sábado, 17 de marzo de 2012

Cuando la civilización se hizo verde para no quedarse verde.

El término irlandés rara vez se asocia con el término civilización. Siempre que se piensa en pueblos civilizados o civilizadores, son los egipcios y los griegos, los italianos y los franceses, los chinos y los judíos lo primero que se nos viene a la cabeza. Los irlandeses son desaforados, irresponsables y simpáticos o de lo contrario taciturnos, reprimidos y corruptos pero a duras penas civilizados. Si nos esforzamos por pensar en una «civilización irlandesa» no surge imagen alguna, ninguna Creciente fértil, ningún Valle del Indo, ningún busto inquietante de Beethoven. El más común y silvestre de los mecánicos griegos llama a su taller «El Partenón», vinculándose así a una cultura ancestral que hace parte de su imaginario. Un restaurador siciliano que apenas sabe leer y escribir colocará su propia copia en yeso del David de Miguel Ángel en lugar de honor y así reivindicará sus presuntos lazos con el Renacimiento. En cambio, es mucho más probable que el patrón de un establecimiento irlandés llame a su negocio «Bar Breffni» o «Mudanzas Kelly», anunciando de este modo meras conexiones personales o de vecindario que no cargan con las resonancias de la historia o de la civilización.
Y sin embargo… Irlanda, una pequeña isla en el extremo de Europa que no ha conocido Renacimiento ni Ilustración –de alguna manera un país tercermundista con una cultura de la edad de piedra como alegaba John Betjeman– tuvo su momento de impecable gloria. Esto porque, mientras el Imperio Romano caía y por toda Europa unos bárbaros desgreñados y sucios descendían sobre las ciudades romanas saqueando bienes y quemando libros, los irlandeses, que apenas aprendían a leer y escribir, se dedicaron al arduo trabajo de copiar toda la literatura de Occidente, toda a la que pudieron echarle mano. Así, estos escribanos se convirtieron en el cauce a través del cual las culturas grecorromana y judeocristiana les fueron transmitidas a las tribus de Europa recién establecidas sobres los escombros y los viñedos en ruinas que ellos mismos se habían encargado de destruir. Sin el servicio que prestaron estos escribas, lo que ocurrió después hubiera sido impensable, De no ser por la misión de los monjes irlandeses, que sin la ayuda de nadie fundaron de nuevo la civilización europea por todo el continente dessde las ensenadas y valles de su exilio, el mundo que vino después de ellos hubiera sido completamente distinto… un mundo sin libros. Nuestro propio mundo jamás hubiera llegado a ser.

Créditos:
Portada e inicio de la Introducción, ¿Qué tan cierta es la historia?, de la obra De cómo los irlandeses salvaron la civilización, de Thomas Cahill, según la traducción de Juan Manuel Pombo Abondano, en la primera edición de septiembre de 2007, de Verticales de Bolsillo.

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