sábado, 18 de julio de 2009

As time goes by

Normalmente, un grupo de compañeros del trabajo íbamos a comer a un par de bares cercanos a nuestro trabajo, turnándolos cada cierto tiempo. Últimamente, hemos decidido cambiar algo más, y vamos a otro bar, ya sólo relativamente cercano, aunque no desconocido pues era la alternativa para los almuerzos de media mañana o comidas durante los fines de semana, en que los otros están cerrados. Y así, hiciera sol o lloviera, ahí estamos yendo.

A pesar de todo este tiempo, nadie se había dado cuenta, o al menos, no lo había comentado, de algo que existía en una vieja alquería todavía en pie frente a la puerta trasera del establecimiento.

Ese ‘algo’ era un viejo reloj de sol. Ahí estaba, con independencia del caso que se le prestara, sabiendo que su deber ya sólo era capaz de cumplirlo durante un breve periodo del día, por mucho sol que hiciera, pues sufría la sombra que le arrojaba (escupía, diría alguien), el edificio que tenía delante: sin embargo, con el primer rayo de sol, inmediatamente se ponía a hora, hasta que le llegaba el momento de descansar. Durante su trabajo, siempre puntual.

Sin embargo, como es notorio, la puntualidad no es una virtud en este diario. Y parafraseando a don José, “como bloguero vuestro que soy, os debo una explicación; y esa explicación que os debo, os la voy a dar”.

El caso es que yo no soy como ese viejo reloj de sol: necesito mi tiempo para reaccionar.

La chispa, la idea, ese rayo de sol, me llega en un determinado momento, sea internamente, reseña de cualquier acaecido personal al que por ignotos motivos quiera darle cierta trascendencia compartiéndolo, o consecuencia de alguna barrabasada de que haya tenido noticia.

En ese momento, la ocurrencia toma su turno y se pone en la fila, cocinándose poco a poco mientras le llega el momento. Cuando, como buena pila FIFO, el taller de escritura consigue cerrar el desarrollo de la idea (cerrar, dice, ¡je!), en ese momento, pues, es cuando se lanza la publicación.

Espero, en breve (que no sé con certeza en qué mes y año cae), ponerme suficientemente al día como para no generar más confusión. Y si no lo consigo, paciencia y a barajar.

Todo este explayarse, puede resumirse en la contestación que le di un día a Zuppi, intrigada por este calendario tan retrasado que yo usaba (y última sufridora de él): “El lío de las fechas es simplemente acumulación de borradores que voy abriendo, y poco a poco, depuro y acabo volcando,... con la fecha de cuando me llegó (o tocaba) la idea. Para no marear más aún, sí me veo obligado a volcarlos por orden.

Pero entonces no hubiera podido incluir las fotos, ni hablar del viejo reloj de sol.

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