jueves, 14 de octubre de 2010

Hasta aquí llegó… la primera

Hace casi dos años, caragüevo nos recordaba unas inundaciones que sufrió París en 1910. Poco después, por mi parte, yo recordaba las importantes inundaciones que sufrió Florencia en 1966, y a principios de este año, comentaba la habitual acqua alta veneciana. Salvo este último fenómeno, las otras inundaciones fueron consecuencia de algo muy sencillo, y repetido en numerosos lugares y ocasiones:

“«En realidad lo que pasó hay que resumirlo diciendo que llovió mucho, llovió demasiado» (…) Las cifras que al final han quedado como oficiales (…) hablan de unas precipitaciones de entre 852 y 830 litros por metro cuadrado sumando los tres días. «Es decir, la lluvia de tres e incluso de cuatro años en unas pocas horas»

Y es que, en Valencia, tres días de lluvia trajeron hasta dos riadas, y un único recuerdo: el de la gran riada del 57.

“[El sábado 12 de octubre] en algunos lugares el alcantarillado vomitó agua en vez de tragarla. Y hay fotografías de la plaza de toros convertida en una auténtica laguna. (…) Las Provincias lo anotó claramente: «El cauce del Turia venía crecido, aunque no de modo alarmante».
(...)
El domingo 13 de octubre llovió poco sobre Valencia. (…) A las tres y media de la tarde seguía sin llover. (…) La tarde de domingo transcurría calmada en la ciudad, aunque el cielo estaba muy cerrado. Pero en las tierras del interior diluvió casi sin interrupción durante todo el día. (…)
«Señor gobernador. Llamo para informarle de que el río viene muy fuerte. Se está saliendo sobre las huertas, llega a la población y tiene una furia nunca vista. Esto es grave. En unas horas tendrán en Valencia una gran riada.»
En Gobierno Civil se recibieron llamadas de alarma, al filo de las nueve y media de la noche. (…) De ellas destacaba la de las autoridades de Pedralba que sobre las once menos veinte de la noche informaban de una crecida del Turia de cinco metros sobre su nivel habitual [posteriormente llegaría a alcanzar cinco metros más] (…)
Sobre las once de la noche se ordenó dar la alarma: guardias civiles y policías, serenos y vigilantes, avisarían a los vecinos en las zonas más expuestas a la fuerte avenida que estaba por llegar: Campanar, Tendetes, Marchalenes, Sagunt, Zaidía, Blanquerías, Alameda, Jacinto Benavente, Monteolivete y, por descontado, Nazaret y Cantarranas, el Grao, Cabañal y Malvarrosa. (…)
Sobre las once y media de la noche, el caudal del Turia superaba sus límites en la presa de Manises y se hacía imparable en «La Cassola» de Quart de Poblet.
Y en Valencia, misteriosamente, no llovía.
Los guardias llamaban a los timbres y golpeaban las puertas. Se oían silbatos estridentes. La gente estaba ya en los balcones, oteando el paisaje del río. Había un extendido recelo en cada luz encendida. El temor crecía y se ensanchaba mientras el agua iba llenando los ojos vacíos de los puentes. Poco después de la medianoche, el puente de Camapanar, la primera gran barrera urbana, recibió el impacto de un grueso tronco. La Guardia Civil y los marinos de la comandancia intentaban despertar y alertar a todo ser vivo que estuviera a menos de un kilómetro de la desembocadura del Turia. Los vigilantes hacían sonar las manos de hierro de los llamadores y la gente dudaba si debía creerse la proximidad del peligro o no. (…) «Que viene riada, que viene riada».
(...) El vigilante nocturno de las obras de la Torre del Turia oyó una especie de ronco rumor y se asomó preocupado a la calle. La encrucijada de Jacinto Benavente con la Gran Vía y el puente de Aragón estaba oscura y solitaria en los primeros minutos del 14 de octubre de 1957. su sospecha se hizo mayor cuando olfateó en el aire un rastro inconfundible de humedad. Cerró tras de sí la puerta (…), cruzó la avenida y su jardín, y ganó el pretil. Y aunque ya había adivinado por mil detalles lo peor, quiso tener la confirmación con pruebaas del incrédulo y avanzó las dos manos hacia el vacío. En cuanto sus dedos sobrepasaron el borde de la piedra tallada, el frío del agua le dijo lo que los ojos vislumbraban, los oídos delataban y el corazón temía. Apenas había retrocedido con espanto un par de metros cuando el Turia rompió el límite y echó su primera ola sobre la acera de la avenida de Jacinto Benavente: era una inundación.
El agua subía y subía de nivel. Entre las doce y la una de la madrugada el caudal creció en más de dos metros y aumentó su furia. La gente se miraba con recelo mientras los serenos seguían golpeando las puertas con su chuzo. Desde puentes y pretiles, grupos de personas comentaban en voz baja los progresos del caudal, que aprecían imparables. (…)
Comenzó a llover, ahora sí, con mucha fuerza. (…)
La gente, en la calle, comenzó a retroceder, a dejar el espectáculo del río, que crecía de una forma amenazante. Las aguas, cada vez más rápidas, chocaban con furia contra el Puente del Real y hacían saltar olas de más de un metro, coronadas de espuma marrón. (…) La primera ola rebasaba el pretil del Turia frente a Gobierno Civil. (…) «La plaza del Temple estaba invadida por una avasalladora corriente de agua cenagosa».
El río se salía. Fallaban los teléfonos y las luces de las calles se apagaban durante varios segundos. Era la una y media de la madrugada, el Turia llevaba más de 1.000 metros cúbicos por segundo y seguía más de dos metros y medio sobre su nivel habitual. (…) Al llegar a la barrera del puente de Campanar, contra la que se iba estancando más y más maleza, el agua pugnaba por continuar y lograba abrirse paso por la orilla izquierda: el muro de contención construido tras la riada de 1897, el Paretó de Castillo, se deshizo como azúcar. Y el Turia se derramó con furia sobre la huerta inocente de la Partida de Sant Pau, en Campanar, y más allá, hasta Tendetes.(…)
Horas de zozobra. Los que menos tenían se llevaban, una vez más, la parte mayor de la desgracia. Al llegar a la avenida de Burjasot, al Llano de la Zaidía, la gran corriente desmandada intentaba reintegrarse en el curso principal del río, para encontrar un núcleo de ochenta casitas construidas en el cauce, que arrasó sin piedad, y poco después una nueva barrera en el puente de San José.
(…) Por la orilla derecha, la calle de Salvador Giner, con su desnivel, se convirtió en un torrente que lo anegó todo (…)
Calle de Liria, de Na Jordana, Huertos, Baja, Santo Tomás, Mesón de Morella… Tiendas de barrio, pequeñas vidas. Comestibles, carnicerías, bares sin pretensiones, carbonerías. Familias que vivían de un banco de carpintero, del taller de un hojalatero, de la reparación de zapatos. Tapiceros y encuadernadores; electricistas y escayolistas. Vinateros, hornos, tiendas de aceites. El agua estaba arruinando, una por una, a miles de familias valencianas. En el establo del mesón se oyó durante minutos el pánico de unos caballos que se ahogaban.
Valencia, en la madrugada, tenía gritos de terror, crujido de cristales reventados, de muebles que flotaban. La intimidad humilde del barrio del Carmen, las vidas discretas de cientos de familias, fue hollada por el agua sucia.
(…) El Turia, por la calle de Sagunto, llegó hasta el camino de Tránsitos, donde daba la vuelta el tranvía. (…)
Los fosos de las torres de Serranos se llenaron otra vez, como en la Edad Media. El Turia, por la calle de Serranos, se derramó en los sótanos y buscó secretos escondrijos. Casi llegó a lamer la plaza de Manises. Zapateros, Iglesia de San Lorenzo, palacio de Benicarló. La plaza de la Virgen no se mojó. La calle del Micalet y la plaza de la Reina quedaron secas. El palacio arzobispal estaba sin inundación, como la subida del Palau. La Valencia romana quedó intacta: la colina primera de la ciudad demostró que los fundadores eran sin duda gente muy inteligente que sabía dónde tenían que situarse.
(…)
La calle de Alboraya se hizo navegable y el agua envolvió los jardines de Viveros. El hospital de la Cruz Roja quedó aislado, como el campo de Vallejo. (…) Mientras, en aquella zona baja, un puñado de familias encontraba refugio en los tejados, a pocos metros de los Ribalta y los Ribera, de las viejas tablas del Siglo de Oro valenciano amenzadas por el agua que inundó al claustro y echó a perder docenas de óleos y la documentación de los despachos.
(…) A las tres de la madrugada, el Turia alcanzaba, en Manises, un nivel ocho metros superior al normal. La ciudad recibía en esos momentos unos 2.000 metros cúbicos cada segundo y el caudal seguía creciendo. Las escenas de heroísmo, de desesperación y crispación; la angustia de ver perderse en las aguas a seres queridos, de esperar una mano salvadora, se estaba reproduciendo, en toda la ciudad, en la más espantosa de sus noches lúgubres.
(…) [Bajaba] el agua del Turia, como si se tratara de un torrente, desde el Puente del Real. El nombre ancestral de la plaza de Tetuán, la Rambla de Predicadors, quedó plenamente justificado una vez más, como siempre que había habido grandes riadas. En realidad, los dominicos se habían instalado en la Edad Media en una isla situada entre el curso principal del río y un brazo secundario que continuaba luego por Navarro Reverter.
«Vino muchísima agua y era tremendo porque aquella parte de la plaza de Tetuán, en Pouet de Sant Vicent y en la entrada de la calle de Conde de Montornés, estaba, como le ocurría a la glorieta, bastante más hondo. Allí se embalsó el agua y nos dejó aislados tres días sin poder salir de casa.»
(…) La presencia de Capitanía General, donde el agua se había llevado flotando las dos garitas de madera, contribuyó a dar mayor agilidad a la limpieza de una plaza tan señalada como la de Tetuán.
(…)
Cientos de personas, se ha llegado a anotar que hasta 2.000, se habían refugiado en la Comandancia de Marina huyendo de los peligros que el río suponía para Nazaret y Cantarranas, los poblados situados en ambas orillas, junto a la desembocadura. Los esfuerzos de Guardia Civil y marinería por salvar a gentes en apuros y avisar a los vecinos llegaron hasta el límite. (…)
Nazaret, Catarranas, Malvarrosa, El Grao, Cabañal, Canyamelar… La tragedia se extendía y la riada había comenzado a llegar al mar. El responsable de la Guardia Civil en Nazaret, el brigada Enrique Miguel Martín, perdió la vida tras salvar la de muchos vecinos. (…)
«Salvó a mucha gente, avisó de la riada y organizó el salvamento. Y tuvo la desgracia, después, de quedarse aislado, aferrado a un poste que perdió los cimientos por la fuerza de las aguas y se venció.»
Fue la única víctima entre las fuerzas del orden público. Hermano de un linotipista de
Levante, el brigada Martín es recordado aún en Nazaret por los más viejos. Cuando entregó su vida, el delta de inundación del Turia hacía confundir ya el mar y la tierra y se extendía desde Pinedo hasta el Carraixet. El agua que bajaba por la avenida [del Puerto] caía directamente al puerto hasta que se igualó el nivel con el del mar. Ya había muchos valencianos ahogados a esa hora. En la cama, sobre un armario, arrebatados por la corriente, aferrados a una reja o intentando asirse a un mueble. Bajo los puentes habían pasado, sin que nadie los viera, cadáveres venidos de las tierras altas que iban a perderse para siempre en el Mediterráneo.
(…) Volvió a llover más fuerte, y el río siguió creciendo. (…)
El Turia, a las cuatro de la madrugada, había llegado a su caudal máximo de 2.700 metros cúbicos por segundo. A partir de esa hora descendió lentamente el nivel de las aguas, que se fueron retirando de las calles de la ciudad a lo largo de las dos horas siguientes.Sobre las cinco se informaba que había descendido notablemente el nivel en la presa de Manises. El máximo, ocho metros sobre el caudal normal, se había reducido a cuatro a las seis de la madrugada del lunes 14 de octubre, cuando empezó a notarse débilmente el amanecer.


Créditos:
Portada y textos tomados de Hasta aquí llegó la riada, Francisco Pérez Puche con fotografías de Francisco Pérez Aparisi, editado en 1997, con motivo del cuadragésimo aniversario de la riada de Valencia de 1957.

Fotografías de Francisco Pérez Aparisi, tomadas de dicha obra:
-En la portada del libro, Puente de Campanar cubierto por las aguas, en la mañana del día 14 de octubre de 1957.
-Don Timoteo, guardia municipal, junto con otros anónimos vecinos, rescatando a un anciano impedido en el Barrio del Carmen (noche del 13 al 14 de octubre de 1957).
-Estado del Puente de Aragón, con las barandas arrasadas, tras las riadas (octubre de 1957). Al fondo, el edificio de la Torre del Turia, en ejecución.
-Gente viendo desbordarse el río Turia, desde la esquina de la calle Muro de Santa Ana con la ronda, margen derecha del río (noche del 13 al 14 de octubre de 1957).
-Plaza de San Jaime, tal vez la mañana del lunes 14 de octubre de 1957, tras la primera riada.
-Planta baja del Museo de Bellas Artes de San Pío V, tras las riadas (octubre de 1957).

Fotografías del autor:
Placa indicando el nivel del agua en la fachada de Conde de Montornés, 22 (agosto de 2007)
Comandancia de Marina, en Cantarranas, y antigua Casa Cuartel de la Guardia Civil en Nazaret, actualmente en curso de demolición (octubre de 2010).

3 comentarios:

  1. Hola Posodo!!! Me ha encantado el relato tan real que nos brindas, y por si te da alegría o tan solo por curiosidad, soy la nieta del Brigada D.Enrrique Miguel Martín, y exactamente a mi abuelo le pasó lo que cuentas, pero yo tengo el relato del diario de "las provincias" que te hace hasta llorar, en fín que me he emocionado mucho, gracias por esto, me gusta que mi abuelo sea recordado tan heroicamente. Un saludo cariñoso. Mi correo: Amparomix@hotmail.com.

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  2. Hola, amparo, y bienvenida por aquí.
    Me alegro de que te gustara que se recordara a tu abuelo. El motivo de la anotación, además de recordar lo sucedido, era hacer un pequeño homenaje a quienes ayudaron a las personas más afectadas e impotentes, mencionado a aquéllos cuyo nombre y actuaciones aún están en la memoria o en los libros.

    Enhorabuena por tener un abuelo así, y un abrazo.

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