“El término irlandés rara
vez se asocia con el término civilización. Siempre que se piensa en pueblos
civilizados o civilizadores, son los egipcios y los griegos, los italianos y
los franceses, los chinos y los judíos lo primero que se nos viene a la cabeza.
Los irlandeses son desaforados, irresponsables y simpáticos o de lo contrario
taciturnos, reprimidos y corruptos pero a duras penas civilizados. Si nos
esforzamos por pensar en una «civilización irlandesa» no surge imagen alguna,
ninguna Creciente fértil, ningún Valle del Indo, ningún busto inquietante de
Beethoven. El más común y silvestre de los mecánicos griegos llama a su taller «El
Partenón», vinculándose así a una cultura ancestral que hace parte de su
imaginario. Un restaurador siciliano que apenas sabe leer y escribir colocará
su propia copia en yeso del David de Miguel Ángel en lugar de honor y así
reivindicará sus presuntos lazos con el Renacimiento. En cambio, es mucho más
probable que el patrón de un establecimiento irlandés llame a su negocio «Bar
Breffni» o «Mudanzas Kelly», anunciando de este modo meras conexiones personales
o de vecindario que no cargan con las resonancias de la historia o de la
civilización.
Y sin embargo… Irlanda,
una pequeña isla en el extremo de Europa que no ha conocido Renacimiento ni
Ilustración –de alguna manera un país tercermundista con una cultura de la edad
de piedra como alegaba John Betjeman– tuvo su momento de impecable gloria. Esto
porque, mientras el Imperio Romano caía y por toda Europa unos bárbaros
desgreñados y sucios descendían sobre las ciudades romanas saqueando bienes y quemando
libros, los irlandeses, que apenas aprendían a leer y escribir, se dedicaron al
arduo trabajo de copiar toda la literatura de Occidente, toda a la que pudieron
echarle mano. Así, estos escribanos se convirtieron en el cauce a través del
cual las culturas grecorromana y judeocristiana les fueron transmitidas a las
tribus de Europa recién establecidas sobres los escombros y los viñedos en
ruinas que ellos mismos se habían encargado de destruir. Sin el servicio que
prestaron estos escribas, lo que ocurrió después hubiera sido impensable, De no
ser por la misión de los monjes irlandeses, que sin la ayuda de nadie fundaron
de nuevo la civilización europea por todo el continente dessde las ensenadas y
valles de su exilio, el mundo que vino después de ellos hubiera sido completamente
distinto… un mundo sin libros. Nuestro propio mundo jamás hubiera llegado a ser.”
Créditos:
Portada e inicio de la
Introducción, ¿Qué tan cierta es la historia?, de la obra De cómo los
irlandeses salvaron la civilización, de Thomas Cahill, según la traducción de
Juan Manuel Pombo Abondano, en la primera edición de septiembre de 2007, de
Verticales de Bolsillo.
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