A finales de febrero, Mary White, en su diario Lady Godiva (cuyo enlace se encuentra en la columna de la derecha, junto con los de otros que sigo), se hacía eco de una anotación en otro blog la cual, a su vez, tomaba como referencia un artículo de Luis María Anson, en relación con la inauguración de los Teatros del Canal.
El objeto de las anotaciones era mostrar/denunciar la contradicción entre unos pretendidos planteamientos liberales en la política de la señora Aguirre, y el impulso y protagonismo del Estado (versión Comunidad Autónoma) en acciones:
a) cuya asunción por el sector público es más que cuestionable y poco menos que injustificable.
b) cuyo provecho para los ciudadanos no está garantizado, aunque sí el coste correspondiente.
Y esto, por decirlo suavemente, y no entrar en otras consideraciones (en las que sí entra Anson).
En su momento, “se me pasó el arroz” para comentarlo y recomendar ambas dos anotaciones, pero aprovecho ahora el reciente entorno “teatral” de este diario, y añado dos referencias que vienen al hilo que nos ocupa, extraídas de la novela de Carlos Semprún Maura, Las aventuras prodigiosas, ya conocida por aquí.
[“– ¿Quién era? Tengo la impresión de haber visto su foto en algún sitio.
– Mi hermano. Pepe. Bueno, ahora que cree que se está haciendo famoso, se ha cambiado de nombre y firma Simón. Simón Soriano” (pág. 84)
Tras esta aclaración hecha por Lorenzo Soriano, los extractos en cuestión.]
“Pues bien, este R.J. logró convencer a Pepe para que participara en un proyecto teatral con un buen autor, Ionesco, y buenos actores, pero sin una pela. Estas aventuras eran posibles y frecuentes entonces, antes de que la burocratización estatal del mundo cultural lo encareciera todo hasta el punto de que sin subvenciones del Ministerio nada es posible. Ionesco, por aquellos años, comenzaba a ser conocido y apreciado, y cantidad de «jóvenes compañías» deseaban montar sus obras, pero aún no era el famoso escritor, académico, aunque siempre talentoso autor dramático, que fue luego.” (pág. 49)
“Ocurría, asimismo, que Simón había puesto en escena su primera obra [de Boris], representada en el Théâtre de Poche (de bolsillo) hacía quince años. Fue un éxito relativo, pero sobre todo para Simón. Éste, después de un período de postín, montando obras prestigiosas con prestigiosas subvenciones, tanto en París como en provincias y en Ginebra, Milán, Frankfurt, se había hartado y quería volver a sus primeros amores: montar una obra inédita, en un teatro de arte y ensayo, sin subvención, o apenas, pero con libertad y riesgo.” (pp. 78-79)
Habrá quien opine que la subvención cultural es la forma democrática actual del antiguo mecenas caprichoso, pero yo opino que simplemente es una máscara del actual déspota, asumida y consentida por el esperanzado solicitante (y aplaudida y bendecida en cuanto la transferencia es efectiva).
El objeto de las anotaciones era mostrar/denunciar la contradicción entre unos pretendidos planteamientos liberales en la política de la señora Aguirre, y el impulso y protagonismo del Estado (versión Comunidad Autónoma) en acciones:
a) cuya asunción por el sector público es más que cuestionable y poco menos que injustificable.
b) cuyo provecho para los ciudadanos no está garantizado, aunque sí el coste correspondiente.
Y esto, por decirlo suavemente, y no entrar en otras consideraciones (en las que sí entra Anson).
En su momento, “se me pasó el arroz” para comentarlo y recomendar ambas dos anotaciones, pero aprovecho ahora el reciente entorno “teatral” de este diario, y añado dos referencias que vienen al hilo que nos ocupa, extraídas de la novela de Carlos Semprún Maura, Las aventuras prodigiosas, ya conocida por aquí.
[“– ¿Quién era? Tengo la impresión de haber visto su foto en algún sitio.
– Mi hermano. Pepe. Bueno, ahora que cree que se está haciendo famoso, se ha cambiado de nombre y firma Simón. Simón Soriano” (pág. 84)
Tras esta aclaración hecha por Lorenzo Soriano, los extractos en cuestión.]
“Pues bien, este R.J. logró convencer a Pepe para que participara en un proyecto teatral con un buen autor, Ionesco, y buenos actores, pero sin una pela. Estas aventuras eran posibles y frecuentes entonces, antes de que la burocratización estatal del mundo cultural lo encareciera todo hasta el punto de que sin subvenciones del Ministerio nada es posible. Ionesco, por aquellos años, comenzaba a ser conocido y apreciado, y cantidad de «jóvenes compañías» deseaban montar sus obras, pero aún no era el famoso escritor, académico, aunque siempre talentoso autor dramático, que fue luego.” (pág. 49)
“Ocurría, asimismo, que Simón había puesto en escena su primera obra [de Boris], representada en el Théâtre de Poche (de bolsillo) hacía quince años. Fue un éxito relativo, pero sobre todo para Simón. Éste, después de un período de postín, montando obras prestigiosas con prestigiosas subvenciones, tanto en París como en provincias y en Ginebra, Milán, Frankfurt, se había hartado y quería volver a sus primeros amores: montar una obra inédita, en un teatro de arte y ensayo, sin subvención, o apenas, pero con libertad y riesgo.” (pp. 78-79)
Habrá quien opine que la subvención cultural es la forma democrática actual del antiguo mecenas caprichoso, pero yo opino que simplemente es una máscara del actual déspota, asumida y consentida por el esperanzado solicitante (y aplaudida y bendecida en cuanto la transferencia es efectiva).
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