“Todo empezó cuando, en
la última semana de agosto [de 1980], una delegación de trabajadores de la
empresa más grande de la ciudad se dirigió a mi obispo con la petición de
enviarles a un sacerdote para oficiar la Santa Misa en el recinto de la fábrica.
Me designaron a mí. Aquel día y aquella Santa Misa, no los olvidaré hasta el
final de mis días. Iba con un temblor tremendo. Por lo pronto, la situación era
enteramente nueva. ¿Qué encontraré? ¿Cómo me van a recibir? ¿Habrá donde
oficiar? ¿Quién va a leer los textos, a cantar? Estas preguntas, que hoy, tal
vez, suenen a ingenuas, me asaltaban camino de la fábrica. Y entonces, cerca de
la puerta, viví la primera gran sorpresa. Un apretado hervidero de gente
sonriente y llorosa al mismo tiempo. Y un aplauso. Pensé que detrás de mí venía
alguien importante. Pero eran aplausos de saludo al primer sacerdote que
franqueaba la puerta de aquella empresa en toda su historia. Como me dije
entonces, aplausos a la Iglesia que a lo largo de treinta años venía llamando
pacientemente a las puertas de las fábricas.
Mis temores resultaron
vanos. Todo estaba preparado: el altar en el centro de la plaza, delante de la fábrica,
el crucifijo que luego fue instalado en la entrada, donde aguantó los días difíciles
y sigue allí ahora, invariablemente adornado con flores frescas; y hasta un
provisional confesionario. También se encontraron lectores. Había que oír
aquellas voces masculinas, más acostumbradas a intercambiar palabras nada
rebuscadas, que ahora estaban leyendo con unción textos sagrados. Y luego, de
mil bocas escapó una especie de trueno: «Demos gracias a Dios». Resultó que
también sabían cantar, mucho mejor de lo que se suele cantar en los templos.
Pero primero hubo confesión. Me senté en la silla, empotrando casi mi espalda
en unos hierros, y aquellos hombres rudos vestidos con monos grasientos se
hincaban de rodillas sobre el asfalto enrojecido de lubrificantes y herrumbre.”
Aunque en el conjunto de
España se celebre el día 19, festividad de San José, por motivos obvios, en
Valencia se celebra el primer domingo de marzo; me estoy refiriendo al Día del
Seminario.
Bien dijo Nuestro Señor
que la mies es mucha y escasos los obreros, pero siempre estará la bendición de
que haya obreros como el Beato Jerzy Popieluszko.
Créditos:
Extracto de una respuesta del sacerdote
Jerzy Popieluszko, en una conversación con el sacerdote Antoni Poninski,
publicada en Lad Bozy, bisemanario polaco para familias católicas, en su número
9, del 1 de mayo de 1983, según la traducción de Helena Panteleeva, tomado de
Sermones en Varsovia, recopilación de homilías, textos litúrgicos y otros
textos, de las ‘misas por la Patria’ oficiadas por el sacerdote Jerzy
Popieluszko entre febrero de 1982 y septiembre de 194, editado por Arín en
octubre de 1985.
Imagen de la estampa repartida hoy en las
parroquias de Valencia con motivo de la celebración en esta Archidiócesis del Día
del Seminario 2012.
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