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Y es que esta tarde he tenido la
oportunidad de acercarme a Correos, no a recoger una carta de amor, sino para
convertirme yo en remitente (y hasta aquí puedo escribir).
Curiosamente, preparando uno de los envíos,
mientras dejaba pasar a un chico con mucha prisa y agobio, me entero de que,
al menos en esa Estafeta, no tenían sellos, no les habían llegado.
El problema para el mozo es que los
necesitaba, no para enviar en ese mismo momento unas tarjetas postales, sino más
tarde, por lo que la alternativa de marcarlas como franqueadas no era válida,
tenía que ir a un estanco.
Poco más tarde, llegando a la planta baja, desde
las escaleras mecánicas (la estafeta se encuentra en un centro de El Corte Inglés),
veo pasar al chico. Consigo localizarlo y le acompaño al estanco, donde hago
de intermediario (sin comisión) entre él y la estanquera.
Muchas gracias y todo eso, y hasta otra.
La casualidad es que tenían el coche
parado… a la puerta del estanco.
Y el origen del jaleo es que él es un
marinero ruso, a bordo de un barco cuyo capitán es polaco, y el asunto postal
era un encargo de éste. Las prisas, supongo, se debían a que lo mismo se
quedaba en tierra.
Espero que lleguen bien todos los envíos,
los míos (a la Comunidad de Madrid), y los del capitán (u otros), a Polonia.
Nota final:
Prácticamente lo primero que he visto al
regresar a casa, ha sido el sello extraviado. Que ya no me vale él sólo, claro.
Créditos:
Imagen de un sello de una peseta, de la
serie básica de aquel entonces (Francisco Franco), aún adherido a una carta propiedad del autor.
Imagen de un sello sin valor facial
(aunque costó 0,36 euros), comprado el otro día.
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