El periódico El Mundo preparó, al menos en su versión en Internet, un especial correspondiente a la Feria del Libro de Madrid con una sección dedicada a los rincones literarios de Madrid. Esta sección se basa en el libro Un Madrid literario, editado por Lunwerg, el Ayuntamiento de Madrid y la Obra Social de Caja Madrid. Las fotos que ilustran el especial están tomadas de dicho libro.
El primer ‘capítulo’ del especial está dedicado a Hemingway. Habla de sus estancias en los años 20 y 30, durante la guerra, y de los años cincuenta. Sobre éstos últimos, dice:
“En sus visitas a Madrid en los años cincuenta, el autor de 'El viejo y el mar' prefirió dormir en el Hotel Suecia (Marqués de Casa Riera, 4). Por esa época, padecía una profunda depresión que alimentaba con alcohol. En 1960, cuando su abandono era ya evidente, se encerró en su habitación del Suecia y tuvieron que convencerle para que volviese a EEUU, donde fue ingresado en una clínica. Un año después se suicidó.”
Debo decir que no conozco el Hotel Suecia (la calle Marqués de Casa Riera, en Madrid, tampoco la conocía; en Cercedilla, sí, pues al fin y al cabo, parte de mi familia vive allí), aunque sí sabía de su existencia.
En Las aventuras prodigiosas, novela ya asidua en estas páginas, Carlos Semprún Maura hace una referencia a dicho hotel, en los primeros sesenta (las fechas no están, en general, claramente señaladas en la novela -salvo las evidentes-, y de hecho, en esta parte, el narrador juega un poco a recordar la fecha cierta), al principio del capítulo “Las barricadas misteriosas” (pág. 213-214).
“– Mister Lorenzo Soriano, I presume?
María Sergueievna en el Café Gijón. Durante varios segundos, Lorenzo permaneció mudo, estupefacto, pero enseguida el «reflejo clandestinidad» se impuso. No era Lorenzo Soriano, era Philippe Mesnil, fotógrafo. (…)
– Ten cuidado, no soy Lorenzo Soriano ([contestó] en francés)
– Pero ¿cómo? Me habían dicho que lo habías dejado…
– El partido, sí, el resto, no.
Magnífica María, finge que le ha dicho un piropo y le besa en la mejilla, apretándole fuertemente los brazos, como si le felicitara por todo, y siempre sonriendo suelta las frases habituales: ¿qué tal? ¡Hace siglos que no nos vemos! Y bajito: ¿Puedo hablar en francés?
– Sí. Y tú, ¿qué haces en Madrid?
– Écoute, c’est un peu compliqué, maintenant. Estás con tus amigos, yo con los míos. Ven a verme mañana a mi hotel. El Hotel Suecia, ¿conoces? Da lo mismo, lo buscas. Mañana a las diez. De la mañana. En la cafetería del hotel. Está a la izquierda cuando entras. ¿OK?”
Esta vez, aprovechando el cambio de rumbo que debimos hacer, y con estos antecedentes, ajustamos la ruta para curiosear el Hotel Suecia. Sin embargo,…
sin embargo, sólo quedaba la memoria del nombre, y lo que supongo sería las esquinas de la cafetería (“está a la izquierda cuando entras”).
Y la tienda junto a la puerta, tenue refugio de un mendigo, hogar de un homeless, suite de un clochard. Tal vez, mientras los recuerdos del Hotel Suecia hay que buscarlos en las novelas, dos escritores estén ahora pergeñando sendas novelas de la vida, de quien recorre la acera, gira la esquina del edifico y llega a la entrada, no en los cincuenta ni en los sesenta, sino en el mismísimo 2009, para quedarse ahí, junto a las puertas… cerradas.
El primer ‘capítulo’ del especial está dedicado a Hemingway. Habla de sus estancias en los años 20 y 30, durante la guerra, y de los años cincuenta. Sobre éstos últimos, dice:
“En sus visitas a Madrid en los años cincuenta, el autor de 'El viejo y el mar' prefirió dormir en el Hotel Suecia (Marqués de Casa Riera, 4). Por esa época, padecía una profunda depresión que alimentaba con alcohol. En 1960, cuando su abandono era ya evidente, se encerró en su habitación del Suecia y tuvieron que convencerle para que volviese a EEUU, donde fue ingresado en una clínica. Un año después se suicidó.”
Debo decir que no conozco el Hotel Suecia (la calle Marqués de Casa Riera, en Madrid, tampoco la conocía; en Cercedilla, sí, pues al fin y al cabo, parte de mi familia vive allí), aunque sí sabía de su existencia.
En Las aventuras prodigiosas, novela ya asidua en estas páginas, Carlos Semprún Maura hace una referencia a dicho hotel, en los primeros sesenta (las fechas no están, en general, claramente señaladas en la novela -salvo las evidentes-, y de hecho, en esta parte, el narrador juega un poco a recordar la fecha cierta), al principio del capítulo “Las barricadas misteriosas” (pág. 213-214).
“– Mister Lorenzo Soriano, I presume?
María Sergueievna en el Café Gijón. Durante varios segundos, Lorenzo permaneció mudo, estupefacto, pero enseguida el «reflejo clandestinidad» se impuso. No era Lorenzo Soriano, era Philippe Mesnil, fotógrafo. (…)
– Ten cuidado, no soy Lorenzo Soriano ([contestó] en francés)
– Pero ¿cómo? Me habían dicho que lo habías dejado…
– El partido, sí, el resto, no.
Magnífica María, finge que le ha dicho un piropo y le besa en la mejilla, apretándole fuertemente los brazos, como si le felicitara por todo, y siempre sonriendo suelta las frases habituales: ¿qué tal? ¡Hace siglos que no nos vemos! Y bajito: ¿Puedo hablar en francés?
– Sí. Y tú, ¿qué haces en Madrid?
– Écoute, c’est un peu compliqué, maintenant. Estás con tus amigos, yo con los míos. Ven a verme mañana a mi hotel. El Hotel Suecia, ¿conoces? Da lo mismo, lo buscas. Mañana a las diez. De la mañana. En la cafetería del hotel. Está a la izquierda cuando entras. ¿OK?”
Esta vez, aprovechando el cambio de rumbo que debimos hacer, y con estos antecedentes, ajustamos la ruta para curiosear el Hotel Suecia. Sin embargo,…
sin embargo, sólo quedaba la memoria del nombre, y lo que supongo sería las esquinas de la cafetería (“está a la izquierda cuando entras”).
Y la tienda junto a la puerta, tenue refugio de un mendigo, hogar de un homeless, suite de un clochard. Tal vez, mientras los recuerdos del Hotel Suecia hay que buscarlos en las novelas, dos escritores estén ahora pergeñando sendas novelas de la vida, de quien recorre la acera, gira la esquina del edifico y llega a la entrada, no en los cincuenta ni en los sesenta, sino en el mismísimo 2009, para quedarse ahí, junto a las puertas… cerradas.
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