sábado, 18 de julio de 2009

Y hoy, sí, hace...

…tres meses que compré Pyongyang, novela gráfica (que se dice ahora), obra de 2003 de Guy Delisle, canadiense de Quebec. En el año 2006 tuvo las nominaciones (o sea, fue propuesta) a la mejor obra de no ficción y al mejor autor en los premios Eisner (los Oscar del cómic, que diría alguien, por ejemplo, yo: lo acabo de hacer, ¿no?). Y ciertamente, éxito sí tiene, pues están realizando una edición cada año desde 2005 (mi ejemplar es de la cuarta edición, de junio de 2009)

La primera referencia de la obra la tuve gracias a una anotación de elentir, allá por el mes de Enero (“grandes dosis de ironía y humor”, “el libro es como ver una versión dibujada de ″1984″, si bien lo que cuenta son cosas reales del país más opresivo de la tierra”) y luego, ya en abril, a través de un breve recordatorio de Urko de Azumendi (“hilarante”) al reseñar una novela que se desarrolla también en Corea del Norte.

En la obra se narra la estancia del autor en Corea del Norte por motivos profesionales, para supervisar los trabajos de dibujo y animación de una película (sí, la deslocalización llega incluso a esto, a Corea del Norte – sí, incluso Elipse, el estudio de Canal +, según cuenta).

En la novela se recoge una anécdota relativa a los receptores de radio (“todos los aparatos de radio del país están bloqueados en la emisoras oficiales”) y cómo intenta evitar el 'bloqueo' con un aparato que ha introducido ilegalmente.



Por muchas vueltas que diera en el dial, la realidad era única.



No sé si es una casualidad que este ejemplo de cómo se viola el derecho a la información, se quede en la página 38, es decir, el mismo número que el del paralelo que actuaba de frontera entre las dos Coreas y cuya violación en 1950 por Corea del Norte desencadenó la conocida como Guerra de Corea.



Guerra, en la cual, aunque se han preocupado mucho últimamente de ocultarlo, la ONU sí tuvo una participación activa en defensa de Corea del Sur, primero contra Corea del Norte, y luego contra la China continental, cuando ésta tomó la iniciativa en el conflicto (se ve que sólo veían M.A.S.H. para aprender a jugar al golf, o para apreciar a ‘Morritos Calientes’, pero no para aprender, aunque fuera de refilón, algo de Historia).

En resumen, que el 38 actúa como un impresionante muro que impide a la información fluir como debe, pero no sólo en Corea del Norte, como se ilustra en la novela gráfica.

También, durante mucho tiempo, en Europa hubo demasiados reacios a la información, como muestra Carlos Semprún Maura en su novela, ya conocida por aquí, Las aventuras prodigiosas:

La guerra de Corea ardía mientras Sofía y Lorenzo vivían en la calle de Sèvres. Él estaba totalmente convencido por la mentira comunista, o sea que Estados Unidos y Corea del Sur, el imperialismo y su lacayo, habían agredido militarmente a la pacífica Corea del Norte, y siguió convencido de ello durante casi cinco años, hasta 1956, año crucial, cuando tuvo que reconocer que había ocurrido lo contrario. Sofía tenía sus dudas, y además leía de vez en cuando la «prensa imperialista» (Herald Tribune, por ejemplo), pero no se atrevía a afirmarlo tajantemente ante Lorenzo y sus amigos, todos tan sectarios como él.” (pág. 15)

Más de cincuenta años después, todavía quedan contumaces rechazando la información y negando la realidad. Esto ya no es anécdota, esto ya es categoría. Y esto ya no es humorístico ni hilarante, sino grave y peligroso. Da lo mismo que sea por ignoracia o por convencimiento.

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