político de su país.

En efecto.

El día 4 de agosto, coincidiendo con la clausura de la conferencia de Bratislava, el gobierno checoslovaco consigue “la retirada de los últimos soldado soviéticos que estaban estacionados en territorio nacional checo”.

Una semana después, el día 12, llegaba a Checoslovaquia Ulricht, el Presidente de Alemania Oriental, para entrevistarse con Dubcek. Siguiendo una política exterior propia, el día 16 se firmaba un tratado de amistad entre Checoslovaquia y la Rumanía de Ceaucescu., culminándose el día 18, cuando “el jefe del gobierno anuncia que Checoslovaquia está dispuesta a aceptar ayuda económica por parte de Occidente”.

Así llegó el día 20 de agosto de 1968.

Las tropas soviéticas comenzaron a invadir Checoslovaquia, y al día siguiente el país entero se encuentra ya ocupado, y los dirigentes checoslovacos, prisioneros y a buen recaudo.

Doce años antes, los tanques soviéticos acabaron con la revolución húngara. Doce años después de la Primavera de Praga, en Polonia estalló en unos astilleros nuevamente la búsqueda de la libertad.

El telón de acero, que se había hecho físicamente realidad en agosto de 1961, fue objeto de una drástica actuación otro agosto, siete años después, porque no aguantaba.

Ya ni siquiera existe Checoeslovaquia, pero sigue habiendo quienes gustan de la ideología totalitaria que sometió a centenares de millones de personas.

Pues desde estas páginas mantendremos el recuerdo de la Historia, para evitar su olvido o, peor aún, su manipulación.

Créditos:
Textos y fotografía tomados del Informatodo 1969 (anuario correspondiente al año 1968), editado por Selecciones del Reader’s Digest.

Aviso: No siempre el viento se lleva las palabras

Hay otro tema al que aludió Miguel Herrero de Miñón, referido al valor de la palabra para no obrar con rencor, para no reaccionar compulsivamente. «Sí a las palabras, no a las pistolas», se ha dicho en contra de la violencia del terrorismo vasco. Por supuesto, pero también cuidado con las palabras. No es verdad que cualquier cosa puede ser dicha; al menos no puede ser dicha sin consecuencias. Naturalmente, en principio son preferibles las palabras, por duras que sean, a los actos violentos, pero aquéllas pueden llevar a éstos. Las palabras son actos de lenguaje y, como tales, crean realidad, producen consecuencias. El espíritu de la Transición vuelve a ser totalmente necesario en estos momentos. Sin rencor y sin sangre: ése es el objetivo. Las palabras que no argumentan sino insultan; que no son producto honesto del esfuerzo del pensamiento individual, sino mimetismo de lo que se cree en cada momento políticamente correcto; las palabras como arma política para arrojar contra el enemigo -palabras que no responden con argumentos, sino que sólo van a destruir la credibilidad del otro- son altamente peligrosas. El «yo te hago loco», palabras con las que condenaba Pedro I a alguno de sus colaboradores caídos en desgracia –y que acababa, inevitablemente, como tal al serle decretada esta muerte civil por el poder-, tiene a veces su equivalencia en nuestros tiempos. El delirio de omnipotencia, la ambición sin límites unida a una pérdida del sentido de la realidad puede llevar a un juego de palabras que desemboque en nuevas situaciones donde el conflicto ha sustituido a la convivencia.
Y, muy fundamentalmente, las palabras que ocultan y mienten consciente y malévolamente, las palabras que inventan principios que hacen lo malo bueno. Parafraseando y volviendo de nuevo a Agnes Heller, las palabras que son capaces de argumentar sólidamente a favor de máximas -o ideologías- «que destruyen la posibilidad de distinguir entre lo bueno y lo malo»; pues, como señaló Kant, el mal (algo cualitativamente diferente de lo moralmente malo) reside en las máximas malas, no en los deseos ni en la debilidad de carácter. Todo totalitarismo ha sido siempre fundado moralmente en máximas malas, en palabras que hacían y justificaban que «los instintos de odio y envidia fuesen políticamente respetables»; en palabras que eliminan todo sentido de culpa, porque barren con todo escrúpulo de conciencia o remordimiento por la violencia o el daño ejercido sobre otros. Ese virus del mal –no simplemente de lo malo- penetra a través de las palabras que justifican la crueldad y la brutalidad concretas sobre los individuos en función de ideas o metas abstractas, que echan siempre las culpas sobre las víctimas y satanizan a los otros como depositarios del egoísmo y la violencia que anidan en el corazón de los verdugos. Las peligrosas palabras que cierran el mundo, que atemorizan y llaman a la sumisión, que eliminan todo pluralismo.
” (pp.615-616)

Créditos:
Extracto de No siempre lo peor es cierto, de Carmen Iglesias, Capítulo XVI La Transición democrática en España (1975-1978), apartado Palabras y realidad.

Escribir con cartas marcadas

Entró decididamente en la tienda y compró papel de cartas con canto dorado y una pluma fina que no abriera sus patas al apoyarla sobre el papel. (…)
- ¿Puede serirme mientras tanto un vaso de aguardiente que no pase de los nueve peniques y prestarme un tintero?
(…)
Dobló después el papel de un modo muy intrincado y escribió unas señas con letra torpe y apretada: «Para entregar a Mary, doncella en casa de míster Nupkins, magistrado de Ispwich, Suffolk». Una vez que Sam se hubo guardado la carta en el bolsillo, el anciano Weller empezó a plantear los asuntos que le habían hecho llamar a su hijo.
(…)
Estando ya próxima la hora convenida, padre e hijo emprendieron el camino de Brick Lane, durante el cual pasaron por el buzón de correos para que Sam pudiera enviar su carta.
” (pp. 504, 509 y 511)

Como podemos leer en lo extractado, Sam consigue escribir un carta y depositarla en el buzón de correos. Hemos leído cómo se pertrecha de papel y útil de escritura en una tienda, cómo solicita un tintero en una taberna. Sin embargo, no vemos cómo consigue el sobre y el sello de correos.

Por cómo nos narra la escena míster Dickens, casi cabe deducir que no hubo necesidad de sobre: simplemente el papel de cartas fue plegado sobre sí mismo (aunque lo fuera “de un modo muy intrincado”), y escritas las señas sobre el resultado, dada la inmediatez en la exposición de los hechos, una vez, o previamente, asegurados los pliegues de algún modo que no se nos dice.

El problema de cómo consiguió el sello de correos presenta una solución más sencilla.

Si tenemos en cuenta que la novela se empezó a publicar en marzo de 1836, y que narra sucesos acaecidos, éstos en concreto, en febrero de 1827, es fácil de comprobar que, dado el hecho histórico de que fue en 1840 cuando se estableció una reforma del servicio postal inglés por la cual, a través de la creación del sello, era el remitente quien pagaba el servicio y no el destinatario, hubiera resultado asaz difícil incluso para alguien con capacidad de recursos e ingenio como Sam Weller, conseguir un sello para su carta, y más aún, que el cartero en cuyas manos recayera el servicio a prestar, supiera de la novedosa función del pequeño trozo de papel adherido a la carta.

La señora Craddock llamó a Sam durante la mañana que siguió al memorable día.
- Llegó esta carta para usted, míster Weller.
- Sí que es un hecho raro -consideró Sam apoderándose del sobre-; algo muy importante tiene que ser, pues no consigo recordar a ningún amigo o pariente que sea capaz de atreverse a escribirme.
(…)
Sam se movió entre sus dudas como cualquier humano mortal: miró el sello
[¡Pero entonces, ¿qué hay de lo anterior?!], el sobre por uno y uno lado, luego al trasluz, todo ello para terminar abriéndolo simplemente como camino más directo para aclarar aquella intriga.
- Me escriben con papel de canto dorado -observó Sam desplegando la carta-, y lo han sellado con cera
[¡Aaah!] y el mango de una llave.” (pág. 583)

Este invento del sello llegó a España sólo tres años más tarde, aunque necesitó de otros siete más para ser efectivamente implantado. La efemérides nos la recordó Pedro García Luaces el pasado miércoles en las páginas de Libertad Digital, en feliz satisfacción a mi extrañeza y curiosidad tras leer la primera de las escenas transcritas justo la noche anterior.

Créditos:
Extracto de los capítulos XXXIII y XXXVII, de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera, como número 119 de su colección Libro Clásico.
Imagen de un sello español de una serie sobre el Museo Postal y Telegráfico de Madrid, y del matasellos con que fue inutilizado.

Y ahora, ¿dónde los pongo?: Agosto, Historia en rostro



Créditos:
Portadas de las últimas adquisiciones.

viernes, 19 de agosto de 2011

80 días (pero no de vaca-ciones)

- Hay que reconocer, señor Ralph, que ha encontrado una forma muy curiosa de afirmar que la Tierra ha disminuido de tamaño. Así, porque ahora se puede dar la vuelta al mundo en tres meses…
- En ochenta días solo -intervino Phileas Fogg.
- En efecto, señores – añadió John Sullivan-, en ochenta días desde que se ha abierto la sección del Great Indian Peninsular Railway, entre Rothal y Allahabad; y he aquí el cálculo establecido por el
Morning Chronicle:
(…)
De Bombay a Calcuta, por ferrocarril …………. 3 días.
(…) Total ……………………………………….. 80 días.


Esta ocurrencia del periódico desencadenó, como sabemos, un viaje realmente increíble, por momentos, flemático, en ocasiones, frenético, a veces, traumático, nunca, apático.

Veintitrés días después, ni la niebla londinense pudo impedir que el tal Fogg se encontrara ya en Calcuta, procedente de Benarés:
A partir de Benarés, la vía férrea sigue, en parte, el valle del Ganges. A través de las ventanillas del vagón, y con un tiempo bastante claro, se contemplaba el variado paisaje del Behar, después las montañas cubiertas de verdor, los campos de cebada, maíz y trigo, ríos y estanques poblados de caimanes verdosos, pueblos bien cuidados y bosques todavía verdes. Algunos elefantes y cebúes de gruesa giba iban a bañarse a las aguas del río sagrado, y también, pese a lo avanzado de la estación y a la fría temperatura, bandadas de hindúes de ambos sexos, que cumplían piadosamente sus santas abluciones.

Sí, la India ya no era lo que era:
Actualmente, la Compañía [de Indias] ya no existe, y las posesiones inglesas de la India dependen directamente de la Corona.
Por eso, el aspecto, las costumbres y las divisiones etnográficas de la península tienen que modificarse. Antaño, se viajaba por medio de todos los antiguos sistemas de transporte, a pie, a caballo, en carro, en carretilla, en palanquín, montado sobre otra persona, en
coach [diligencia], etc. Actualmente, los steamboats [barcos de vapor] recorren el Indo y el Ganges a grandes velocidades, y un ferrocarril, que atraviesa la India en toda su anchura y ramificándose durante su recorrido, pone Bombay a tan solo tres días de distancia de Calcuta.
El trazado del ferrocarril no sigue una línea recta a través de la India. La distancia, a vuelo de pájaro, no es más que de mil a mil cien millas, y los trenes, con que estuviesen animados únicamente de una velocidad media, no tardarían tres días en recorrerla; pero esa distancia se ve aumentada, por lo menos en un tercio, a causa de la curva que describe el ferrocarril al subir haasta Allahabad, en el norte de la península.
He aquí, a grandes rasgos, el trazado del Great Indian Peninsular Raiway: partiendo de la isla de Bombay, atraviesa Salcette, salta al continente frente a Tannah, franquea la cadena de los Ghates Occidentales, corre por el Noroeste hasta Burhampur, atraviesa el territorio casi independiente del Bundelkund, sube hasta Allahabad, se desvía hacia el Este, encuentra el Ganges en Benarés, se desvía ligeramente y, descendiendo hacia el Sudeste por Burdivan y la ciudad francesa de Chandernagor, acaba su recorrido en Calcuta.


Estas loas al ferrocarril británico en la India no es patrimonio exclusivo de Julio Verne, pues, por ejemplo, con fecha del pasado día 17, en su columna en La Razón también hacía César Vidal alabanza del ferrocarril, las carreteras, la educación, y todo lo británicamente buena que es la India.

A las ocho de la mañana, y quince millas antes de la estación de Rothal, el tren se paró en medio de un amplio calvero rodeado de algunos bungalós y de cabañas de obreros. El revisor del tren pasó por delante de la fila de vagones anunciando:
- Los viajeros se apean aquí.
Phíleas Fogg miró a Sir Francis Cromarty, quien pareció no entender nada de lo que ocurría con aquella parada en medio de tamarindos.
Passepartout, no menos sorprendido, bajó a la vía y regresó, casi al instante, gritando:
- ¡Señor! ¡Se acabó la vía férrea!
- ¿Qué quiere usted decir? -preguntó sir Francis Cromarty.
- Quiero decir que el tren no continúa.
El brigadier se apeó inmediantamente del vagón. Phileas Fogg lo siguió sin apresurarse. Ambos se dirigieron al revisor.
- ¿Dónde estamos? -preguntó sir Francis Cromarty.
- En la aldea de Kholby –respondió el revisor.
- ¿Nos paramos aquí?
- Sin duda. La vía está sin acabar.
- ¿Cómo? ¿Qué no está acabada?
- No. Queda por establecer el tendido en un recorrido de unas cincuenta millas, entre este punto y Allahabad, donde continúa la vía.
- Sin embargo, los periódicos han anunciado la total apertura del ferrocarril.
- ¿Qué quiere, mi oficial? Los periódicos se han equivocado.


En resumen, Julio Verne (aunque no hace mención literalmente, a “las vacas sagradas en la India”), también nos prevenía: no hay que creerse todo lo que uno lee en los periódicos.

Créditos:
Fotografía mostrando el índice de ocupación de un tren en la India, tomada de internet.
Extractos de La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, según traducción de Javier Torrente Malvido, en edición de Anaya de octubre de 2005.
Ilustración de Pablo Torrecilla, sobre el episodio de la continuación del “viaje en ferrocarril”, aunque a lomos de elefante, tomada de la antedicha edición de la novela.