A pesar de todo este tiempo, nadie se había dado cuenta, o al menos, no lo había comentado, de algo que existía en una vieja alquería todavía en pie frente a la puerta trasera del establecimiento.
Sin embargo, como es notorio, la puntualidad no es una virtud en este diario. Y parafraseando a don José, “como bloguero vuestro que soy, os debo una explicación; y esa explicación que os debo, os la voy a dar”.
El caso es que yo no soy como ese viejo reloj de sol: necesito mi tiempo para reaccionar.
La chispa, la idea, ese rayo de sol, me llega en un determinado momento, sea internamente, reseña de cualquier acaecido personal al que por ignotos motivos quiera darle cierta trascendencia compartiéndolo, o consecuencia de alguna barrabasada de que haya tenido noticia.
En ese momento, la ocurrencia toma su turno y se pone en la fila, cocinándose poco a poco mientras le llega el momento. Cuando, como buena pila FIFO, el taller de escritura consigue cerrar el desarrollo de la idea (cerrar, dice, ¡je!), en ese momento, pues, es cuando se lanza la publicación.
Espero, en breve (que no sé con certeza en qué mes y año cae), ponerme suficientemente al día como para no generar más confusión. Y si no lo consigo, paciencia y a barajar.
Todo este explayarse, puede resumirse en la contestación que le di un día a Zuppi, intrigada por este calendario tan retrasado que yo usaba (y última sufridora de él): “El lío de las fechas es simplemente acumulación de borradores que voy abriendo, y poco a poco, depuro y acabo volcando,... con la fecha de cuando me llegó (o tocaba) la idea. Para no marear más aún, sí me veo obligado a volcarlos por orden.”
Pero entonces no hubiera podido incluir las fotos, ni hablar del viejo reloj de sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario