“Como
es sabido, las alteraciones en Cataluña se iniciaron por conflictos entre las
tropas mandadas para defender la frontera catalana combatida por Francia y los
habitantes de aquellos campos y villas; pues, como sucedía con gran frecuencia
en aquellos tiempos, la soldadesca hacía tanto daño al enemigo como al amigo.
Máxima cuando, por los defectos de los sistemas de alojamiento y
avituallamiento, aquellas tropas molestaban a los civiles exigiéndoles alojamiento
y manutención y acompañaban dichas exigencias con verdaderos desmanes, en
especial abusando de sus mujeres.
Y
eso fue lo que en buena medida ocurrió en 1640 entre las tropas del rey
(formadas en gran proporción por extranjeros, como italianos e irlandeses) y
los naturales de la frontera catalana, en especial en torno a la villa de Perpiñán,
cuando aquel ejército empezó a vivir a costa de la tierra.
Ahora
bien, Cataluña, conforme a sus fueros y privilegios, no estaba obligada a
prestar esos servicios a las tropas del Rey. He ahí la base del conflicto. (…)
Y
así fue como estalló la gran revuelta del 7 de junio de 1640 (el Corpus de
Sangre de Barcelona), cuando los segadores, que solían concentrarse por
aquellas fechas en la ciudad condal, entraron en conflicto con las guardias del
virrey, provocando un motín tan formidable que se extendió por toda la ciudad y
que acabó con la vida del mismo virrey, que era entonces el conde de Santa
Coloma. Olivares designó a un catalán para ocupar ese puesto, un noble de gran
prestigio, el duque de Cardona. Pero cuando el duque trató de mediar en el
conflicto entre el ejército y el paisanaje, Olivares desautorizó sus medidas
contemporizadoras.
De
ese modo, la guerra civil resultaba inevitable. Y hasta tal punto que el propio
duque de Cardona murió de pesar al ser consciente de tan sombría perspectiva.
Por
lo tanto, es evidente la grave responsabilidad de Olivares en aquella dolorosa
guerra civil, que ya hemos detallado, y que se había de prolongar más de doce
años; al fin resuelta, en buena medida, porque los franceses, a los que había
acudido Cataluña, acabaron siendo aún más odiosos a los catalanes que los
propios castellanos, al no prestarse a un apoyo sin buscar sus compensaciones
territoriales, así como hacer del rey de Francia conde de Barcelona.
Porque
el anhelo de no pocos catalanes ilustrados de aquel momento, como Francisco Tamarit
o el canónigo Pablo Claris, hubiera sido proclamar la República con la ayuda de
Francia y no verse convertidos en provincia francesa.
Y
aun así, aunque los partidarios de una reconciliación con Castilla fueron
aumentado a finales de la década de los cuarenta, conforme crecían los
conflictos con las tropas francesas, lo cierto es que después de la Paz de
Westfalia, cuando Felipe IV pudo concentrar sus esfuerzos en Cataluña tras
reconocer la independencia de Holanda, todavía Barcelona resistió año y medio
el asedio de las tropas reales. Al fin la plaza se rindió, si bien con todos
los honores militares y con la promesa de que Cataluña conservaría todos sus
fueros y privilegios, y concluyó así aquella larga y penosa guerra civil. Esto sucedía
el 11 de octubre de 1652. La paz volvía a aquellas tierras tan duramente
maltratadas; una paz definitivamente
sellada cuando a principios de 1653 el propio Felipe IV volvió a prometer su respeto
a los fueros catalanes.
Pero
hemos de decir que aquellos desafortunados sucesos abrieron en España una grave
brecha, pues se iniciaba entonces la denominada cuestión catalana, que iba a
rebrotar una y otra vez en la historia de los tiempos contemporáneos. Esa sería
la grave responsabilidad de conde-duque de Olivares.”
Como puede verse, no es la primera vez
que, en situaciones de urgencia nacional, alguien pone objeciones a la forma de
resolver problemas. Ni tampoco que esas objeciones acaben generando un problema
mayor, con una solución, cuanto menos triste, para España.
Si bien se tenía su punto de razón en lo
que establecían y dejaban de establecer los fueros de una parte de España,
entonces amenzada por Francia, el caso es que una vez resuelta la guerra con
Francia, merced al Tratado de los Pirineos, allá por el 7 de noviembre de 1659,
la situación resultante no creo que fuera muy a gusto de los legalistas defensores
de los fueros.
El caso es que el Tratado en cuestión se
llama como se llama por que marcó los Pirineos como frontera entre los Reinos
de España y Francia, circunstancia que, como el mismo tratado recuerda en su
artículo 42, era la existente… unos 1.200 años antes, entre Hispania y Galia.
Esta frontera desapareció con la caída del Imperio Romano, no existiendo con
los visigodos (estuviera la capital en Tolosa, o en Toledo), ni tras las
invasiones árabes, pues la Marca Hispánica abrazaba ambos lados de los
Pirineos.
En definitiva, que gracias a la revuelta de 1640, los defensores de los fueros
catalanes consiguieron que éstos siguieran siendo respetados… en España, porque
el Rosellón y parte de la Cerdaña dejaron de formar parte de España y pasaron a
serlo de Francia, donde, por supuesto, Luis XIV no estaba para tonterías.
El problema que tiene la Historia es que cada
vez hay más que se empeñan en inventársela hacia el futuro, para lo cual, lógicamente,
han necesitado inventarse el pasado e incluso el presente.
Esto no sería mayor problema si no
hubiera quienes, digan lo que digan y se presenten como se presenten, les
jalean. Por ejemplo: Federico Jiménez Losantos.
En su discurso de inicio de temporada, el
lunes día 3 de septiembre de 2012, poco después de las seis y diez de la
mañana, decía:
“Nosotros
nacimos para defender España y la Libertad, la Libertad y España. Y es lo que
vamos a hacer este año y haremos todos los años que dure esto, y les aseguro
que va para largo.”
Menos de una hora después, su
concepto de España o había cambiado, o nos había tenido muy engañados todos
estos años:
“Y
Cataluña anuncia ya su independencia. ¡Dios quiera que sea pronto!”
Claro, que también se manifiesta agnóstico.
Créditos:
Extracto del capítulo La gran crisis nacional, en la tercera
parte, La forja del Imperio, de la
obra España. Biografía de una nación,
de Manuel Fernández Álvarez, en edición de Espasa, en 2010 (pp. 335-338).
Extractos de las alocuciones de Federico
Jiménez Losantos el lunes 3 de septiembre de 2012 , en el programa Es la mañana de Federico, en ((esRadio, a las seis de la mañana (min.
12:10), y a las siete de la mañana (min. 11:59).
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