La tarde de este pasado viernes pasé por la calle de la Nave, de Valencia, claro, donde, además de un acaecido que ya comentaré, vi dos cosas que ilustran el título de esta anotación.
En dicha calle, como saben los que la conocen, existen diversas librerías de viejo y ocasión, de las históricas de toda la vida en Valencia; especialmente una, dando servicio al segmento de mercado constituido por los estudiantes de universidad, pues no por casualidad, a esa misma calle recae el edificio del antiguo Estudio General – Universidad Literaria de Valencia (ahora Universitat de València, sin Virgen de la Sapiencia pero con un huevo de Mariscal), y por eso toma el nombre de Librería Facultades.
Pues bien, en dicha librería, en concreto, en su escaparate, se muestran numerosos libros, lógicamente, unos más recientes, otros más veteranos. Me llamó la atención no lo reciente de uno de ellos, sino precisamente cuál era ese “uno”.
Tras la Librería Facultades, cruzando la calle Bonaire, en esa esquina, se encuentra la, cómo no, Librería Bonaire. Lo triste del caso reside en la hoja que estaba añadida sobre el cartel identificativo de la librería.
En dicha calle, como saben los que la conocen, existen diversas librerías de viejo y ocasión, de las históricas de toda la vida en Valencia; especialmente una, dando servicio al segmento de mercado constituido por los estudiantes de universidad, pues no por casualidad, a esa misma calle recae el edificio del antiguo Estudio General – Universidad Literaria de Valencia (ahora Universitat de València, sin Virgen de la Sapiencia pero con un huevo de Mariscal), y por eso toma el nombre de Librería Facultades.
Pues bien, en dicha librería, en concreto, en su escaparate, se muestran numerosos libros, lógicamente, unos más recientes, otros más veteranos. Me llamó la atención no lo reciente de uno de ellos, sino precisamente cuál era ese “uno”.
Tras la Librería Facultades, cruzando la calle Bonaire, en esa esquina, se encuentra la, cómo no, Librería Bonaire. Lo triste del caso reside en la hoja que estaba añadida sobre el cartel identificativo de la librería.
¡Flash, bum, cataplaca! No es muy fácil leer hoy en día las palabras con que titulas hoy tu artículo, pero cuando al entrar esta tarde aquí las he encontrado coronando tu artículo..., esas extrañas onomatopeyas con las que inicio mi comentario han resonado dentro de mi cráneo porque hace cosa de dos meses escribí un cuentecito cuyo título es... Lo has adivinado: "Sic transit gloria mundi" ¡Caray, qué coincidencias tiene la vida!
ResponderEliminarPero voy a la cuestión que me trae a este comentario: ¿tendrás la bondad, Posodo, de saciar la curiosidad que tan hábilmente has creado en tus lectores y decirnos cuál es "ese libro"? ;-)
Saludos.
S. Cid
Ólvidate de mi comentario anterior y aconséjame que vaya al oculista... Después de un rato me he percatado del círculo que rodeaba... el libro en cuestión.
ResponderEliminarEn el fondo, el pobre Larsson me da pena: en lugar de estar disfrutando de su triunfo (tal vez efímero; quizá, no. Quién sabe)tuvo que estropearse el maldito ascensor aquella tarde... y darle el colapso por el esfuerzo. C'est la vie, que dirían los franceses.
Saludos.
S. Cid
No puedo olvidar el comentario inicial, pues has reconocido haber escrito un cuentecillo hace unas dos lunas.
ResponderEliminarComo en el romance, "tiempo es, doña S.Cid de cumplir lo prometido", c'est à dire, haga vuesa merced la gracia de programar la anotación pertinente en su diario.
Y así, se cierra el círculo ;-)
¿Acaso queréis mi perdición, caballero Posodo? Si no son más que unas líneas, apenas esbozadas, que de publicarse... bien pronto mandarían la exigua gloria alcanzada en este mundo blogueril a una mejor vida donde descansar por toda la eternidad.
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