“Inmediatamente, Mike
cogió el vino, se sirvió primero a sí mismo y luego fue llenando los vasos de
los demás. Ahora todos miraban a Richard Pratt, observando su rostro mientras
él cogía su vaso con la mano derecha y se lo llevaba a la nariz. Era un hombre
de unos cincuenta años y su rostro no era muy agradable. (…)
Lentamente, levantó el
vaso hacia la nariz.
La punta de la nariz se
metió en el vaso, y se deslizó por la superficie del vino, husmeando con
delicadeza. Agitó el vino en su vaso, para poder percibir mejor el aroma. Parecía
intensamente concentrado. Había cerrado los ojos y la mitad superior de su
cuerpo, la cabeza, cuello y pecho parecían haberse convertido en una sensitiva
máquina de oler, recibiendo, filtrando, analizando el mensaje que le transmitía
la nariz, con sus aletas carnosas, eréctiles, nerviosas y sensitivas.
(…)
Durante un minuto el
proceso olfativo continuó; luego, sin abrir los ojos ni mover la cabeza, Pratt
acercó el vaso a su boca y bebió casi la mitad de su contenido. Después del
primer sorbo, se paró para paladearlo, luego lo hizo pasar por su garganta y
pude ver su nuez moverse al paso del líquido. Pero no se lo tragó todo, sino
que se quedó casi todo el sorbo en la boca. Entonces, sin tragárselo, hizo
entrar por sus labios un poco de aire que mezclándose con el aroma del vino en
su boca pasó luego a sus pulmones. Contuvo la respiración, sacando luego el
aire por la nariz; para poner finalmente el vino debajo de la lengua y
engullirlo, masticándolo con los dientes, como si fuera pan.
Fue una representación
solemne e impresionante, debo confesar que lo hizo muy bien.
- ¡Hum! –dijo, dejando el
vaso y relamiéndose los labios con la lengua–, ¡hum!, sí…, un vinito muy interesante,
cortés y gracioso, de gusto casi femenimo.
(…)
- Ahora empezaremos a
eliminar –dijo–, me perdonarán si lo hago concienzudamente, pero es que me
juego mucho. Normalmente, quizá me hubiera arriesgado y hubiera dicho
directamente el nombre del viñedo de mi elección. Pero esta vez debo tener precaución,
¿verdad?”
Este pasado mes de
febrero, dentro de la programación de Ámbito Cultural de El Corte Inglés, en
Valencia, se ha estado celebrando el Curso básico de conocimiento vitivínicola
Connaisseur.
Según me cuentan, se lo han pasado bien, ha sido instructivo, han formado un grupo de amigos, y todo
eso.
Ergo… algún día alguien
tendrá que demostrar que ha asistido al curso con aprovechamiento, que se dice
(y no sólo el gastronómico).
Créditos:
Extracto del relato Gastrónomos,
de Roald Dahl, según traducción de Carmelina Payá y Antonio Samons, incluído en
el volumen Relatos de lo inesperado, publicado como número 82 de la colección
Compactos de la editorial Anagrama (pp. 15-17).
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