miércoles, 8 de diciembre de 2010

Lo que dieron de sí otros quince días

De regreso de América del Norte, en mayo de 1933, desembarqué una noche en El Havre con el cerebro vacío de ideas y los maletines llenos de rollos de película por revelar.
(…)
Imposible trabajar; imposible pensar, imposible escribir.
(…)
Y,
al respirar otra vez la atmósfera madrileña, me hallaba nuevamente en condiciones de pensar, de trabajar, de escribir. (…) Pero pasó mucho tiempo antes de volver a hacerlo.
(…)
En enero pasado había conseguido zafarme, al menos por una temporada, de toda labor cinematográfica.
Resuelto a abrir otra vez fábrica y a desparramar cuartillas escritas sobre mis pobres contemporáneos, repasé notas y papeles y me hallé con suficiente material en «stock» (diremos «stock» para que se perciba lo que puede influir América sobre un español) con que escribir las siguientes cosas:
cinco comedias, un libro de viajes y dos novelas.
Me decidí por el Teatro, por la comedia que tenía más absolutamente pensada, título inclusive: «
El pulso, la respiración y la temperatura». Pero a los dos o tres días de empezar, cuando apenas llevaba una escena compuesta, se me cruzó un tema nuevo, interrumpiendo y paralizando el tranajo en marcha.
El tema nuevo era «un drama en 1880», es decir: «
Angelina».
* * *
No sé qué fuerzas subconscientes me arrastraron a imaginar ese drama en 1880, ya que es sabido la manera decisiva con que la subconsciencia actúa sobre toda creación humana.
Me inclino a pensar que la idea matriz debió sembrar en el terreno adecuado su primer germen en 1931, cuando, como trabajo preparatorio para hacer «
Margarita, Armando y su padre», releí «La dama de las camelias», que tenía casi olvidada, pues recuerdo que en esa segunda lectura hallé el drama de Dumas invadido por un vivero de motivos irremisiblemente cómicos, (…) peculiares de toda una época y de un género y dignos, por lo tanto, de ser glosados general y panorámicamente.
Mucho más tarde, dormida ya esa prístina sugestión y dispersa la atención literaria a lo largo de otras actividades y reacciones, recibí de la Casa
Fox el encargo de comentar una serie de películas cortas impresionadas en los años 1903 al 1908, trabajo que realicé en París en septiembre de 1933 y que proyectado en España meses después con el título de «Celuloide rancio», constituyó un éxito sin otro precedente en el cine breve que los dibujos animados de Walt Disney. Este éxito me hizo reflexionar de nuevo acerca de cómo ciertos procedimientos dramáticos de ayer, ya en desuso, constituyen para los públicos de hoy, habituales a otros procedimientos dramáticos más sinceros, una fuente de regocijo.
(…)
Aún contribuyó a fascinarme más la facilidad de realización del propósito, que entreví desde el principio.
(…)
El 15 de enero comencé definitivamente a escribir (…) Estos juicios me animaron a continuar la obra al mismo tren que la había empezado, y el 30 de enero, a los quince días justos de comenzar el prólogo, echaba el telón sobre el tercer acto.
(…)
Todas las circunstancias me decidieron a llevar la obra al
Infanta Isabel. Así lo hice la noche del 14 de febrero, y Arturo Serrano, sin leerla con esa fe a priori, que es el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor, la puso en la tablilla para el día siguiente.
(…)
La lectura a la compañía del
Infanta Isabel confirmó el éxito de las lecturas anteriores. Al salir, Martínez Sierra, que había asistido a ella y se había dedicado a contrastar los efectos que iba produciendo, me advirtió:
- Sobran cosas, y al tercer acto le falta brillantez.
- ¿Entonces?
- Vamos a casa a leerla despacio y a discutirla.
Fuimos a su casa, nos encerramos en el despacho y eché abajo cuanto sobraba a juicio de él, con esta docilidad que debe tener todo artista para la crítica ajena…, cuando la crítica ajena es inteligente; pero que, cuando no es inteligente, debe convertirse en desdén y abierta rebeldía.
Respecto al tercer acto, lo rehice en tanto se iban ensayando los anteriores, y para darle la brillantez que que Martínez Sierra echaba en falta, ideé las «apariciones», con lo cual el drama en 1880 quedaba completo, pues ya es sabido cómo una de las características del teatro de aquellos tiempos era la intervención de los sobrenatural en el conflicto.
* * *
Ensayada cuidadosamente, servido el decorado por Burmann y los figurines por Ontañón, «
Angelina» (Un drama en 1880), se estrenó la noche del día 2 de marzo con éxito franco y creciente, que se inició ya en la primera docena de versos.
(…)
El público acudió en la proporción en que tiene que acudir para constituir lo que entre bastidores se llama «un gran éxito».
Y yo tuve la ocasión de comprobar, una vez más, lo beneficioso que es para una obra de arte el componerla con entusiasmo y el someterla a un control inexorable.


Y es que quienes presenciaron la obra en aquel entonces, tenían a su favor no sólo la obra, sino, por ejemplo, que el papel de Angelina lo interpretara Isabel Garcés, y el del Brigadier don Marcial, su padre, José Isbert.

Y aun teniendo, además el aval de la obra y su autor, sólo la referencia de la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente, aquí estamos.

Créditos:
Transcripción parcial de la introducción de Enrique Jardiel Poncela (fechada en mayo de 1934) a su obra, cuyo título actual es Angelina, o el honor de un brigadier (Un drama en 1880), según está publicado en el tomo I de las Obras completas de Enrique Jardiel Poncela, editado por AHR, según la séptima edición, de 1973.
Fotografía promocional de Angelina o el honor de un brigadier, tomada de Las Provincias.
Fotografía del cartel de la obra expuesto en la fachada del Teatro Principal de Valencia, de diciembre de 2010, del autor.

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