–La bandera –dice de pronto.
Marrajo mira hacia arriba igual que los otros, desconcertado, hasta que comprende. La andanada casacona ha cortado la driza de la bandera, izada en el palo mayor al caer el de mesana. Ahora el trapo rojigualda cuelga sobre los destrozados cabilleros del propao, en cubierta.
–Un cuarto de hora más –murmura el oficial, como para sí mismo.
El alférez de navío Grandall duda un instante y quiere decir algo, pero lo piensa mejor. Saluda y desaparece bajo la toldilla, de vuelta a su batería. Don Ricardo Maqua se vuelve a mirar fijamente al guardiamarina Falcó, y Marrajo observa cómo el muchacho, que se había puesto pálido bajo la mugre de la cara, enrojece de pronto mientras afirma con la cabeza. No puede ser, piensa el barbateño. No me creo que, por quince cochinos minutos y un pedazo de tela, don Ricardo mande a este chinorri a jugársela de esa manera. Si tantas ganas tiene, que vaya él. O ese otro de una sola charretera. Ellos y todos los que nos metieron aquí. Y además lo manda sin decírselo, espilfarrándose varios pueblos, como si se lavara los dátiles en plan Pilatos. Mala congestión le dé. Que este chico tendrá madre, digo yo. (…)El caso es que Marrajo todavía está pensando todo eso, a medio camino entre la indignación y el desconcierto, cuando ve al guardiamarina santiguarse y luego apretar los dientes, agachar la cabeza y salir disparado por la cubierta, saltando por encima de los escombros y los destrozos, en dirección al palo mayor. Con más agallas que una tintorera. Y lo que son las cosas chungas de la vida. Acto seguido, sin tiempo a reflexionar, empujado por un impulso extraño que lo estremece de la cabeza a los pies, el propio Marrajo levanta el rostro al cielo y se caga en don Ricardo Maqua y en Dios, por ese orden, en voz alta y clara, y luego sale despendolado detrás del chico, a toda leche, sin saber muy bien por qué. Tal vez porque le conmueve verlo allí solo, corriendo por la cubierta devastada, hacia la puta bandera de colores. (…)
Y así, agazapado al pie del palo, oyendo volar hierro por todas partes, de rodillas sobre la tablazón rota de la cubierta que se estremece a cada nuevo impacto (me van a poner de plomo como al lagarto de Jaén, se dice), Nicolás Marrajo ayuda con dedos nerviosos al joven Falcó en su intento por ayustar la driza. La bandera, observa (nunca había visto una tan de cerca), tiene una corona, un castillo a la izquierda, y a la derecha un león de pie y con un palmo de lengua fuera, el hijoputa. Tan asfixiao como ellos. (…) Entonces (cosas de la vida) el barbateño se vuelve loco. Pero loco de atar, o sea. Absolutamente majareta. Mientras el chico se arrastra por la cubierta dejando un reguero de sangre y rompiendo como puede tiras de su camisa para hacerse un torniquete en el muslo, Marrajo se inclina sobre él, le quita en dos manotazos la bandera de la cintura, se pone en pie, y encaramándose por los tablones rotos de la regala a la mesa de guarnición, importándole ya todo un huevo, agita el paño a gualdrapazos en dirección al tres puentes inglés. Perroshijosdelagrandísimaputa, aúlla hasta que parece a punto de rompérsele la garganta. Mecagoenvuestrosmuertoscabronesyenlaputaqueosechóalmundo, joder todo ya. Por mis dos huevos. Por tós mis muertos. Por Cristo y la Virgen que lo parió.
–¿Y sabéis lo que os digo?…¿Sabéis lo que os digo, casaconesjodíosporculo?... ¿Queréis saberlo?... ¡¡¡Puesquemevaisachuparelcipoteeeeee!!!
Extracto de Cabo Trafalgar, novela de Arturo Pérez-Reverte, cuya primera edición, hecha por Alfaguara, es de octubre de 2004.El navío Santísima Trinidad, un cuatro puentes que armaba 136 cañones, y con ello resultaba ser el mayor buque de línea en mucho tiempo sobre los mares, fue desarbolado, apresado y hundido en el curso de la batalla de Trafalgar. Enarbolaba, naturalmente, la bandera de España, la cual ahora figura como trofeo de la Royal Navy, restaurada en su momento para la conmemoración del segundo centenario de la batalla (según foto tomada del suplemento cultural del diario ABC).

Ahora, estos días, no hay duda. Aunque no lo haga,… y en ciertos buques, ni exista.
El otro día hablábamos de "cambios", ¿no? Creo que yo decía que algunas cosas nunca cambian... Otras, sin embargo, lo han hecho demasiado.
ResponderEliminarSaludos.
S. Cid