“12 de junio de 1942
Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo.
(…)
14 de junio de 1942
Lo mejor será que empiece desde el momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la mesa de los regalos de cumpleaños (porque también presencié el momento de la compra, pero eso no cuenta).
El viernes 12 de junio, a las seis de la mañana ya me había despertado, lo que se entiende, ya que era mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, de modo que tuve que contener mi curiosidad hasta las siete menos cuarto. Entonces ya no pude más: me levanté y me fui al comedor, donde Moortje, el gato, me recibió haciéndome carantoñas.
Poco después de las siete fui a saludar a papá y mamá, y luego al salón, a desenvolver los regalos; lo primero que vi fuiste tú, y quizá haya sido uno de mis regalos más bonitos. Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una blusa azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que a mi entender sabe un poco a vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro de crema, un billete de 2,50 florines y un vale para comprarme dos libros. Luego me regalaron otro libro, La cámara oscura, de Hildebrand (pero como Margot ya lo tiene he ido a cambiarlo), una bandeja de galletas caseras (hechas por mí misma, porque últimamente se me da muy bien eso de hacer galletas), muchos dulces y una tarta de fresas hecha por mamá. También una carta de la abuela, que ha llegado justo a tiempo; pero eso, naturalmente, ha sido casualidad.”
De esta manera empieza Ana Frank su diario, justo el día de su cumpleaños, estrenando así su primer regalo del día.
“Estaba muerta de cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría en mi cama, me dormí en seguida y no me desperté hasta las cinco y media de la mañana, cuando me llamó mamá. (…) Todos nos pusimos tanta ropa que era como si tuviéramos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas de vestir. (…)
A las siete y media también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del único del que había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería acogido en casa de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una nota.
Las camas deshechas, la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de carne para el gato en la nevera, todo daba la impresión de que habíamos abandonado la casa atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos irnos, solo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.”
Así cuenta Ana, en una anotación del 8 de julio de 1942, cómo dos días antes, el lunes 6 de julio, abandonaron su casa, y huyeron para esconderse, pues justo ese domingo su padre, Otto, había recibido una citación de las SS.
“Cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego triste y, al final, termino volviendo mi corazón, con el lado malo hacia fuera y el bueno hacia dentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser… si no hubiera otra gente en este mundo.”
De este modo terminaba Ana la anotación correspondiente al 1 de agosto de 1944. Por desgracia, tenía razón en lo de la ‘otra gente’.
Esa ‘otra gente’ llegó tres días después, sobre las diez o diez y media de la mañana.
De las ocho personas escondidas en el ático de Prinsengracht 263, en Ámsterdam, sólo Otto Frank sobrevivió al paso por los campos de concentración y de exterminio.
Regresó a Ámsterdam el 9 de junio de 1945, nueve días antes de que su hija Ana cumpliera dieciséis años.
Le impidieron cumplirlos, pero nunca impedirán el recuerdo de esa chiquilla que mantendrá su edad entre trece y quince años, por toda la eternidad.
Créditos:
Transcripciones del Diario, de Ana Frank, según traducción de Diego Puls, del texto completo de la versión crítica del Instituto Holandés de Documentación de Guerra de 1986, en edición de DeBols!llo.
Fotogramas de la película El diario de Ana Frank, dirigida en 1959 por George Stevens.
Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo.
(…)
14 de junio de 1942
Lo mejor será que empiece desde el momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la mesa de los regalos de cumpleaños (porque también presencié el momento de la compra, pero eso no cuenta).
El viernes 12 de junio, a las seis de la mañana ya me había despertado, lo que se entiende, ya que era mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, de modo que tuve que contener mi curiosidad hasta las siete menos cuarto. Entonces ya no pude más: me levanté y me fui al comedor, donde Moortje, el gato, me recibió haciéndome carantoñas.
Poco después de las siete fui a saludar a papá y mamá, y luego al salón, a desenvolver los regalos; lo primero que vi fuiste tú, y quizá haya sido uno de mis regalos más bonitos. Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una blusa azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que a mi entender sabe un poco a vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro de crema, un billete de 2,50 florines y un vale para comprarme dos libros. Luego me regalaron otro libro, La cámara oscura, de Hildebrand (pero como Margot ya lo tiene he ido a cambiarlo), una bandeja de galletas caseras (hechas por mí misma, porque últimamente se me da muy bien eso de hacer galletas), muchos dulces y una tarta de fresas hecha por mamá. También una carta de la abuela, que ha llegado justo a tiempo; pero eso, naturalmente, ha sido casualidad.”
De esta manera empieza Ana Frank su diario, justo el día de su cumpleaños, estrenando así su primer regalo del día.
“Estaba muerta de cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría en mi cama, me dormí en seguida y no me desperté hasta las cinco y media de la mañana, cuando me llamó mamá. (…) Todos nos pusimos tanta ropa que era como si tuviéramos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas de vestir. (…)
A las siete y media también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del único del que había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería acogido en casa de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una nota.
Las camas deshechas, la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de carne para el gato en la nevera, todo daba la impresión de que habíamos abandonado la casa atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos irnos, solo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.”
Así cuenta Ana, en una anotación del 8 de julio de 1942, cómo dos días antes, el lunes 6 de julio, abandonaron su casa, y huyeron para esconderse, pues justo ese domingo su padre, Otto, había recibido una citación de las SS.
“Cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego triste y, al final, termino volviendo mi corazón, con el lado malo hacia fuera y el bueno hacia dentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser… si no hubiera otra gente en este mundo.”
De este modo terminaba Ana la anotación correspondiente al 1 de agosto de 1944. Por desgracia, tenía razón en lo de la ‘otra gente’.
Esa ‘otra gente’ llegó tres días después, sobre las diez o diez y media de la mañana.
De las ocho personas escondidas en el ático de Prinsengracht 263, en Ámsterdam, sólo Otto Frank sobrevivió al paso por los campos de concentración y de exterminio.
Regresó a Ámsterdam el 9 de junio de 1945, nueve días antes de que su hija Ana cumpliera dieciséis años.
Le impidieron cumplirlos, pero nunca impedirán el recuerdo de esa chiquilla que mantendrá su edad entre trece y quince años, por toda la eternidad.
Créditos:
Transcripciones del Diario, de Ana Frank, según traducción de Diego Puls, del texto completo de la versión crítica del Instituto Holandés de Documentación de Guerra de 1986, en edición de DeBols!llo.
Fotogramas de la película El diario de Ana Frank, dirigida en 1959 por George Stevens.
No me extrañaría que tan célebre libro termine siendo prohibido en un futuro próximo. Sobre todo en España, donde los negacionistas del Holocausto salen hasta debajo de las piedras. Supongo que tiene que ver con la endémica ignorancia (pienso en lo que debió sufrir Goya en vida, y casi me sirve de consuelo ante el panorama actual)y el aumento del relativismo moral; que se expande como una mancha de petróleo sobre el agua.
ResponderEliminarUn saludo
Habrá, pues, que colaborar, aun sin permiso expreso, con el Fondo Ana Frank para la difusión del Diario, por cierto, también titulado La casa de atrás.
ResponderEliminarUn saludo.
Entre 13 y 15 años tenía yo cuando leí su El diario de Ana Frank. Qué impactante fue...
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