viernes, 10 de agosto de 2012

De hormigas… y hormiguitas

Estos admirables insectos –dijo sin cuidarse de saber si le escuchaban o no– pertenecen al orden maravilloso de los neurópteros, cuyas antenas son más largas que la cabeza, las mandíbulas muy distintas y las alas inferiores, por lo general, iguales a las superiores. Cinco géneros constituyen este orden: los panopartes, los mirmileones, los hemerobinos, los termitines y los perlidas. Escusado es decir que los insectos cuya casa indebidamente quizá ocupamos, pertenecen al género de los termitines.
(…)
El primo Benedicto, una vez empeñado en su tema favorito, continuó dando rienda suelta a su saber.
- Ahora bien, estos termitines –dijo– están caracterizados por cuatro artejos en los tarsos, mandíbulas córneas y de un vigor notable. Entre ellos existe la familia mantispa, la familia rafidia, la familia termita, conocida generalmente con el nombre de hormigas blancas, la termita fatal, la termita de coselete amarillo, la termita lucífuga, la mordaz, la destructora…
- ¿Y los que han construido este hormiguero?... –preguntó Dick Sand.
- Pertenecen a la familia de las termitas belicosas –respondió el primo Benedicto, que pronunció esste nombre como hubiera pronunciado el de los macedonios o de cualquier otro pueblo antiguo valiente en la guerra–; sí, y de las belicosas de gran tamaño. Entre Hércules y un enano, la diferencia sería menor que la que hay entre el mayor de estos insectos y el más pequeño. Si hay entre ellos obreros de cinco milímetros de longitud hay soldados de diez milímetros, machos y hembras de veinte, y aun se encuentra también una especie muy curiosa llamada de los sirafúes que tienen media pulgada de longitud, tenazas por mandíbulas y una cabeza más grande que el cuerpo, como los tiburones. Son los tiburones de los insectos, y en una lucha entre los sirafúes y un tiburón, yo apostaría por los primeros.
- ¿Y dónde se observan más comúnmente esos sirafúes? –preguntó Dick Sand.
- En África –respondió el primo Benedicto–, en las provincias centrales y meridionales; porque África es por esencia el país de las hormigas. Sobre esto debe leerse lo que dice Livingstone en las últimas notas que ha traído Stanley. El doctor, más feliz que yo, pudo asistir a una batalla homérica librada entre un ejército de hormigas negras y otro de hormigas rojas. Éstas, que se llaman acometedoras y a las cuales los indígenas dan el nombre de sirafúes, fueron las victoriosas. Las otras, llamadas chungües, emprendieron la fuga llevándose sus larvas y sus hijuelos, no sin haberse defendido valerosamente. Jamás, dice Livingstone, jamás el entusiasmo de la batalla se ha llevado más lejos ni en el hombre ni en el animal. Estos sirafúes con su tenaz mandíbula, que arranca la parte donde hace presa, hacen retroceder al hombre más valiente. Los animales de mayor tamaño, leones, elefantes, huyen de estas hormigas, a las cuales nada detiene, ni los árboles por donde trepan hasta la cima, ni los ríos, pues los pasan haciendo un puente con sus propios cuerpos unidos uno a otro. En cuanto al número, otro viajero africano, Du Chaillu, ha visto desfilar por espacio de doce horas una columna de estas hormigas que caminaban con bastante celeridad. ¿Por qué admirarse de tanta multitud? La fecundidad de estos insectos es sorprendente, y hablando sólo de las termitas belicosas, se ha probado que una hembra pone hasta sesenta mil huevos por día. Así es que estos neurópteros proporcionan a los indígenas un alimento suculento. Las hormigas asadas, amigos míos, son un manjar que no lo hay mejor en el mundo.
- ¿Las ha comido usted, señor Benedicto? –preguntó Hércules.
- Nunca –respondió el sabio profesor–, pero las comeré.
- ¿Dónde?
- Aquí.
- Aquí no estamos en África –dijo vivamente Tom.
- No… no…– respondió el primo Benedicto–. Sin embargo, hasta ahora estas termitas belicosas y sus hormigueros sólo han sido observados en el continente africano. ¡Qué cosas tienen los viajeros! ¡No saben ver!

Toda esta interesante disertación, e inquietante en sus términos, se encuentra motivada por el entorno en el que se sitúa, cuya explicación se ha podido leer poco antes:
El joven grumete se adelantó inmediatamente y desapareció en medio de la oscuridad, que era profunda, cuando los relámpagos no desagarraban las nubes. Ya comenzaban a caer algunas gotas de lluvia.
- ¿Qué hay? –preguntó la señora Weldon cuando se acercó el viejo negro.
- Hemos visto un campamento, señora Weldon –respondió Tom–; un campamento… o quizá una aldea, y nuestro capitán ha querido ir a reconocerla antes de dirigirnos a ella.
La señora Weldon se contentó con esta respuesta.
Tres minutos después, Dick Sand estaba de vuelta.
- ¡Venid, venid! –gritó con voz que expresaba gran alegría.
- ¿El campamento está abandonado? –preguntó Tom.
- No es un campamento –respondió el joven grumete–; ni tampoco un pueblo. Son hormigueros.
- ¿Hormigueros? –exclamó el primo Benedicto, a quien aquella palabra hizo salir de su mutismo.
- Sí, señor Benedicto; pero hormigueros de doce pies de altura por lo menos, y en los cuales trataremos de refugiarnos.
- Pero entonces –respondió el primo Benedicto–; serán hormigueros del termita belicoso o del termita devorador. Sólo esos insectos geniales levantan monumentos semejantes que envidian los mejores arquitectos.
- Que sean termitas o no, señor Benedicto –respondió Dick Sand–, es preciso desalojarlos y ocupar su lugar.
- Nos devorarán, y estarán en su derecho.
- ¡En marcha! ¡En marcha!
- Pero aguarde usted –dijo el primo Benedicto–; yo creía que esos hormigueros no existían más que en África…
- ¡En marcha! –gritó por última vez Dick Sand con una especie de violencia, tanto temía que la señora Weldon hubiera oído las últimas palabras pronunciadas por el entomólogo.
Siguieron todos a Dick Sand con la celeridad posible. Un viento furioso se levantó entonces; gruesas gotas resonaban sobre el suelo; en pocos instantes las rachas debían ser insoportables.
Pronto llegaron a uno de aquellos conos que erizaban la llanura, y por temible que fueran las termitas no había que vacilar.
Si no era posible desalojarlos, era necesario por lo menos apoderarse de su morada y vivir con ellos.
En la base del cono, hecha con una especia de arcilla rojiza, se abría un agujero bastante estrecho, que Hércules ensanchó con su machete en pocos instantes, de modo que pudiera dar paso a un hombre como él.
Con gran sorpresa del primo Benedicto, no se dejó ver ni una sola de los millares de termitas que debían ocupar el hormiguero, el cono parecía abandonado.
Ensanchando el agujero, Dick Sand y sus compañeros entraron y Hércules el último, en el momento en que la lluvia empezaba a caer con tal furia, que parecía querer apagar los relámpagos.
Pero no había nada que temer en aquellas ráfagas de viento y lluvia. Una feliz casualidad había proporcionado a la pequeña caravana aquel abrigo sólido, mejor que una tienda y mejor también que una cabaña de indígenas.

Con estos antecedentes, aun literarios, en los que personas humanas, que diría alguien, “indebidamente” ocupan el hogar de unas hormigas termitas, ¿cómo extrañarnos de que otras hormigas, aun cuando no sean termitas, ocupen, también “indebidamente” el hogar de una persona humana, por muy trabajadora y hormiguita que sea?

Sin embargo, sí hay que dejar claro que, aun estando al sur de los Pirineos, no nos encontramos en África, por lo que, en estos asuntos, cada uno en su casa y Dios en la de todos.

Una alegoría cósmica de la vida dixit.

Créditos:
Extractos del capítulo V Lección sobre las hormigas en un hormiguero, y del capítulo IV Los malos caminos de Angola, ambos de la Segunda Parte de la obra de Julio Verne Un capitán de quince años, según traducción sin acreditar, tomado de la edición de RBA Editores para la Colección Hetzel (pp. 255-257, y 247-249).
Ilustración de Henri Meyer relativa a la escena en cuestión, en la edición realizada por J. Hetzel et Cie., París, tomada de la edición antedicha de RBA Editores, que reproduce las ilustraciones de la edición francesa.
Fotografía de detalle de una pared pintada en el Barrio del Carmen, de Valencia, a principios de este mes, del autor.

4 comentarios:

  1. Ya..., pero yo no invadí su casa, así que... ¿por qué se tomaron esa libertad con la mía?

    No tienen excusa. Y debí de realizar bien mi tarea exterminadora porque... no han vuelto a aparecer :-))))

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  2. Tú, no; pero, ¿y tu casa?
    Tal vez se encuentre construida sobre un antiguo y gran hormiguero, ya existente cuando gigantescas hormigas trabajaban en las tierras vecinas del Jarama.
    O sea, que tal vez excusa sí haya... y estén reflexionando sobre qué hacer ahora.

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  3. Mejor no te digo sobre qué cosa (a Dios gracias retirada) está construida mi casa...

    ¡Da miedo!

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  4. ¡Dímelo, dímelo, dímelo!

    O, mejor aún, escribe un relato chulo sobre ello.

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