domingo, 4 de marzo de 2012

Obreros para la mies

Todo empezó cuando, en la última semana de agosto [de 1980], una delegación de trabajadores de la empresa más grande de la ciudad se dirigió a mi obispo con la petición de enviarles a un sacerdote para oficiar la Santa Misa en el recinto de la fábrica. Me designaron a mí. Aquel día y aquella Santa Misa, no los olvidaré hasta el final de mis días. Iba con un temblor tremendo. Por lo pronto, la situación era enteramente nueva. ¿Qué encontraré? ¿Cómo me van a recibir? ¿Habrá donde oficiar? ¿Quién va a leer los textos, a cantar? Estas preguntas, que hoy, tal vez, suenen a ingenuas, me asaltaban camino de la fábrica. Y entonces, cerca de la puerta, viví la primera gran sorpresa. Un apretado hervidero de gente sonriente y llorosa al mismo tiempo. Y un aplauso. Pensé que detrás de mí venía alguien importante. Pero eran aplausos de saludo al primer sacerdote que franqueaba la puerta de aquella empresa en toda su historia. Como me dije entonces, aplausos a la Iglesia que a lo largo de treinta años venía llamando pacientemente a las puertas de las fábricas.
Mis temores resultaron vanos. Todo estaba preparado: el altar en el centro de la plaza, delante de la fábrica, el crucifijo que luego fue instalado en la entrada, donde aguantó los días difíciles y sigue allí ahora, invariablemente adornado con flores frescas; y hasta un provisional confesionario. También se encontraron lectores. Había que oír aquellas voces masculinas, más acostumbradas a intercambiar palabras nada rebuscadas, que ahora estaban leyendo con unción textos sagrados. Y luego, de mil bocas escapó una especie de trueno: «Demos gracias a Dios». Resultó que también sabían cantar, mucho mejor de lo que se suele cantar en los templos. Pero primero hubo confesión. Me senté en la silla, empotrando casi mi espalda en unos hierros, y aquellos hombres rudos vestidos con monos grasientos se hincaban de rodillas sobre el asfalto enrojecido de lubrificantes y herrumbre.

Aunque en el conjunto de España se celebre el día 19, festividad de San José, por motivos obvios, en Valencia se celebra el primer domingo de marzo; me estoy refiriendo al Día del Seminario.

Bien dijo Nuestro Señor que la mies es mucha y escasos los obreros, pero siempre estará la bendición de que haya obreros como el Beato Jerzy Popieluszko.

Créditos:
Extracto de una respuesta del sacerdote Jerzy Popieluszko, en una conversación con el sacerdote Antoni Poninski, publicada en Lad Bozy, bisemanario polaco para familias católicas, en su número 9, del 1 de mayo de 1983, según la traducción de Helena Panteleeva, tomado de Sermones en Varsovia, recopilación de homilías, textos litúrgicos y otros textos, de las ‘misas por la Patria’ oficiadas por el sacerdote Jerzy Popieluszko entre febrero de 1982 y septiembre de 194, editado por Arín en octubre de 1985.
Imagen de la estampa repartida hoy en las parroquias de Valencia con motivo de la celebración en esta Archidiócesis del Día del Seminario 2012.

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