domingo, 15 de noviembre de 2009

Es lógico, no intentes entenderlo

Y yo sabía que también en Mr. Pond había monstruos: monstruos mentales que emergían sólo un instante a la superficie y luego retornaban a las profundidades. Se presentaban en forma de comentarios monstruosos en medio de su charla razonable e inofensiva. Algunos interlocutores pensaban que a la mitad de una conversación harto juiciosa se volvía loco de improviso. Pero asimismo no tenían más remedio que admitir que de inmediato regresaba a la cordura.

Esto se puede leer a poco de empezar el relato “Los tres jinetes del Apocalipsis”, incluido en la obra póstuma de Gilbert Keith Chesterton titulada Las paradojas de Mr. Pond, según la traducción de Fernando Jadraque y María Trouillhet publicada por Valdemar como volumen centésimo primero de su colección El Club Diógenes.




La obra comprende ocho relatos, cuyo desarrollo es una muestra del ingenio de G. K. Chesterton, pues arrancan con uno de esos ‘monstruos mentales’, por mejor nombre, paradojas, y concluyen mostrando la absoluta lógica que se encierra en cada caso de ‘locura’ de Mr. Pond.

Todo fracasó porque la disciplina era excelente. Los soldados de Grock lo obedecieron demasiado bien; por eso no logró lo que se propuso.” (“Los tres jinetes del Apocalipsis”)

Todas aportan testimonios que lo contradicen o que, cuando menos, muestran que él se contradijo. Pero todas yerran. (…) Usted afirma que el capitán dijo tres cosas diferentes. Yo sostengo que les dijo lo mismo a las tres mujeres. Alteró el orden de los términos pero no dejó de ser una misma cosa.” (“El crimen del capitán Cahagan”)

Una vez conocí a dos hombres que llegaron a estar tan completamente de acuerdo que lógicamente uno mató al otro.” (“Cuando los médicos están de acuerdo”)

Lo que he dicho es que relativamente era un lápiz rojo o que se asemejaba a un lápiz rojo, en contra de la inclinación de Wotton a verlo como un lápiz azul; y precisamente por eso hacía trazos tan negros.” (“Pond el Pantaleón”)

Recuerdo un ejemplo bastante singular en el que cierto gobierno hubo de considerar la deportación de un extranjero deseable (…) y halló que eran de todo punto insalvables las dificultades.” (“El hombre indecible”)

Nuestro amigo Cahagan aquí presente es hombre veracísimo porque dice mentiras desmesuradas e imprudentes.” (“Anillo de enamorados”)

«En la naturaleza hay que buscar en un nivel muy inferior para encontrar cosas que lleguen a un nivel tan superior»” (“El terrible trovador”)

Éste era demasiado pequeño para ser notado; ése era demasiado alto para ser visto.” (“Un asunto de altura”)

Hoy he terminado de leer esta obra, en un ejemplar en el que, haciendo honor a su título y contenido, se puede leer:
1ª edición: Octubre de 1998
2ª edición: Septiembre de 1998


¡Diógenes, ¿dónde has dejado el candil?!

2 comentarios:

  1. Ah, pues no conocía esta obra póstuma de Chesterton. Interesante presentación. Saludos

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  2. Gracias. Me pareció interesante el libro, y eso que lo tenía en la estantería un porrón de años sin hacerle mayor caso.
    (Me estaría esperando a que tuviera este diario para dársenos a conocer, el tal Pond).
    Un saludo.

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