martes, 25 de septiembre de 2012

De los polvos tras la siega

Como es sabido, las alteraciones en Cataluña se iniciaron por conflictos entre las tropas mandadas para defender la frontera catalana combatida por Francia y los habitantes de aquellos campos y villas; pues, como sucedía con gran frecuencia en aquellos tiempos, la soldadesca hacía tanto daño al enemigo como al amigo. Máxima cuando, por los defectos de los sistemas de alojamiento y avituallamiento, aquellas tropas molestaban a los civiles exigiéndoles alojamiento y manutención y acompañaban dichas exigencias con verdaderos desmanes, en especial abusando de sus mujeres.
Y eso fue lo que en buena medida ocurrió en 1640 entre las tropas del rey (formadas en gran proporción por extranjeros, como italianos e irlandeses) y los naturales de la frontera catalana, en especial en torno a la villa de Perpiñán, cuando aquel ejército empezó a vivir a costa de la tierra.
Ahora bien, Cataluña, conforme a sus fueros y privilegios, no estaba obligada a prestar esos servicios a las tropas del Rey. He ahí la base del conflicto. (…)
Y así fue como estalló la gran revuelta del 7 de junio de 1640 (el Corpus de Sangre de Barcelona), cuando los segadores, que solían concentrarse por aquellas fechas en la ciudad condal, entraron en conflicto con las guardias del virrey, provocando un motín tan formidable que se extendió por toda la ciudad y que acabó con la vida del mismo virrey, que era entonces el conde de Santa Coloma. Olivares designó a un catalán para ocupar ese puesto, un noble de gran prestigio, el duque de Cardona. Pero cuando el duque trató de mediar en el conflicto entre el ejército y el paisanaje, Olivares desautorizó sus medidas contemporizadoras.
De ese modo, la guerra civil resultaba inevitable. Y hasta tal punto que el propio duque de Cardona murió de pesar al ser consciente de tan sombría perspectiva.
Por lo tanto, es evidente la grave responsabilidad de Olivares en aquella dolorosa guerra civil, que ya hemos detallado, y que se había de prolongar más de doce años; al fin resuelta, en buena medida, porque los franceses, a los que había acudido Cataluña, acabaron siendo aún más odiosos a los catalanes que los propios castellanos, al no prestarse a un apoyo sin buscar sus compensaciones territoriales, así como hacer del rey de Francia conde de Barcelona.
Porque el anhelo de no pocos catalanes ilustrados de aquel momento, como Francisco Tamarit o el canónigo Pablo Claris, hubiera sido proclamar la República con la ayuda de Francia y no verse convertidos en provincia francesa.
Y aun así, aunque los partidarios de una reconciliación con Castilla fueron aumentado a finales de la década de los cuarenta, conforme crecían los conflictos con las tropas francesas, lo cierto es que después de la Paz de Westfalia, cuando Felipe IV pudo concentrar sus esfuerzos en Cataluña tras reconocer la independencia de Holanda, todavía Barcelona resistió año y medio el asedio de las tropas reales. Al fin la plaza se rindió, si bien con todos los honores militares y con la promesa de que Cataluña conservaría todos sus fueros y privilegios, y concluyó así aquella larga y penosa guerra civil. Esto sucedía el 11 de octubre de 1652. La paz volvía a aquellas tierras tan duramente maltratadas; una  paz definitivamente sellada cuando a principios de 1653 el propio Felipe IV volvió a prometer su respeto a los fueros catalanes.
Pero hemos de decir que aquellos desafortunados sucesos abrieron en España una grave brecha, pues se iniciaba entonces la denominada cuestión catalana, que iba a rebrotar una y otra vez en la historia de los tiempos contemporáneos. Esa sería la grave responsabilidad de conde-duque de Olivares.

Como puede verse, no es la primera vez que, en situaciones de urgencia nacional, alguien pone objeciones a la forma de resolver problemas. Ni tampoco que esas objeciones acaben generando un problema mayor, con una solución, cuanto menos triste, para España.

Si bien se tenía su punto de razón en lo que establecían y dejaban de establecer los fueros de una parte de España, entonces amenzada por Francia, el caso es que una vez resuelta la guerra con Francia, merced al Tratado de los Pirineos, allá por el 7 de noviembre de 1659, la situación resultante no creo que fuera muy a gusto de los legalistas defensores de los fueros.

El caso es que el Tratado en cuestión se llama como se llama por que marcó los Pirineos como frontera entre los Reinos de España y Francia, circunstancia que, como el mismo tratado recuerda en su artículo 42, era la existente… unos 1.200 años antes, entre Hispania y Galia. Esta frontera desapareció con la caída del Imperio Romano, no existiendo con los visigodos (estuviera la capital en Tolosa, o en Toledo), ni tras las invasiones árabes, pues la Marca Hispánica abrazaba ambos lados de los Pirineos.

En definitiva, que gracias a la revuelta de 1640, los defensores de los fueros catalanes consiguieron que éstos siguieran siendo respetados… en España, porque el Rosellón y parte de la Cerdaña dejaron de formar parte de España y pasaron a serlo de Francia, donde, por supuesto, Luis XIV no estaba para tonterías.

El problema que tiene la Historia es que cada vez hay más que se empeñan en inventársela hacia el futuro, para lo cual, lógicamente, han necesitado inventarse el pasado e incluso el presente.

Esto no sería mayor problema si no hubiera quienes, digan lo que digan y se presenten como se presenten, les jalean. Por ejemplo: Federico Jiménez Losantos.

En su discurso de inicio de temporada, el lunes día 3 de septiembre de 2012, poco después de las seis y diez de la mañana, decía:
Nosotros nacimos para defender España y la Libertad, la Libertad y España. Y es lo que vamos a hacer este año y haremos todos los años que dure esto, y les aseguro que va para largo.

Menos de una hora después, su concepto de España o había cambiado, o nos había tenido muy engañados todos estos años:
Y Cataluña anuncia ya su independencia. ¡Dios quiera que sea pronto!

Claro, que también se manifiesta agnóstico.

Créditos:
Extracto del capítulo La gran crisis nacional, en la tercera parte, La forja del Imperio, de la obra España. Biografía de una nación, de Manuel Fernández Álvarez, en edición de Espasa, en 2010 (pp. 335-338).
Extractos de las alocuciones de Federico Jiménez Losantos el lunes 3 de septiembre de 2012 , en el programa Es la mañana de Federico, en ((esRadio, a las seis de la mañana (min. 12:10), y a las siete de la mañana (min. 11:59).

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