Hace cerca de treinta años consiguió un gran éxito (que todavía perdura, al ser recordada) la canción de Adriano Celentano, Parole, parole, cantada por Mina.
El efecto subliminal de la canción, en el vídeo enlazado, es tal que está lleno de palabras (que se trate de los créditos finales del programa de televisión de la RAI es mera anécdota).
El juego que dan las palabras es evidente, no hay más que leer. Pero sin entrar en el contenido, mensaje o significado, se pueden establecer otros juegos, esta vez, ya en el ámbito textual o de las “palabras”: un caso, puede ser la longitud del texto en cuestión.
En La importancia de las cosas, novela ya conocida aquí, Mario Menkell, el protagonista, profesor de escritura creativa, empieza así un día su clase en la universidad:
“– Buenos días. Como les dije ayer, esta semana vamos a trabajar el microrrelato. Ya hemos hablado de Augusto Monterroso, y supongo que todos han leído el cuento del dinosaurio… a no ser, claro, que no hayan tenido tiempo de hacerlo.” (pág. 256)
Por otro lado, podemos encontrar relatos condicionados a una longitud determinada, pero no como límite sino más bien como referencia a una cierta extensión y desarrollo. En la también referida por aquí Oscar Wilde y una muerte sin importancia, se puede leer:
“Oscar rasgó el tercer sobre.
– No –dijo, leyendo por encima el contenido del cable– Éste es de Stoddart, mi editor norteamericano. Quiere que le escriba cien mil palabras… ¡para noviembre! Qué absurdo. No existen cien mil palabras hermosas en la lengua inglesa.” (pág. 109)
Otro juego, en cambio, es usar la longitud del relato precisamente como un límite matemático. Sobre este juego publicó hace poco S. Cid una anotación en su diario, contando su experiencia en relatos de intriga bajo esta premisa:
“La cuestión es que me lo he pasado bomba haciendo de…, digamos, Hércules Poirot, que todavía no estoy dispuesta a ser Miss Marple… Claro que puestos a elegir entre la edad de ésta y el bigotito de aquél… Dejémoslo en sabuesa. Decía que me he divertido mucho sabueseando hasta que lograba cuadrar todos los detalles, ¡y eso en mil palabras! Tarea ardua, pero muy, muy entretenida.”
El relato de Monterroso no sé qué título tiene; el de Oscar Wilde acabó siendo El retrato de Dorian Gray; el de S.Cid, Destino inexorable. La intriga reside en cuándo podremos leerlo.
El efecto subliminal de la canción, en el vídeo enlazado, es tal que está lleno de palabras (que se trate de los créditos finales del programa de televisión de la RAI es mera anécdota).
El juego que dan las palabras es evidente, no hay más que leer. Pero sin entrar en el contenido, mensaje o significado, se pueden establecer otros juegos, esta vez, ya en el ámbito textual o de las “palabras”: un caso, puede ser la longitud del texto en cuestión.
En La importancia de las cosas, novela ya conocida aquí, Mario Menkell, el protagonista, profesor de escritura creativa, empieza así un día su clase en la universidad:
“– Buenos días. Como les dije ayer, esta semana vamos a trabajar el microrrelato. Ya hemos hablado de Augusto Monterroso, y supongo que todos han leído el cuento del dinosaurio… a no ser, claro, que no hayan tenido tiempo de hacerlo.” (pág. 256)
Por otro lado, podemos encontrar relatos condicionados a una longitud determinada, pero no como límite sino más bien como referencia a una cierta extensión y desarrollo. En la también referida por aquí Oscar Wilde y una muerte sin importancia, se puede leer:
“Oscar rasgó el tercer sobre.
– No –dijo, leyendo por encima el contenido del cable– Éste es de Stoddart, mi editor norteamericano. Quiere que le escriba cien mil palabras… ¡para noviembre! Qué absurdo. No existen cien mil palabras hermosas en la lengua inglesa.” (pág. 109)
Otro juego, en cambio, es usar la longitud del relato precisamente como un límite matemático. Sobre este juego publicó hace poco S. Cid una anotación en su diario, contando su experiencia en relatos de intriga bajo esta premisa:
“La cuestión es que me lo he pasado bomba haciendo de…, digamos, Hércules Poirot, que todavía no estoy dispuesta a ser Miss Marple… Claro que puestos a elegir entre la edad de ésta y el bigotito de aquél… Dejémoslo en sabuesa. Decía que me he divertido mucho sabueseando hasta que lograba cuadrar todos los detalles, ¡y eso en mil palabras! Tarea ardua, pero muy, muy entretenida.”
El relato de Monterroso no sé qué título tiene; el de Oscar Wilde acabó siendo El retrato de Dorian Gray; el de S.Cid, Destino inexorable. La intriga reside en cuándo podremos leerlo.
¿Hay algún poder secreto en el universo que conecte las mentes? Caray, acabo de terminar un texto inspirado por uno de los tuyos, para ser más concreta por el comentario que hice en uno de los tuyos; me conecto, entro en mi blog, veo tu comentario, viajo hacia el tuyo y… veo la entrada a la que me remites y en la que me encuentro ahora. De ahí mi pregunta del principio…
ResponderEliminarEn respuesta a tu pregunta sobre cuándo se podrá leer ese Destino inexorable… El caso es que me da por parir tantas gilitonteces al día, que el blog no da para albergarlas todas sino poco a poco, ya que de otra manera no dudo de que se traumatizaría por ser el blog más inestable y paranoico de toda la blogosfera. Claro que… ¿cómo podría ser de otra forma teniendo, como tiene, a una chiflada como jefa al mando? ;-)
Aunque mi intención es ir publicando todas esas historias…, lo cierto es que lo voy retrasando (seguro que por alguna razón desconocida, escondida en el subconsciente), pero para evitar tanto retardo, voy a comprometerme, ¿vale? Para mañana tengo programada una entrada y creo que otra para el viernes (o quizá para el sábado, no lo recuerdo bien), pero… ¿qué tal si lo publico el domingo? ¿Va bien? ¿Me comprometo, pues? Entonces, hecho. El domingo podréis descubrir el destino fatal que aguarda a la pobre Janette Frances… ;-)
Saludos y gracias por la mención. También tú lo estás en el artículo que he escrito hoy (pero no me preguntes cuándo lo publicaré, porque no tengo ni idea… Aunque será pronto, quizá la semana próxima)
S. Cid