sábado, 20 de agosto de 2011

Escribir con cartas marcadas

Entró decididamente en la tienda y compró papel de cartas con canto dorado y una pluma fina que no abriera sus patas al apoyarla sobre el papel. (…)
- ¿Puede serirme mientras tanto un vaso de aguardiente que no pase de los nueve peniques y prestarme un tintero?
(…)
Dobló después el papel de un modo muy intrincado y escribió unas señas con letra torpe y apretada: «Para entregar a Mary, doncella en casa de míster Nupkins, magistrado de Ispwich, Suffolk». Una vez que Sam se hubo guardado la carta en el bolsillo, el anciano Weller empezó a plantear los asuntos que le habían hecho llamar a su hijo.
(…)
Estando ya próxima la hora convenida, padre e hijo emprendieron el camino de Brick Lane, durante el cual pasaron por el buzón de correos para que Sam pudiera enviar su carta.
” (pp. 504, 509 y 511)

Como podemos leer en lo extractado, Sam consigue escribir un carta y depositarla en el buzón de correos. Hemos leído cómo se pertrecha de papel y útil de escritura en una tienda, cómo solicita un tintero en una taberna. Sin embargo, no vemos cómo consigue el sobre y el sello de correos.

Por cómo nos narra la escena míster Dickens, casi cabe deducir que no hubo necesidad de sobre: simplemente el papel de cartas fue plegado sobre sí mismo (aunque lo fuera “de un modo muy intrincado”), y escritas las señas sobre el resultado, dada la inmediatez en la exposición de los hechos, una vez, o previamente, asegurados los pliegues de algún modo que no se nos dice.

El problema de cómo consiguió el sello de correos presenta una solución más sencilla.

Si tenemos en cuenta que la novela se empezó a publicar en marzo de 1836, y que narra sucesos acaecidos, éstos en concreto, en febrero de 1827, es fácil de comprobar que, dado el hecho histórico de que fue en 1840 cuando se estableció una reforma del servicio postal inglés por la cual, a través de la creación del sello, era el remitente quien pagaba el servicio y no el destinatario, hubiera resultado asaz difícil incluso para alguien con capacidad de recursos e ingenio como Sam Weller, conseguir un sello para su carta, y más aún, que el cartero en cuyas manos recayera el servicio a prestar, supiera de la novedosa función del pequeño trozo de papel adherido a la carta.

La señora Craddock llamó a Sam durante la mañana que siguió al memorable día.
- Llegó esta carta para usted, míster Weller.
- Sí que es un hecho raro -consideró Sam apoderándose del sobre-; algo muy importante tiene que ser, pues no consigo recordar a ningún amigo o pariente que sea capaz de atreverse a escribirme.
(…)
Sam se movió entre sus dudas como cualquier humano mortal: miró el sello
[¡Pero entonces, ¿qué hay de lo anterior?!], el sobre por uno y uno lado, luego al trasluz, todo ello para terminar abriéndolo simplemente como camino más directo para aclarar aquella intriga.
- Me escriben con papel de canto dorado -observó Sam desplegando la carta-, y lo han sellado con cera
[¡Aaah!] y el mango de una llave.” (pág. 583)

Este invento del sello llegó a España sólo tres años más tarde, aunque necesitó de otros siete más para ser efectivamente implantado. La efemérides nos la recordó Pedro García Luaces el pasado miércoles en las páginas de Libertad Digital, en feliz satisfacción a mi extrañeza y curiosidad tras leer la primera de las escenas transcritas justo la noche anterior.

Créditos:
Extracto de los capítulos XXXIII y XXXVII, de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera, como número 119 de su colección Libro Clásico.
Imagen de un sello español de una serie sobre el Museo Postal y Telegráfico de Madrid, y del matasellos con que fue inutilizado.

6 comentarios:

  1. Yo escribí una carta en 2002 en la primera oficina de correos en Toronto que estaba "tematizada" como si fuera del siglo XIX, concretamente la oficina se inauguró en 1834. Los trabajadores vestían uniformes de aquella época. El papel de carta hacía de sobre, doblándolo según unas marcas en el papel, se escribía con pluma de ave y tinta y se cerraba la carta con lacre rojo.
    Me la escribí a mí mismo y la tengo delante para escribir los detalles.
    Sobre sí que hubo que poner.

    ResponderEliminar
  2. Yo le escribí una carta a Esperanza Aguirre cuando esta era ministra de Educación para comentarle que no podía seguir estudiando música porque mi violonchelo se rompió. Tuve una respuesta del ministerio, dando las gracias por contarle lo ocurrido.

    ResponderEliminar
  3. Caragüevo:
    ¿Y qué tal la experiencia de escribir con una pluma de ave? ¿Similar a con un tiralíneas?

    Bate:
    Sí, típica contestación de Atención al cliente demostrando que no se han leído la queja, o que les trae sin cuidado.
    Sugerencia:
    «DO-ña Espe, le
    RE-cuerdo
    MI carta anterior para que, por
    FA-vor, ahora que está en
    SOL,
    LA considere.
    ¿SÍ? Gracias.»

    Aunque no creo que sus asesores y demás entiendan la ocurrencia (pero tal vez la cuente en el Twitter su perro)

    Un saludo a ambos.

    ResponderEliminar
  4. No, peor, un tiralíneas siempre lo llevas en la misma posición e inclinación, una pluma no.
    Las plumas, por lo menos las estilográficas, se van amoldando a la forma de escribir del que las usa, por eso no se deben prestar, quien lo hace es un advenedizo a este mundo, por decirlo sin acritud.

    ResponderEliminar
  5. Acojonante la anotación que hiciste sobre el chucho de Espe, acojonante. Me he partido el pecho viéndola otra vez. Lo que sigo con la duda es saber si es verdad que S.CID sabe japonés.

    ResponderEliminar
  6. La historia del sello de correos inglés (y de por qué) es una gentileza del blog Finis Terrae, que desde aquí agradecemos, a la vez que recomendamos la visita del mismo.

    ResponderEliminar