En el viaje a Berlín de este enero pasado, pudimos ver un gran cartel donde se anunciaba el estreno, la semana siguiente, de una película que ya llevaba estrenada una semana en España. No le hice foto al cartel (o no la encuentro), por lo que tengo que recurrir a uno localizado en el mundo de internet. Como se puede ver, la película era Sherlock Holmes.
El pasado año recordé en una anotación con esta fecha el sesquicentenario del nacimiento de Sir Arthur Conan Doyle, famoso, principalmente y a pesar suyo, por ser, quien nos dejó la figura literaria de Sherlock Holmes. Seguro que la película no se realizó como consecuencia de mi anotación, aunque no sé si el origen sería el mismo, la celebración del sesquicentenario.
Por mi parte, el aniversario lo celebré leyendo, pues ya comenté en esa misma anotación la feliz coincidencia de que en esa fecha finalizaba la lectura de Elemental, querido Chaplin, obra de Rafael Marín.
“Una sombra se recortó contra los visillos, ya sin disfraz: una cabeza perfectamente cincelada, la nariz aguileña, el esbozo de una pipa en los labios. La sombra se movió y se llevó algo a la barbilla. Un violín, supe en seguida, porque tras unos instantes nos llegó el sonido de los acordes de una melodía que luego he identificado con El trino del diablo.
- Trabajo para el señor Sherlock Holmes, Charlie –confesó mi hermano Syd– Soy uno de los Irregulares de Baker Street. Y ahora tú también lo eres, supongo.” (pág. 28)
Efectivamente, se trataba de un violín, el cual figuraba entre los elementos constituyentes de la descripción que el abogado Rumbelow le hizo a la Señora Hudson, mientras le comentaba la opción de empleo de que tenía conocimiento.
“El puesto que tengo en mente está relacionado con dos caballeros, médicos si se les puede llamar así, que se han hecho recientemente con un apartamento en Baker Street. He tenido la suerte de ocuparme del contrato de la… eh… transacción. Eso sí, señora Hudson, de entrada debo advertirle que su trabajo sería muy distinto del que está acostumbrada a desempeñar. No se trata más que de unas cuantas estancias ocupadas por un par de caballeros que precisan de un ama de llaves para mantener su pequeña residencia en orden. Los señores cenarán fuera la mayoría de las veces, pero no habría una cocinera que pudiera atender sus necesidades a la hora del desayuno o el almuerzo. Me temo que ese tipo de cuestiones recaerían sobre el ama de llaves o la persona que tuviera a su cargo.
Huelga decir, señora Hudson, que soy plenamente consciente de que una colocación de semejante naturaleza dista mucho de los puestos a los que está acostumbrada. Muchísimo, ya lo creo. Pero, para serle sincero, los caballeros de los que le hablo se distinguen sobremanera de los caballeros convencionales para los que está acostumbrada a trabajar. Ciertas necesidades de su entorno doméstico se alejan mucho de la ortodoxia habitual. Muchísimo, ya lo creo. Uno de los caballeros mencionó que el ama de llaves que buscaba no debía tener aversión a la sangre.
(…)
- Lo que no quiere decir –se apresuró a añadir el abogado– que haya el menor rastro de morbosidad con respecto a los caballeros en cuestión. Ambos cuentan con unas referencias impecables. De hecho, uno de ellos se ha cubierto de gloria no hace mucho en Afganistán. El caso es que estos caballeros se muestran reacios a mudarse a su nueva residencia sin contar antes con un ama de llaves, y encontrar una que satisfaga sus necesidades no está resultando nada fácil. Nada fácil, ciertamente.(…)
- ¿Qué más, señor?
- Creo recordar que se mencionó algo de huesos. Y de varios órganos, pero se me garantizó que siempre se hallarían debidamente guardados en frascos. Y también de ciertos artilugios procedentes del extranjero que a ojos de nuestra sociedad actual podrían considerarse un tanto morbosos. Uno de los caballeros comentó que podrían recibir asimismo la visita de individuos de toda clase a horas intempestivas, por no hablar de los experimentos de naturaleza química que realizarían. Puede que también toquen el violín, creo recordar. Pero ante todo, los caballeros hicieron especial hincapié en la necesidad de dar con una mente racional y perspicaz.
(…)
- Muy bien, señor Rumbelow. Puede informar al señor Sherlock Holmes de que tiene mi permiso para venir a verme.” (pp. 17-20)
Como puede observarse, tras una enumeración de extrañas circunstancias en el domicilio, el abogado, muy sutilmente, finaliza culminando la descripción con el tema del violín. Lo que ya no se observa en esta transcripción parcial es que la señora Hudson hace referencia a Sherlock Holmes sin que el abogado haya mencionado en ningún momento su nombre… El caso fue que la señora Hudson se convirtió en el ama de llaves del señor Holmes y del señor Watson, y que su intervención en un difícil caso de estas personas la pude leer el pasado julio.
Finalizando el año del sesquicentenario, leí Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos, de Rodolfo Martínez, de cuyo conocimiento supe gracias al prólogo de Rafael Marín en su novela. De esta manera, cerraba un círculo, pues en las páginas finales de su obra (en realidad una edición que incluye la novela del título y dos más), Rodolfo Martínez nos dice:
“Termino abusando un poco más de su paciencia y de la generosidad de Rafael Marín, citando parte del prólogo de su trabajo holmesiano. Sus palabras me han parecido tan precisas, clarificadoras y rotundas que no he podido por menos que pedírselas prestadas:
«Son pocos los que saben o son capaces de aceptar que Sherlock Holmes no es un personaje de ficción, sino un caso extraordinario de ser humano excepcional, una leyenda cuya propia magnitud nos hace considerarlo un ente imaginario. El grupo de los Irregulares de Baker Street, al que tal vez el propio Rodolfo Martínez pertenece, es bien consciente de ello, y a modo de sociedad secreta se dedica todavía hoy a desenmarañar los casos del detective que no fueron hechos públicos en su día por su biógrafo y albacea el doctor John Watson. Por comodidad, el resto del mundo prefiere creer que Sherlock Holmes, su adláter y su entorno son fabulaciones de ese otro doctor en medicina aficionado a las hadas, sir Arthur Conan Doyle, quien también dio a conocer el primero de los mundos perdidos.»
Por supuesto, queridos lectores, nosotros (ustedes y yo) somos esos pocos de los que habla Marín.” (pág. 220)
Bueno, y también el tal Charlie del principio: Charlie Chaplin.
Créditos:
Cartel de la película Sherlock Holmes.
Portada de La Sra. Hudson y el misterio de los espíritus, de Martin Davies, editado por Lumen en su colección Lumen narrativa, y transcripción de la misma según traducción de Ángeles Leyva.
Portada de Elemental, querido Chaplin, de Rafael Martín, editado por Minotauro, en su colección Ucronía, y transcripción de la misma.
Portada de Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos, de Rodolfo Martínez, editado por Bibliópolis, en su colección Bibliópolis fantástica, y transcripción de la misma.
Fotografía de The Sherlock Holmes Museum, en 221b Baker Street, en Londres, de octubre de 2006, del autor.
El pasado año recordé en una anotación con esta fecha el sesquicentenario del nacimiento de Sir Arthur Conan Doyle, famoso, principalmente y a pesar suyo, por ser, quien nos dejó la figura literaria de Sherlock Holmes. Seguro que la película no se realizó como consecuencia de mi anotación, aunque no sé si el origen sería el mismo, la celebración del sesquicentenario.
Por mi parte, el aniversario lo celebré leyendo, pues ya comenté en esa misma anotación la feliz coincidencia de que en esa fecha finalizaba la lectura de Elemental, querido Chaplin, obra de Rafael Marín.
“Una sombra se recortó contra los visillos, ya sin disfraz: una cabeza perfectamente cincelada, la nariz aguileña, el esbozo de una pipa en los labios. La sombra se movió y se llevó algo a la barbilla. Un violín, supe en seguida, porque tras unos instantes nos llegó el sonido de los acordes de una melodía que luego he identificado con El trino del diablo.
- Trabajo para el señor Sherlock Holmes, Charlie –confesó mi hermano Syd– Soy uno de los Irregulares de Baker Street. Y ahora tú también lo eres, supongo.” (pág. 28)
Efectivamente, se trataba de un violín, el cual figuraba entre los elementos constituyentes de la descripción que el abogado Rumbelow le hizo a la Señora Hudson, mientras le comentaba la opción de empleo de que tenía conocimiento.
“El puesto que tengo en mente está relacionado con dos caballeros, médicos si se les puede llamar así, que se han hecho recientemente con un apartamento en Baker Street. He tenido la suerte de ocuparme del contrato de la… eh… transacción. Eso sí, señora Hudson, de entrada debo advertirle que su trabajo sería muy distinto del que está acostumbrada a desempeñar. No se trata más que de unas cuantas estancias ocupadas por un par de caballeros que precisan de un ama de llaves para mantener su pequeña residencia en orden. Los señores cenarán fuera la mayoría de las veces, pero no habría una cocinera que pudiera atender sus necesidades a la hora del desayuno o el almuerzo. Me temo que ese tipo de cuestiones recaerían sobre el ama de llaves o la persona que tuviera a su cargo.
Huelga decir, señora Hudson, que soy plenamente consciente de que una colocación de semejante naturaleza dista mucho de los puestos a los que está acostumbrada. Muchísimo, ya lo creo. Pero, para serle sincero, los caballeros de los que le hablo se distinguen sobremanera de los caballeros convencionales para los que está acostumbrada a trabajar. Ciertas necesidades de su entorno doméstico se alejan mucho de la ortodoxia habitual. Muchísimo, ya lo creo. Uno de los caballeros mencionó que el ama de llaves que buscaba no debía tener aversión a la sangre.
(…)
- Lo que no quiere decir –se apresuró a añadir el abogado– que haya el menor rastro de morbosidad con respecto a los caballeros en cuestión. Ambos cuentan con unas referencias impecables. De hecho, uno de ellos se ha cubierto de gloria no hace mucho en Afganistán. El caso es que estos caballeros se muestran reacios a mudarse a su nueva residencia sin contar antes con un ama de llaves, y encontrar una que satisfaga sus necesidades no está resultando nada fácil. Nada fácil, ciertamente.(…)
- ¿Qué más, señor?
- Creo recordar que se mencionó algo de huesos. Y de varios órganos, pero se me garantizó que siempre se hallarían debidamente guardados en frascos. Y también de ciertos artilugios procedentes del extranjero que a ojos de nuestra sociedad actual podrían considerarse un tanto morbosos. Uno de los caballeros comentó que podrían recibir asimismo la visita de individuos de toda clase a horas intempestivas, por no hablar de los experimentos de naturaleza química que realizarían. Puede que también toquen el violín, creo recordar. Pero ante todo, los caballeros hicieron especial hincapié en la necesidad de dar con una mente racional y perspicaz.
(…)
- Muy bien, señor Rumbelow. Puede informar al señor Sherlock Holmes de que tiene mi permiso para venir a verme.” (pp. 17-20)
Como puede observarse, tras una enumeración de extrañas circunstancias en el domicilio, el abogado, muy sutilmente, finaliza culminando la descripción con el tema del violín. Lo que ya no se observa en esta transcripción parcial es que la señora Hudson hace referencia a Sherlock Holmes sin que el abogado haya mencionado en ningún momento su nombre… El caso fue que la señora Hudson se convirtió en el ama de llaves del señor Holmes y del señor Watson, y que su intervención en un difícil caso de estas personas la pude leer el pasado julio.
Finalizando el año del sesquicentenario, leí Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos, de Rodolfo Martínez, de cuyo conocimiento supe gracias al prólogo de Rafael Marín en su novela. De esta manera, cerraba un círculo, pues en las páginas finales de su obra (en realidad una edición que incluye la novela del título y dos más), Rodolfo Martínez nos dice:
“Termino abusando un poco más de su paciencia y de la generosidad de Rafael Marín, citando parte del prólogo de su trabajo holmesiano. Sus palabras me han parecido tan precisas, clarificadoras y rotundas que no he podido por menos que pedírselas prestadas:
«Son pocos los que saben o son capaces de aceptar que Sherlock Holmes no es un personaje de ficción, sino un caso extraordinario de ser humano excepcional, una leyenda cuya propia magnitud nos hace considerarlo un ente imaginario. El grupo de los Irregulares de Baker Street, al que tal vez el propio Rodolfo Martínez pertenece, es bien consciente de ello, y a modo de sociedad secreta se dedica todavía hoy a desenmarañar los casos del detective que no fueron hechos públicos en su día por su biógrafo y albacea el doctor John Watson. Por comodidad, el resto del mundo prefiere creer que Sherlock Holmes, su adláter y su entorno son fabulaciones de ese otro doctor en medicina aficionado a las hadas, sir Arthur Conan Doyle, quien también dio a conocer el primero de los mundos perdidos.»
Por supuesto, queridos lectores, nosotros (ustedes y yo) somos esos pocos de los que habla Marín.” (pág. 220)
Bueno, y también el tal Charlie del principio: Charlie Chaplin.
Créditos:
Cartel de la película Sherlock Holmes.
Portada de La Sra. Hudson y el misterio de los espíritus, de Martin Davies, editado por Lumen en su colección Lumen narrativa, y transcripción de la misma según traducción de Ángeles Leyva.
Portada de Elemental, querido Chaplin, de Rafael Martín, editado por Minotauro, en su colección Ucronía, y transcripción de la misma.
Portada de Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos, de Rodolfo Martínez, editado por Bibliópolis, en su colección Bibliópolis fantástica, y transcripción de la misma.
Fotografía de The Sherlock Holmes Museum, en 221b Baker Street, en Londres, de octubre de 2006, del autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario