martes, 21 de diciembre de 2010

Derechos que enderezan

Pero, a pesar de todo, lo repito: era feliz. O, mejor dicho, éramos felices ella y yo, porque, como se lee en las narraciones de la Casa Albero, nos queríamos locamente en medio de nuestra pobreza mal disimulada.
El año 1927 nos trajo sufrimientos nuevos que añadir a los viejos sufrimientos y nuevas dificultades también. Se retrasaba la publicación de cuentos y artículos, escaseaban las traducciones: se fatigaban los resortes, excesivamente empleados a lo largo de meses y meses.
En enero la situación era insostenible. Nuestra pobre balsa se deshacía, disolviéndose en las aguas, y empujaba cada vez más violentamente hacia mares desiertos. Los pocos buques que aún encontrábamos, se iban, aparentando no vernos. Estábamos, pues, abandonados a nuestras fuerzas en el naufragio.
Era absolutamente imposible seguir adelante y así lo reconocimos ambos en una conversación patética que mantuvimos entre lágrimas una noche. Llegaba el momento de los «grandes remedios». Puesto que no podíamos sostener nuestras existencias unidas, había que separarse y nadar cada uno por un lado en busca de la salvación. Y volveríamos a unirnos más tarde, cuando hubiésemos vencido la tormenta.
Durante toda la noche planeamos nuestra decisión ya sin lágrimas, ya con la serenidad de lo consumado. Todo quedó resuelto. Amanecía el 2 de febrero. El mes anterior no habíamos podido pagar el alquiler de la casa; no se pagaría más. Yo acudiría aquella mañana a la Caja de la sociedad de Autores, donde solía cobrar seis o siete duros mensuales de
couplets. Con ese dinero ella se iría a una pensión y emprendería su lucha por la vida. Yo, por mi parte, levantaría la casa, vendería todo lo vendible, le daría la mitad del producto de las ventas y me instalaría en otra pensión, a emprender mi propia lucha.
(…)
Era mejor que no nos viésemos: la angustia de nuestras vidas separadas, las alternativas de la suerte –o la mala suerte sin alternativas– harían demasiado amargas aquellas entrevistas. Además, ¿sabíamos nosotros si la solución de alguno de los dos no estaba fuera de Madrid? (…) Nos citaríamos para dos años más tarde, y si alguno –o los dos– había prosperado, reemprenderíamos la vida en común.
(…) Nos reuniríamos en el andén de la estación del
Metro de Glorieta de Bilbao el día 19 de marzo de 1929, a las seis de la tarde.
… … … … … … … … … … … … … … … …
La suerte y el rumbo de los pueblos y de las civilizaciones a menudo ha dependido de una insignificancia: del tropezón de un caballo, de un gesto imprudente, de que un día lloviese o hiciera sol, de pillarse dos dedos un hombre al cerrar una puerta.
El destino de quella muchacha y el mío dependió de mi visita en la mañana del 2 de febrero de 1927 a la Caja de la Sociedad de Autores.
- Hola, señores.
- ¡Hola, Jardiel!
- A ver qué hay de
pequeño derecho [derechos por canciones, monólogos y «couplets»]
- Este mes es una cosa seria.
- Sí. Siete duros.
- ¿Siete duros? Le compro la liquidación por sesenta.
- Bueno, no gaste bromas mejicanas… A ver.
La liquidación arrojaba un total de 510 pesetas.
(…)
Salí de allí preocupadísimo. Soy fatalista y en aquel ingreso inesperado vi la mano del Destino. Me refugié en el Café de Gijón, prendí un cigarrillo y me entregué a esa gravísima ocupación que se llama reflexionar.
En la situación nuestra, 510 pesetas imprevistas significaba, «apretándose» todo lo apretable, otro mes de vida o quizás mes y medio. En ese tiempo podían ocurrir muchas cosas. Una de las cosas que podían ocurrir era que yo dispusiera de una semana de tranquilidad económica y mental para escribir una comedia.
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Llegué a casa y transmití la buena nueva. Regocijo.
Por la tarde cogí un paquete de cuartillas y escribí
Acto primero.
Nacía
Una noche de primavera sin sueño.

Dejémoslo aquí, y en otro momento hablaremos de lo de esta noche.

Créditos:
Transcripción parcial de Primer intermedio. Circunstancias en que se imaginó, se escribió y se estrenó «Una noche de primavera sin sueño», que forma parte de la recopilación Tres comedias con un solo ensayo, editada por primera vez en 1933, según está publicado en el tomo I de las Obras completas de Enrique Jardiel Poncela, editado por AHR, según la séptima edición, de 1973.
Fotografías de la placa en la fachada del Café de Gijón, y de la entrada de Metro en la glorieta de Biilbao (tras ella, el Café Comercial), en Madrid, de marzo de 2009 y agosto de 2010, respectivamente, del autor.

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