“Un Lobo, que no
encontraba bastante pasto entre las ovejas de la vecindad, buscó la ayuda de
una piel de zorro para disfrazarse. Vistióse de pastor, endosando una zamarra,
empuñó un cayado y colgó á la espalda una zampoña. Para completar la estratagema,
no le faltaba más que escribir en la cinta del sombrero: «Yo soy Perico, pastor
de este rebaño.» Metamorfoseado de tal suerte, y apoyando las patas delanteras
en el cayado, acércase poco á poco el fingido Perico. El Perico de veras,
tendido sobre el blando césped, dormía como un lirón. Dormía también su perro,
y hasta la gaita dormía. Para dormir todos, dormían asimismo las ovejas. A fin
de engañarlas mejor, y atraerlas á su madriguera, el Lobo quiso reforzar con
sus palabras el engaño de su disfraz; pero esto fué lo que le perdió. Por más
que hizo, no pudo imitar la voz del pastor. El áspero timbre de la suya hizo
resonar el bosque y descubrió la añagaza. Despertaron todos, las ovejas, el
mastín y el zagal. El pobre Lobo, con el estorbo de la zamarra, no pudo huir ni
defenderse.
* * *
Siempre dejan los
bribones algún cabo suelto. El lobo obra siempre como lobo.”
Créditos:
Fábula III, El Lobo
Pastor, del Libro Tercero, de la recopilación Fábulas de La Fontaine, tomada de
la edición facsimilar publicada por Ediciones Atlas en mayo de 2007, de la
edición de Montaner y Simón, en 1885, con traducción de Teodoro Llorente, y con
ilustraciones de Gustavo Doré.
Ilustración de Gustavo
Doré, a plana completa fuera de texto, que sigue a la fábula en cuestión.
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