“Isaac Newton escaló la pirámide académica de Cambridge con la rapidez que le aseguraban sus aptitudes. En 1669, cuando contaba veintiséis años, su antiguo profesor, Isaac Barrow, renunció a la cátedra Lucasiana de Matemáticas a favor de él. El puesto, del que sería titular todo el tiempo que quisiera, le procuraba alojamiento y comida, así como una retribución anual de unas cien libras: no estaba nada mal para un soltero sin apenas gastos diarios. A cambio sólo tenía que dar un curso cada tres trimestres, y ni siquiera esta tarea le ocupaba mucho tiempo: según Humphrey Newston, el catedrático no solía hablar más de media hora, si es que algún estudiante se presentaba, pues «a menudo, por falta de público, se ponía a leer a las paredes».
Aparte de estas concesiones mínimas a la instrucción de los jóvenes, hacía lo que se le antojaba. Odiaba las distracciones, era poco inclinado a la conversación trivial y recibía pocas visitas. Las horas de vigilia las dedicaba casi enteramente a la investigación. (…) Las exigencias de su cuerpo parecían ofenderlo. Humphrey contaba que Newton «se quejaba de tener que comer y dormir, por más que apenas dedicaba tiempo a ninguna de las dos cosas» (…). Su única diversión era el pequeño jardín que cultivaba en los terrenos del Trinity, y «que nunca estaba descuidado; de tarde en tarde daba un paseo por allí, y no soportaba ver hierbajos». Eso era todo: una vida enteramente consagrada al estudio, exceptuando alguna conversación ocasional con uno de sus pocos conocidos y los ratos perdidos que dedicaba a desyerbar el jardín.
Pero ¿para qué trabajaba tanto? Pasaban los años y seguía sin publicar apenas nada; sus hallazagos tenían muy escasa resonancia entre sus contemporáneos. Como ha señalado Richard Wetsfall, «de haber fallecido Newton en 1684, y de haberse conservado sus escritos, sabríamos por ellos que aquel hombre era un genio. Sin embargo, en lugar de ensalzarlo como el creador de la inteligencia moderna, a lo sumo […] [lamentaríamos] que se hubiese malogrado».”
Este pasado mes de agosto publiqué una anotación en la que venía a alabar el nivel académico del profesorado de enseñanza media (bachillerato) hace sus cuarenta años. Como si hubiera sido una premoción.
El inicio de este curso lectivo ha sido especialmente agitado y polémico en la Comunidad de Madrid, a partir de una decisión político-organizativa, en mi opinión, totalmente fuera de tiempo, lo que ha dado opción a poner a los pies de los caballos mediáticos a los profesores de secundaria y bachillerato, especialmente en lo relativo a su dedicación laboral medida en minutos de reloj.
Menos mal que ninguno de esos comunicadores y tertulianos vivieron en Cambridge a mediados del XVIII: seguro que gracias a ellos, Isaac Newton no hubiera tenido ni para manzanas.
Nota:
Publico esta anotación, con toda intención, en la festividad de San Alberto Magno, Doctor de la Iglesia, y santo patrón “de los estudiantes de ciencias naturales, ciencias químicas y de ciencias exactas”.
Créditos:
Párrafos iniciales del Capítulo 3 «Lo he calculado», de Newton y el falsificador, de Thomas Levenson, según traducción de Pablo Sauras, en edición de Alba Editorial, de octubre de 2011 (pp.43-44)
Retrato de Sir Isaac Newton, realizado por Geoffrey Kneller, existente en la National Portrait Gallery de Londres, tomado del artículo de la Wikipedia.
Aparte de estas concesiones mínimas a la instrucción de los jóvenes, hacía lo que se le antojaba. Odiaba las distracciones, era poco inclinado a la conversación trivial y recibía pocas visitas. Las horas de vigilia las dedicaba casi enteramente a la investigación. (…) Las exigencias de su cuerpo parecían ofenderlo. Humphrey contaba que Newton «se quejaba de tener que comer y dormir, por más que apenas dedicaba tiempo a ninguna de las dos cosas» (…). Su única diversión era el pequeño jardín que cultivaba en los terrenos del Trinity, y «que nunca estaba descuidado; de tarde en tarde daba un paseo por allí, y no soportaba ver hierbajos». Eso era todo: una vida enteramente consagrada al estudio, exceptuando alguna conversación ocasional con uno de sus pocos conocidos y los ratos perdidos que dedicaba a desyerbar el jardín.
Pero ¿para qué trabajaba tanto? Pasaban los años y seguía sin publicar apenas nada; sus hallazagos tenían muy escasa resonancia entre sus contemporáneos. Como ha señalado Richard Wetsfall, «de haber fallecido Newton en 1684, y de haberse conservado sus escritos, sabríamos por ellos que aquel hombre era un genio. Sin embargo, en lugar de ensalzarlo como el creador de la inteligencia moderna, a lo sumo […] [lamentaríamos] que se hubiese malogrado».”
Este pasado mes de agosto publiqué una anotación en la que venía a alabar el nivel académico del profesorado de enseñanza media (bachillerato) hace sus cuarenta años. Como si hubiera sido una premoción.
El inicio de este curso lectivo ha sido especialmente agitado y polémico en la Comunidad de Madrid, a partir de una decisión político-organizativa, en mi opinión, totalmente fuera de tiempo, lo que ha dado opción a poner a los pies de los caballos mediáticos a los profesores de secundaria y bachillerato, especialmente en lo relativo a su dedicación laboral medida en minutos de reloj.
Menos mal que ninguno de esos comunicadores y tertulianos vivieron en Cambridge a mediados del XVIII: seguro que gracias a ellos, Isaac Newton no hubiera tenido ni para manzanas.
Nota:
Publico esta anotación, con toda intención, en la festividad de San Alberto Magno, Doctor de la Iglesia, y santo patrón “de los estudiantes de ciencias naturales, ciencias químicas y de ciencias exactas”.
Créditos:
Párrafos iniciales del Capítulo 3 «Lo he calculado», de Newton y el falsificador, de Thomas Levenson, según traducción de Pablo Sauras, en edición de Alba Editorial, de octubre de 2011 (pp.43-44)
Retrato de Sir Isaac Newton, realizado por Geoffrey Kneller, existente en la National Portrait Gallery de Londres, tomado del artículo de la Wikipedia.
No sé lo que opinará el resto del mundo profesoril al respecto ni cómo lo llevará, pero desde luego yo me siento cada día más cansada. Esta tarde lo pensaba: "¿Cómo es posible que esté tan cansada?" Se me ocurría que quizá es la edad (hace 7 u 8 años no estaba ni la mitad de agotada) o quizá es que soy debilucha.
ResponderEliminarEn cualquier caso, este trabajo me desgasta una barbaridad, lo cual me lleva a emplear más tiempo de mi vida en descansar y dedicar menos a otras actividades. De momento, voy abandonando mis escritos (los voy a meter en el cajón una larguísima temporada, de hecho) y también me tomaré un descanso en el blog. Estoy empeñada en alcanzar las 500 entradas antes de que acabe el año (serán, en realidad, 501, porque el 1º de enero habrá un Uno musical) y después..., Dios dirá, pero de momento parece que tira más para el respiro.
Ay, Newton, quién hubiera heredado tu cerebro, majo.
Ah, y gracias por los enlaces, aunque con su histronismo lo único que hacen es estropearte la anotación ;-)
Perdón, se me cayó una "i": histrionismo.
ResponderEliminarS.Cid:
ResponderEliminarDe nada, pero no estropean la anotación, sino que, además de ilustrarla muy bien, son, en cierto modo, la causa última de la misma.
Sobre el resto de tu comentario, la edad no puede ser (por definición), y la debilidad tampoco me lo parece. Sencillamente: se trata de un trabajo psicológicamente agotador.
La cuestión es si el descanso físico te resulta necesario como reparador psicológico. En ese caso, no hay más remedio, y por tanto, no te fuerces porque el cuerpo al final se acaba quejando.
No te obsesiones con las entradas, y utiliza el blog como descanso mental. Tienes ahora 481 anotaciones de muy buen nivel: no lo fuerces por una cifra mágica (además, en hexadecimal, ahora tienes 1D1 entradas, por ejemplo, y tus 500 serían 1F4, que no sé lo mágico que puede resultar -aunque, tal vez en un relato de misterio...).
Y por supuesto, no te olvides de los escritos. aunque sea sólo tomar anotaciones o pergeñar escenas inconexas unas de otras.
Ánimo, y un saludo.