En la Historia que se aprendía hace mucho, mucho tiempo, en el colegio, se incluía el episodio del periodo visigodo (que existió, aunque no lo parezca) en el que se produjo la conversión de la nobleza visigoda al catolicismo, abandonando la herejía arriana. La conversión fue alentada, y encabezada, por Recaredo, una vez coronado rey, sucediendo a Leovigildo, su padre, quien ratificó la muerte por martirio de su propio hijo San Hermenegildo; en la conversión, Recaredo fue inspirado por San Leandro, hermano a su vez de San Isidoro (vaya momento ¿no?, y todo sin salir de España).
El caso es que, aparte de, más o menos lo contado, uno no terminaba de saber muy bien nada del arrianismo. Algo parecido sucedía en el momento en el que nos hablaban del Cisma de Occidente (no sé si ahora todavía se habla de él, pero ya me enteraré): recuerdo la incógnita que se me creaba, pues por dualidad, o similar, uno se quedaba pensando sobre cuándo sucedió y cuál sería el motivo del Cisma de Oriente. A ratos, suponía que tendría que ver con los cristianos ortodoxos, respecto de los que nunca se nos explicaba nada, cosa de la que uno se daba cuenta luego, cuando le explicaban el siglo XVI y la aparición de los protestantes. Pero, bueno, en seguida se encontraba la oportunidad de irnos a jugar al fútbol en un solar cercano al colegio, y olvidaba uno todas las dudas.
A pesar del paso del tiempo, todo eso se ve que siempre estaba en algún estante de la memoria, por lo que, cuando en el escaparate de la librería San Pablo de Valencia, vi un libro sobre el tema de las iglesias cristianas, fui directamente a por él.
Sin embargo, en ese momento, la librería estaba cerrada. «Pues nada –me dije– a la próxima, ya lo sé». Tardé un par de semanas en regresar, ya en horario comercial, y,como cabía esperar, no recordaba el título ni la editorial, aunque no fue ello óbice para tras media hora larga, acabar identificando la obra, y así, finalmente, saber que no disponían de ningún ejemplar.
Otras dos semanas, aproximadamente, después, pude por fin hacerme con el libro.
Todo esto viene en relación con la efeméride del día, de la que tuve noticia gracias al ya conocido The Christian Almanac (y a la que ya hice una rápida referencia): el inicio, en 325, del Concilio de Nicea, el primero de carácter ecuménico (los hasta entonces habidos eran más bien regionales) desde el Concilio de Jerusalén, protagonizado por los mismos Apóstoles. El objeto principal del Concilio, convocado por el recién convertido Constantino, influido para ello por un hispano, Osio, obispo de Córdoba, fue resolver el problema teológico derivado de las propuestas de Arrio, natural de Libia, que marcaban unas importantes diferencias entre el Padre y el Hijo, “llegando a la conclusión de que el Hijo fue creado de la nada, tenía principio, era pura criatura, dotado de grandes excelencias, pero no era Dios”.
Al Concilio asistieron 318 obispos (cifra más aceptada), principalmente del área griega del Imperio, aunque también latinos (como el ya mencionado Osio de Córdoba), e incluso de fuera del Imperio (Persia, por ejemplo). Se debatió intensamente el tema, llegando el día 19 de junio, en el que se proclamó el símbolo del Concilio, visible en el denominado Credo de Nicea: a través de “la expresión homousios (consustancial), afirmando que el Hijo era consustancial con el Padre y que, por tanto, verdadero Dios como Él, eterno y sin principio”.
Un aspecto importante del Concilio, al menos emotivamente, es que un gran número de los obispos asistentes habían sufrido la última gran persecución, la de Diocleciano.
Ahora ya no está Diocleciano, pero eso no quiere decir que no existan persecuciones, aunque sean de otro modo. De hecho, Nicea tampoco se llama, oficialmente, así, ni se encuentra en el área de cultura judeo-cristiana y greco-latina: se llama Iznik y se encuentra en Turquía.
Créditos:
Cuadro titulado Conversión de Recaredo, obra del pintor valenciano Muñoz Degrain, de la colección del Senado.
Cuadro titulado Concilio de Nicea, obra de F. Pavlovskyi, I. Maksimovych, A. Galik y otros, existente en la Iglesia de la Trinidad, en Kíev, imagen tomada de la Wikipedia.
Portada de la obra de José Luis Vázquez Borau, Las Iglesias Cristianas (Católica, Ortodoxa, Protestante y Anglicana), editada por San Pablo en 2003 y 2005 la 2ª edición, imagen de San Atanasio triunfa sobre Arrio, tomada de ésta, y transcripciones de la misma.
El caso es que, aparte de, más o menos lo contado, uno no terminaba de saber muy bien nada del arrianismo. Algo parecido sucedía en el momento en el que nos hablaban del Cisma de Occidente (no sé si ahora todavía se habla de él, pero ya me enteraré): recuerdo la incógnita que se me creaba, pues por dualidad, o similar, uno se quedaba pensando sobre cuándo sucedió y cuál sería el motivo del Cisma de Oriente. A ratos, suponía que tendría que ver con los cristianos ortodoxos, respecto de los que nunca se nos explicaba nada, cosa de la que uno se daba cuenta luego, cuando le explicaban el siglo XVI y la aparición de los protestantes. Pero, bueno, en seguida se encontraba la oportunidad de irnos a jugar al fútbol en un solar cercano al colegio, y olvidaba uno todas las dudas.
A pesar del paso del tiempo, todo eso se ve que siempre estaba en algún estante de la memoria, por lo que, cuando en el escaparate de la librería San Pablo de Valencia, vi un libro sobre el tema de las iglesias cristianas, fui directamente a por él.
Sin embargo, en ese momento, la librería estaba cerrada. «Pues nada –me dije– a la próxima, ya lo sé». Tardé un par de semanas en regresar, ya en horario comercial, y,como cabía esperar, no recordaba el título ni la editorial, aunque no fue ello óbice para tras media hora larga, acabar identificando la obra, y así, finalmente, saber que no disponían de ningún ejemplar.
Otras dos semanas, aproximadamente, después, pude por fin hacerme con el libro.
Todo esto viene en relación con la efeméride del día, de la que tuve noticia gracias al ya conocido The Christian Almanac (y a la que ya hice una rápida referencia): el inicio, en 325, del Concilio de Nicea, el primero de carácter ecuménico (los hasta entonces habidos eran más bien regionales) desde el Concilio de Jerusalén, protagonizado por los mismos Apóstoles. El objeto principal del Concilio, convocado por el recién convertido Constantino, influido para ello por un hispano, Osio, obispo de Córdoba, fue resolver el problema teológico derivado de las propuestas de Arrio, natural de Libia, que marcaban unas importantes diferencias entre el Padre y el Hijo, “llegando a la conclusión de que el Hijo fue creado de la nada, tenía principio, era pura criatura, dotado de grandes excelencias, pero no era Dios”.
Al Concilio asistieron 318 obispos (cifra más aceptada), principalmente del área griega del Imperio, aunque también latinos (como el ya mencionado Osio de Córdoba), e incluso de fuera del Imperio (Persia, por ejemplo). Se debatió intensamente el tema, llegando el día 19 de junio, en el que se proclamó el símbolo del Concilio, visible en el denominado Credo de Nicea: a través de “la expresión homousios (consustancial), afirmando que el Hijo era consustancial con el Padre y que, por tanto, verdadero Dios como Él, eterno y sin principio”.
Un aspecto importante del Concilio, al menos emotivamente, es que un gran número de los obispos asistentes habían sufrido la última gran persecución, la de Diocleciano.
Ahora ya no está Diocleciano, pero eso no quiere decir que no existan persecuciones, aunque sean de otro modo. De hecho, Nicea tampoco se llama, oficialmente, así, ni se encuentra en el área de cultura judeo-cristiana y greco-latina: se llama Iznik y se encuentra en Turquía.
Créditos:
Cuadro titulado Conversión de Recaredo, obra del pintor valenciano Muñoz Degrain, de la colección del Senado.
Cuadro titulado Concilio de Nicea, obra de F. Pavlovskyi, I. Maksimovych, A. Galik y otros, existente en la Iglesia de la Trinidad, en Kíev, imagen tomada de la Wikipedia.
Portada de la obra de José Luis Vázquez Borau, Las Iglesias Cristianas (Católica, Ortodoxa, Protestante y Anglicana), editada por San Pablo en 2003 y 2005 la 2ª edición, imagen de San Atanasio triunfa sobre Arrio, tomada de ésta, y transcripciones de la misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario