viernes, 21 de mayo de 2010

Cosas y personas: importantes

Hace unas semanas comenté que había asistido a dos actos culturales en el Palau de la Música, y poco después hice la reseña del segundo de ellos. Hoy se cumple un mes del primero, y ya toca hablar de él.

En el Palau de la Música ha tenido lugar un ciclo de cuatro charlas o conferencias bajo el título de Literatura en el Palau 2010. Cada mes se ha celebrado una, finalizando en abril, siendo en esta ocasión la conferenciante Marta Rivera de la Cruz, quien habló sobre su novela La importancia de las cosas, ya conocida en estas páginas.

«Canto optimista a la amistad y al amor», fue una de las expresiones que utilizó Fernanda Zabala en la breve presentación. Y sí es una buena descripción.

Inició Marta la charla comentando que en estos actos siempre se presentaba con un «pánico escénico al vacío» desde que una vez se encontró en la triste situación de haber más personas en la mesa que en la sala. En esta ocasión no fue así, pues en la sala nos encontrábamos casi un centenar de personas.

Comenzó por el principio, es decir, cómo se encuentra con las ideas para desarrollar una novela: «Algo que yo ví, que me contaron o que me pasó». En el caso concreto de La importancia de las cosas, lo que le pasó fue, más o menos, lo siguiente:

Hace siete u ocho años, falleció un anciano familiar de una amistad de Marta. Vivía de alquiler, por lo que tenían que vaciar el piso- Marta se ofreció: «Yo te ayudo. Nos vamos tú y yo y en un par de mañanas, dejamos el asunto liquidado». Cuando llegaron al piso, se encontraron… con 57 bolsos, 60 camisolas de playa, zapatillas… En definitiva, «tardamos un mes en vaciar la casa».

Por lo demás, las paredes estaban ocupadas por una estantería hecha a medida y llena de libros.
– Así que Montalvo era aficionado a la lectura…
Losada asintió con la cabeza.
– Entre otras cosas…
Mario Menkell supo que aquella frase tenía un sentido último que iba a serle revelado de inmediato. Fue entonces cuando entró en el salón, encendió la luz y empezó a comprender: la pieza, de unos treinta metros cuadrados, estaba misteriosamente empequeñecida por la acumulación de muebles;: un sofá, tres butacas de cuero, una mesa auxiliar de cristal, una mesa de comedor rodeada por cuatro sillas de marquetería, dos aparadores con vitrina, un biombo Coromandel con sus primorosos acabados en marfil y nácar, dos lámparas de pie y cinco lámparas pequeñas de pantalla entelada, un reluciente samovar de plata envejecida, un dispensador de whisky, un diminuto mueble bar con los correspondientes licores, un armario de comedor de madera oscura con tiradores de bronce, un taburete artesano con las patas labradas en forma de garras de león, una tríada de mesitas indias con sus dibujos de mosaico… El suelo estaba cubierto por tres alfombras, y los escasos huecos libres de las paredes habían sido ganados por estanterías atiborradas de los objetos más variopintos. Con los ojos vidriosos, Menkell se acercó para examinar algunos de ellos. Había dos baldas ocupadas por una colección de cochecitos de lata, y otras tres por una veintena de cabinas de teléfono en miniatura. Otras contenían maquetas de casas alpinas, de trenes antiguos, de catedrales góticas. La superficie de la cómoda estaba cubierta de animalitos de madera, y bajo el cristal de la mesa había un montón de cajas diminutas forradas de seda. Sin poder evitarlo, Menkell se derrumbó en un sillón, y miró a Losada con los ojos empañados y una expresión de súplica, como si necesitase desesperadamente la solidaridad de un ser humano.
– Le… le gustaban las miniaturas…
” (pp. 38-39)

Utilizó la palabra adecuada para describirnos perfectamente a todos cuando estamos en casa de alguien: «Investigamos a esa persona: objetos, libros, …». (Lo de ‘investigar’ lo hacemos, incluso, sin estar en su casa: intentamos averiguar estas cosas a partir de lo mucho o poco que se muestra en una foto, por ejemplo – yo, sobre todo, me fijo en los libros, si los hay, claro; si no, ya está visto).

Y es que «las cosas guardan historias que sólo conoce quien las mantiene». Nos lanzó el reto de escoger al azar 10 objetos de nuestra casa: «la mitad tienen una historia que los hace únicos». Por eso, en cierto modo, «quedarnos sin nada es un castigo bíblico»; quienes lo pierden todo «se quedaron sin pasado, “eran mis cosas”».

Posteriormente, en el turno de preguntas, surgió el comentario inevitable: se distinguió lo que era la mera acumulación de objetos, de lo que no: «Dar importancia sentimental es muy bonito». Asimismo, se comentó de las personas: «Respeto por las personas: al fallecer qué pasa con las cosas con historia. A veces a menudo es mejor dejar las cosas así sin investigar».

En la charla, sobre el proceso de redacción de la novela, expuso que «llega un momento en que se atasca la novela». Y así le pasó.

Ahora no es que se atasque la anotación, pero ya que la charla en ningún momento se hizo larga, sino todo lo contrario, no arriesgaremos la suerte aquí y ahora, y seguiremos en otro momento.

Créditos:
Folleto de las jornadas Literatura en el Palau 2010, organizadas por el Palau de la Música de Valencia.

Fotografía de la charla de Marta Rivera de la Cruz, el 21 de abril de 2010, del autor.

Transcripción tomada de La importancia de las cosas, de Marta Rivera de la Cruz, editada por Autores Españoles e Iberoamericanos.

Transcripción de frases de la charla, según notas tomadas por el autor.

1 comentario: