viernes, 31 de diciembre de 2010

Campanadas 2010. 03: Un año felizmente indignados

No podemos estar seguros de que la ausencia comparativa de afán de venganza en los paganos, aunque sea algo bueno en sí mismo, sea un buen síntoma. De ello me di cuenta durante un viaje nocturno a principios de ls Segunda Guerra Mundial en un compartimento lleno de jóvenes soldados. La conversación que mantenían me dejó claro que no se creían nada de todo lo que leían en los periódicos acerca de las terribles crueldades del régimen nazi. Daban por hecho, sin argumentación ninguna, que todo eran mentiras, que todo era propaganda de nuestro propio gobierno para «levantarle el ánimo» a nuestras tropas. Y lo terrible era que, pensando así, no expresaban el más mínimo enfado. Que nuestros gobernantes atribuyeran falsamente los peores crímenes a sus colegas para inducir a otros hombres a derramar su sangre les parecía algo lógico. Ni siqueira les interesaba particularmente. No veían nada malo en ello. (…) Si ellos hubieran percibido, y sentido com cualquier hombre debe sentir, la diabólica maldad que pensaban que estaban cometiendo nuestors gobernantes, y los hubieras perdonado, habrían sido santos. Pero al no darse cuenta en absoluto –y ni siquiera haber sido tentados por el resentimiento– y aceptarlo como lo más normal del mundo, respondían a una aterradora insensiblidad. Está claro que estos jóvenes no tenían concepción del bien o del mal (y mucho menos en ese tema en concreto).
Por eso la ausencia de enojo, especialmente de ese tipo de enfado que solemos llamar «indignación», puede, en mi opinión, ser un síntoma de los más alarmante. Y la presencia de dicha indignación puede ser un buen signo. Incluso cuando esa indignación pase a ser un amargo afán de venganza personal, éste seguirá siendo un buen síntoma, aunque sea malo en sí mismo. Es un pecado; pero al menos muestra que aquellos que lo cometen no se han hundido por debajo del nivel en el que existe la tentación a ese pecado; del mismo modo que los pecados (con frecuencia terribles) del gran patriota o del gran reformador indican algo en su interior que va más allá de sí mismo. Si los judíos maldecían con más amargura que los paganos, en mi opinión esto se debía, o al menos en parte, a que se tomaban la razón y la equivocación con mayor seriedad. Porque, si atendemos a sus lamentos, encontraremos que con frecuencia su enfado no se debe sólo a que se les haya hecho determinadas cosas, sino a que éstas son manifiestamente injustas, y le resultarían tan dignas de odio a Dios como a la víctima. La idea del «Dios recto» -que seguramente odie estas cosas tanto como ellos, y que, por tanto, seguramente deba «juzgarlas» o vengarlas (¡aunque se retrase tanto!)– siempre está ahí, aunque sea en segundo plano.


Créditos:
Fragmento del capítulo Las maldiciones, y portada, de la obra de C.S. Lewis, Reflexiones sobre los Salmos, según traducción de Alfredo Blanco Solís, en edición enero de 2010 de Planeta, en su colección Planeta Testimonio (pp.46-48)
Fotografía de C.S.Lewis (1947) tomada de la Wikipedia

2 comentarios:

  1. A ver si he interpretado bien el texto:
    C.S. Lewis deviene en denunciar con su fina y acertada sintaxis la bajeza moral del relativismo. O como diría G.K Chesterton, dejan de creer en Dios, para acabar creyendo en cualquier cosa.

    De todas maneras, mira la hora del comentario, no es para estar muy lúcido.

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  2. Hombre, la lucidez no es cuestión de horario, aunque sí del cansancio, sobre todo convalenciente como estás.
    Más que el relativismo, el párrafo lo he traído por lo de la indignación, y su lado positivo en cuanto que muestra un rechazo (muy emocional, si se quiere) ante las injusticias (en un sentido amplio de la palabra).
    Y porque me parece que es como vamos a acabar estando este año que acaba de entrar.

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