jueves, 25 de agosto de 2011

κίνηματος: Ritter in the sky

Es difícil encontrar la mejor manera de despedirse de un camarada como Boelcke. Sólo puedo decirles estas palabras: más antigua que el ejército, más antigua que el propio Imperio, la Guerra es Rey de todos y Padre de todos; a veces, grande como un dios, (…); algunas, han hecho esclavos, otras, en cambio…

El estallido de la Gran Guerra, luego I Guerra Mundial, paradójicamente, introdujo, al inicio, además de la ilusión de que sería breve, la esperanza, incluso el convencimiento de que sería la última, ‘la guerra que acabaría con todas las guerras’. Y así lo expresa uno de los protagonistas:
- ¿Cómo diablos has llegado aquí? Creí que estabas en la escuela…
- Estaba. Hasta que uno de mis profesores dijo que ésta sería la última.
- ¿La última qué?
- La última guerra, por supuesto. Comprenderás que tenía que venir. Creo que seremos los últimos soldados; los que vengan después, nos envidiarán.


Sin embargo, como bien (o mejor dicho, mal) sabemos, no fue así. En cambio, sí fue la última en la que aún encontró, mínimamente al menos, su sitio algo curioso de ver en una guerra: la caballerosidad.

Claro que eso sólo fue posible en el ámbito en el que las personas seguían siendo individuos. Y en una tradición de siglos, esa circunstancia (salvo los duelos singulares ante los muros de Troya, y algún otro episodio posterior), sólo podía presentarse fuera de la tradición, en algo novedoso, tan novedoso que no contaba aún con diez años de vida: la aviación.

- ¿Qué quiere decir eso de pintarlos? ¿Como se puede esconder un avión? ¿Está Usted loco?
- Yo no, Capitán. Me dieron esta orden. Dice «¡Píntelos!». Mire.
- ¿Se escondería un hombre de sus enemigos?
- Eso depende, mi Capitán.
- ¿Se escondería un caballero de sus enemigos?
- No, capitán, No lo haría.


Y es que era en el combate aéreo donde los soldados aún tenían opción, no ya a su individualidad, sino a su personalidad. Se trataba del piloto en su avión, como antes, del jnete y su caballo. Y lo que consiguiera, dejara de lograr, o le acaeciera era claramente visible. Era un combate de uno contra uno, aunque por las características entonces del armamento, más cabría decir que era una caza (de ahí el nombre de los aviones): quien mejor resultado de la iniciativa obtenía, comenzaba la caza, mientras que el otro, sólo podía recurrir a su inteligencia y pericia para evitar ser cazado, forzar un error del cazador, y cambiar las tornas.
- Von Richthofen, empezó Usted la guerra como oficial de Caballería, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Qué siente ahora, al volar, al combatir en el aire?
- Simplemente, que he cambiado el caballo por un avión.
- Comprendo. Entonces, ¿el volar es sólo un medio para un fin?
- Volar es maravilloso. Pero es la caza lo que más me satisface. El acecho, la persecución, y finalmente, la muerte: el clímax.
- De manera que disfruta con ello.
- ¿Qué puedo decirle? La guerra es el padre de las naciones, las hace esclavas o las hace libres. La victoria trae consigo el clímax, la culminación.
- Pero, ¿y el peligro? Cada día, cada minuto que pasa en el aire.
- Nunca pienso en él. No me preocupa. Siempre está ahí. Cuando uno caza piensa sólo en lo que está cazando, ¿no cree?


Y así son las recomendaciones que Boelcke, el Jefe de la Escuadrilla da a von Richthofen a poco de incorporarse:
No vuele nunca a la misma altura y rumbo que el enemigo más de treinta segundos; si lo hace, se convertirá en un blanco fácil para él. No deje de vigilar en torno suyo, con la cabeza en giro constante; cuando vea al enemigo, instintivamente hará la maniobra para elevarse en ‘loop’ con la única condición de no perder jamás su cola. Acérquese, acérquese rápido, prepare el ‘loop’ y cierre; colóquese detrás de él, acérquesele lo más que pueda, debe situarse muy cerca y a un poco más de altura. Cuidado con cualquier signo de debilidad del enemigo: podría ser una trampa en la que pasaría usted a ser el cazado en vez del cazador. Luche sólo cuando todas las ventajas estén a su favor, y procure acertar al primer intento. No pierda tiempo. Salga del sol. No ponga así la mano para protegerse del sol, ponga el dedo pulgar así, verá bien y no se deslumbrará.

La identificabilidad del piloto permitía, ante el enemigo, que éste te reconociera, y si eras un as de la aviación, te temiera, facilitando, incluso causándole, un error. El aspecto ‘caballeroso’ es la otra acepciónde la palabra: el reconocimiento.
- Un brindis por un distinguido y joven enemigo, por el Capitán Barón Von Richthofen.
- Por Von Richthofen.


Este momento de la película permite introducir al elemento, al actor, extraño, un recién llegado que se niega a brindar, lo que le es recriminado:
Creemos, Teniente Brown, que los hombres pueden ser enemigos sin convertirse en bestias. Los que sobrevivan a este conflicto todavía tendrán necesidad de las tradiciones que separan a los caballeros de los salvajes.

A lo que el Teniente Brown, el extraño, responde:
Guardaré mi vino para el próximo camarada que ese caballero alemán mate en el aire.

Nada más incorporarse a la escuadrilla, el Teniente Brown conoce a Hawker,uno de los ases británicos:
- Oiga, ¿ésa es la Cruz de la Victoria, verdad?
- Sí, lo es.
- Es difícil conseguirla. Creía que todos los que la habían conseguido estaban…
- ¡…muertos!
- Sí.


Sí: el vino que había reservado Brown resulta brindado, precisamente, en honor de Hawker.

El ambiente caballeresco, en la película, empieza a cambiar cuando un piloto alemán (que no consigo identificar) continúa con la caza de un piloto inglés, aun cuando éste ya ha aterrizado, hasta el final.
- ¿Crees que la próxima generación le envidiará?
- No había necesidad de hacer eso. Ya no podía hacerles ningún daño.
- Claro que podía. Si hubiera salido con vida, podría haber estado volando mañana.


Lo que queda ratificado por el siguiente diálogo entre Brown y su Coronel Jefe de Escuadrilla:
- No importa, permaneceré alejados de ellos mientras sigan brindando por von Richthofen y su banda.
- Dudo mucho que vuelvan a brindar por los alemanes. Estará Usted satisfecho…
- No busco satisfacción, señor.
- Lanoe Hawker y yo creíamos en las mismas cosas. Pertenecíamos a ese otro mundo que para Usted no significa nada. Ahora me pregunto quién nos ayudará.
- Hombres, no caballeros. Los Thompson, los Murphy, los May, los Brown,… Tiene que ser así, señor. No hay otro camino.
- Creo que por eso le desprecio un poco, señor Brown.
- ¿Por qué, señor?
- Porque desgraciadamente me veo obligado a darle la razón.


Y empiezan a cambiar algunos comportamientos en el campo inglés:
- Me gustaría saber lo que están pensando.
- Es un plan fantástico, señor.
- ¿Quieren atacar por sorpresa el aeródromo alemán?
- Alrededor de las seis de la tarde, señor.
- Hacia la hora de cenar, supongo.
- Sí, señor. Más o menos. Poco después del té.
- ¿Qué le parece, señor?
- Debo pensarlo, caballeros. Me pregunto a dónde puede conducir eso.


El ataque al aeródromo alemán conduce a lo único que podía conducr:
-¿Está herido?
- No lo sé… Dios mío, mire mi pierna… ¡Es como si me mordiera una fiera!
- Esto es el infierno. Han destrozado todos los aviones, ninguno ha podido despegar. Es igual que en las trincheras.
- Ellos han traído… las trincheras hasta nosotros.


Y aunque algunos muestren indignados sus escrúpulos,…
- Teniente, ¿tiene idea del número de aviones destruidos?
- Entre quince y veinte, todos los que estaban en el campo.
- ¿Bajas de personal?
- ¿Cómo dice?
- Pregunta cuántos alemanes liquidamos. Muchos, les pillamos en el comedor. Pensamos que si atacábamos a la hora de cenar, aquella sería… ¡su última cena!
- Han destruido el arsenal y el comedor de los oficiales. ¿Algunas instalaciones más?
- ¡Eh! Tú ametrallaste el barracón grande.
- Le di dos pasadas. Creo que era el barracón de oficiales.
- No,… Debía de ser el hospital.
- ¡¿Pero es posible que mis pilotos hayan ametrallado un hospital?!
- ¿Vio el distintivo de la Cruz Roja frente al barracón, o pintado en el tejado del mismo?
- Había… tanto humo, que no podía ver… nada.
- Entonces no era un hospital,… ¿verdad?
- Un momento, Mayor. ¿La colocación de un distintivo señala un hospital?
- La Convención de La Haya aclara que la ausencia de tales distintivos…
- La presencia de heridos, médicos y enfermeras, ¿tendría que ver con su… clasificación?
- Esencialmente, no. Coronel, temo que la caballerosidad del aire ha terminado. Pronto recibirá órdenes detalladas de ataques aéreos para destruir determinadas instalaciones y aniquilar determinado personal, incluidos los médicos.
- ¿Se han dejado algunos límites, Mayor?
- Nosotros no iniciamos este ‘acabar con las normas’. Tenemos que ponernos a su nivel. No hay otra alternativa, Coronel.


… esa guerra ya no es lo que era:
- Creo que le das demasiadas vueltas. Después de todo, no hablamos de filosofía. La guerra es… un problema de física aplicada, ¿no es eso?
- Sí, un problema de física.


En el desarrollo de la película, la reincorporación de von Richthofen coincide con el momento en que pueden “devolver” la acción:
- ¡Dios, Dios mío! Creía que los habíamos barrido.
- No, cometimos un error, una equivocación de cálculo, como en física.


Y también hay problemas en el bando alemán, consecuencia del cambio en esa guerra, mostrado en la disputa dramatizada entre von Richthofen y Goering:
- ¡Goering, Teniente Goering!
- ¿Señor?
- Abandonó la formación sobre el aérodromo británico. Se le vio ametrallar a personal sanitario.
- Creo que cumplí con mi deber, mi Capitán. En mi opinión…
- No me interesa su opinión.
- Yo no hago como Usted, que se dedica a coleccionar trofeos de plata mientras perdemos la guerra. ¡A ver, dígame! ¿Qué sentido tiene conceder tregua al enemigo? Mañana volverán a atacarnos. Si yo tuviera el mando, los machacaría, los aniquilaría, les lanzaría gases…
- ¡Cállese! ¿Qué diablos haría Usted si tuviera el mando? Habla como un criminal, no es un soldado, es un asesino.
- Los soldados están perdiendo. Yo hago la guerra para ganar. No importa cómo.
- Se puede llegar a eso… pero no empezará en mi escuadrilla. ¡Apártese de mi vista! … Y Goering
- ¿Señor?
- Vuelva a hacer algo como lo que ha hecho hoy, y no tendrá que pensar más en el mando, porque iré a ver al emperador ¡para que lo fusilen!


Naturalmente, en la película se nos muestra el origen del apodo de von Richthofen. Una vez que ha quedado, como hemos visto, que un caballero no se esconde:
- Id a Mayordomía y traed toda la pintura que podáis encontrar. Y muchas brochas.
- ¿Qué colores?
- Todos los del arco iris.


Aunque siempre hay quien no lo ve claro, y, peor que un arresto, es el destino en las trincheras:
Van a enviarnos a todos a Infantería. Me tendrán asando ratas en el Somme.

Pero los pilotos no tienen temores, aunque sí una duda:
- Cuando el Alto Mando vea esto…
- Bien. ¿De qué color pintamos el mío?
.
.
.
¿Qué te parece?
- Ha quedado estupendo. Pero… te verán a treinta kilómetros de distancia.


Y, exigiendo incluso al Emperador, son bautizados:
- … Y que se pinten policromados, para hacerlos menos visibles.
- Han cumplido la orden al pie de la letra. Dios sabe que están policromados. Y sea cual sea su tipo, todos quedan igual de… extraños.
- Pero esto es disparatado. Todo el mundo en la aviación sabe que utilizamos rombos marrón y gris para el camuflaje.
- Espero que lo comprenda, Coronel. Somos águilas alemanas, no gorriones ingleses. El Emperador puede enviarnos a la muerte,… pero nadie tiene derecho a ordenar que nos escondamos.
- Caballeros, naturalmente yo… yo apruebo sus sentimientos. Pero esta exhibición es… es fantástica, es…
- Es un circo, Coronel. Un circo volante.


Manfred von Richthofen es, a pesar de todo, herido, aunque consigue aterrizar, si bien en pleno frente, en tierra de nadie. Tras un escarceo entre los soldados de ambos lados, los alemanes consiguen llegar a él, y, amargamente, rescatarlo:
- ¡Es el Barón von Richthofen!
- Nos ha costado a Reiner y Powell.


El final de la convalecencia lo pasa en su casa paterna. Habla con su madre como su hijo:
- Dios mío, ¿Cómo es posible? ¿Cómo puedes acordarte?
- Recuerdo todo lo que tiene que ver con mis hijos. Todo lo suyo me ha interesado siempre.
- ¿Pero qué te interesa a ti, madre? ¿Qué te preocupa, realmente?
- Mis hijos.


Y con su padre, como su heredero, más familiar que político-económico:
- ¿Te sientes mejor, hijo?
- Lo suficiente como para volver.
- Bien, muy bien. Nos queda mucho por hacer: terminar esta guerra…
- Lo estoy deseando, padre.
- Cuando esto haya terminado, tendremos que poner las cosas en orden. El ejército se ocupará en acabar con la chusma socialista.
- ¿Eso es ordenar las cosas, padre? ¿De veras lo crees?
- Obreros revolucionarios, partidos de trabajadores, campesinos que pretenden hacer política,… Las cosas serán diferentes cuando la guerra haya terminado.
- Eso sí es seguro, padre.
(…)
- Anoche estuve leyendo la historia de Federico el Grande y su hijo Manfred, un caballero auténtico.
- Un gran héroe.
- Tú llevas su nombre, hijo.
- Pero quizá él pudo disfrutar del sol.
- En Italia luchó con enemigos muy superiores.
- Murió y fue enterrado en el campo de batalla.
- Para vivir para siempre.
- Para ser desenterrado por sus enemigos que dejaron sus huesos blanquearse al sol en la orilla del río.
- El pueblo alemán no olvida nada.
- Excepto el nombre de su caballo favorito, y la ciudad donde vivía su amante.
(…)
- Quisiera que te hubieras casado o…
- No había tiempo.
- ¿Cuánto tiempo necesita un hombre para…?
- ¿Conocerse a sï mismo? No tanto como para amar.
- Desde luego. Me gustaría saber lo que nos reserva el destino.
- Creo que en realidad, eso te importa poco, padre.
- Después de la guerra pondremos las cosas en orden. Todo volverá a ser… como era antes.


Sin embargo, como hemos dicho, esa guerra ya no sería como antes. Por un lado, siempre está presente el factor suerte (como que el desgarro de la tela del avión aguante o no):
- Por cierto, Richthofen, ¿cuál es la velocidad de descenso de su avión?
- No lo sé, señor
- ¿Y cuál la resistencia del material de las alas de su avión?
- No lo sé, señor.
- Recogí esto que saltó del ala de su aparato mientras usted se dedicaba a perseguir al francés. ¡De no ser por la Providencia, él estaría ahora bebiendo con sus camaradas y usted estaría muerto!


O en la aplicación de las tácticas de la caza, como reconoce Hawker:
- El número 10, averiado. Los alemanes han perdido dos; los nuestros regresan todos.
- Bien, bien. ¿No eran superiores en número?
- Sí lo eran, pero hoy la suerte estuvo de nuestro lado.


Y en ese ambiente, el fatalismo va haciendo mella poco a poco, sea alemán:
- ¿Le ha impresionado su excursión, Barón?
- Eh, sí, señor.
- ¿Logró encontrar a su presa?
- Todo lo que ha quedado de él.
- ¿Quiere tener un recuerdo de su primer muerto?
- Sí, quiero tenerlo de todos. Para eso es la victoria, ¿no?
- He de admitir que no sé… para qué es la victoria, Richthofen. En cuanto a recordar a los hombres que ha matado, no tiene que preocuparse por eso.


- ¡Díos mío! ¡Voss, Boelcke! ¿Quién será el siguiente?
- Todos somos el siguiente, Lothar.


o británico:
- ¿Suerte o puntería? Ni un fallo.
- Suerte. No me acosaba ningún enemigo. En el aire ya no es lo mismo. Ya puedes empezar a practicar.
- Dios mío, ¿cuánto durará esto?
- El tiempo que tarden en matarnos.


- Teniente Brown. Los lectores del Toronto Star desean saber algo sobre el nuevo as canadiense.
- Hay poco que contar. Sólo soy un técnico: cambio las cosas.
- ¿Cambia las cosas?
- Voy detrás de un avión que pilota un hombre,… y los cambio en una ruina y un cadáver.
- ¡Ah! ¿Le gusta Francia?
- Sí, es un hermoso país. Muchos de mis amigos se quedarán en él después de la guerra.
- ¿Qué tipo de mujeres le gustan, Teniente?
- Con brazos y piernas.
- ¿Son peligrosos los aviones alemanes?
- Los alemanes son peligrosos, y sus aviones también lo son. Matan tantos alemanes como nosotros. Igual que los nuestros.
- Pero ahora que superamos a los alemanes en número, ¿vamos a ganar, no?
- ¿Cómo quiere Usted que lo sepa? Salgo por la mañana e intento permanecer vivo hasta que se me acaba el combustible. Un día al volver, me dicen que soy un as.
- ¿Derribó Usted ocho aviones alemanes?
- ¿Ocho? Yo creía que habían sido cien. Voy derribándolos pero vuelven a estar allí arriba por la mañana. Una mañana cualquiera…
- Una mañana cualquiera… todo habrá terminado.
- ¿Y cómo terminará? Aún quedamos algunos. Ellos no lo terminarán mientras uno de nosotros quede con vida.


- ¡Ánimo, amigo! Esto ya está casi terminado. Antes de que llegue el otoño…
- Nunca terminará. Cambiarán el sistema de medir el tiempo: AC significará Antes del Combate; DC, Después del Combate.
- ¡Oh! No te atormentes. No nos matarán a todos.
- Eso no importa. Estamos ya muertos.


No sólo las personas en la guerra, también las naciones y sus relaciones estaban cambiando:
- ¡Eh, muchachos! ¡Ahí están los yanquis!
- ¡Mírenlos, ya no podemos perder!
- ¿Qué quiere decir?
- ¡Piezas de recambio para los aviones! ¡Cien millones de piezas! Aplastaremos a los malditos boches.


Especialmente, en Alemania, todavía durante la guerra:
- Evidentemente, la escuadrilla necesita un nuevo jefe. (…)
- Para ser sinceros, señor, prefiero a Goering… me gusta su manera de pensar, pero no creo que sirva,… no es popular entre sus compañeros; además, está demasiado metido en política, es un hombre para Berlín.


y más acentuadamente, hacia el final de la misma:
- Von Richthofen, hemos venido para hablar con Usted sobre el futuro, el de Alemania y el suyo. La situación, según el Servicio de Información, es sombría. Coronel Trackl, su informe.
- Dentro de seis meses dará comienzo una ofensiva general aliada, reforzada por varias divisiones americanas. Es evidente que será una ofensiva final. En la primera fase, nos rechazarán hasta el Rin; y en la segunda, seremos invadidos.
- Espero que comprenderá, von Richthofen, por qué le apartamos del servicio activo.
- ¿Quiere decir que la escuadrilla va a ser disuelta?
- Pues no. De hecho, se asignará a su escuadrilla un servicio mucho más peligroso.
- ¿Van a apartarme del servicio activo a mí solo?
- Comprenda que tenemos nuestras razones para hacerlo. Tenemos que trazar planes para el futuro.
- Debemos organizarnos ahora. Así, la próxima vez, los judíos, los comunistas y los traficantes no podrán apuñalarnos por la espalda.
- Si acepta, podría Usted ser jefe de los pilotos de pruebas de mi compañia. Proyectaríamos aparatos susceptibles de modificación para uso militar. Los perfeccionaríamos constantemente, ¿comprende?
- Bien, von Richthofen, ¿qué dice Usted?
- Digo que están Ustedes locos.
- Recapacite, Richthofen. Vamos a perder esta guerra, pero nadie de los de arriba está dispuesto a admitirlo. Si ha de haber una Alemania futura alguien debe prepararla.
- Me importa un rábano sus futuros planes y su próxima guerra.
- Capitán, le estamos hablando como a un igual.
- No soy su igual. Soy un soldado. Tengo treinta hombres luchando por sus vidas. No pienso abandonarlos.
- Yo le hice subir. Yo le convertí en el mejor piloto de la nación. Ahora sólo espero que el enemigo le despedace.
- No tiene que preocuparse, General. Lo hará.


Y lo hizo.

La película finaliza mostrando que la caballerosidad, mostrada en los honores que se rinden a von Richthofen por las tropas británicas, es sustituida por una nueva actitud.



Por la escuadrilla de Richthofen,… y por su nuevo Comandante.

Es decir, Hermann Goering.

Como es lógico, la película recoge numerosas escenas aéreas que no desmerecen en su presentación ajustada y coreográfica, mostrando que, en el combate aéreo vencía la muerte, pero quedaba reservado a la tierra el caos de la guerra.



La película se centra en dramatizar las personalidades, actitudes, comportamientos y ambientes de von Richthofen y Brown (en su momento, piloto a quien se atribuyó el derribo del Barón Rojo, siendo, paradójicamente, el único británico que no muestra alegría por ello). Por ese motivo, la fidelidad histórica es poco rigurosa, en beneficio del drama. Y por eso, he destacado de la película las escenas que muestran más el cambio que supuso la Gran Guerra, y por lo que resulta interesante la película.


Créditos:
Carátula, fotogramas y extractos de los diálogos de la película El Barón Rojo, producción de 1971, dirigida por Roger Corman, según guión de Joyce Hooper Corrington y John William Corrington (“essentially fictionalised”), y protagonizada en su principales papeles por John Phillip Law (Manfred von Richthofen) y Don Stroud (Roy Brown).

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