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La primera referencia de la obra la tuve gracias a una anotación de elentir, allá por el mes de Enero (“grandes dosis de ironía y humor”, “el libro es como ver una versión dibujada de ″1984″, si bien lo que cuenta son cosas reales del país más opresivo de la tierra”) y luego, ya en abril, a través de un breve recordatorio de Urko de Azumendi (“hilarante”) al reseñar una novela que se desarrolla también en Corea del Norte.
En la obra se narra la estancia del autor en Corea del Norte por motivos profesionales, para supervisar los trabajos de dibujo y animación de una película (sí, la deslocalización llega incluso a esto, a Corea del Norte – sí, incluso Elipse, el estudio de Canal +, según cuenta).
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Por muchas vueltas que diera en el dial, la realidad era única.
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Guerra, en la cual, aunque se han preocupado mucho últimamente de ocultarlo, la ONU sí tuvo una participación activa en defensa de Corea del Sur, primero contra Corea del Norte, y luego contra la China continental, cuando ésta tomó la iniciativa en el conflicto (se ve que sólo veían M.A.S.H. para aprender a jugar al golf, o para apreciar a ‘Morritos Calientes’, pero no para aprender, aunque fuera de refilón, algo de Historia).
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También, durante mucho tiempo, en Europa hubo demasiados reacios a la información, como muestra Carlos Semprún Maura en su novela, ya conocida por aquí, Las aventuras prodigiosas:
“La guerra de Corea ardía mientras Sofía y Lorenzo vivían en la calle de Sèvres. Él estaba totalmente convencido por la mentira comunista, o sea que Estados Unidos y Corea del Sur, el imperialismo y su lacayo, habían agredido militarmente a la pacífica Corea del Norte, y siguió convencido de ello durante casi cinco años, hasta 1956, año crucial, cuando tuvo que reconocer que había ocurrido lo contrario. Sofía tenía sus dudas, y además leía de vez en cuando la «prensa imperialista» (Herald Tribune, por ejemplo), pero no se atrevía a afirmarlo tajantemente ante Lorenzo y sus amigos, todos tan sectarios como él.” (pág. 15)
Más de cincuenta años después, todavía quedan contumaces rechazando la información y negando la realidad. Esto ya no es anécdota, esto ya es categoría. Y esto ya no es humorístico ni hilarante, sino grave y peligroso. Da lo mismo que sea por ignoracia o por convencimiento.
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