sábado, 4 de agosto de 2012

Una entrevista de trabajo… de libro

Cuando hube terminado mi sumaria exposición, el almirante [contralmirante Frank Watkins, jefe de la Flota Submarina del Atlántico], en un tono que indicaba claramente que la entrevista había terminado, me dijo:
- Bien. Va a venir alguien de la base con quien deseo que tenga usted una entrevista. ¿Dónde se le puede llamar por teléfono esta noche?
- Estaré en mi casa –le respondí.
(…)
Después de cenar me llamó el almirante y me dijo:
- Siento comunicarle que el programa de visitas de la persona de quien le hablé está sobrecargado, por lo que la entrevista queda aplazada.
- Bien, señor –le contesté.
Seguramente el almirante adivinó mi natural curiosidad, porque añadió misteriosamente:
- No hable de esto absolutamente con nadie. La persona de quien se trata es el almirante Rickover. Hay una importante misión a realizar y se ha pensado en usted, entre otros oficiales, para llevarla a cabo.
(…)
Después de colgar el teléfono me desplomé en una silla completamente aturdido.
En aquel tiempo, por supuesto, todo el mundo sabía directa o indirectamente, que el contralmirante Rickover era el «padre del submarino atómico». El Nautilus, cuyo lanzamiento se efectuó en el mes de enero de 1954, llevaba ya navegando cerca de un año. (…)
Unas semanas después me llegó la orden de que el siguiente sábado a las ocho de la mañana debía estar en el despacho del almirante Rickover. (…)
En la Marina, las entrevistas con el almirante Rickover eran famosoas, o, mejor dicho, tenían muy mala fama. Lo más imprevisto podía sucederle a uno. Algunas veces, por ejemplo, el almirante hacía sentar a su visitante en una silla especial para los interrogatorios, la cual tenía la particularidad de que las patas delanteras era algo más cortas que las traseras y estaba colocada de tal modo que con sólo un pequeño movimiento de una persiana podía hacer que la luz del sol diera directamente en los ojos del visitante. (…)
El interrogatorio podía referirse al tema más imprevisto. (…)
Yo sabía que las estrambóticas preguntas del almirante Rickover no estaban destinadas únicamente a aturdir o desmoralizar al presunto candidato a determinado destino, sino que su objeto era separar los oficiales de inteligencia gris y ordenancista de los que poseyeran imaginación e ingenio, los cuales eran los que el almirante deseaba tener a su alrededor; y, sobre todo, le servían para deshacerse de los que demostrasen ligereza en sus juicios y falta de rectitud moral.
Desde luego, yo no podía ni soñar en ser más ingenioso que el almirante, pero sí estaba firmemente decidido a hacer todo lo posible para causar la mejor impresión.
(…)
A una seña del almirante me senté, un tanto aliviado al pensar que había sobrevivido los primeros treinta segundos.
(…)
El almirante me miró fijamente a los ojos y sin más preámbulos me preguntó:
- ¿Dónde fue usted a la escuela?
(…)
Pero al final me planteó la temida cuestión:
- Anderson, enumere usted todos los libros y sus autores que haya leído en los dos últimos años. No mencione los que haya leído el mes anterior; éstos no cuentan, puesto que usted sabía que vendría a verme.
(…) Aunque no soy un lector infatigable, creo que he leído más de lo corriente. (…) Ahora, sin embargo, no sabía qué contestar. Inexplicablemente, no conseguía acordarme de un solo título ni de ningún autor.
(…) Me acordé del título de un libro, pero no podía recordar su autor.
Al cabo de un rato, el almirante, frunciendo el entrecejo, me dijo:
- Vaya usted con Dios, Anderson.

Así es como se terminó una entrevista de trabajo con todo un almirante.

Y así es como continuó:
Cuando estuve de regreso en casa, Bonny [su esposa] adivinó inmediatamente que la entrevista no se había desarrollado muy bien. Le confirmé su intuición:
- ¡Vaya situación! El almirante preguntándome las obras y autores que he leído en estos últimos dos años, y yo sin poder acordarme de un solo título ni nombre. Ignoro lo que deseaba de mí, pero será mejor olvidarlo.
Luego me dirigí instintivamente a la biblioteca y me puse a repasar los títulos de los libros. Al verlos fui recordando los que había leído a bordo del Wahoo, y con el auxilio de Bonny compuse una lista de más de dos docenas de libros, que representaba aproximadamente el noventa por ciento de todos los que había leído en los dos años precedentes.
- Bien –dije a Bonny–. Quizá sea anormal el precedimiento, y presuntuoso por mi parte, pero no quiero que el almirante crea que los oficiales de submarinos somos imbéciles. Le voy a escribir mandándole esta lista.
Aquella misma noche redacté la carta, que pasé trabajosamente a máquina. A la mañana siguiente, y no sin cierta aprensión, la eché al correo.
Aunque el almirante jamás me ha hablado personalmente de este asunto, más tarde me enteré de que mi carta fue decisiva. Antes de recibirla, parece que el almirante Rickover me había descartado, comentando que yo le había parecido excesivamente premioso y cachazudo. Pero después de recibir mi carta cambió al parecer de idea, y poco después recibí con asombro el aviso de que debía presentarme de nuevo al almirante Rickover. Pero mi exacta «misión» no se me aclaró ni sería aclarada en varios meses.

Lo que no especifica el comandante Anderson, aunque supongo que figurará en algún expediente debidamente guardado en los archivos de la Marina de los Estados Unidos, es la “lista de más de dos docenas de libros” que le remitió.

Y no deja de excitar la curiosidad qué libros fueron los que permitieron, con el tiempo, que el Comandante Anderson capitaneara el Nautilus bajo el hielo del Polo Norte.

Créditos:
Fotografía de un marinero de la dotación del Nautilus, hoejando un libro en una de las tres bibliotecas del buque, y extracto del capítulo II Una entrevista difícil, del libro Nautilus 90º Norte, memorias del Comandante del buque, Capitán de Fragata William R. Anderson (con la colaboración de Clay Blair, jr.), según traducción del Capitán de Corbeta Miguel Coll Montaña, tomados de la primera edición, de abril de 1959, de Editorial Juventud (pp.16-24 y 24-25).

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